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Todas las religiones son verdaderas, por más opuestas que parezcan entre sí. Son símbolos diferentes de la misma realidad, son como la misma frase dicha en varias lenguas.

Ésta es, además, una convicción profunda de Pessoa, expresada en otro fragmento9 en su propio nombre.

La actitud del Diablo en relación con la verdad se aproxima a la de Pessoa: siendo ella el centro inalcanzable de las tales concéntricas circunferencias, ambos se contentan con presenciar su plural manifestación en el mundo de los hombres. Pessoa afirmó que, siendo la perfección absoluta -la Unidad- es imposible de alcanzar, tenía que contentarse con la perfección relativa que se manifiesta a través de la pluralidad. Por eso fue plural su manifestación como poeta:

Y porque son astillas
del ser, las cosas dispersas
rompo el alma en pedazos
y en personas diversas.

Y así se contentaba con presenciar, desde lo alto, como el Diablo, la dinámica del diálogo de sus propias contradicciones encarnadas por cada uno de esos seres en que se multiplicó. Y podría decirse de él, Poeta, lo que el Diablo dice de las religiones: que su verdadera voz no está particularmente en ninguno de los heterónimos sino en todos ellos, juntos y separados.

Ha sido mi preocupación mostrar que este cuento no es un caso separado de la obra de Pessoa. Por diferentes razones.

Ante todo, porque a través de él se manifiesta ese espíritu religioso que Pessoa asumió ser, pero siempre incapaz de instalarse en una verdad cualquiera que sólo admitía en su forma plural. Eso no le impedía, sin embargo, buscarla incesantemente.

Pessoa es un místico que quiere creer, pero descree por tentación y por principio. "Creer es morir; pensar es dudar", afirma. El espíritu religioso que es, lo lleva a querer creer, pero el pensador pone todo en duda. Ricardo Reis afirma, en prosa: "La religión es una metafísica recreativa"10. Y porque "cada uno de nosotros debe tener una metafísica propia, pues cada uno de nosotros es cada uno de nosotros"11, también la religión que le corresponde tiene que ser individual. Es el propio Pessoa quien lo dice, mediante la voz de una de sus personalidades literarias, Antonio Mora: "Para la metafísica es fácil pasar a la actitud religiosa. Muchas metafísicas no pasan de ser religiones individuales"12.

Todo el peligro radica en institucionalizar ya sea la religión, ya sea la filosofía. En una nota autobiográfica escrita en el año de su muerte, el 30 de marzo de 1935, se declara "cristiano gnóstico, y por lo tanto enteramente opuesto a todas las Iglesias organizadas, y sobre todo a la Iglesia de Roma". Mediante la pluma de Bernardo Soares, escribe en el Livro do Desassossego (Libro del desasosiego):

Y éste, que en un breve momento ve el universo desnudo, crea una filosofía, o sueña una religión; y la filosofía se difunde y la religión se propaga, y los que creen en la filosofía pasan a usarla como vestidura que no ven, y los que creen en la religión pasan a ponérsela como máscara de la que se olvidan13.

El uso colectivo y rutinario de una religión o de una filosofía da a cada uno la distancia que debe mantener en relación con ese traje que le viste la desnudez y con esa máscara que le cubre el rostro. Él, Pessoa, usa la vestidura, pero no se olvida de ella, como algo obvio: la contempla y la comenta. Y cuando se pone la máscara la asume, pero no deja que le quede pegada a la cara.

Lo que impedía que Pessoa, con su espíritu de misión, cayera en actitudes dogmáticas fue siempre esa manera lúdica de hacer que su metafísica se mantuviera "recreativa" y su religión no pasara de lo "individual". Pessoa jugaba a creer, a través de sus ficciones, en los dioses: por eso el neopaganismo y su Maestro Caeiro… Oigamos lo que dice, mediante la pluma de Soares, en el Livro do Desassossego:

Quien tiene dioses no tiene tedio. El tedio es la falta de una mitología. A quien no tiene creencias hasta la duda le es imposible; ni siquiera el escepticismo tiene fuerzas para desconfiar. Sí, el tedio es eso; la pérdida, por parte del alma, de su capacidad de engañarse, la falta, en el pensamiento, de la escalera inexistente por donde él sube sólido a la verdad14.

Aunque más no fuera para combatir el tedio, Pessoa quiso ser, según sus propias palabras, "un creador de mitos". Por eso sus ficciones… que no dejan, por ello, de ser su expresión más profunda.

La ironía y la paradoja no son nunca, para Pessoa, prácticas superficiales. La paradoja es, para el Diablo de este cuento, la única forma de decir la verdad, esa verdad relativa que es permitida a los hombres por la otra, "la verdad eterna", esa que "ni Dios conoce", según dice.

– Soy naturalmente poeta porque soy la verdad hablando por error -afirma el Diablo. Como Lucifer, y de acuerdo con la etimología de los nombres, es su misión iluminar: "Corrompo pero ilumino", dice. Y precisa: "No soy, como dijo Goethe, el espíritu que niega sino el espíritu que contraría".

El Diablo sería así, como Caeiro -ambos maestros-, un subversor. El propio Pessoa se atribuye el papel de "indisciplinador de almas". Por eso se dijo también "un creador de anarquías".

La ironía es una de las armas de esa subversión. En este cuento, el Diablo asume ser un ironista:

Dato del principio del mundo, y desde entonces he sido siempre un ironista. Ahora bien, como debe de saber, todos los ironistas son inofensivos, excepto si quieren utilizar la ironía para insinuar alguna verdad. Pero yo nunca pretendí decir la verdad a nadie, en parte porque de nada sirve, y en parte porque no la conozco. Creo que mi hermano mayor, Dios todopoderoso, tampoco la sabe.

La ironía es la pirueta que le impide tomar demasiado en serio, cuando las aborda, estas cuestiones que orientaron -y desorientaron- su pensamiento durante toda su vida.

Como la totalidad de la obra de Pessoa, este texto tiene que ver con todos los géneros literarios sin ser el purasangre de ninguno. Tiene, con la mayor parte de ellos, la afinidad de ser una caminata en busca de la "verdad inalcanzable" por ese "peregrino del misterio y del conocimiento" que Pessoa fue siempre.

Fausto, el poema dramático que fue escribiendo a lo largo de su vida como quien se expresa en un diario, presenta, en relación con este texto, muchos rasgos familiares. En uno de los finales escritos para este cuento, el personaje de Fausto incluso aparece en lugar del Diablo. Ambos tienen, ante la existencia y su insondable misterio, la misma actitud. Ambos textos se reducen a un monólogo, ya que los interlocutores, en sus raras apariciones, no hacen más que dar pie al protagonista. Es curioso que, en ambos casos, ese interlocutor se llame María, una mujer carente de toda presencia ni individualidad, apenas representante del género femenino.

Ambos textos corresponden a dos de los más distantes proyectos del joven Pessoa, cuando todavía vivía en Durban. De ambos fue realizando fragmentos, a su manera, cada uno de los cuales corresponde a un momento de escritura, como un poema.

Podrá decirse que éste es el cuento de un poeta-filósofo con vocación dramática.

De sí mismo dijo que quien quisiera hallar la clave de su personalidad debía recordar que él era, ante todo, un poeta dramático, aun cuando sus textos no presenten los signos exteriores del género.

Desde su pubertad literaria se manifestó la actitud especulativa del filósofo que había en él, en textos firmados con su verdadero nombre o con el de Charles Robert Anon15.

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