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Aquella tarde, al entrar en el consultorio le dijo la señorita Carlota, Hay carta para usted, doctor, está en la mesa de su despacho, y Ricardo Reis sintió un golpe en el corazón, o en el estómago, que en estas ocasiones todos perdemos la sangre fría, y no la podemos localizar, a pesar de la pequeña distancia que separa el estómago del corazón, y más estando en medio el diafragma, que tanto se resiente de los latidos de éste como de las contracciones de aquél, Dios, si fuera hoy, con lo que lleva aprendido, haría menos complicado el cuerpo. La carta es de Marcenda, tiene que ser de ella, la ha escrito para decir que no pudo ir a Fátima, o que fue y que lo vio de lejos, que le llamó con el brazo sano, dos veces desesperada, porque él no la veía y porque la Virgen no le había curado el brazo malo, ahora, amor mío, te espero en la Quinta de las Lágrimas, si es que aún me quieres. La carta es de Marcenda, allí está, centrada en rectángulo del secante verde, el sobre, de un violeta desvaído, visto desde la puerta parece blanco, es un fenómeno de óptica, una ilusión, se aprende en el bachillerato, azul y amarillo dan verde, verde y violeta dan blanco, blanco y ansiedad dan palidez. El sobre no es violeta ni viene de Coimbra. Ricardo Reis lo abrió, lentamente, hay una hojita de papel, escrita en pésima caligrafía, letra de médico, Querido colega, por la presente le comunico que, por hallarme felizmente recuperado de mi enfermedad, me haré cargo de la consulta a partir del día uno del próximo mes, aprovecho la oportunidad para expresarle mi profundo reconocimiento por su amabilidad al hacerse cargo de esta sustitución durante mi transitoria incapacidad, al tiempo que formulo votos por que halle rápidamente un lugar que le permita aplicar su gran saber y competencia profesional, había unas cuantas líneas más, pero eran cumplidos y saludos como los que cierran todas las cartas. Ricardo Reis releyó las elaboradas frases, apreció la elegancia del colega, que transforma el favor que le hizo en favor que le ha sido hecho, puede así salir de la clínica con la cabeza muy alta, hasta podrá mostrar la carta como referencia cuando busque trabajo, fíjese, podrá decir, gran saber y competencia profesional, no es una carta de recomendación, es una credencial, un atestado de buenos y leales servicios, como el que un día el Hotel Bragança hará a su ex camarera Lidia si ella los deja para trabajar en otro lado o para casarse. Se puso la bata blanca, mandó entrar al primer enfermo, hay cinco más a la espera, ya no tendrá tiempo de curarlos, ni el estado de salud de ellos es tan grave que, por así decirlo, se le vayan a morir en las manos en estos doce días que faltan para el fin de mes, sírvanos esto al menos de consuelo.

Lidia no ha aparecido. Cierto es que aún no ha llegado su día libre pero, habiéndole advertido que el viaje a Fátima sería sólo de ida y vuelta, y sabiendo que Ricardo Reis podía haber encontrado allí a Marcenda, podía interesarse al menos por su amiga y confidente, si está bien, si se le curó lo del brazo, en media hora llegaba al Alto de Santa Catarina y volvía, o, aún más cerca y más rápido, cuando Ricardo Reis estaba en su consulta en Camões, perdone que venga a interrumpirle el trabajo, sólo quería saber noticias de la señorita Marcenda, si está bien, si se le curó lo del brazo. No vino, no preguntó, de nada sirvió que Ricardo Reis la hubiera besado sin que lo perturbara el fuego de los sentidos, quizá pensó que con ese beso la estaba comprando, si es que tales reflexiones pueden ocurrírsele a gente de baja condición, como es el caso. Ricardo Reis está solo en casa, sale para comer y cenar, ve desde la ventana el río, y a lo lejos Montijo, el montón de pedruscos de Adamastor, los viejos puntuales, las palmeras, baja de tiempo en tiempo al jardín, lee dos páginas de un libro, se acuesta temprano, piensa en Fernando Pessoa, que ya murió, también en Alberto Caeiro, desaparecido en la flor de la edad y de quien tanto se esperaba, en Álvaro de Campos, que se fue a Glasgow, por lo menos eso decía el telegrama, y probablemente va a quedarse allí, construyendo barcos hasta el fin de su vida o hasta que le jubilen, se sienta de vez en cuando en la butaca de un cine, a ver El pan nuestro de cada día, de King Vidor, o Treinta y nueve escalones, con Robert Donat y Madeleine Carrol, y no resistió la tentación de ir al São Luis a ver Audioscópicos, cine en relieve, como recuerdo se trajo a casa las gafas de celuloide que hay que ponerse, verde por un lado, encarnado el otro, estas gafas son un instrumento poético, para ver ciertas cosas no bastan los ojos naturales.

Se dice que el tiempo no se detiene, que nada para su incesante caminata, y se dice con estas mismas palabras, siempre repetidas, y no obstante no falta quien se impaciente con su lentitud, veinticuatro horas para que pase un día, fíjese, y cuando se llega al final se da uno cuenta de que no ha valido la pena, al día siguiente vuelve a ser igual, sería mejor saltar por encima de las semanas inútiles para vivir una sola hora de plenitud, un minuto fulgurante, si es que el fulgor puede durar tanto. Ricardo Reis anda pensando en volverse a Brasil. La muerte de Fernando Pessoa le había parecido suficiente razón para atravesar el Atlántico tras dieciséis años de ausencia, para quedarse aquí, viviendo de la medicina, escribiendo algún poema, envejeciendo, ocupando, en cierto modo, el lugar de aquel que había muerto, aunque nadie se diera cuenta de la sustitución. Ahora duda. Este país no es suyo, si de alguien es, tiene una historia llena de fe sólo en Dios y en Nuestra Señora, es un retrato al minuto, aplastado de facciones, no se le ve el relieve ni siquiera con las gafas de los Audioscópicos. Fernando Pessoa, o eso a lo que da tal nombre, sombra, espíritu, fantasma, pero que habla, oye, comprende, sólo que ya no sabe leer, Fernando Pessoa aparece de vez en cuando para decir una ironía, sonreír benévolo, y luego se va, no valía la pena haber venido por él, está en otra vida pero está igualmente en ésta, cualquiera que sea el sentido de la expresión, ninguno propio, todos figurados. Marcenda ha dejado de existir, vive en Coimbra, en una calle desconocida, consume uno por uno sus días incurables. Tal vez, si a tanto ha llegado su osadía, haya escondido las cartas de Ricardo Reis en un rincón del sótano, o en el forro de un mueble, o en un cajón secreto del que ya su madre se habría servido a escondidas, o, comprándola, en el baúl de una criada que no sabe leer y que parece de fiar, tal vez las relea como quien rememora un sueño del que no quiere olvidarse, sin darse cuenta de que nada hay en común entre el sueño y la memoria de él. Lidia vendrá mañana, porque siempre viene en sus días de descanso, pero Lidia es el aya de Ana Karenina, sirve para arreglar la casa y para ciertas faltas, aunque, ironía suprema, llene con ese poco toda la parte llenable de vacío, para el resto ni el universo entero bastaría, de creer lo que Ricardo Reis piensa de sí mismo. A partir del uno de junio queda sin trabajo, tendrá que volver a recorrer las clínicas en busca de vacante, de una sustitución, sólo para que cueste menos pasar los días, no tanto por el dinero que va a ganar, afortunadamente aún no le falta, hay ahí un fajo intacto de libras inglesas, sin contar con lo que aún no ha retirado del banco brasileño. Juntándolo todo, sería más que suficiente para montar consultorio propio y empezar de raíz con una nueva clientela, ahora sin veleidades de cardiólogo y tisiólogo, limitándose a la buena y ecuménica medicina general de la que en general tanto precisamos. Y hasta podría darle empleo a Lidia para que atienda a los enfermos, Lidia es inteligente, dispuesta, en poco tiempo estaría capacitada, con algo de estudio dejaría de hacer faltas de ortografía, y se libraba de aquella vida de camarera de hotel. Pero esto no es sueño siquiera, sino simple devaneo de quien se entretiene con el pensamiento ocioso, Ricardo Reis no irá a buscar trabajo, lo mejor es volver a Brasil, tomar el Highland Brigade en su próximo viaje, restituir discretamente The god of the labyrinth a su legítimo propietario, nunca O’Brien sabrá cómo ha vuelto a aparecer este libro desaparecido.

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