3 x 101 km./seg.
Supongamos que una nave espacial acelera a 1 g, acercándose cada vez más a la velocidad de la luz hasta el punto medio del viaje; y que luego se le da la vuelta y desacelera a 1 g hasta llegar a su destino. Durante la mayor parte del viaje la velocidad sería muy próxima a la de la luz y el tiempo se haría enormemente lento. Un objetivo para una misión de cercanías y un sol con posibles planetas es la estrella de Barnard, situada a unos seis años luz de distancia. Se podría llegar a ella en unos ocho años medidos por el reloj de a bordo; al centro de la Vía Láctea, en veintiún años; M3 1, la galaxia de Andrómeda, en veintiocho años. No hay duda que quienes se quedaran en la Tierra verían las cosas de modo distinto. En lugar de veintiún años para llegar al centro de la Galaxia medirán un tiempo transcurrido de 30 000 años. Cuando volvamos a casa no quedarán muchos amigos para damos la bienvenida. En principio un viaje así con los puntos decimales más próximos todavía a la velocidad de la luz nos permitiría dar la vuelta al universo conocido en unos cincuenta y seis años de tiempo de la nave. Regresaríamos a decenas de miles de millones de años en el futuro, y encontraríamos la Tierra convertida en un montón de ceniza y al Sol muerto. El vuelo espacial relativista hace el universo accesible a las civilizaciones avanzadas, pero únicamente a quienes participan en el viaje. No parece que haya ningún modo de conseguir que la información llegue a los que se quedaron en casa a una velocidad superior a la de la luz.
Es probable que los diseños de Orión, Daedalus y el Ramjet Bussard estén más alejados de la nave interestelar auténtica que algún día construiremos que los modelos de Leonardo de nuestros actuales transportes supersónicos. Pero si conseguimos no destruimos creo que algún día nos aventuraremos hacia las estrellas. Cuando hayamos explorado todo nuestro sistema solar, nos harán señas los planetas de otras estrellas.
El viaje espacial y el viaje por el tiempo están relacionados. Podemos viajar rápido por el espacio porque viajamos rápido hacia el futuro. Pero, y del pasado, ¿qué? ¿Podemos volver al pasado y cambiarlo? ¿Podemos lograr que los hechos se desarrollen de modo distinto a lo que dicen los libros de historia? Nos estamos desplazando continuamente hacia el futuro a una velocidad de un día por día. Con naves espaciales relativistas podríamos ir hacia el futuro a mayor velocidad. Pero muchos físicos creen que un viaje al pasado es imposible. Según ellos, aunque dispusiéramos de un aparato capaz de ir hacia atrás en el tiempo, no podríamos hacer nada importante. Si alguien viaja al pasado e impide que sus padres se casen, evitará haber nacido, lo cual es en cierto modo una contradicción, porque es evidente que este alguien existe. Como sucede con la demostración de la irracionalidad de Nr2, o en la discusión de la simultaneidad en relatividad espacial, se trata de un argumento que permite dudar de la premisa porque la conclusión parece absurda.
Pero otros físicos proponen la posible coexistencia, una al lado de otra, de dos historias alternativas, dos realidades igualmente válidas: la que uno conoce y otra en la que uno no ha nacido nunca. Quizás el tiempo tiene muchas dimensiones potenciales, aunque estemos condenados a experimentar sólo una de ellas. Supongamos que pudiéramos ir al pasado y cambiarlo, persuadiendo por ejemplo a la reina Isabel para que no diera su apoyo a Cristóbal Colón.
Esto equivale a poner en marcha una secuencia diferente de acontecimientos históricos, que quienes hemos abandonado en nuestra línea temporal no llegarán a conocer nunca. Si fuese posible este tipo de viaje temporal podría existir en cierto modo cualquier historia alternativa imaginable.
La historia es en su mayor parte un haz complejo de hilos profundamente entretejidos, fuerzas sociales, culturales y económicas difíciles de desenredar. Los acontecimientos pequeños, impredecibles y casuales que en número incontable van fluyendo continuamente, no tienen a menudo consecuencias de largo alcance. Pero algunos acontecimientos, los que tienen lugar en intersecciones críticas o puntos de ramificación, pueden cambiar el aspecto de la historia. Puede haber casos en los que resulte posible provocar cambios profundos mediante ajustes relativamente triviales. Cuanto más lejos esté situado en el pasado este acontecimiento más poderosa podrá ser su influencia: porque el brazo de la palanca del tiempo se hace más largo.
Un virus de poliomielitis es un diminuto microorganismo. Cada día topamos con muchos de ellos. Pero por suerte es un hecho raro que nos infecten y provoquen esta temida enfermedad. Franklin D. Roosevelt, el presidente número treinta y dos de los Estados Unidos, tuvo la polio. Se trata de una enfermedad que deja lisiado y quizás esto hizo que Roosevelt sintiera una mayor compasión por los desvalidos; o quizás aumentó sus ansias de éxito. Si la personalidad de Roosevelt hubiese sido distinta, o si no hubiese tenido nunca la ambición de llegar a presidente de los Estados Unidos, es posible que la gran depresión de los años 1930, la segunda guerra mundial y el desarrollo de las armas nucleares hubiesen tenido un desenlace distinto. El futuro del mundo hubiese podido cambiar. Pero un virus es una cosa insignificante, que mide sólo una millonésima de centímetro. Apenas es nada.
Supongamos en cambio que nuestro viajero del tiempo hubiese convencido a la reina Isabel de que la geografía de Colón era errónea, de que según la estimación por Eratóstenes de la circunferencia de la Tierra Colón no podía alcanzar nunca el Asia. Es casi seguro que en unas pocas décadas otro europeo se habría presentado y habría zarpado hacia el Nuevo Mundo. Las mejoras en la navegación, el incentivo del comercio de las especias y la competencia entre las potencias europeas rivales hacían más o menos inevitable el descubrimiento de América. Como es lógico, hoy no existiría una nación llamada Colombia, ni el Distrito de Columbia ni Columbus, Ohio, ni la Universidad de Columbia en las Américas. Pero el curso general de la historia podría haber sido más o menos el mismo. Para poder afectar el futuro de modo profundo es probable que un viajero del tiempo tuviese que haber intervenido en un número determinado de acontecimientos cuidadosamente escogidos, a fin de cambiar el tejido de la historia.
Es una hermosa fantasía explorar estos mundos que nunca fueron. Si los visitáramos podríamos entender realmente cómo funciona la historia; la historia podría convertirse en una ciencia experimental. Si no hubiese vivido nunca una persona aparentemente decisiva por ejemplo Platón, o Pablo, o Pedro el Grande ¿cómo sería de diferente el mundo? ¿Qué pasaría si la tradición científica de los antiguos griegos jonios hubiese sobrevivido y florecido? Hubiese sido preciso que muchas de las fuerzas sociales de la época fuesen distintas, entre ellas la creencia dominante de que la esclavitud era natural y justificada. Pero ¿qué hubiese sucedido si aquella luz que nacía en el Mediterráneo orienta¡ hace 2 500 años no se hubiese quedado parpadeante? ¿Qué pasaría si la ciencia y el método experimental y la dignidad de los oficios y las artes mecánicas hubiesen sido cultivados vigorosamente 2 000 años antes de la Revolución Industrial? ¿Qué pasaría si se hubiese apreciado de modo más general el poder de este nuevo modo de pensar? A veces imagino que podríamos habernos ahorrado diez o veinte siglos. Quizás las contribuciones de Leonardo hubiesen llegado hace mil años y las de Albert Einstein hace quinientos años. Como es lógico en esta otra Tierra Leonardo y Einstein no habrían nacido nunca. Todo hubiese sido demasiado distinto. En cada eyaculación hay centenares de millones de células esperináticas, de las cuales sólo una puede fertilizar un óvulo y producir un miembro de la siguiente generación de seres humanos. Pero el decidir qué esperma conseguirá fertilizar un óvulo depende de los factores más mínimos e insignificantes, tanto internos como externos. Habría bastado un cambio en una pequeña cosa hace 2 500 años para que ninguno de nosotros estuviera aquí. Habría miles de millones de otras personas viviendo en nuestro lugar.