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Por la mañana, los astros seguían cargados. Como se había olvidado de cerrar las contras, la matinal claridad cenicienta llenaba el cuarto. Tenía ante sí un día largo, una larga semana, todo lo que quería era quedarse tumbado, en la tibieza de las mantas, dejando crecer la barba, volverse musgo, hasta que alguien viniera a llamar a su puerta, Quién es, Soy Marcenda, y él exclamaría alborozado, Un momento, en tres segundos quedaba presentable de barba y pelo, oloroso del baño, vestido de limpio y con el rigor que exige tan esperada visita, Entre, entre, por favor, qué sorpresa tan agradable. No una vez, sino dos, llamaron a su puerta. La primera fue la lechera, para saber si el señor doctor quería que le llevara leche todas las mañanas, luego el panadero, para saber si el señor doctor quería que le llevara el pan todas las mañanas, y a ambos respondió que sí, Entonces, deje usted por la noche la lechera sobre la alfombrilla, Entonces, deje usted por la noche la bolsa del pan en la agarradera de la puerta, Pero quién les dijo que he venido a vivir aquí, Fue la señora del primero, Ah, y el pago, cómo lo haremos, Si quiere, puede pagar por semanas, o al mes, Pues por semanas, Bien, señor doctor, no preguntó Ricardo Reis cómo se habían enterado de que era médico, es ésta una pregunta que más vale no hacer, por otra parte, nosotros oímos a Lidia dándole aquel tratamiento mientras bajaba la escalera, allí estaba la vecina, y oyó también. Con leche, té y pan tierno hizo Ricardo Reis un saludable desayuno, faltaba la mantequilla y la compota, pero estas vienas finísimas pasan bien sin adobo, si la reina María Antonieta, en su tiempo, hubiera tenido un pan así, no habría tenido que alimentarse de brioches. Ahora, sólo falta el periódico, pero hasta eso llegará en su momento. Está Ricardo Reis en el dormitorio, oye el pregón del vendedor, O Século, Noticias, abre rápidamente la ventana, y ahí viene el periódico por los aires, doblado como una carta con secreto, húmedo de la tinta y del tiempo, tal como está no va a dejarlo secar, le queda en los dedos aquel negror viscoso, un poco grasiento, como de grafito, en adelante todas las mañanas llegará este palomo mensajero a llamar a sus cristales, hasta que desde dentro abran, se oye el pregón en el fondo de la calle, después, si tarda la ventana en abrirse, como ocurre casi siempre, sube el periódico por los aires, rodando como un disco, la primera vez golpea, la segunda vuelve, ya apareció Ricardo Reis, abrió de par en par y recibe en los brazos al alado mensajero que trae las noticias del mundo, se inclina sobre el alféizar para decir, Gracias, Manuel, y el vendedor responde, Hasta mañana, señor doctor, pero esto será después, por ahora aún está el acuerdo por combinar, este pago será por meses, con los clientes seguros es así, se ahorra tiempo y el trabajo de andar cobrando unos céntimos cada día, una miseria.

Ahora, esperar. Leer los periódicos, y este primer día también los de la tarde, releer, medir, ponderar y corregir las odas desde el principio, volver al laberinto y a su dios, mirar el cielo desde la ventana, oír hablar en la escalera a la vecina del primero, darse cuenta de que aquellas voces agudas van destinadas a él, dormir, dormitar y despertarse, salir sólo a comer, a la carrera, allí cerca, en una casa de comidas de Calhariz, volver a leer los periódicos ya leídos, las odas enfriadas, a las seis hipótesis de desarrollo de la cuadragésimo nona jugada, pasar ante el espejo, volver atrás para saber si aún está allí quien ante él pasó, decidir que este silencio es insoportable sin una nota musical, que uno de estos días va a comprarse un gramófono, y, para informarse de lo que mejor le conviene busca los anuncios de las marcas, Belmont, Philips, RCA, Philco, Pilot, Stewart-Warner, va tomando notas, escribe super-heterodino sin entender más que lo de super, e incluso así con dudas, y, pobre hombre solitario, se pasma ante un anuncio que promete a las mujeres un pecho impecable en tres o cinco semanas por los métodos parisinos Exuber, de acuerdo con los tres desiderata fundamentales, Bust Raffermer, Bust Developer, Bust Reducer, algarabía anglo-francesa de cuya traducción en resultados se encarga Madame Hélène Duroy, Rue de Miromesnil, que está, naturalmente, en París, donde todas aquellas espléndidas mujeres que allí hay se aplican estos métodos para endurecer, desarrollar y reducir, sucesivamente o al mismo tiempo. Ricardo Reís examina otros miríficos anuncios, el del reconstituyente Banação, el del Vino Nutritivo de Carne, el del automóvil Jowett, el del elixir bucal Pargil, el del jabón Noche de Plata, el del vino Evel, el de las obras de Mercedes Blasco, el de la Selva, el de los Saltratos Rodel, el de las insistentes Cartas de la monja portuguesa, el de los libros de Blasco Ibáñez, el de los cepillos de dientes Tek, el del Veramón calmante, el de la Tintura Novia para el cabello, el de Desodorol para los sobacos, y vuelve luego, resignado a las noticias ya leídas, ha muerto Alexander Glazunov, autor de Stenka Rázine, por Salazar, ese dictador paternal, fueron inaugurados unos comedores en la Fundación Nacional para la Alegría en el Trabajo, Alemania anuncia que no retirará sus tropas de Renania, nuevos temporales causan estragos en Ribatejo, se ha declarado el estado de guerra en Brasil, cientos de personas han sido detenidas, palabras de Hitler, O somos dueños de nuestro destino o perecemos, han sido enviadas fuerzas militares a la provincia de Badajoz donde millares de trabajadores invadieron propiedades rurales, en la Cámara de los Comunes algunos oradores afirman que debe reconocérsele al Reich la igualdad de derechos, nuevas y palpitantes noticias del caso Uceda, ha empezado a filmarse Revolución de Mayo, que cuenta la historia de un forajido que entra en Portugal para hacer la revolución, no aquélla, otra, y es convertido a los ideales nacionalistas por la hija de la dueña de la pensión donde se hospeda clandestino, esta noticia la leyó Ricardo Reis una, dos, tres veces, a ver si liberaba un confuso eco que zumbaba en el fondo recóndito de la memoria, Esto me recuerda algo, pero no lo consiguió en las tres veces, y sólo cuando había pasado ya a otra noticia, huelga general en La Coruña, el tenue murmullo se definió y se hizo claro, ni siquiera se trataba dé un recuerdo antiguo, era la Conspiración, ese libro, esa Marilia, la historia de esa otra conversión al nacionalismo y a sus ideales que, vistas las pruebas que nos dan, sucesivas, tienen en las mujeres actitudes propagandistas con resultados tan magníficos que ya la literatura y el séptimo arte dan nombre y merecimiento a esos ángeles de pureza y abnegación que buscan fervorosamente a las almas masculinas extraviadas, y si perdidas, aún mejor, que ni una se les resiste, ojalá le pongan la mano encima a él, y la mirada purísima bajo la lágrima suspensa, no tienen que mandar citaciones, no interrogan sibilinas, como el director adjunto, no asisten vigilantes como Víctor. Son plurales estas femeninas artes, exceden, multiplicándolas, a todas las demás, ya mencionadas, de endurecer, desarrollar y reducir, y quizá sería más riguroso decir que todas se resumen liminarmente en éstas, tanto en sus sentidos literales como en las decurrencias y concurrencias, incluyendo los arrojos y exageraciones de la metáfora, los libertinajes de la asociación de ideas. Santas mujeres, agentes de salvación, monjas portuguesas, sorores marianas y piadosas, estén donde estén, en conventos o en burdeles, en palacios o en cabañas, hijas de la dueña de pensión o hijas de senador, qué mensajes astrales y telepáticos trocarán entre sí para que, de tan diferentes seres y condiciones, según nuestros terrenales criterios, resulte una acción tan concertada, igualmente conclusiva, rescatarse el hombre perdido, que al contrario de lo que afirma el dicho siempre espera consejos, y, como supremo premio, unas veces le dan su amistad de hermanas, otras el amor, el cuerpo y las conveniencias de la esposa estremecida. Por eso el hombre mantiene viva y perenne la esperanza de la felicidad que vendrá, si viene, en alas del ángel bueno bajado de las alturas y de los altares, porque, en fin, confesémoslo de una vez, todo esto no son más que manifestaciones secundarias del culto mariano, secundinas, si se nos autoriza la palabra, Marilia y la hija de la dueña de la pensión, humanos avatares de la Virgen Santísima, piadosamente mirando y poniendo las manos lenitivas en las llagas físicas y morales, obrando el milagro de la salud y de la conversión. política, la humanidad dará un gran paso hacia delante cuando comiencen a mandar este tipo de mujeres. Ricardo Reis sonreía entretanto mentalmente, y desafiaba estas irreverencias tristes, no es agradable ver a un hombre sonriendo solo, y peor aún si sonríe ante el espejo, la suerte es que haya una puerta cerrada entre él y el mundo. Entonces pensó, Y Marcenda, qué mujer será Marcenda, la pregunta es inconsecuente, mero entretenimiento de quien no tiene con quién hablar, primero habrá que ver si tiene valor para venir a esta casa, luego tendrá que decir, aunque no sepa o no quiera hacerlo con palabras, por qué vino, y para qué, a este lugar cerrado y retirado, que es como una enorme tela de araña en cuyo centro está a la espera la tarántula herida.

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