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SHPRIJ. - Su hermano es cazador y podía hacer una buena compra...

KAZARIN. - Entonces Arbenin ha quedado burlado...

SHPRIJ. - Escúcheme...

KAZARIN. - Cayó en una trampa y fue evidentemente engañado. Después de esto, como para casarse...

SHPRIJ. - Su hermano quedaría encantado con esa compra.

KAZARIN. - La fidelidad y el casamiento son cosas incompatibles. No te vayas a casar, Shprij.

SHPRIJ. - Hace tiempo que estoy casado.

Escúcheme, una de las cosas es importante.

KAZARIN. - ¿La esposa?

SHPRIJ. - No, el perro.

KAZARIN. - (Aparte) ¡Cómo lo tienen los perros!

Escúcheme, mi querido amigo. No sé cuál será la esposa que Dios me dará, pero creo que tú no venderás fácilmente esos perros.

(Arbenin entra con una carta en la mano, sin notar a Kazarin ni a Shprij).

SHPRIJ. - Está pensativo leyendo esa carta; sería interesante saber si...

ARBENIN. - (Habla solo sin notarlos) ¡Qué gratitud! No hace mucho que he salvado su honor y su futuro casi sin conocerlo y he aquí que, como una víbora, comete esta bajeza jamás vista... Jugando como un ladrón entró a mi casa, cubriéndome de vergüenza y deshonor... Y yo, sin poder creer a mis propios ojos, olvidando la amarga experiencia de tantos años, como un niño que no conociera la gente, no me atrevía a sospechar de semejante crimen. He creído que toda la culpa era de ella... Pero no sabe él quién es esta mujer...

Como un extraño sueño lo obligaré a olvidar esta aventura nocturna. Él no pudo olvidarla y ha empezado a buscar hasta encontrarla sin poder detenerse... ¡Qué gratitud!... He visto mucho en el mundo y sigo asombrándome. (Leyendo en voz alta la carta). «¡La he encontrado! Pero no ha querido usted reconocer... Su candor fue muy al caso. Tiene usted razón... ¡Qué puede ser más terrible que el ruego! Podrían habernos escuchado por casualidad. Entonces no es el desprecio ni el horror lo que he leído en vuestra ardiente mirada; usted quiere que se conserve el secreto y así seguirá siéndolo. Pero antes que renunciar a usted me dejaré matar».

SHPRIJ. - ¡La carta! Eso mismo...; se ha perdido todo.

ARBENIN. - Conque es un conquistador realmente hábil. Tengo deseos de contestarle con un duelo. (Notando a Kazarin)

¿Y tú estabas aquí?

KAZARIN. - Estoy esperando hace una hora.

SHPRIJ. - (Aparte) Iré a la casa de la baronesa; que se preocupe ella y haga lo que quiera. (Saliendo sin ser notado).

KAZARIN. - Estoy con Shprij... ¿Dónde está?

(Mirando a su alrededor) Ha desaparecido. ¡Es la carta!

Ahora comprendo todo. (A Arbenin) Estabas preocupado

ARBENIN. - Sí, estaba pensativo.

KAZARIN. - Sobre la fragilidad de las esperanzas y el bienestar terrenal...

ARBENIN. - Más o menos... Pensaba en la gratitud.

KAZARIN. - Sobre este asunto hay opiniones diferentes. Pero por más que haya diferencia de opinión, el tema es digno de reflexión.

ARBENIN. - ¿Y cuál es tu opinión?

KAZARIN. - Yo creo, amigo, que la gratitud es una cosa que depende del valor del servicio prestado y que muchas veces o casi siempre el bien está en nuestras manos. Por ejemplo, he aquí que ayer de nuevo Slukin perdió casi cinco mil rublos y yo, por Dios, le estoy muy agradecido; y mientras bebo, como y duermo no hago más que pensar en él.

ARBENIN. - Kazarin, tú no haces más que bromas.

KAZARIN. - ¡Escúchame! Yo te quiero y vamos a hablar en serio. Pero hazme el favor, hermano, de dejar ese aspecto terrible, y yo abriré ante ti todos los secretos de la sabiduría humana. ¿Quieres escuchar mi opinión sobre la gratitud? Ten un poco de paciencia. Por más que expliquemos a Voltaire y Descartes, el mundo para mí es un juego de naipes y la vida el banquero; el azar un faro y yo aplico a la gente las reglas del juego. Por ejemplo, para explicarlas ahora me imagino que he jugado al As; lo he hecho por presentimiento, porque soy supersticioso para las cartas; supongamos que por casualidad y sin engaño, él haya ganado, yo estoy muy contento, pero no le puedo agradecer al As y seguiré apostándole hasta cansarme; y luego, en conclusión, quedará bajo la mesa una carta destrozada. Pero tú no me escuchas, mi querido.

ARBENIN. - (Pensativo) En todas partes reina el mal y el engaño. Y yo ayer, como un tonto, he escuchado en silencio cómo ha sucedido...

KAZARIN. - (Aparte) Sigue pensativo.

(Dirigiéndose a Arbenin) Ahora pasaremos a otro caso y lo analizaremos, pero poco a poco para no confundirlo.

Supongamos, por ejemplo, que tú quieras nuevamente abandonarte al juego o al libertinaje y tu amigo te dijese:

«¡Eh, cuidado, hermano!», y te diese otros sabios consejos; tú le escucharías y le desearías buenas noches y muchos años felices. Y si tratase de curarte de tu vicio por el vino, debes emborracharlo inmediatamente, y en cuanto a los naipes, ganarle inmediatamente una partida a cambio de sus consejos y si se salva en el juego debes ir al baile y enamorar a su mujer y si no te enamoras, por lo menos conquistarla para vengarte del marido, y en ambos casos tendrás razón, amigo; le darás por el consejo una lección.

ARBENIN. - Eres un notable moralista. Todos te conocen... Pero en cuanto al príncipe, le pagaré por la lección con mi honradez.

KAZARIN. - (Sin prestar atención a sus palabras) El último punto lo debo aclarar. Tú amas una mujer, por ejemplo; le das en sacrificio tu honor, tu riqueza, tu amistad y tu vida tal vez; la rodeas de honores y diversiones, pero, ¿por qué te debe estar ella agradecida?

Tú habrás hecho todo eso quizá no por pasión, sino en parte por amor propio; para poseerla, tú te sacrificas, pero no es por su felicidad. ¡Sí! Piénsalo fríamente y me dirás que todo en el mundo es convencional.

ARBENIN. - (Disgustado) Sí, sí, tienes razón; ¿qué es el amor para las mujeres? Ellas siempre necesitan nuevas victorias y tal vez ruegos, llanto y tormentos, y le parecerá ridículo este aspecto y esta voz implorante.

Tienes razón: es tonto aquel que cree, que sueña encontrar en una sola mujer el paraíso terrenal.

KAZARIN. - Tú piensas con mucha sensatez, aunque eres casado y feliz.

ARBENIN. - ¿En serio?

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