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En los años treinta y nueve y cuarenta escribe su célebre trilogía novelada, El héroe de nuestro tiempo.

En 1840, tres años después que Pushkin fuera retado a duelo por un contrarrevolucionario francés refugiado en Rusia, Lermontov es retado también a duelo por el hijo del embajador francés, acusado de divulgar calumnias sobre su persona. Durante el duelo, Lermontov tira al aire y su contrincante no pega en el blanco. Aunque el entredicho pareció concluir felizmente, las consecuencias fueron harto penosas para el poeta. Después de analizar el duelo, un tribunal militar decide condenar a Lermontov a un regimiento de castigo. La intervención de su abuela nuevamente hace que el confinamiento no sea tan riguroso, pero, con todo, es trasladado a un regimiento del Cáucaso.

Allí vuelve a encontrarse con los revolucionarios de su tiempo y conoce personalmente al que sería entonces el primer crítico de Rusia. El encuentro de Belinski con el poeta fue inolvidable para ambos. En una carta que escribió después de esta visita, Belinski dice:

«Hace poco estuve en la reclusión de Lermontov y por primera vez hablamos de corazón a corazón. ¡Qué profundo y poderoso espíritu tiene! ¡Con qué justeza trata los problemas vinculados al arte y qué gusto puro y profundo tiene...!»

Durante su permanencia en el Cáucaso, Lermontov se ve obligado a participar en los choques de las tropas zaristas en contra de los pueblos montañeses oprimidos.

Pero su conducta es rebelde y le gana el odio del zar Nicolás I, que trata de deshacerse del poeta, ordenando que lo ubiquen en la primera línea del frente. Rodeado de intrigas y de persecuciones que van cercando su vida, termina por ser ofendido y burlado por uno de sus compañeros que lo reta a duelo y lo mata el 15 de julio de 1841.

OBRA DEL POETA

La Revolución Francesa, saludada jubilosamente por su pluma en varios poemas, como también el movimiento revolucionario de julio de 1830, no alcanzan a reponerlo de la desesperación motivada por la derrota de los decembristas de 1825. La generación de los liberales revolucionarios no ve la posibilidad de una nueva ofensiva en contra de la Rusia de la servidumbre feudal. Un clima de depresión y de calumnia asfixiante lo rodea y le inspira aquellos versos inolvidables:

Adiós, Rusia,

País de esclavos, país de señores.

Y adiós a ustedes, uniformes celestes, Y a vosotros, pueblo obediente.

Tal vez, tras la cordillera del Cáucaso Me libraré de vuestros pajes,

De vuestros ojos vigilantes

Y de vuestras orejas siempre alertas.

Su odio no puede transformarse en acción y por ello sufre. Vive en años cuando la reacción impone otros caminos de lucha y la historia exige un largo período preliminar para crear las fuerzas de una nueva etapa de lucha.

Lermontov comprende con claridad su situación trágica y exclama:

Y como el delincuente ante la condena, Miro el futuro con temor,

Miro el pasado con angustia,

Busco a mi alrededor un alma hermana.

Destinado históricamente a actuar en un período que no le permitía la solución de los conflictos sociales, penetrado de esa imposibilidad, a menudo se preguntaba si el futuro comprendería el horror de la existencia de su generación que en los momentos de mayor júbilo no podía olvidar la angustia de su tiempo.

Su generación es, como decía Lunatcharski, «el eco sincero y profundo de la insurrección de los decembristas».

La obra múltiple de Lermontov ha dejado para la literatura rusa poemas, dramas y novelas, de las cuales El héroe de nuestro tiempoes tal vez su obra fundamental.

La novela consta de tres partes y su personaje principal es Pechorin.

Escrita casi al mismo tiempo que la novela en verso de Pushkin Eugenio Onéguin, su personaje central tiene ciertas características comunes que lo unen sin que el personaje de Lermontov sea de ninguna manera la imitación del héroe pushkiniano. Pechorin es el joven representante de la sociedad dirigente, con las características y enfermedades sociales y psicológicas de su tiempo. Simboliza la culta juventud de la nobleza con todas sus contradicciones. Lermontov presenta al personaje con este retrato: “tenía una pequeña mano aristocrática, una alta y noble frente despejada, cabello claro y cejas y bigotes oscuros". Además describe su vestuario, presentando su resplandeciente y blanca ropa, su elegante chaqueta de terciopelo. Cuando describe su psicología lo hace con brevedad, señalando que sus ojos «sonreían burlonamente, mientras él no sonreía, pues su mirada penetrante y pesada parecía atrevida si no fuera por su aspecto general tan indiferente». Su figura es de complexión recia y de cintura fina, capaz de sufrir los cambios de clima y una vida de trajín. Por otra parte, sufría del sistema nervioso y según expresión del propio Lermontov tiene similitud con algunos personajes de Balzac. Su fortaleza le permite permanecer largas horas de caza, le sobra coraje para enfrentar un jabalí, y al mismo tiempo es de los que se resfrían a la menor corriente de aire o palidecen cuando golpean las puertas y ventanas.

Lermontov pone en boca de su personaje estas palabras: «En mí viven dos personas al mismo tiempo. Una actúa y otra la juzga...» «Toda mi vida -reconoce el propio Pechorin- fue un eslabonamiento de contradicciones lamentables entre el corazón y la razón».

La dualidad de la enfermedad espiritual que aqueja al personaje se manifiesta en su actitud frente a la vida.

Pechorin es un desencantado con apariencias de indiferente. El pesimismo de Pechorin tiene un sentido profundamente escéptico. Pechorin dice de sí mismo que su alma «está arruinada por la sociedad»; «la imaginación siempre inquieta, el corazón insatisfecho; todo es poco, me acostumbré a la tristeza con la misma facilidad que al goce y mi vida se torna cada vez más vacía». Y más adelante agrega: «mi juventud descolorida transcurrió en lucha con la sociedad y los mejores sentimientos debí guardarlos en la profundidad de mi corazón temiendo la burla. Y allí ocultos murieron... Al conocer bien la sociedad y sus resortes me hice hábil en el manejo de esta ciencia de la vida... Y entonces en mi pecho nació la desesperación fría, impotente, cubierta de amabilidades y sonrisas bondadosas. Yo me he vuelto moralmente un inválido; la mitad de mi alma dejó de existir secándose, evaporándose, y muerta yo la arranqué para arrojarla y me quedé con la otra parte dispuesta a vivir al servicio de cada uno, y nadie sabía siquiera de su existencia». Este estudio psicológico es acusador. Es la sociedad cruel de la tercera década del siglo XIX que en Rusia deformaba y mutilaba las mejores energías de la intelectualidad joven. El camino penoso de los Pechorin fue abriendo la ruta para las nuevas fuerzas que más tarde actuarían en Rusia. De aquí que, en efecto, la imagen de Pechorin fuera la imagen del héroe de la sociedad dominante de su país.

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