Литмир - Электронная Библиотека
A
A

En pocos minutos llegó Ricardo Reis al Alto de Santa Catarina. Sentados en el mismo banco estaban dos viejos mirando al río y se volvieron cuando oyeron pasos, uno le dijo al otro, Ése es el tipo que estuvo aquí hace tres semanas, no necesitó añadir detalles, el otro asintió, El de la chica. Naturalmente, muchos otros hombres y mujeres han venido por aquí, de paso o con demora, pero los viejos saben de qué hablan, es un error pensar que con la vejez se pierde la memoria, que sólo la memoria antigua se conserva y poco a poco aflora como ocultas frondas cuando las aguas van bajando, hay una memoria terrible en la vejez, la de los últimos días, la imagen final del mundo, el último instante de la vida, Era así cuando la dejé, no sé si va a seguir siendo así, dicen los viejos cuando llegan al lado de allá, y han de decirlo éstos, pero la imagen de hoy no es la última. En la puerta de la casa que estaba por alquilar había un papel que informaba, Razón, el administrador, vivía en la Baixa, tenía tiempo, Ricardo Reis corrió al Calhariz, tomó un taxi, volvió acompañado de un hombre gordo, Sí señor, soy el administrador, que tenía la llave, subieron, éste es el piso, amplio, cómodo, para una familia numerosa, muebles de caoba oscura, cama honda, armario alto, comedor completo, el aparador, la vitrina para la plata o la loza, depende de los posibles, la mesa extensible, y el despacho, de palosanto tallado, la encimera de la mesa forrada de paño verde, como las de billar, gastada en los cantos, la cocina, el cuarto de baño rudimentario pero aceptable, sin embargo, todos los muebles están desnudos y vacíos, no hay piezas de loza, sábanas ni toallas, Aquí vivía una mujer de edad, viuda, fue a vivir con los hijos, se llevó sus cosas, la casa se alquila sólo con los muebles. Ricardo Reis se acercó a la ventana, a través de los cristales sin visillos vio las palmeras de la plaza, el Adamastor, los viejos sentados en el banco, y el río sucio de barro allá lejos, los barcos de guerra con la proa apuntando a tierra, por ellos no se sabe si la marea está subiendo o bajando, si paramos aquí un poco lo veremos, Cuánto es el alquiler y la fianza, en media hora, si no menos, con un discreto regateo, se pusieron de acuerdo, el administrador ya había visto que trataba con un hombre digno y de posición, Mañana puede pasar usted por mi despacho para tratar del arrendamiento, le dejo ya la llave, doctor, la casa es suya. Ricardo Reis le dio las gracias, se empeñó en pagar una fianza por encima de lo que suele acordarse en estas transacciones, el procurador hizo allí mismo un recibo provisional, se sentó a la mesa del despacho, sacó la estilográfica decorada en oro, hojas y ramajes estilizados, en el silencio de la casa se oía sólo el roce sobre el papel, la respiración un poco sibilante, asmática, del hombre, Ya está, aquí lo tiene, no necesita molestarse, yo tomo un taxi, supongo que querrá quedarse aún un momento disfrutando de su nueva casa, comprendo, uno le coge cariño a las casas, la señora que vivía aquí, pobrecilla, no puede imaginar lo que lloró el día de la marcha, no había quien la consolara, pero la vida es así, la enfermedad, la viudez, lo que ha de ser, ha de ser, y además tiene mucha fuerza, bueno, le espero mañana. Solo ahora, con la llave en la mano, Ricardo Reis recorrió de nuevo toda la casa, no pensaba, sólo miraba, después fue a la ventana, la proa de los barcos miraba hacia arriba, señal de que bajaba la marea. Los viejos continuaban sentados en el mismo banco.

Aquella noche Ricardo Reis le dijo a Lidia que había alquilado un piso. Ella vertió algunas lágrimas, de pena por no poderlo tener ya ante sus ojos a todas horas, exageración suya, de su pasión, pues en todas no lo podía ver, sólo en las nocturnas y con la luz apagada, por causa de los espías, en las otras, matutinas o vesperales, sólo de modo fugitivo, o fingiendo un respeto excesivo en presencia de testigos, ofreciendo así un espectáculo a la mala intención, a la espera, por ahora, de una oportunidad para desquitarse. El la confortó, No te preocupes, nos veremos en tus días de fiesta, con más calma, eso, claro, si quieres tú, palabras éstas que de antemano conocían la respuesta, Cómo no voy a querer, ya se lo he dicho, y cuándo se cambia para su casa, Cuando esté en condiciones, muebles hay ya, pero falta todo lo demás, ropas, vajilla, no necesito muchas cosas, lo mínimo para empezar, unas toallas, sábanas, mantas, después, poco a poco iré poniendo el resto, Si la casa ha estado cerrada, habrá que hacer una limpieza a fondo, iré yo, De ninguna manera, buscaré a una mujer del barrio, No lo permito, me tiene a mí, no tiene por qué llamar a nadie, Eres una buena chica, Soy como soy, y ésta es una frase de las que no admiten réplica, cada uno de nosotros debía de saber muy bien quién es, por lo menos no nos han faltado consejos desde griegos y latinos, conócete a ti mismo, admiremos a esta Lidia, que parece no tener dudas.

Al día siguiente, Ricardo Reis fue de tiendas, compró dos juegos completos de ropa de cama, toallas de manos y de baño, afortunadamente no tenía que preocuparse del agua, del gas y de la luz, que no habían sido cortados por las respectivas compañías, Si no quiere hacer contratos nuevos pueden seguir a nombre del anterior inquilino, esto le dijo el administrador, y él se mostró de acuerdo. También compró algunas cacerolas y cazos, cafetera, tazas y platillos, servilletas, café, té y azúcar, lo preciso para el desayuno, pues la comida y la cena las haría fuera. Le divertían estas tareas, recordando sus primeros tiempos en Río de Janeiro, cuando, sin ayuda de nadie, se había lanzado a trabajos semejantes de instalación doméstica. En un intervalo de estos trabajos escribió una breve carta a Marcenda, le daba la nueva dirección, por coincidencia extraordinaria muy cerca, allí mismo, del lugar en que se habían encontrado, es así el mundo, los hombres, como los animales, tienen su terreno de caza, su corral o gallinero, su tela de araña, y esta comparación es una de las mejores, también la araña lanzó un hilo hasta Porto, otro hasta Río, pero fueron simples puntos de apoyo, referencias, pilares, bloques de amarre, en el centro de la tela es donde se juegan la vida y el destino, los de la araña y los de las moscas. Hacia la caída de la tarde tomó Ricardo Reis un taxi, fue de tienda en tienda recogiendo los bienes adquiridos, a última hora les unió unas pastas secas, unas frutas escarchadas, galletas también, la maría, la tostada, la de ararut. Lo llevó todo a la Rua de Santa Catarina, llegó en el momento en que los dos viejos se recogían a sus casas, allá en las profundidades del barrio, mientras Ricardo Reis retiraba los paquetes y los subía, en tres viajes, no se apartaron de allí, vieron encenderse luces en el segundo piso, Mira, va a vivir en casa de doña Luisa, y no se alejaron hasta que el nuevo inquilino apareció en una ventana, tras los cristales, se fueron nerviosos, excitados, ocurre a veces, hay cosas que rompen la monotonía de la existencia, parecía que habíamos llegado al final del camino y resulta que era sólo una curva abierta a otro paisaje y a nuevas curiosidades. Desde su ventana sin cortinas Ricardo Reis miraba el ancho río, apagó la luz del cuarto para ver mejor, cayó del cielo una polvareda de luz cenicienta que se oscurecía al posarse, sobre las aguas tranquilas se deslizaban los barcos que unen las dos orillas, ya con los fanales encendidos, bordeando los navíos de guerra, y, casi ocultándose tras el perfil de los tejados, una fragata que se dirige al dique, como un dibujo infantil, tarde tan triste que del fondo del alma ascienden las ganas de llorar, aquí mismo, con la frente apoyada en el cristal, separado del mundo por la niebla de la respiración condensada en la superficie lisa y fría, viendo cómo poco a poco se diluye la figura retorcida de Adamastor, pierde sentido su furia contra la figurilla verde que lo desafía, invisible desde aquí y sin más sentido que él. Se había cerrado la noche cuando salió Ricardo Reis. Cenó en la Rua dos Correeiros, en un restaurante de primer piso, techo bajo, solo entre hombres que estaban solos, quiénes serían, qué vidas serían las suyas, por qué atraídos a este lugar, masticando el bacalao o la merluza cocida, el bistec con patatas, casi todos con vino tinto, más compuestos de traje que de modos, golpeando el vaso para llamar al camarero, hurgando con minucia y voluptuosidad con el palillo entre los dientes o retirando con la pinza formada por el pulgar y el índice la piltrafa de carne, fibra a fibra, renitente, alguno eructa, dan huelgo al cinto, se desabrochan el chaleco, alivian los tirantes. Ricardo Reis pensó, Ahora todas mis comidas van a ser así, con este ruido de cubiertos, estas voces de los camareros gritando hacia dentro, Sopa a la tres, o Media de calamares, manera abreviada de encargar media ración, las voces son opacas, lúgubre la atmósfera, en el plato frío cuaja la grasa, aún no han quitado la mesa de al lado, hay manchas de vino en el mantel, restos de pan, un pitillo mal apagado, ah, qué diferente es la vida en el Hotel Bragança, aunque no sea de primera clase, Ricardo Reis siente una violenta añoranza de Ramón, a quien no obstante volverá a ver al día siguiente, hoy es jueves, se irá el sábado. Sabe, no obstante, Ricardo Reis lo poco que valen nostalgias de este tipo, es cuestión de hábito, el hábito se pierde, el hábito se adquiere, lleva tan poco tiempo en Lisboa, menos de tres meses, y ya Río de Janeiro le parece el recuerdo de un pasado antiguo, tal vez de otra vida, no la suya, otra de las innumerables y, pensando así, admite que a esta misma hora esté Ricardo Reis cenando también en Porto, o almorzando en Río, o en cualquier otro lugar de la tierra si la dispersión fue tan lejos. No había llovido en todo el día, puede hacer sus compras con todo sosiego, sosegadamente está ahora volviendo al hotel, cuando llegue le dirá a Salvador que se va el sábado, nada más sencillo, me voy el sábado, pero se siente como el adolescente a quien, por negarse su padre a darle la llave de casa, se atreve a cogerla, fiándose de la fuerza que suelen tener los hechos consumados.

37
{"b":"125152","o":1}