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Tomaron el té en la cocina, luego Ricardo Reis le enseñó la casa, en el dormitorio no pasaron de la puerta, sólo una mirada, volvieron al despacho, Marcenda preguntó, Ha empezado ya a visitar enfermos, Aún no, montaré posiblemente un consultorio, aunque sea por poco tiempo, cuestión de readaptarme, Será empezar, Eso es lo que todos precisamos, empezar, Ha vuelto a molestarlo la policía, No, y ahora ni saben dónde vivo, Si quieren saber, lo sabrán en seguida, Y su brazo, Mi brazo, basta mirarlo, ya no espero remedio, ahora mi padre, Su padre, Mi padre cree que debo ir a Fátima, dice que si tengo fe puede operarse el milagro, que ha habido otros, Cuando se cree en milagros ya no hay nada que esperar de la esperanza, Lo que creo es que los amoríos de mi padre están llegando al final, han durado mucho, Dígame, Marcenda, en qué cree usted, En este momento, Sí, En este momento sólo creo en el beso que me ha dado Podemos darnos otro, No, Por qué, Porque no tengo la seguridad de que sintiera lo mismo, y ahora, me voy, salimos mañana por la mañana. Ricardo Reis la acompañó, ella le tendió la mano, Escríbame, yo también le escribiré, Hasta dentro de un mes, Si es que mi padre aún quiere, Si no vienen, iré yo a Coimbra, Déjeme marchar ahora, Ricardo, antes de que sea yo quien le pida un beso, Marcenda, quédese, No. Bajó rápidamente la escalera, sin mirar hacia arriba, sonó la puerta de la calle al cerrarse. Cuando Ricardo Reis entró en el dormitorio oyó pasos sobre su cabeza, luego se abrió una ventana, es la vecina del tercero que quiere salir de dudas, por la manera de andar sabrá qué especie de mujer visitó al nuevo inquilino, si le da aire a las caderas, ya se sabe, o mucho me engaño o hay aquí, gran falta de respeto, una casa que siempre ha sido tan sosegada, tan seria.

Diálogo y juicio, Ayer vino una, hoy está ahí otra, dice la vecina del tercero, Por la que estuvo ayer no pondría las manos en el fuego, pero vi llegar a la de hoy, es la que viene a hacerle la limpieza, dice la del primero, Pues no tiene pinta de asistenta, Sí, eso sí, parece más bien criada de gente fina, si no la viera cargada de paquetes, y llevaba jabón de almendra, lo conocí por el olor, y llevaba también unas escobas, yo estaba aquí en la escalera, sacudiendo el felpudo, cuando entró ella, La de ayer era una chica joven, y llevaba un sombrero muy bonito, de estos que se llevan ahora, la verdad es que no paró mucho, qué piensa usted, Francamente, vecina, no sé qué decirle, se mudó hace ocho días y ya han entrado en su casa dos mujeres, Ésta vino a limpiar, es natural, un hombre solo necesita quien le ponga orden en casa, la otra puede ser de la familia, porque tendrá familia, digo yo, Pero lo que me da qué pensar es que en toda la semana él no salió de casa más que a la hora de comer, se habrá dado cuenta supongo, noche y día metido en casa, Y sabía usted ya que es doctor, Lo supe luego, la asistenta lo trató de señor doctor cuando vino el domingo, Será doctor médico, o doctor abogado, Eso no lo sé, pero puede estar tranquila que cuando vaya a pagar el alquiler, como quien no quiere la cosa, lo pregunto, el administrador debe saberlo, Pues si es médico digámoslo, siempre es bueno tener uno en la casa, por si se presenta una necesidad, Con tal que sea de confianza, Voy a ver si cojo un día a la mujer de la limpieza para decirle que tiene que hacer su tramo de escalera todas las semanas, esta escalera siempre ha dado gloria verla, Claro, a ver si va a creerse que vamos nosotras a ser sus criadas, Era lo que faltaba, pues no sabe con quién trata, así terminó la vecina del tercero, y concluyó así el juicio y el diálogo, queda sólo por mencionar la escena muda que fue subir a su casa muy suavemente, pisando de puntillas los peldaños con las zapatillas de orillo, y junto a la puerta de Ricardo Reis se detuvo a la escucha, con el oído pegado a la cerradura, oyó un rumor de agua corriendo, la voz de la asistenta que cantaba en voz baja.

Fue un día de mucho trabajo para Lidia. Había traído una bata, se la puso, se ató el pelo y lo cubrió con un pañuelo, y, remangándose, se lanzó a la tarea con alegría, esquivando los juegos de manos de Ricardo Reis, de pasada, que se creía en el deber de intentar algo, error suyo, falta de experiencia o de psicología, que esta mujer no quiere ahora más placer que este de limpiar, lavar, barrer, ni esfuerzo es para ella de tan habituada como está, y por eso canta, en voz baja para que los vecinos no se sorprendan de las libertades que se toma la asistenta ya el primer día que viene a trabajar a la casa del doctor. Cuando llegó la hora del almuerzo, Ricardo Reis, que durante la mañana había sido sucesivamente desalojado del dormitorio al despacho, del despacho a la sala, de la sala a la cocina, de la cocina al trastero, del trastero al cuarto de baño, y del cuarto de baño para repetir el mismo recorrido en sentido inverso, con rápidas incursiones a dos cuartos vacíos, cuando vio que era la hora de comer y que Lidia no dejaba el trabajo, dijo, con cierto embarazo de voz que encubría una reserva mental, Sabes, no tengo comida en casa, si estas palabras no fueran la mala traducción de un pensamiento, digámoslo de otro modo, si no fueran máscara enmascarada, la frase sería oída así, Voy a comer, pero a ti no te quiero llevar al restaurante, no quedaría bien, y cómo te las vas a arreglar, y ella respondería con las mismas exactas palabras que está pronunciando ahora, que al menos no tiene Lidia dos caras, Vaya a comer, vaya, que yo he traído un cazuelo de sopa del hotel y un trozo de carne guisada, los caliento y comeré como una reina, y no tiene por qué venir en seguida, que andamos aquí tropezando los dos, y diciéndole esto se reía, se limpiaba con el dorso de la mano izquierda el rostro sudado, con la otra colocaba el pañuelo de la cabeza que tenía tendencia a deslizarse. Ricardo Reis le tocó en el hombro, dijo Bueno, pues hasta luego, y salió, iba por medio de la escalera cuando oyó que se abrían las puertas del primero y del tercero, eran las vecinas que venían en coro a decirle a Lidia, Oiga, no se olvide de fregar el tramo de su señor, pero al ver al doctor se metieron rápidamente para dentro, cuando Ricardo Reis llegue a la acera la vecina del tercero bajará al primero y las dos se pondrán a cuchichear, Ay qué susto, Y ha visto cómo deja a la asistenta sola en casa, dónde se han visto esas confianzas, Quizá trabajaba ya para él en la otra casa, Es posible, vecina, es posible, no digo que no, pero también es posible que ahí haya un lío, que los hombres son unos calaveras que todo lo aprovechan, Pero éste es un doctor, Mire vecina, lo mismo es un curandero de mala muerte, y en cuanto a hombres, quien no los conozca que los compre, Pues el mío aún no es de los peores, Y el mío igual, Hasta luego vecina, y no me deje escapar a la mujer esa, Descuide que por aquí no pasa sin que le eche el guante. No fue necesario. Mediada la tarde, Lidia salió al descansillo armada de escoba y pala, de agua y jabón, de estropajo y cepillo, la del tercero abrió suavemente la puerta y se quedó mirando desde arriba, la escalera resonaba con los golpes del cepillo en las tablas de los peldaños, la bayeta absorbía el agua sucia y luego era exprimida en el balde, tres veces renovó Lidia el agua, de arriba abajo de la casa se respira el buen olor del jabón de almendra, no hay nada que decir, esta mujer sabe su oficio, lo reconoce expresamente la del primero, que al fin pudo meter baza con el pretexto de coger el felpudo que había dejado fuera, precisamente cuando Lidia llegaba a su descansillo, Ay, chica, estás dejando una escalera como para comer en ella, menos mal que vino un señor tan escrupuloso al segundo, El señor doctor lo quiere todo muy limpio, es muy exigente, Pues así da gusto, Vaya limpieza, estas dos palabras no las dijo Lidia sino la vecina del tercero, inclinada sobre el pasamanos, hay cierta voluptuosidad, una sensualidad en esta manera de mirar las tablas húmedas, de aspirar el limpio aroma de la madera, una fraternidad femenina en los trabajos domésticos, una especie de mutua absolución, incluso siendo para durar poco, ni tanto como la rosa. Lidia se despidió, cargó con el cubo, el cepillo y las bayetas para arriba, cerró la puerta, rezongó, Vaya con las marranas esas, qué se creerán que son para venirme con consejos. Su trabajo acabó, todo está limpio, ahora puede venir Ricardo Reis si quiere, como hacen las amas de casa detallistas, a pasar el dedo por los muebles, a meter las narices por los rincones, y en este momento se llena Lidia de una gran tristeza, de una desolación, y no es por la fatiga sino porque comprende, aunque no lo pueda expresar con palabras, que ha acabado su papel, que ahora no tiene más que esperar a que llegue el dueño de la casa, él le dirá una frase amable, le dará las gracias, querrá recompensar tanto esfuerzo y cuidado, y ella le escuchará con una sonrisa lejana, recibirá o no el dinero, y luego volverá al hotel, hoy ni siquiera ha ido a ver a su madre, a saber noticias del hermano, y no es que esté arrepentida, pero es como si no tuviera nada suyo. Se quitó la bata, se pone la blusa y la falda, el sudor le enfría el cuerpo. Se sienta en un banco de la cocina, con las manos cruzadas en el regazo, a la espera. Oye pasos en la escalera, la llave que entra en la cerradura, es Ricardo Reis que viene diciendo jovial por el pasillo, Esto es como entrar en el paraíso de los ángeles. Lidia se levanta, sonríe halagada, repentinamente feliz, y luego conmovida porque él se acerca con las manos tendidas, los brazos abiertos, Ay, no me toque, estoy toda sudada, ya me voy, Ni hablar de eso, aún es temprano, te tomas una taza de café, traigo aquí unos pasteles de nata, pero antes tienes que tomar un baño para refrescarte, Pero cómo voy a bañarme en su casa, dónde se ha visto, No se ha visto en ningún sitio, pero se va a ver ahora aquí, haz lo que te digo. Ella no resistió más, no podría, aunque lo impusieran las conveniencias, porque este momento es uno de los mejores de su vida, soltar el agua caliente, desnudarse, entrar lentamente en la tina, sentir los miembros relajados en el confort sensual del baño, usar aquel jabón y aquella esponja, frotarse el cuerpo todo, las piernas, los muslos, los brazos, el vientre, los senos, y saber que al otro lado de aquella puerta la está esperando el hombre, qué estará haciendo, adivino lo que piensa, si entrara aquí, si viniera a verme, y yo desnuda como estoy, qué vergüenza, será quizá por vergüenza por lo que el corazón late tan de prisa, o de ansiedad, ahora sale del agua, todo cuerpo es bello cuando del agua sale chorreante, esto piensa Ricardo Reis, que abrió la puerta, Lidia está desnuda, se tapó con las manos el pecho y el sexo, dice, No me mire, es la primera vez que está así ante él, Váyase, déjeme vestir, y lo dice en voz baja, ansiosa, pero él sonríe, con algo de ternura, con algo de deseo, con algo de malicia, y dice, No te vistas, sécate sólo, le ofrece la gran toalla abierta, le envuelve el cuerpo, luego sale, va al dormitorio y se desnuda, la cama está recién hecha, con ropas limpias, huelen las sábanas a nuevo, entonces entra Lidia, sostiene aún la toalla por delante ella, con ella se esconde, no tenue cendal pero la deja caer al suelo cuando se acerca a la cama, al fin aparece valerosamente desnuda, hoy es día de no tener frío, por dentro y por fuera todo su cuerpo arde y es Ricardo Reis quien tiembla, se acerca infantilmente a ella, por primera vez están ambos desnudos, después de tanto tiempo, siempre acaba por llegar la primavera, ha tardado, pero así será más grata. En el piso de abajo, encaramada en dos banquetas altas de cocina sobrepuestas, con riesgo de caída y hombro dislocado, la vecina intenta descifrar los ruidos confusos, como una madeja de sonidos, que atraviesan el techo, tiene la cara roja de curiosidad y excitación, los ojos brillantes de vicio reprimido, así viven y mueren estas mujeres, vaya con el doctor y la fulana esa, o quién sabe si en definitiva será sólo el honrado trabajo de volver y batir colchones, aunque no parezca eso precisamente a su legítima suspicacia. Media hora más tarde, cuando Lidia salió, la vecina del primero no se atrevió a abrir la puerta, que hasta el descaro tiene límites, se contentó con acechar felina, ojo de halcón, por la mirilla, imagen rápida y leve que pasó envuelta en olor de hombre como una coraza, que es ése el efecto, en nuestro cuerpo, del olor de otro. Ricardo Reis, allá arriba, en su cama, cierra los ojos, en este minuto puede aún añadir al placer del cuerpo satisfecho el placer delicado y precario de la soledad recuperada, rodó su cuerpo hacia el lugar que Lidia había ocupado, extraño olor este, común, de animal extraño, no de uno u otro sino de ambos, enmudezcamos nosotros, que no somos parte.

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