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SHPRIJ. - Yo no tengo apuro de dinero. No faltaba más; se lo he recordado por casualidad.

BARONESA. - Dime, ¿qué novedades hay?

SHPRIJ. - En la casa de un conde he escuchado una serie de historias... De allí vengo.

BARONESA. - ¿Y no sabe nada del príncipe Zviezdich y de Arbenin?

SHPRIJ. - (Asombrado) No..., no he oído nada...

De eso han hablado algo y ya no dicen nada... (Aparte) No me acuerdo de qué se trata.

BARONESA. - Si es ya del dominio público, no hay por qué comentarlo.

SHPRIJ. - Yo quisiera saber cuál es su opinión. .

BARONESA. - Ya han sido juzgados por la sociedad. Por otra parte, yo les podría regalar algún consejo; a él le diría que las mujeres valoran la tenacidad de los hombres, ellas quieren ser heroínas logradas por encima de millares de obstáculos. Y a ella le aconsejaría ser menos severa y más modesta... Adiós, señor Shprij, mi hermana me espera a almorzar; si no, me quedaría conversando a gusto con usted. (Alejándose) Estoy salvada. Ha sido una buena lección.

SHPRIJ. - (Solo) No se preocupe, yo he comprendido su insinuación. No he de esperar que me la repita. ¡Qué rapidez de inteligencia y de imaginación!

Aquí hay una intriga... ¡Oh, sí! Yo me meto en este lío; el príncipe me quedará agradecido y le serviré de agente...

Luego vendré aquí con nuevos datos y quizá entonces reciba los intereses de los cinco años.

ESCENA II

EL GABINETE DE ARBENIN

(Arbenin solo; luego el lacayo).

ARBENIN. - Es evidente que son celos, pero no encuentro las pruebas. Temo caer en un error, pero no tengo fuerza para soportarlo. Dejar las cosas como están y olvidar aquel delirio... Semejante vida es peor que la muerte. He visto a gente con alma fría que duerme tranquilamente durante la tempestad. ¡Cómo la envidio!

LACAYO. - (Entrando) Abajo está esperando un señor que ha traído una cartita para la señora, de parte de la condesa.

ARBENIN. - ¿De quién?

LACAYO. - No he comprendido.

ARBENIN. - ¿Una cartita para Nina? (Sale. El lacayo queda).

AFANASIO PAVLOVICH KAZARIN Y EL

LACAYO

LACAYO. - Recién acaba de salir el señor; espérelo un poco.

KAZARIN. - Bueno. Está bien.

LACAYO. - Se lo voy a comunicar. (Sale).

KAZARIN. - Estoy dispuesto a esperar un año, o cuanto quiera; señor Arbenin; yo esperaré. Mis asuntos valen más y estoy muy triste. Necesito un camarada muy hábil. No sería malo que él, a menudo tan generoso, que tiene más de tres mil siervos, techo y escudo, me ayude en esta ocasión. Habría que atraer nuevamente a Arbenin al juego. Será fiel a su pasado, sabrá defender a sus amigos y no se avergonzará ante los hijos. Para esta juventud hace falta sencillamente un puñal. Por más que le hables y te empeñes, no conocen ni la envidia, ni saben detenerse a tiempo, ni a tiempo demostrar su honradez. Mirad no más cuántos viejos llegaron a puestos importantes sólo con el juego. Desde el barro se vincularon con la sociedad y adelantaron; ¿y todo eso por qué es? Siempre sabían conservar la decencia, defender sus leyes, cumplir sus reglamentos, y vedlos con honores y millones...

KAZARIN Y SHPRIJ

SHPRIJ. - ¡Oh, Afanasio Pavlovich! ¡Qué milagro!

¡Qué contento estoy de verlo! No pensaba encontrarlo aquí.

KAZARIN. - ¡Y yo también! ¿Está de visita?

SHPRIJ. - Sí. ¿Y usted?

KAZARIN. - Como siempre.

SHPRIJ. - No está mal que nos encontráramos; tengo un asunto que resolver con usted.

KAZARIN. - Tú solías tener muchos asuntos, pero jamás te he visto ocupado en uno solo.

SHPRIJ. - (Aparte) Los buenos modos para ustedes están de más. Sin embargo, me hace falta...

KAZARIN. - Yo también debo hablarte sobre algo muy importante para mí.

SHPRIJ. - Pues bien, nos ayudaremos mutuamente.

KAZARIN. - ¿De qué se trata?... Habla.

SHPRIJ. - Permítame preguntarle sólo una cosa: he oído que su amigo Arbenin... (Haciendo un gesto aludiendo a que su amigo es un cornudo).

KAZARIN. - ¿Cómo?... ¡No puede ser! ¿Estás seguro?...

SHPRIJ. - Dios lo sabe. Hace cinco minutos que yo mismo he intercedido. ¿Quién ha de saber sino yo?

KAZARIN. - El demonio está siempre en todas partes.

SHPRIJ. - Ya ve; la esposa..., no recuerdo bien si fue en la misa. o en un baile de máscaras se encontró con un príncipe; ella le pareció bastante linda y muy pronto el príncipe fue dichoso y querido; de pronto la hermosa renegó de sus actitudes de la víspera y el príncipe, enfurecido, fue a contarlo en todas partes, sin tener en cuenta que podía pasar una desgracia. A mí me pidieron que arreglara ese asunto... Y comenzando, todo viene a punto bien maduro. El príncipe prometió callar y vuestro seguro servidor escribió una carta que inmediatamente se entregó a la dirección necesaria.

KAZARIN. - Ten cuidado, no te arranque las orejas.

SHPRIJ. - He estado en líos aún peores y he salido sin batirme en duelo.

KAZARIN. - ¿Y no has sido jamás herido?

SHPRIJ. - Para usted todas son bromas, risas... Yo siempre digo que no debe arriesgarse la vida sin objeto.

KAZARIN. - Desde luego, una vida así, por nadie apreciada, es un gran pecado arriesgarla sin utilidad.

SHPRIJ. - Dejemos esto a un lado; pues yo quería hablar con usted de algo muy importante.

KAZARIN. - ¿De qué se trata?

SHPRIJ. - Parece una anécdota, pero el asunto es el siguiente...

KAZARIN. - Habrá que aplazar todos los asuntos, pues me parece que se acerca Arbenin.

SHPRIJ. - No hay nadie todavía. Hace poco me han traído de parte del conde Vrut cinco perros de raza.

KAZARIN. - Por Dios, que tu anécdota es entretenida.

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