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Ricardo Reis ahora se levanta tarde. Ha dejado de desayunar, se ha acostumbrado a dominar el apetito matinal hasta el punto de que le parecen recuerdos de otro mundo las bandejas opulentas que Lidia le llevaba a su habitación en los tiempos abundosos del Hotel Bragança. Duerme hasta tarde por la mañana, despierta y vuelve a quedarse dormido y, tras muchas tentativas, consiguió fijar un único sueño, siempre igual, el de alguien que sueña que no quiere soñar, encubriendo el sueño con el sueño, como quien apaga los rastros que ha dejado, las huellas de los pies, las marcas reveladoras, es sencillo, ir arrastrando tras uno la rama de un árbol o una palma, no quedan más que hojas sueltas, agudas flechas, pronto secas y confundidas con el polvo. Cuando se levanta es hora de almorzar. Lavarse, afeitarse, vestirse son actos mecánicos en los que apenas participa la conciencia. Esta cara cubierta de espuma no es más que una máscara de hombre adaptable a cualquier rostro de hombre y, cuando la navaja, poco a poco, va revelando lo que debajo hay, Ricardo Reis se mira perplejo, un tanto intrigado, inquieto, como si temiera que de allí pudiese venirle algún mal. Observa minuciosamente lo que el espejo le muestra, intenta descubrir el parecido de este rostro con otro rostro que habrá dejado de ver hace mucho tiempo, la conciencia le dice que esto no puede ser, basta tener la certeza de afeitarse todos los días, de todos los días ver estos ojos, esta boca, esta nariz, esta barbilla, esta faz pálida, estos apéndices arrugados y ridículos que son las orejas, y, sin embargo, es como si hubiera pasado muchos años sin mirarse, en un lugar sin espejos, ni siquiera en los ojos de alguien, y hoy se ve y no se reconoce. Sale a comer, a veces se encuentra con los viejos que bajan la calle, ellos le saludan, Buenas tardes señor doctor, él corresponde al saludo, Buenas tardes, no sabe cómo se llaman, qué nombre tienen, tanto pueden ser árboles como palmeras. Cuando le apetece va al cine, pero casi siempre vuelve a casa después del almuerzo, el jardín está desierto bajo la bofetada opresiva del sol, el río refulge en reverberaciones que deslumbran los ojos, preso a su piedra el Adamastor va a lanzar un alarido, de cólera por la expresión que le ha dado el escultor, de dolor por las razones que sabemos desde Camões. Como los viejos, Ricardo Reis se acoge a la penumbra de su casa, adonde poco a poco ha vuelto el olor a moho, no basta con que Lidia abra, cuando viene, todas las ventanas, es un olor que parece exhalado por los muebles, por las paredes, la lucha es realmente desigual, y Lidia aparece ahora con menos frecuencia. Al atardecer, con la primera brisa, Ricardo Reis vuelve a salir, va a sentarse en un banco del jardín, ni muy cerca ni muy lejos de los viejos, les ha dado el diario de la mañana, leído ya, es ésa su única obra de caridad, no da limosna de pan porque no se la pidieron, da esas hojas de papel impreso con noticias, a pesar de no haber sido pedidas, decidan cuál de esas dos generosidades sería mayor, si no se omitiese la primera. Si preguntáramos a Ricardo Reis qué estuvo haciendo en casa, solo, durante estas horas, no sabría qué responder, se encogería de hombros. Tal vez no recuerde que estuvo leyendo, que escribió unos versos, que vagó por los pasillos, que estuvo en la parte de atrás del piso mirando los patios, la ropa colgada, sábanas blancas, toallas, los gallineros, animales domésticos, gatos durmiendo encima de los muros, a la sombra, ningún perro, porque realmente estos no son bienes que precisen guardián. Y volvió a leer, a escribir versos, o a corregirlos, rompió algunos que no valía la pena guardar, sólo la palabra es la misma, no lo que significa. Después, esperó a que el calor disminuyera, a que se levantara la primera brisa de la tarde, al bajar por la escalera vio a la vecina de abajo en el descansillo, el tiempo había disipado las maledicencias al trivializar su motivo, toda esta casa es ahora sosiego de prójimos y armonía de vecinos, Qué tal, va mejor su marido, preguntó, y respondió la vecina, Gracias, doctor, fue un milagro, una providencia de Dios, es lo que todos andamos pidiendo, providencias y milagros, aunque sea casualidad que viva un médico casi puerta con puerta y que esté en casa cuando le dio el dolor de estómago, Está más aliviado ahora, Evacuó por arriba y por abajo que fue una bendición de Dios, señor doctor, así es la vida, la misma mano escribe la receta del purgante y el verso sublime, o sólo discreto, Tienes sol si hay sol, ramas si ramas buscas, suerte si la suerte es dada.

Los viejos leen el periódico, ya sabemos que uno es analfabeto, y por eso se complace más en los comentarios, él opina, porque no hay otra manera de equilibrar la balanza, si uno sabe, el otro explica, Hay que ver lo del Seiscientos Loco, tiene gracia, Hace años que lo conozco, cuando aún era conductor de tranvías, la manía que tenía de embestir con el coche contra los carros, Dice aquí que esa manía le valió ir treinta y ocho veces a la cárcel, al fin lo despidieron de tranvías, no había manera de que entrara en razón, Era una guerra, aunque la verdad es que también los de los carros tenían su culpa, iban al paso de la bestia, sin prisa, y el Seiscientos Loco venga a darle al timbre, furioso, echando espumarajos por la boca, hasta que perdía la paciencia y allá iba el carro, catapún, y se armaba el follón, tenía que venir la policía, todos a la comisaría, Ahora el Seiscientos Loco lleva un carro y anda siempre a la greña con sus colegas de antes, que le hacen lo mismo que él hacía, Ya dice el refrán que nadie haga el mal esperando un bien, así puso remate el analfabeto, que por serlo tiene más necesidad de fórmulas de sabiduría condensada, de uso inmediato y efecto rápido, como los purgantes. Ricardo Reis está sentado en el mismo banco, es raro que esto ocurra, pero estaban todos ocupados, y se da cuenta de que los viejos hablan también para él, y pregunta, Y ese mote de Seiscientos Loco, de dónde le vino, a lo que el viejo analfabeta responde, Su número en tranvías era el seiscientos, y le pusieron lo de loco por la manía esa que tenía, y quedó ya El Seiscientos Loco para siempre, un mote bien puesto, no le parece, No hay duda. Volvieron los viejos a la lectura, Ricardo Reis dejó bogar el pensamiento a la deriva, qué mote sería el apropiado para mí, El Médico Poeta, El Ida y Vuelta, Espiritista, Pepe el de las Odas, El Jugador de Ajedrez, El Casanova de las Camareras, Serenata a la Luz de la Luna, de repente, el viejo que estaba leyendo dijo, El Desamparado de la Suerte, era el alias de un robaperas, un ladronzuelo de poca monta, carterista sorprendido en flagrante, y por qué no Ricardo Reis el Desamparado de la Suerte, un delincuente también se puede llamar Ricardo Reis, los nombres no eligen destinos. Lo que a los viejos interesa más son precisamente estas noticias de la cotidianeidad dramática y pintoresca, del timo de la estampita, peleas y agresiones, las horas sombrías, los actos desesperados, el crimen pasional, la sombra de los cipreses, los accidentes mortales, el feto abandonado, el choque de automóviles, la ternera de dos cabezas, la perra que da de mamar a los gatos, ésta al menos no es como Ugolina, que se comió a sus propios hijos. Ahora hablan de Micas Saloia, de nombre verdadero María da Conceição, condenada ciento setenta veces por hurto, y que ya estuvo varias veces en África, y de Judite Meleras falsa condesa de Castelo Melhor, que estafó dos mil quinientos escudos a un teniente de la Guardia Nacional Republicana, dinero que parecerá insignificante dentro de cincuenta años, pero que en estos días sobrios es casi una fortuna, que lo digan si no las mujeres de Benavente que, por un día de trabajo, de sol a sol, gana diez mil reis, vamos a pasarle cuentas a Judite Meleras, que aún no siendo verdadera condesa de Castelo Melhor se metió en el bolsillo, a cambio de lo que sabrá el teniente de la Guardia, doscientos cincuenta días de vida y trabajo de Micas da Borda d’Água, sin contar con los tiempos de paro y falta de pan, que son muchos. Lo demás interesa menos. Se celebró, como estaba anunciado, la fiesta del jockey Club, con muchos miles de asistentes, no es sorprendente que hayamos ido tantos, de sobra sabemos cuál es el gusto portugués por fiestas, romerías y peregrinaciones, hasta Ricardo Reis fue a Fátima pese a ser pagano confeso, y mucho más cuando se trata de una obra de caridad, como ésta, dedicada por entero al bien del prójimo, a los inundados de Ribatejo, entre los cuales, dado que hablamos de ella, está Micas de Benavente, que tendrá su parte en los cuarenta y cinco mil setecientos cincuenta y tres escudos y cinco centavos, que fue todo lo que pudo apurarse, aunque aún las cuentas no están del todo líquidas, pues falta conocer las tasas y sumas por pagar, que no son pocas. Pero valió la pena, vista la calidad y finura de los números de la fiesta, dio un concierto, la banda de la Guardia Nacional Republicana, hicieron carrusel y carga dos escuadrones de caballería de la misma Guardia, evolucionaron patrullas de la Escuela Práctica de Caballería de Torres Novas, hubo derribo por acoso de reses ribatejanas, hablamos de reses, no de hombres, aunque éstos también sean tantas veces acosados y derribados, y nuestros hermanos estuvieron representados, mediante salario, por los garrochistas de Sevilla y Badajoz, venidos a nuestra patria para la ocasión a charlar con ellos y a saber noticias bajaron a la arena los duques de Alba y de Medinaceli, huéspedes del Hotel Bragança, bello ejemplo de solidaridad peninsular se dio allí, no hay nada como ser Grande de España en Portugal.

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