VII. QUIÉN MATÓ AL CABALLERO
«Las piezas blancas y negras parecían representar divisiones maniqueas entre la luz y la oscuridad, el bien y el mal, en el mismo espíritu del hombre.»
G. Kasparov
– No podía dormir, dándole vueltas… De pronto comprendí que analizaba la única jugada posible -Muñoz puso el ajedrez de bolsillo sobre la mesa; a su lado desplegó el croquis, arrugado y lleno de anotaciones-. Aún así, me resistía a creerlo. Tardé una hora en revisarlo todo otra vez, de arriba abajo.
Estaban en un drugstore que permanecía abierto toda la noche, junto a un ventanal por el que se podía ver la amplia avenida desierta. Apenas había gente en el local: algunos actores de un teatro cercano y media docena de noctámbulos de ambos sexos. Junto a los arcos de seguridad electrónica de la puerta, un vigilante jurado con indumentaria paramilitar bostezaba mirando el reloj.
– Fíjese bien -el ajedrecista indicó el croquis y después el pequeño tablero-. Habíamos reconstruido el último movimiento de la dama negra, que pasó de B2 a C2, pero no sabíamos qué jugada anterior de las piezas blancas la obligó a ello… ¿Recuerda? Al considerar la amenaza de las dos torres blancas, decidimos que la torre que está en B5 pudo venir de cualquiera de las casillas de la fila 5; pero eso no justificaba la huida de la dama negra, pues otra torre blanca, la de B6, ya le estaría dando jaque antes… Pudo ser, dijimos, que la torre comiera una pieza negra en B5. ¿Pero qué pieza? Eso nos detuvo.
– ¿Y qué pieza fue? -Julia estudiaba el tablero; su trazado blanquinegro y geométrico ya no era un espacio desconocido, sino que podía adentrarse en él como por terreno familiar-. Usted dijo que lo averiguaría estudiando las que estaban fuera del tablero…
– Y así lo hice. Estudié una por una las piezas comidas, llegando a una conclusión sorprendente:
– … ¿Qué pieza pudo comerse esa torre en B5?… -Muñoz miró el tablero con ojos de insomnio, como si realmente aún ignorase la respuesta-. No un caballo negro, pues los dos están dentro del tablero… Tampoco un alfil, porque la casilla B5 es blanca, y el alfil negro que mueve en las casillas diagonales blancas no se ha movido de sitio. Está ahí, en C8, con sus dos vías de salida obstruidas por peones que todavía no han sido puestos en juego…
– Tal vez fue un peón negro -sugirió Julia.
Muñoz hizo un gesto negativo.
– Eso me llevó más tiempo descartarlo, porque la posición de los peones es lo más confuso de esta partida. Pero no pudo ser ningún peón negro, porque el que está en A5 procede de C7. Ya sabe que los peones comen en diagonal, y éste comió, presumiblemente, dos piezas blancas en B6 y A5… En cuanto a los otros cuatro peones negros, salta a la vista que fueron comidos lejos de ahí. Jamás pudieron hallarse en B5.
– Entonces, sólo pudo ser la torre negra que está fuera del tablero… La torre blanca tuvo que comérsela en B5.
– Imposible. Por la disposición de las piezas alrededor de la casilla A8, es evidente que la torre negra fue comida ahí, en su sitio original, sin que llegase a mover. Comida por un caballo blanco, aunque en este caso quien se la comió sea lo de menos…
Julia levantó la vista del tablero, desorientada.
– No consigo entenderlo… Eso descarta cualquier pieza negra. ¿Qué es lo que se comió esta torre blanca en B5?
Muñoz sonrió a medias, sin suficiencia alguna. Sólo parecía divertido por la pregunta de Julia, o por la respuesta que iba a dar.
– En realidad, ninguna. No, no me mire así. Su pintor Van Huys era también un maestro a la hora de ofrecer pistas falsas… Porque nadie comió nada en B5 -cruzó los brazos mientras inclinaba la frente sobre el pequeño tablero, quedándose en silencio. Después miró a Julia, antes de tocar la dama negra con un dedo-. Si la última jugada de blanco no fue una amenaza a la dama negra con la torre, eso significa que una pieza blanca tuvo que descubrir, al mover, el jaque de la torre blanca a la dama negra… Me refiero a una pieza blanca que estuviera en B4 o en B3. Van Huys tuvo que reírse mucho para su coleto, al saber que con el espejismo de las dos torres iba a gastarle una buena broma a quien intentara resolver su acertijo.
Julia hizo un lento gesto afirmativo con la cabeza. Una simple frase de Muñoz hacía que un rincón del tablero que hasta entonces parecía estático, sin importancia, se llenara de infinitas posibilidades. Había una magia especial en el modo en que aquel hombre era capaz de guiar a los demás a través del complejo laberinto en blanco y negro del que poseía claves ocultas. Como si fuera capaz de orientarse por una red de invisibles conexiones que discurriesen bajo el tablero dando lugar a combinaciones imposibles, insospechadas, a las que bastaba con referirse para que cobraran vida, apareciendo en la superficie de un modo tan evidente que sorprendía no haberlas visto antes.
– Entiendo -respondió, tras unos segundos-. Esa pieza blanca protegía a la dama negra de la torre. Y, al quitarse de en medio, dejó a la dama negra en jaque.
– Exacto.
– ¿Y qué pieza fue?
– Tal vez pueda averiguarlo usted misma.
– ¿Un peón blanco?
– No. Uno fue comido en A5 o B6, y el otro demasiado lejos. Los demás tampoco han podido ser.
– Pues no se me ocurre nada, la verdad.
– Mire bien el tablero. Podría decírselo yo desde el principio; pero sería privarla de un placer que, supongo, merece… Considérelo con calma -señaló el local, la calle desierta, las tazas del café sobre la mesa-. No tenemos ninguna prisa.
Julia se ensimismó en el tablero. Al cabo de un momento extrajo un cigarrillo sin apartar los ojos de las piezas y esbozó una sonrisa indefinible.
– Creo que lo tengo -anunció, cauta.
– Pues dígalo.
– El alfil que se mueve por las casillas diagonales blancas está en F1, intacto, y no ha tenido tiempo de venir desde su único origen posible, B3, ya que B4 es casilla negra… -miró a Muñoz, esperando una confirmación, antes de seguir adelante-. Quiero decir que habría necesitado, al menos -contó con el dedo sobre el tablero- tres jugadas para ir desde B3 a donde está ahora… Eso significa que no fue el alfil quien dejó a la reina negra en jaque de la torre al moverse. ¿Voy bien?
– Va usted perfectamente. Continúe.
– Tampoco pudo ser la reina blanca, ahora en E1, la que descubriera el jaque. Ni el rey blanco tampoco… En cuanto al alfil blanco que mueve por casillas negras, y está fuera del tablero porque fue comido, nunca pudo estar en B3.
– Muy bien -confirmó Muñoz-. ¿Por qué?
– Porque B3 es casilla blanca. Por otra parte, si ese alfil hubiera movido en diagonal de casillas negras desde B4, todavía lo veríamos en el tablero, y sin embargo no está. Supongo que fue comido mucho antes, en otro momento de la partida.
– Razonamiento correcto. ¿Qué nos queda entonces?
Julia miró el tablero mientras un suave escalofrío le recorría la espalda y los brazos, como si la rozara el filo de un cuchillo. Allí sólo quedaba una pieza a la que aún no se había referido.
– Queda el caballo -dijo, tragando saliva, en voz involuntariamente baja-. El caballo blanco.
Muñoz se inclinó hacia ella, grave.
– El caballo blanco, eso es -permaneció en silencio durante un rato, y ya no miraba al tablero sino a Julia-. El caballo blanco, que movió de B4 a C2, y en ese movimiento descubrió y puso en peligro a la dama negra… Y fue allí, en C2, donde la dama negra, para protegerse de la amenaza de la torre y para ganar una pieza, se comió el caballo -Muñoz calló de nuevo, intentando averiguar si olvidaba algo importante, y luego el brillo de sus ojos se apagó con la misma brusquedad que si alguien hubiese accionado un interruptor. Apartó la mirada de Julia mientras recogía con una mano las piezas y cerraba con la otra el tablero, como si con ese gesto diese por terminada su intervención en el asunto.