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Hoy es el último día del plazo que nadie marcó. Ricardo Reis mira el reloj, pasan unos minutos de las cuatro, tiene la ventana cerrada, hay pocas nubes en el cielo, y van altas, si no viene Marcenda no tendrá la fácil justificación de los últimos tiempos, Yo habría ido con mucho gusto, pero llovía tanto, cómo iba a salir del hotel, aun estando ausente mi padre con sus líos, supongo, Salvador el gerente no dejaría de preguntarme, con la confianza que le dimos, Sale usted, señorita Marcenda, con esta lluvia. Una vez, diez veces, miró Ricardo Reis el reloj, las cuatro y media, Marcenda no ha venido y no vendrá, la casa se va oscureciendo, los muebles se ocultan en una penumbra trémula, ahora es posible comprender el sufrimiento de Adamastor. Y como prolongarlo más sería crueldad, suenan en el último minuto dos golpes en el llamador de la puerta. La casa pareció estremecerse de arriba abajo como si una onda sísmica atravesara sus cimientos. Ricardo Reis no corrió a la ventana, y no sabe quién va a entrar cuando sale a la escalera a tirar del alambre, oye a la vecina del piso de arriba abrir la puerta, oye decir, Ah, perdone, creí que había golpeado aquí, es una frase conocida, legada y transmitida por generaciones de vecinas curiosas de la vida ajena, con una pequeña modificación en los términos si la aldaba manual ha sido sustituida por el timbre eléctrico, entonces dicen tocar, en vez de golpear, pero la mentira es la misma. Es Marcenda. Inclinado sobre el pasamanos, Ricardo Reis la ve subir, mediado el primer tramo de escalera mira hacia arriba, como asegurándose de que realmente vive aquí la persona a quien busca, sonríe, él sonríe también, son sonrisas que tienen un destino, no van dirigidas al espejo, ésa es la diferencia. Retrocede Ricardo Reis hacia la puerta, Marcenda sube el último tramo, sólo entonces se da cuenta de que no ha encendido la luz de la escalera, va a recibirla casi a oscuras, y mientras duda sobre lo que debe hacer, encender o no encender, hay otro nivel de pensamiento en que se expresa una sorpresa, cómo fue posible que apareciera tan luminosa la sonrisa de Marcenda, vista desde aquí arriba, ante mí ahora, qué palabras habrá que decir, no puedo preguntar, Cómo va todo, o exclamar plebeyo, Mira quién está aquí, o lamentarme romántico, No la esperaba ya, estaba desesperado, por qué tardó tanto, ella entró, yo cierro la puerta, ninguno ha dicho nada aún, Ricardo Reis le coge la mano derecha, sólo quiere guiarla en este laberinto doméstico, nunca hacia el dormitorio, sería impropio, hacia el comedor sería ridículo, en qué sillas de la amplia mesa se iban a sentar, uno al lado del otro, enfrentados, y cuántos serían, innumerables él, ella, sin duda, no única, vamos pues al despacho, ella en una butaca, yo en otra, entraron ya, están al fin encendidas todas las luces, la del techo, la de la mesa, Marcenda mira alrededor los muebles pesados, las dos estanterías con pocos libros, el secante verde, entonces Ricardo Reis dice, Voy a besarla, ella no respondió, con gesto lento sujetó el codo izquierdo con la mano derecha, qué significado tendrá este movimiento, una protesta, una petición de tregua, una rendición, el brazo así cruzado ante el cuerpo es una barrera, tal vez un rechazo, Ricardo Reis avanzó un paso, ella no se movió, otro paso, casi la toca, entonces Marcenda suelta el codo, deja caer la mano derecha, la nota muerta como la. otra está, la vida que hay en ella se divide entre el violento corazón y las rodillas trémulas, ve el rostro del hombre aproximarse lentamente, siente que se le va formando un sollozo en la garganta, en la suya, en la de él, los labios se rozan, es esto un beso, piensa, pero esto es sólo el principio del beso, la boca de él se aprieta contra la suya, los labios de él abren sus labios, es ése el destino del cuerpo, abrirse, ahora los brazos de Ricardo Reis la ciñen por la cintura y por los hombros, la aprietan contra él, y el seno se comprime por primera vez contra el pecho de un hombre, ella comprende que el beso no ha acabado aún, que en este momento es inconcebible que pueda acabar y volver el mundo del principio, a su primera ignorancia, comprende también que debe hacer algo más que estar de brazos caídos, la mano derecha sube hasta el hombro de Ricardo Reis, la mano izquierda está muerta, o dormida, por eso suena, y en el sueño recuerda los movimientos que hizo en otro tiempo, elige, relaciona, encadena los que, soñando, la alzan hasta la otra mano, ahora ya se pueden entrelazar dedos con dedos, cruzarse por detrás de la nuca del hombre, no debe nada a Ricardo Reis, responde al beso con el beso, a las manos con las manos, lo pensé cuando decidí venir, lo pensé cuando salí del hotel, lo pensé cuando subía aquella escalera y lo vi inclinado sobre el pasamanos, Va a besarme. La mano derecha se retira del hombro, resbala exhausta, la izquierda nunca ha estado allí, y a la altura del cuerpo inicia un movimiento de retracción, el beso ha alcanzado el límite en que ya no puede bastarse a sí mismo, separémonos antes de que la tensión acumulada nos haga pasar al estadio siguiente, el de la explosión de otros besos, precipitados, breves, sofocantes, en que la boca ya no se satisface con la boca, pero a ella vuelve constantemente, quien de besos tenga alguna experiencia sabe que es así, no Marcenda, por primera vez abrazada y besada por un hombre, y ahora se da cuenta, se da cuenta todo su cuerpo dentro y fuera de la piel, que cuanto más se prolongue el beso mayor se hará la necesidad de repetirlo, ansiosamente, en un crescendo sin final posible en sí mismo, será otro el camino, como ese sollozo de la garganta que no crece y no se desata, es la voz la que pide, inaudible, Déjeme, y añade, movida por no sabe qué escrúpulos, como si tuviera miedo de haberle ofendido, Déjeme sentarme. Ricardo Reis la acompaña hasta la butaca, la ayuda, no sabe qué va a hacer luego, qué frase sería conveniente, si recitar una declaración de amor, si pedir simplemente perdón, si arrodillarse a los pies de ella, si quedar en silencio a la espera de que ella hable, todo le parecía falso, deshonesto, la única verdad profunda fue decir, Voy a besarla, y haberlo hecho. Marcenda está sentada, ha posado la mano izquierda en el regazo, bien a la vista, como si la tomara por testigo, Ricardo Reis se sentó también, se miraban, sintiendo ambos su propio cuerpo como una gran caracola murmurante, y Marcenda dijo, No debería decírselo, pero esperaba que me besase. Ricardo Reis se inclinó hacia delante, le cogió la mano derecha, la llevó a sus labios, habló al fin, No sé si la besé por amor o por desesperación, y ella respondió, Nadie me ha besado antes, por eso no sé distinguir entre la desesperación y el amor, Pero, al menos, sabrá lo que sintió, Sentí el beso como el mar debe sentir la ola, si es que estas palabras tienen algún sentido, pero esto es decir lo que siento ahora, no lo que sentí entonces, Estuve esperándola todos estos días, preguntándome qué pasaría si viniese, y nunca pensé que las cosas fueran a ser así, fue al entrar en este despacho cuando comprendí que besarla sería el único acto que tendría algún sentido, y cuando hace un momento le dije que no sabía si la había besado por amor o por desesperación, si en aquel momento supe lo que significaba, ahora ya no lo sé, Quiere decir que, en definitiva, no está desesperado, o que no me ama, Creo que todo hombre ama siempre a la mujer a quien está besando, aunque sea por desesperación, Y qué razones tiene para sentirse desesperado, Una sola, este vacío, Y se queja alguien que puede servirse de las dos manos, Yo no estoy quejándome, digo sólo que es necesario estar muy desesperado para decirle a una mujer, así, como yo dije, voy a besarla, Podría haberlo dicho por amor, Por amor la besaría, no lo diría primero, Entonces no me ama, Me gusta usted, También usted me gusta a mí, Y, no obstante, no nos besamos por eso, Realmente no, Qué vamos a hacer ahora, después de lo que ha ocurrido, Estoy aquí sentada, en su casa, ante un hombre con quien he hablado tres veces en mi vida, he venido a verlo, a hablar con usted y a ser besada, no quiero pensar en nada más, Un día tendremos que hacerlo, Un día quizá, no hoy, Voy a preparar un té, tengo ahí pastas, Le ayudaré, luego tendré que irme, puede llegar mi padre al hotel, preguntar por mí, Póngase cómoda, quítese la chaqueta, Estoy bien así.

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