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Badajoz se ha rendido. Estimulado por el telegrama entusiasta de los antiguos legionarios portugueses, el Tercio hizo maravillas, tanto en el combate a distancia como en la lucha cuerpo a cuerpo, señalándose especialmente, hasta mencionarlo en la orden, el valor de los legionarios portugueses de la nueva generación, quisieron mostrarse dignos de sus mayores, y quizá a esto deba añadirse el efecto benéfico que siempre tiene sobre el ánimo la proximidad de los aires patrios. Badajoz se ha rendido. Convertida en un montón de ruinas por los continuados bombardeos, rotas las espadas, embotadas las hoces, destrozados garrotes y cayados, se rindió. El general Mola ha proclamado, Llegó la hora del ajuste de cuentas, y la plaza de toros abrió sus puertas para recibir a los milicianos prisioneros, después las cerró, es la fiesta, las ametralladoras entonan olé, olé, olé, nunca se ha gritado tan alto en la plaza de Badajoz, los minotauros vestidos de dril caen unos sobre otros, mezclando sus sangres, transfundiendo las venas, cuando ya no quede ni uno en pie los matadores irán liquidando a tiros de pistola a los que sólo han quedado heridos, y si alguno ha logrado escapar del tiro de gracia fue para ser enterrado vivo. De tales sucesos no supo Ricardo Reis sino lo que dijeron los diarios portugueses, uno de ellos ilustró incluso la noticia con una foto de la plaza, donde se veían, dispersos, algunos cuerpos, y un carro que allí parecía incongruente, no se llegaba a saber si era un carro de llevar o de traer, si en él habían sido trasladados los toros o los minotauros. El resto lo supo Ricardo Reis por Lidia, que lo había sabido por su hermano, que lo había sabido no se sabe por quién, tal vez un aviso que le vino del futuro, cuando al fin puedan saberse todas las cosas. Lidia ya no llora, dice, Mataron a dos mil, y tiene los ojos secos, pero le tiemblan los labios, los pómulos rojos como llamaradas. Ricardo Reis va a consolarla, la coge del brazo, fue ése su primer gesto, recuérdenlo, pero ella se debate y se suelta, no por rencor, sólo porque hoy no podría soportarlo. Después, en la cocina, mientras lava la vajilla sucia acumulada, da rienda suelta a su llanto, por primera vez se pregunta qué viene a hacer a esta casa, ser criada del señor doctor, asistenta, ni siquiera amante, porque hay igualdad en esta palabra, amante, amante, es igual macho como hembra, y ellos no son iguales, y entonces no sabe ya si llora por los muertos de Badajoz, o si lo hace por esta muerte suya que es sentirse nada. Allá dentro, en el despacho, Ricardo Reis no sospecha lo que está pasando aquí. Para no pensar en los dos mil cadáveres, que realmente son muchos, si Lidia ha dicho la verdad, abrió una vez más The god of the labyrinth, iba a leer a partir de la marca que había dejado, pero lo que leía no tenía sentido, entonces se dio cuenta de que no recordaba lo que el libro contaba hasta allí, volvió al principio, empezó de nuevo, El cuerpo, que fue encontrado por el primer jugador de ajedrez, ocupaba, con los brazos abiertos, las casillas de los peones del rey y de la reina y las dos siguientes, en dirección al campo adversario, y llegado a este punto, dejó la lectura, vio el tablero, campo abandonado, con los brazos extendidos el joven que joven había sido, y luego un círculo inscrito en el cuadrado inmenso, arena cubierta de cuerpos que parecían crucificados en la propia tierra, de uno al otro iba el Sagrado Corazón de Jesús asegurándose de que no quedaban heridos. Cuando Lidia, concluidos sus trabajos domésticos, entró en el despacho, Ricardo Reis tenía el libro cerrado en las rodillas. Parecía dormir. Así expuesto era un hombre casi viejo. Lo miró como si fuera un extraño, luego, sin ruido, se fue. Piensa, No vuelvo más, pero no está segura.

De Tetuán, ahora que ha llegado el general Millán Astray, viene la nueva proclama, Guerra sin cuartel, guerra sin tregua, guerra de exterminio contra la peste marxista, dejando a salvo, claro, los deberes humanitarios, como se desprende de las palabras que el general Franco profirió, Aún no he tomado Madrid porque no quiero sacrificar a la parte inocente de la población, hombre bondadoso, aquí hay alguien que nunca ordenaría, como Herodes, la matanza de los inocentes, esperaría a que crecieran para que no le quedara ese peso en la conciencia y para no sobrecargar de ángeles el cielo. Sería imposible que estos buenos vientos de España no produjeran movimientos afines en Portugal. La partida está iniciada, las cartas sobre la mesa, el juego está claro. Ha llegado la hora de saber quién está a nuestro lado y quién contra nosotros, de obligar al enemigo a mostrarse o, por su propia ausencia y disimulo, llevarlo a denunciarse, al mismo tiempo que contaremos por nuestros cuantos, por mimetismo o cobardía, por exceso de ambición a querer más o de miedo a perder lo poco, se han acogido a la sombra de nuestras banderas. Anunciaron, pues, los sindicatos nacionales la convocatoria de un mitin contra el comunismo, y apenas fue conocida la noticia, traspasó todo el cuerpo social el estremecimiento de los grandes momentos de la historia, se publicaron folletos firmados por asociaciones patrióticas, las señoras, individualmente o reunidas en comisión, compraron entradas y, con vista al fortalecimiento de los ánimos, a la preparación de los espíritus, algunos sindicatos organizaron sesiones de aleccionamiento para sus asociados, lo hicieron los dependientes de comercio y los panaderos, lo hizo la industria hotelera, en las fotos se ve a los asistentes saludando brazo en alto, cada uno ensaya su parte mientras no llega la gran noche del estreno. En todas las sesiones se lee y aplaude el manifiesto de los sindicatos nacionales, vehemente profesión de fe doctrinaria y de confianza en los destinos de la nación, lo que se demuestra con esta recopilación de textos extraídos al azar. No hay duda de que los sindicatos nacionales rechazan con energía el comunismo, no hay duda de que los trabajadores nacionalcorporativos son intransigentemente portugueses y latinocristianos, los sindicatos nacionales piden a Salazar, en suma, grandes remedios para los grandes males, los sindicatos nacionales reconocen, como bases eternas de toda la organización social, económica y política, la iniciativa privada y la propiedad individual dentro de los límites de la justicia social. Y, como la lucha es común e igual el enemigo, fueron falangistas españoles a Radio Club Portugués a hablar al país entero, loaron la plena integración de Portugal en la cruzada de liberación, afirmación que, en verdad, representa una infidelidad histórica, pues todo el mundo sabe que nosotros, portugueses, estamos en cruzada ya hace años, pero los españoles son así, lo quieren todo, ser los amos, hay que andar siempre con ojo cuando de ellos se trata.

En toda su vida Ricardo Reis jamás ha asistido a un mitin. La causa de esta cultivada ignorancia estará en las particularidades de su temperamento, en la educación que recibió, en los gustos clásicos hacia los que se ha venido inclinando, en un cierto pudor también, quien conozca sus versos hallará fácil explicación. Pero este alarido nacional, la guerra civil aquí al lado, quién sabe si el desconcierto del lugar donde van a reunirse los manifestantes, la plaza de toros de Campo Pequen, avivan en su espíritu la pequeña llama de curiosidad, cómo se reunirán millares de personas para oír discursos, qué frases y palabras aplaudirán, cuándo, por qué, y la convicción de unos y otros, los que hablan y los que escuchan, las expresiones de los rostros y de los gestos, para ser hombre de natural tan poco indagador, hay interesantes cambios en Ricardo Reis. Salió temprano para encontrar sitio, y en taxi para llegar antes. Está cálida la noche en este final de agosto. Los tranvías especiales pasan llenos de gente, desbordando, los de dentro interpelan fraternalmente a los que van a pie, algunos, más inflamados de espíritu nacionalista, gritan vivas al Estado Nuevo. Hay banderas de sindicatos, y, como el viento apenas sopla, las agitan los portaestandartes para exhibir colores y emblemas, una heráldica corporativa aún contaminada de tradiciones republicanas, detrás sigue la corporación, el oficio, el arte, en el buen lenguaje gremial de antaño. Al entrar en la plaza, Ricardo Reis, por un reflujo del caudal humano, se encontró confundido con los empleados de banca, todos con cinta azul al brazo con la cruz de Cristo y las iniciales SNB, bien cierto es que la virtud definitiva del patriotismo absuelve todos los excesos y disculpa todas las contradicciones, como ésta de que los de la banca hayan adoptado por señal de reconocimiento la cruz de aquel que, en tiempos pasados, expulsó del templo a los mercaderes y cambistas, primeras ramas de ese árbol, primeras flores de este fruto. Lo que les vale es no ser Cristo como el lobo de la fábula, que ése, aceptando el riesgo de equivocarse, inmolaba a los corderos tiernos a cuenta de los carneros endurecidos en que acabarían convirtiéndose o de los otros que les habían dado el ser. Antes, era todo mucho más sencillo, cualquiera podía ser dios, ahora, nos pasamos la vida interrogándonos sobre si las aguas ya vienen turbias de la fuente o si fueron enlodadas por otras travesías.

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