Tanis Perello le dice a Raimundo el de los Casandulfes.
– La orden de don Camilo será cumplida, ¡como hay Dios que será cumplida! Yo ya lo tengo todo pensado, ahora lo que necesito es sentirlo bien sentido hasta que empiece a remorderme la conciencia, después ya todo será coser y cantar, no es difícil porque anda muy confiado, a lo mejor se cree que ya todo terminó y que esto va a ser así para siempre, es mejor que se lo crea y vaya tranquilo.
Tanis Perello pasa por la piedra sus dos cuchillos de monte, uno tiene las cachas de asta cervuna y el otro de plata perulera y los dos llevan sus iniciales, los cuchillos de Tanis Gamuzo cumplieron ya algunos años pero aguantan porque son de buena clase y están siempre secos y bien cuidados.
– Lo que tienen es poca carne porque no salgo mucho, si al cuchillo no se le da carne acaba ablandando.
Policarpo el de la Bagañeira ya le perdió el gusto a ver pasar el ómnibus de Santiago que va dando tumbos por el camino y tose como un asmático portugués, aunque le faltan tres dedos de la mano derecha, Policarpo el de la Bagañeira lía muy bien pitillos, ahora el tabaco de cuarterón viene lleno de palos, lo que conviene es ciscarlo sobre un periódico y quitarle los palos, si se queman en un cenicero dan buen olor al aire, lo aroman con su perfume, en el ómnibus de Santiago van siempre dos o tres curas comiendo higos secos y orejones, los alimentos dulces son propios de curas, los cómicos también son aficionados a dulces, Policarpo el de la Bagañeira dice que es capaz de amaestrar ranas pero yo no lo creo del todo, las ranas son muy difíciles de amaestrar porque son entre pícaras y bobas, que es lo peor, las mujeres se pueden amaestrar dándoles a beber vinagre, la dificultad es que no suelen dejarse, ahora son muy descaradas y medio rebeldes, Policarpo el de la Bagañeira ríe por lo bajo con sus ocurrencias, Choniña la Dulce, la señora del dulcero Méndez, le gusta mucho pero como si no, Choniña la Dulce ni lo mira. Antón Guntimil, el difunto de Fina Ramonde, murió aplastado por un mercancías en la estación de Orense, bueno, aplastado no, mejor partido por la mitad, Antón Guntimil era tatexo y medio papón, su esposa se lo decía siempre.
– El escolapio de la vespertina tiene una pichola de aquí te espero, una pichola como Dios manda y doble que la tuya, parvo, que eres un parvo, ¿no te da vergüenza?
– No, mujer, ¿qué quieres que haga?
Cuando a tía Lourdes le pegaron las viruelas, los franceses la dejaron morir, a mí que no me digan, y además tiraron su cadáver a la fosa común con los polacos, los gitanos, los moros y los indochinos, en esto los franceses son muy suyos y tampoco se andan con mayores miramientos. Moncho, el primo de Manueliño Remeseiro Domínguez que tenía nombre de cuervo, a lo mejor es al revés, murió de la tos ferina cuando andaba por los seis o siete años.
– Duró poco.
– Sí, la verdad es que no duró demasiado, se conoce que no era de buena clase.
El cuervo Moncho silba ya algunos compases de la mazurca del ciego Gaudencio, todavía le falta para saberla entera.
– ¿Es verdad que Manueliño Remeseiro tuvo sus más y sus menos con María Auxiliadora Porras, la novia que dejó a Adolfito porque se le estaba poniendo pinta de muerto?
– ¡Qué barbaridad! ¿Quién le ha contado a usted semejante disparate?
La señorita Ramona no tuvo suerte con los hombres, bueno, con los posibles maridos, se conoce que apuntó demasiado alto y, claro es, marró el golpe, en esta cuestión hay que ser muy humilde porque el tiempo lucha en contra de los propósitos y las voluntades, la señorita Ramona supuso siempre que podría casarse con quien quisiera y le diese la gana, que podría elegir y mandar, pero se equivocó y ahora va camino de morir soltera.
– Bueno, soltera, sí, pero no virgo, quede claro, lo que más me hubiera molestado es no haber perdido el virgo a su tiempo, es un desaire cumplir los veinticinco años con el virgo puesto, la verdad es que eso no se le ocurre a nadie.
Robín Lebozán escribe poesías en gallego, lo que no quiere es enseñarlas a la gente.
– No, a mí me parece que es un acto de impudor eso de leer a los demás las propias poesías, ¿a quién puede importarle?
Raimundo el de los Casandulfes no acaba de levantar cabeza, sigue taciturno y huraño, le salva su buena educación.
– Estoy deseando oír la bomba de palenque, mañana he de visitar a tío Evelio para que me dé ánimos, ¡qué vergüenza, un viejo consolando a un joven! La orden de tío Camilo hay que cumplirla, ya lo sé, las órdenes son las órdenes, pero yo estoy deseando oír la bomba de palenque, un muerto sólo se equilibra con otro muerto y esto no depende del gusto de nadie, todos deberíamos llevar un botón de oro en el sombrero o una flor de tojo, Noriega Varela llevaba todos los domingos y fiestas de guardar unas flores de tojo al camposanto.
– ¿Para qué muerto?
– Para ninguno en especial, las flores de tojo de don Antonio eran para los muertos, todos los muertos son de Dios, a los muertos les gustan mucho las flores, fíjese que en el camposanto nacen siempre las flores más hermosas, a los muertos se les escapa el alma por las flores que nacen sobre las tumbas, si se les pone una piedra encima el alma no tiene respiración.
Raimundo el de los Casandulfes camina las trochas heridas, las anda con mucha tristeza y recogimiento.
– Por aquí pasaron cantando los muertos por cuyas venas corría mi misma sangre, eran como yo, a lo mejor eran yo mismo y no lo sé, cuando se les vertió la sangre sobre la tierra, cuando se les derramó la sangre, los lobos escaparon aullando y llorando, hay hombres que no debieran haber nacido, estoy deseando oír la bomba de palenque, Tanis es muy respetuoso con tío Camilo, el que manda, manda, bueno, todos somos muy respetuosos con tío Camilo, cuando Tanis prenda la mecha de la bomba de palenque va a respirar, que Dios nos proteja a todos, la paz ha de correr como un lagarto cuando la ley se cumpla, la misma ley gobierna estos montes desde hace muchos años y todos los muertos de la familia nos demandan que la ley se cumpla, unos hombres nacen de una sangre y otros de otra, esto no es casualidad.
Raimundo el de los Casandulfes juega al ajedrez con Robín Lebozán, le gana siempre.
– Estás distraído.
– No, es mi manera de ser, yo no sirvo para esto, ya lo sabes.
Pepiño Pousada Coires, Pepiño Xurelo, está de electricista, bueno de ayudante de electricista en El Reposo, la fábrica de ataúdes, por aquí hay muchas fábricas de ataúdes, los hay negros y blancos, éstos son para angelitos, los de lujo son de roble y de caoba imitación, lo que no hay son ataúdes verdes o colorados o amarillos, Pepiño Xurelo va siempre con la boca abierta, a Pepiño Xurelo le gusta sobar las partes a los niños o sea a los angelitos, Pepiño Xurelo casó con Concha da Cona, uno va empujado por la costumbre, y tuvo dos hijas tontas que se le murieron pronto, Concha da Cona se le escapó se conoce que harta, Concha da Cona era muy alegre y tocaba las castañuelas con habilidad, se pasaba todo el tiempo tocando las castañuelas, también cantaba cuplés, a Pepiño Xurelo lo encontraron un día con el sordomudo Simonciño o Pucho, de seis años de edad y muy delgadito y canijo, el susto se le adivinaba en la cara, no había más que verlo, hasta daba risa, Pepiño Xurelo le estaba dando por detrás y lo tenía agarrado por la garganta, faltó poco para que lo estrangulara, a Pepiño Xurelo lo mandaron primero a la cárcel y después al manicomio.
– En el manicomio zurran más que en la cárcel, se ve que da más gusto pegar a los locos.
– Pues, sí, lo más probable.
A Pepiño Xurelo lo soltaron a cambio de que se dejase capar, la verdad es que tampoco mejoró demasiado, cuando empezó la guerra Pepiño Xurelo empezó a ir todas las mañanas a misa a interceder por el prójimo en desgracia y a pedir por la misericordia, la caridad, la clemencia y otras suertes en desuso, a los alacranes, a los escorpiones, a los sapos hay que darles vida, hay que dejar que escapen, a los hombres también, y a los animalitos mansos, los ratones, los caracoles, los grillos, y a los animalitos bravos, las martarañas, los lobernos, los teixugos, a los lobernos también les dicen lobos cervales, se tiende un tronco de ameneiro sobre el río de la frontera de la muerte y se les escorrenta con agua bendita, no a tiros.