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No hubo milagros. Salió la imagen, dio la vuelta y se recogió, los ciegos siguieron siendo ciegos, los mudos sin voz, los paralíticos sin movimiento, a los amputados no les crecieron los miembros, no disminuyó la desdicha de los tristes, y todos en lágrimas se recriminan y acusan, No fue bastante mi fe, mi culpa, mi máxima culpa. Salió la Virgen de su capilla con tan buen ánimo de hacer algunos hechos milagrosos, pero encontró fieles de fe inestable, en vez de ardientes zarzas trémulas lamparillas, así no puede ser, que vuelvan el año próximo. Empiezan a alargarse las sombras de la tarde, el crepúsculo se aproxima lentamente, también él con paso de procesión, poco a poco el cielo va perdiendo el vivo azul del día, ahora es color perla, pero en aquel lado, el sol, ya oculto tras las copas de los árboles, en las colinas distantes, explota en rojo, naranja y rojo, no es un remolino sino un volcán, parece imposible que todo eso ocurra en silencio en el cielo donde el sol está. Pronto será de noche, se van encendiendo las hogueras, callan los feriantes, los mendigos cuentan sus monedas, bajo los árboles se alimentan los cuerpos, se abren los fardeles desbastados, se muerde el pan duro, se lleva la bota o el pichel a la boca sedienta, esto es común a todos, las variantes del recipiente dependen de los posibles de cada uno. Ricardo Reis hace rancho con un grupo bajo un toldo, sin confianzas, sólo una hermandad ocasional, lo vieron llegar allí con aire de quien va perdido, el maletín en la mano, enrollada al brazo una manta que compró, reconoció Ricardo Reis que al menos un abrigo así le convendría, no fuera a refrescar la noche, y le dijeron, Gusta usted, señor, y él empezó diciendo, No, gracias, pero ellos insistieron, Ande, hombre, mire que es sin cumplidos, y era verdad como luego se vio, era un gran rancho aquel, gente toda de la parte de Abrantes. Este murmullo que se oye en Cova de Iria es tanto de la masticación como de las oraciones que aún siguen, mientras unos satisfacen el apetito del estómago consuelan otros las ansias del alma, luego alternarán aquéllos con éstos. En la oscuridad, a la luz débil de las hogueras, Ricardo Reis no encontrará a Marcenda, tampoco la verá más tarde, en la procesión de las velas, no la encontrará en el sueño, todo su cuerpo es fatiga, frustración, ganas de hundirse. Se ve a sí mismo como a un ser doble, el Ricardo Reis limpio, afeitado, digno, de todos los días, y este otro, también Ricardo Reis, pero sólo de nombre, porque no puede ser la misma persona el vagabundo de la barba crecida, ropas arrugadas, la camisa como un trapo, el sombrero manchado de sudor, los zapatos sólo polvo, pidiéndole uno al otro cuentas de esa locura de venir a Fátima sin fe, sólo por una irracional esperanza, Y si usted la viera, qué le iba a decir, imaginó la cara de tonto que pondría si ella apareciera de pronto con su padre o, peor aún, sola, con ese su aspecto, cree que una joven, aunque defectuosa, se enamora de un médico insensato, no entiende que aquello fueron sentimientos circunstanciales, a ver si se comporta con más cordura, y agradezca a Nuestra Señora de Fátima el no haberla encontrado, si es que realmente vino, nunca imaginé que fuera usted capaz de escenas tan ridículas. Ricardo Reis acepta con humildad las censuras, admite las recriminaciones y, con la vergüenza de verse tan sucio, inmundo, se echa la manta por la cabeza y sigue durmiendo. Allí cerca hay quien ronca tranquilamente, y detrás de aquel olivo grueso se oyen murmullos que no son oraciones, risitas que no suenan como un coro de ángeles, ayes que no parecen de espiritual arrobo. Clarea la mañana, hay madrugadores que se desperezan y se levantan a avivar el fuego, comienza un día nuevo, nuevos trabajos para ganar el cielo.

Mediada la mañana, Ricardo Reis decidió partir. No se quedó al adiós a la Virgen, su despedida estaba ya hecha. Pasó el avión dos veces y lanzó más prospectos de Bovril. El autobús llevaba pocos pasajeros, no le extraña, luego será la gran desbandada. En la curva del camino había una cruz de madera clavada en el suelo. No hubo milagro.

Llenos de fe en Dios y en Nuestra Señora, desde Afonso Henriques a la Gran Guerra, ésta es la frase que obsesiona a Ricardo Reis desde que volvió de Fátima, no recuerda si la ha leído en un periódico o en un libro, si la oyó en una homilía o en un discurso, o si estaba en la propaganda de Bovril, la forma le fascina tanto como el sentido, es una frase elocuente, estudiada para mover los sentimientos y enfervorizar los corazones, receta de sermón, aparte de que, por su expresión sentenciosa, es prueba irrefutable de que somos un pueblo elegido, otros hubo en el pasado, otros habrá en el futuro, pero ninguno por tanto tiempo, ochocientos años de fianza ininterrupta, de intimidad con los poderes celestiales, es verdad que llegamos con retraso a la construcción del quinto imperio, se nos adelantó Mussolini, pero no se nos escapará el sexto, o el séptimo, todo es cuestión de paciencia, y paciencia tenemos de sobra, por natural naturaleza. Que estamos en buen camino es lo que se deduce de la declaración de su excelencia el señor presidente de la República, general Antonio Oscar de Fragoso Carmona, en estilo que bien podría patentarse para formación de futuros supremos magistrados de la nación, dijo así, Portugal es hoy conocido en todas partes y así vale la pena ser portugués, sentencia ésta que no queda muy atrás de la primera, ambas llenas de enjundia, que no nos falte nunca el apetito de universalidad, esa voluptuosidad de andar en bocas del mundo después de haber andado por los mares, aunque sea apenas para jactarnos como el más fiel aliado, no importa de quién, aunque por tan poco nos quieran lo que cuenta es la fidelidad, cómo íbamos a vivir sin ella. Ricardo Reis, que vino de Fátima cansado y quemado del sol, sin nuevas de milagro o de Marcenda, y que pasó luego tres días sin salir de casa, volvió a entrar en el mundo exterior por la puerta grande de la patriótica afirmación del señor presidente. Periódico en mano fue a sentarse a la sombra de Adamastor, estaban allí los viejos viendo llegar los barcos que venían a la tierra prometida de que tanto hablaban las naciones, y no entendían por qué entraban tantos, empavesados, haciendo sonar las festivas sirenas, con la marinería alineada en los combeses en posición de firmes, al fin se hizo la luz en los espíritus de estos vigías cuando Ricardo Reis les dio el periódico ya leído y aprendido, ha valido la pena esperar ochocientos años para sentir el orgullo de ser portugués. Desde el Alto de Santa Catarina ocho siglos te contemplan, oh mar, los dos viejos, el gordo y el flaco, se secan una lágrima furtiva, sintiendo no poder quedarse por toda la eternidad en este mirador viendo entrar y salir los barcos, eso es lo que sienten, no la brevedad de sus vidas. Desde el banco donde está sentado, Ricardo Reis asiste a una escena de amor entre un soldado y una criada, con mucho juego de manos, él pasándose y ella dándole palmaditas excitantes. El día está como para cantarle aleluyas, que son los evoés de quien no es griego, los planteles están cubiertos de flores, todo más que suficiente para sentirse un hombre feliz si el alma no alimenta insaciables ambiciones. Ricardo Reis hace el inventario de las suyas, comprueba que nada ambiciona, que es contento bastante contemplar el río y los barcos que en él hay, los montes y la paz que hay en ellos, y sin embargo no siente dentro de sí la felicidad, sino el sordo roer de un insecto que le muerde sin parar, Es el tiempo, murmura, y luego se pregunta cómo se sentiría ahora si hubiera encontrado a Marcenda en Fátima, si, como se suele decir, hubieran caído el uno en brazos del otro, A partir de hoy no nos separaremos nunca, cuando te creía perdida para siempre comprendí realmente cuánto te amaba, y ella respondía con palabras semejantes, pero luego de decir esto no saben qué más decir, aunque corrieran a meterse tras un olivo y allí, por cuenta propia, repitieran los murmullos, las risitas y los ayes de todos, Ricardo Reis duda, otra vez, de lo que iban a hacer después, vuelve a oír en los huesos la trituración del insecto, No hay respuesta para el tiempo, estamos en él y asistimos, nada más. Los viejos han leído ya el diario, y echan suertes a ver quién se lo lleva a casa, hasta al que no sabe leer le viene bien el premio, este papel es lo ideal para forrar cajones.

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