Moctezuma [el emperador azteca] quedó conmovido, horrorizado por lo que oyó. Quedó muy perplejo por su comida, pero lo que le hizo casi desmayarse fue la historia del gran cañón lombardo que obedeciendo a los españoles, lanzaba una descarga que retumbaba al salir. El ruido debilitaba y mareaba a quien lo oía. Salía de él una especie de piedra, seguida por una lluvia de fuego y de chispas. El humo era asfixiante, tenía un olor que mareaba, fétido. Y cuando el disparo daba contra una montaña la hacía pedazos, la disolvía. Reducía un árbol a serrín: el árbol desaparecía como llevado por un soplo… Cuando contaron todo esto a Moctezuma quedó aterrorizado. Se sintió enfermo. El corazón le fallaba.
Continuaron llegando más informes: No somos tan fuertes como ellos, dijeron a Moctezuma. No somos nada comparados con ellos. Los españoles empezaron a recibir el nombre de Dioses llegados de los Cielos. Sin embargo, los aztecas no se hacían ilusiones sobre los españoles, a los que describían con estas palabras:
Se apoderaban del oro como si fueran monos, con el rostro congestionado. Era evidente que su sed de oro no tenía límites: querían atiborrarse de oro como cerdos. Iban hurgando por todas partes, se llevaban los gallardetes de oro y los trasladaban de un lado a otro, agarrándolos para que no se les escaparan, balbuceando, contándose necedades unos a otros.
Pero sus intuiciones sobre el carácter español no les sirvieron para defenderse. En 1517 se había visto en México un gran cometa. Moctezuma, obsesionado por la leyenda de¡ retorno de] dios azteca Quetzalcóatl en forma de hombre de piel blanca, que llegaría por el mar oriental, ejecutó rápidamente a sus astrólogos. No habían predicho el cometa, ni lo habían explicado. Moctezuma, convencido del inminente desastre, se volvió distante y melancólico. Una partida armada de 400 europeos y sus aliados nativos, ayudados por la superstición de los aztecas y por su propia y superior tecnología venció y destruyó totalmente una alta civilización de un millón de personas. Los aztecas no habían visto nunca un caballo; no había caballos en el Nuevo Mundo. Ellos no habían aplicado la metalurgia del hierro a la guerra. No habían inventado las arfnas de fuego. Y sin embargo la distancia tecnológica que los separaba de los españoles no era muy grande, quizás de unos cuantos siglos.
Somos necesariamente la sociedad técnica más atrasada de la Galaxia. Una sociedad más atrasada ya no dispondría de radioastronomía. Si la triste experiencia del conflicto cultural en la Tierra fuera la norma en la Galaxia, parece que nos tendrían que haber destruido ya, quizás después de expresar una cierta admiración por Shakespeare, Bach y Verrneer. Pero no ha sido así. Quizás las intenciones de los extraterrestres son de una benignidad a toda prueba, más afin a La Pérouse que a Cortés. ¿O quizás a pesar de todas las pretensiones sobre ovnis y antiguos astronautas, nuestra civilización no ha sido descubierta todavía?
Por una parte hemos afirmado que si hay una fracción, incluso pequeña, de civilizaciones técnicas que aprenden a vivir consigo mismo y con sus armas de destrucción masiva, tendría que haber actualmente un número enonne de civilizaciones avanzadas en la Galaxia. Tenemos ya vuelos interestelares lentos, y pensamos que el vuelo interestelar rápido es un objetivo posible de la especie humana. Por otra parte afirmamos que no hay pruebas creíbles sobre visitas a la Tierra, ahora o antes. ¿No es esto una contradicción? Si la civilización más cercana está digamos a 200 años luz de distancia, se necesitan sólo 200 años para ir hasta allí a una velocidad cercana a la de la luz. Incluso a uno por ciento de la velocidad de la luz, los seres procedentes de civilizaciones cercanas podrían haber llegado durante la tenencia de la Tierra por la humanidad. ¿Por qué no están ya aquí? Hay muchas respuestas posibles. Quizás somos los primeros, aunque esto está en contradicción con la herencia de Aristarco y de Copémico. Alguna civilización técnica tiene que ser la primera en emerger en la historia de la Galaxiá. Quizás estamos equivocados al creer que hay por lo menos alguna civilización que evita la autodestrucción. Quizás haya algún problema imprevisto que se opone al vuelo espacial; aunque a velocidades muy inferiores a las de la luz parece dificil entender en qué consistiría un impedimento de este tipo. 0 quizás estén ya aquí, pero ocultos por respeto a alguna Lex Galáctica, a alguna ética de no interferencia con civilizaciones emergentes. Podemos imaginárnoslos curiosos y desapasionados, observándonos, como nosotros observaríamos un cultivo bacteriano en un plato de agar, preguntándose si también en este año conseguiremos evitar la autodestrucción.
Pero hay otra explicación que es consistente con todo lo que sabemos. Si hace una gran cantidad de años emergió a 200 años luz de distancia una civilización avanzada viajera de las estrellas y no estuvo antes aquí, no tendría motivos para pensar que en la Tierra haya algo especial. No hay objeto de la tecnología
humana, ni siquiera transmisiones de radio a la velocidad de la luz, que haya tenido tiempo de recorrer 200 años luz. Desde su punto de vista todos los sistemas estelares próximos tienen más o menos igual atractivo para la exploración o la colonización. 4
Una civilización técnica emergente, después de explorar su sistema planetario original y de desarrollar el vuelo espacial interestelar, empezaría a explorar de modo lento y por tanteo las estrellas cercanas. Algunas estrellas carecerán de planetas adecuados: quizás todos serán mundos gaseosos gigantes o diminutos asteroides. Otros contarán con un séquito de planetas adecuados, pero algunos estarán ya habitados o la atmósfera será venenosa o el clima inconfortable. En muchos casos los colonos tendrán que cambiar un mundo o como diríamos en casa, terraformario para hacerlo más adecuado y benigno. La reingenierización de un planeta exigirá tiempo. Ocasionalmente se descubrirá o se colonizará un mundo favorable de entrada. La utilización de los recursos planetarios para construir localmente naves interestelares será un proceso lento. Al final una misión de exploración y colonización en segunda generación partirá hacia estrellas no visitadas todavía. Y de este modo una civilización podrá abrirse paso lentamente entre los mundos, como una enredadera.
Es posible que en una época posterior, con colonias de tercer orden u orden superior desarrollando nuevos mundos, se descubrirá otra civilización independiente en expansión. Es muy posible que hubiera ya contactos por radio o por otros medios remotos. Los recién llegados podrían ser un tipo diferente de sociedad colonial. Es imaginable que dos civilizaciones en expansión de exigencias planetarias diferentes se ignoren mutuamente, y que sus formas afiligranadas de expansión se entrelacen sin entrar en conflicto.
Ambas podrían cooperar en la exploración de una provincia de la Galaxia. Incluso civilizaciones próximas podrían pasar millones de años en empresas coloniales de ese tipo, conjuntas o separadas, sin tropezar nunca con un oscuro sistema solar.
Ninguna civilización puede probablemente sobrevivir a una fase de viajes espaciales si no limita antes su número. Cualquier sociedad con una notable explosión de población se verá obligada a dedicar todas sus energías y su habilidad técnica a alimentar y cuidar de la población de su planeta de origen. Esta conclusión es muy potente y no se basa en absoluto en la idiosincrasia de una civilización concreta. En cualquier planeta, sea cual fuere su biología o su sistema social, un aumento exponencial de población se tragará todos los recursos. En cambio, toda civilización que se dedique a una exploración y colonización interestelar seria tiene que haber practicado durante muchas generaciones un crecimiento cero de población o algo muy próximo a él. Pero una civilización con un rittno lento en el crecimiento de su población necesitará largo tiempo para colonizar muchos mundos, aunque después de encontrar algún fértil Edén se levanten las restricciones que impiden un crecimiento rápido de la población.