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La plaza pronto estará llena. Pero Ricardo Reis pudo encontrar aún un buen sitio, en las gradas de sol, que hoy no importa, todo es sombra y noche, la bondad del sitio está en que no queda demasiado lejos de la tribuna de los oradores, puede verles la cara, y tampoco está tan cerca que le impida la adecuada vista de conjunto. Siguen entrando banderas y sindicatos, todos ellos nacionales, aunque ellas poco lo son, y se entiende, que no necesitamos exagerar el símbolo sublime de la patria para ver que estamos entre portugueses, y de los mejores, sin vanidad sea dicho. Las gradas están llenas, sitio, ahora, sólo hay en la arena, donde los estandartes pueden hacer mejor figura, por eso hay tantos allí. Se saludan conocidos y correlativos, los que allá fuera habían dado vivas al Estado Nuevo, y son muchos, extienden el brazo frenéticamente, se levantan y se sientan sin descanso cada vez que una enseña entra en el ruedo, helos en pie, saludando a la romana, perdonen la insistencia, la de ellos, y la nuestra, o tempora, o mores, tanto se esforzaron Viriato y Sertorio para expulsar de la patria a los imperiales ocupantes, que si imperio no era de derecho, para reconocerlo de hecho debería basta el testimonio de los ocupados, con lo que se esforzaron aquéllos, y ahora vuelve Roma en la figura de sus descendientes, ése es, sin duda, el mejor dominio, comprar a los hombres, y a veces ni es preciso comprarlos, que se ofrecen baratos, a cambio de una tira de paño en el brazo, a cambio del derecho a usar la cruz de cristo, ahora con minúscula, para que el escándalo no sea tan grande. Una banda de música entretiene la espera con los primores de su repertorio. Al fin entran las autoridades, se llena la tribuna, es el delirio entonces, restallan los gritos patrióticos, Portugal, Portugal, Portugal, Salazar, Salazar, Salazar, éste no ha venido, sólo aparece cuando le conviene, en los lugares y a las horas que escoge, el otro, no es raro que esté aquí, porque está en todas partes. A la derecha de la tribuna, en lugares que hasta ahora habían permanecido vacíos, con mucha envidia del gentío doméstico, se han instalado representantes del fascio italiano, con camisas negras y condecoraciones colgando, y al lado izquierdo los representantes nazis, con camisas pardas y brazales con la cruz gamada, y todos extendieron el brazo hacia la multitud, que correspondió con menor habilidad pero con mucha voluntad de aprender, en este momento entran los falangistas españoles, con la ya conocida camisa azul, tres colores distintos y un solo verdadero ideal. La multitud, como un solo hombre, se pone en pie, el clamor sube al cielo, es el lenguaje universal del grito, la babel al fin unificada por el gesto, los alemanes no saben portugués ni castellano ni italiano, los españoles no saben alemán ni italiano ni portugués, los italianos no saben castellano ni portugués ni alemán, los portugueses, en cambio, saben muy bien el castellano, usted para el trato, cuánto vale para las compras, gracias para el obligado, pero estando los corazones de acuerdo un grito basta, Muerte al bolchevismo en todas las lenguas. Trabajosamente se hace el silencio, la banda había rematado la marcha militar con tres porrazos al bombo, y se anuncia ahora al primer orador de la noche, el obrero Gilberto Arroteia, del Arsenal de la Marina, cómo lo convencieron es secreto entre él y su tentación, después vino el segundo, Luis Pinto Coelho, que representa a la Mocidade Portuguesa, y con él empieza a descubrirse la intención última del mitin, pues con palabras muy medidas pidió la creación de milicias nacionalistas, el tercero fue Fernando Homem Cristo, el cuarto Abel Mesquita, de los sindicatos nacionales de Setúbal, el quinto Antonio Castro Fernandes, que más tarde llegará a ministro, el sexto Ricardo Durão, mayor del ejército y de convicción mayor, que semanas después repetirá el discurso de hoy en Évora, y también en la plaza de toros, Estamos aquí reunidos, hermanados en el mismo patriótico ideal, para decir y mostrar al gobierno de la nación que somos testimonio y garantía de la gran gesta lusa y de aquellos antepasados nuestros que dieron nuevos mundos al mundo y dilataron la fe y el imperio, y decimos que al sonido del clarín, o al de las tubas, clamor sin fin, nos reunimos como un solo hombre en torno a Salazar, el genio que ha consagrado su vida al servicio de la patria y, en fin, séptimo en orden pero primero en importancia política, el capitán Jorge Botelho Moniz, que es el de Radio Club Portugués, y éste lee una moción en la que se pide al gobierno la creación de una legión cívica dedicada enteramente al servicio de la nación, tal como Salazar se ha dedicado, no es demasía acompañarlo en la proporción de nuestras flacas fuerzas, ésta sería una excelente ocasión para citar la parábola de los siete mimbres que separados son fácilmente partidos y juntos forman el haz o fascio, dos palabras que sólo en los diccionarios significan lo mismo, y este comentario no se sabe quién lo hizo, aunque no haya duda de quién lo repite. Oyendo hablar de la legión cívica, la multitud se levanta otra vez, siempre como un solo hombre, quien dice legión dice uniforme, quien dice uniforme dice camisa, ahora sólo falta decidir el color, no es cuestión para resolverla aquí en todo caso, para que no nos llamen monos de imitación, no la elegiremos ni negra ni parda ni azul, el blanco se ensucia mucho, el amarillo es desesperación, del rojo Dios nos libre, el violeta es el color del Señor de los Pasos, no queda, pues más que el verde, y es muy bueno el verde, que lo digan si no los garbosos muchachos de la Mocidade que, a la espera de que les llegue el turno de recibir uniforme, no sueñan con otra cosa. El mitin está acabando, se ha cumplido la obligación. Ordenadamente, como es timbre de honor en los portugueses, la multitud va abandonando el recinto, aún hay quien da vivas, pero ya en tono menor, los portaestandartes más cuidadosos enrollan las banderas, las meten en las fundas protectoras, los reflectores principales se han apagado ya, ahora sólo queda la luz suficiente para que los manifestantes no se pierdan por el camino. Fuera, se van llenando los tranvías especiales, y algunos autobuses más lejos, hay colas de público esperando transporte, Ricardo Reis que ha estado todo el tiempo al aire libre, con el cielo encima de la cabeza, siente que necesita respirar, tomar el aire. Desdeña los taxis que aparecen, y que son tomados inmediatamente al asalto y, habiendo asistido a la fiesta pero sin formar parte de ella, cruza la avenida hacia la acera opuesta, como si viniera de otro lugar, era éste su camino, qué coincidencia, de sobra sabemos lo que son estas casualidades. A pie, atraviesa la ciudad entera, no hay ya vestigios de esta patriótica jornada, estos tranvías corresponden a otras líneas, los taxis dormitan en las paradas. De Campo Pequeno al Alto de Santa Catarina hay casi una legua, mucho es para este médico de hábitos sedentarios. Llegó a casa con los pies destrozados, hecho polvo, abrió la ventana para airear la atmósfera sofocante del cuarto, y entonces se dio cuenta de que en todo el camino no había pensado en lo que había visto u oído, creía que sí, que había pensado, pero ahora, cuando quería recordarlo, no encontraba ni una sola idea, una reflexión, un comentario, era como si hubiera sido transportado en una nube, nube él mismo, planeando. Quería ahora meditar, reflexionar, dar una opinión y discutirla consigo mismo, y no lo conseguía, sólo tenía recuerdo y ojos para las camisas negras, pardas, azules, allí, casi al alcance de su mano, aquéllos eran los hombres que defendían la civilización occidental, mis griegos y romanos, qué respuesta daría Don Miguel de Unamuno si lo hubieran invitado a asistir al mitin, quizá habría aceptado, aparecería entre Duro y Moniz, se mostraría a las masas, Aquí me tenéis, hombres de Portugal, pueblo de suicidas, gente que no grita Viva la Muerte, pero vive en ella, no sé qué más deciros aparte de esto, que muy necesitado estoy yo también de alguien que me ampare en estos mis días de flaqueza. Ricardo Reis mira hacia la noche profunda, quien tuviera el arte de averiguar señales en los presentimientos y estados del alma, diría que algo se está preparando. Es muy tarde cuando Ricardo Reis cierra la ventana, en definitiva, no ha sido capaz de pensar nada más que esto, En mi vida vuelvo a un mitin, fue a cepillar la chaqueta y los pantalones, y en este momento notó que de ellos se desprendía un olor a cebolla, qué raro, hubiera jurado que no se había acercado a Víctor.

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