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“Esto es imposible, protestó la concurrencia. No pertenece a la vida real”.

"Pero eso, de hecho, era lo que había sucedido. Ciertamente, las papas eran del tipo de las que se dan a los chanchos; y un zek con el estómago lleno podía no haberlas comido. Pero la astucia diabólica consistía en que no las habían traído en porciones, sino todas en un balde. Con alaridos furiosos, propinando pesados golpes unos a otros y trepando por las espaldas desnudas de los demás, los zeks arremetieron contra el balde, que un minuto después rodaba vacío, sobre las piedras del piso. En ese momento trajeron sal, pero ya no quedaban más que salar.

"En el ínterin, sus cuerpos desnudos se habían secado. El viejo mayor les ordenó que recogieran las toallas del suelo y se dirigió a ellos: 'Amados hermanos', dijo, sois todos honestos ciudadanos soviéticos, que estáis sólo temporalmente apartados de la sociedad, algunos por diez, otros por veinticinco años, a causa de pequeñas irregularidades. Hasta ahora, y a pesar de directivas frecuentes emanadas del mismo camarada Stalin, la dirección de la cárcel de Butyrsky ha incurrido en faltas y extravíos que están a punto de corregirse, (Nos vamos para casa, decidieron no sin una buena dosis de descaro, algunos prisioneros). El mayor prosiguió: De ahora en adelante, nos vamos a preocupar de que gocen de las condiciones propias de un sanatorium.” ('Nos quedamos', advirtieron). Además de todo lo que se les ha permitido hacer en el pasado, de ahora en adelante se les autorizará: 1) rezar a su propio Dios; 2) permanecer en sus cuchetas todo el tiempo que deseen, día y noche; 3) abandonar la celda para ir al baño, sin interferencias; 4) escribir sus memorias.

Además de lo que hasta ahora les ha sido prohibido, se les prohibirá también: 1) sonarse la nariz en las sábanas y cortinas que os proporciona el gobierno; 2) pedir una segunda porción de comida; 3) contradecir al cuerpo administrativo de la prisión o quejarse de él cuando visitas de categoría entren en vuestra celda; 4) tomar cigarrillos Kazbeks sin pedir permiso.

El que viole cualquiera de estas normas, se hará acreedor a quince días de encierro y aislamiento y será luego deportado a un remoto campamento de trabajo, sin derecho de correspondencia. ¿Comprendido?

"Apenas había concluido el mayor su pequeño discurso, las ruidosas poleas sacaron los ganchos del asador, pero de éstos no colgaba la raída ropa interior de los prisioneros. El Hades se había tragado esos harapos, y no los devolvía. En vez, hicieron su aparición cuatro jovencitas encargadas del vestuario. Bajando los ojos y ruborizándose, con sus sonrisas radiantes, reanimaban a los prisioneros, que se sintieron inclinados a pensar que no todas sus posibilidades como hombres estaban perdidas; empezaron en seguida a repartir ropa interior de seda azul, camisas de algodón, corbatas de discreto colorido, lustrosos zapatos de color amarillo procedentes de América gracias al 'Lend-Lease' y trajes de sarga sintética.

"Mudos de terror y alegría, los prisioneros fueron llevados nuevamente, de a dos en fondo, a la celda N° 72”. Pero ¡Dios Santo, cómo había cambiado!

"Ya en el corredor sus pies se habían hundido en una gruesa alfombra que conducía en forma estimulante hasta el cuarto de baño. Y cuando entraron nuevamente en su celda, fueron envueltos en agradables corrientes de aire fresco y el sol inmortal les daba de lleno en los ojos. (El ajetreo les había tomado toda la noche y ya era de día). Encontraron los barrotes pintados de celeste, los 'bozales' de las ventanas habían desaparecido. Sobre la ex-iglesia de Butyrsky que estaba en el medio del campo se había montado un espejo móvil. Un guardia se hallaba a su lado, con el fin de regularlo en forma de que siempre la luz solar reflejada entrará a raudales por la ventana de la celda n° 72.

Las paredes de la celda, que hasta la noche anterior habían sido de un color oliva oscuro, ahora eran de un blanco brillante matizado aquí y allá con palomas de la paz de cuyos picos colgaban moños y cintas con los slogans: '¡Queremos la paz!' y '¡Paz en el mundo!'

Ni rastros quedaban de los tablones ni de las chinches que en ellos moraban. Lonas se extendían sobre los armazones de hierro, y sobre ellas se habían colocado colchones y almohadas rellenas de plumas; las frazadas, coquetamente recogidas, revelaban la blancura de las sábanas. Al costado de cada una de las veinticinco cuchetas había una mesita de luz. De las paredes surgieron unos estantes donde se encontraban obras de Marx, Engels, Santo Tomás de Aquino y San Agustín. En el medio del cuarto había una mesa cubierta con un mantel almidonado. Sobre ella, un cenicero y una caja de 'Kazbeks' sin abrir. (Toda la opulencia creada en una noche fue insertada hábilmente dentro de las cuentas de 'gastos' por los encargados de Contaduría en Butyrsky. Sólo los cigarrillos Kazbeks no pudieron ser ubicados en ninguna parte dentro de los gastos. Sin embargo, el responsable de la prisión había querido dar el toque final con Kazbeks, y lo había hecho de su propio peculio. Esa era la razón por la cual su uso estaba restringido al máximo y había penas tan graves para los infractores).

Pero el rincón más irreconocible, sin lugar a dudas, era aquel donde había sido instalado el balde que oficiaba de letrina. Habían lavado a fondo la pared y luego le habían dado una buena mano de pintura.

En lo alto, un gran candil ardía frente a un icono que representaba a la Virgen y el Niño. La llama se reflejaba sobre otro icono, el del milagroso San Nikolai Mirlikiski. En uno de los estantes había una Madonna, representante de la Religión Católica, y en un nicho hasta entonces vacío, producto de un descuido de los constructores, estaban la Biblia, el Corán y el Talmud. También daba cabida el piadoso nicho a una estatuilla en bronce de Buda. Sus ojos estaban casi cerrados, las comisuras de sus labios aparecían retrotraídas, dando la sensación de que el Buda sonreía.

"Los reclusos, satisfechos por la avena y las papas y algo aturdidos por el aluvión de nuevas impresiones, se desvistieron y se fueron a dormir inmediatamente. Una suavísima brisa mecía las cortinillas de encaje que impedían la entrada de las moscas. Un guardia permanecía en la puerta, que estaba entreabierta, vigilando para que nadie robara un Kazbeks.

"De esta forma retozaron hasta el mediodía, hora en la cual un capitán agitadísimo, de guante blanco, entró rápidamente y dio la voz de ¡Arriba! Los prisioneros se vistieron de prisa e hicieron sus camas. Una mesita redonda cubierta con una tela blanca, fue colocada dentro de la celda, y sobre ella desparramaron ejemplares de las revistas Ogonyek, La U.R.S.S. en Construcción y Amerika. Dos viejos y cómodos sillones también fueron introducidos sobre ruedillas. Un silencio siniestro, intolerable, descendió sobre la celda. El capitán se desplazaba con cierta dificultad por entre los catres, y con una fina varilla blanca, daba ligeros golpes en los dedos a quienes demostraban intenciones de apoderarse de la revista Amerika.

En medio del enervante silencio, los prisioneros escuchaban. Como habréis apreciado por experiencia propia, el oído es el sentido que más importancia cobra para un preso. Tiene generalmente la visión limitada por paredes y "bozales" en las ventanas. Su sentido del olfato se percude pronto a causa de los malos olores. No tiene muchos objetos que apreciar por el tacto. Pero su oído se desarrolla anormalmente, al punto que al instante capta cualquier sonido, incluso desde el otro extremo del corredor. Los ruidos le informan de lo que sucede en la prisión y del paso del tiempo; están trayendo agua caliente; están sacando a los prisioneros a dar su caminata habitual; están entregando un paquete a alguien.

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