Литмир - Электронная Библиотека
A
A

En los días siguientes Ricardo Reis anduvo en busca de casa. Salía de mañana, volvía por la noche, comía y cenaba fuera del hotel, le servían de información las páginas de anuncios del Diário de Notícias, pero no avanzaba nada, los barrios alejados del centro estaban muy lejos de sus gustos y conveniencias, le horrorizaría ir a vivir, por ejemplo, más allá de la Rua dos Herois de Quionga, en Moraes Soares, donde habían inaugurado unas casas económicas de cinco o seis habitaciones, realmente baratas de alquiler, entre ciento sesenta y cinco y doscientos cuarenta escudos mensuales, pero no creía que se las alquilaran, y tampoco las querría, tan distantes de la Baixa y sin vistas al río. Buscaba, preferentemente, pisos amueblados, y se comprende, un hombre solo, cómo se las iba a arreglar para comprar el mobiliario, las ropas, las vajillas, sin tener a mano un consejo de mujer, pues nadie imaginará a Lidia entrando y saliendo con el doctor Ricardo Reis de esos establecimientos, opinando, pobrecilla, y Marcenda, aunque estuviera aquí y consintiera su padre, qué sabrá ella de la vida práctica, de casas sólo entiende de la suya, que suya en verdad no es, en el sentido exacto de la palabra mío, por ser por mí y para mí hecha. Y éstas son las dos mujeres que Ricardo Reis conoce, ninguna más, fue exageración de Fernando Pessoa el haberle llamado Don Juán. En definitiva, puede no ser tan fácil dejar el hotel. La vida, cualquier vida, crea sus propios lazos, diferentes en una y en otra, establece una inercia que le es intrínseca, incomprensible para quien desde fuera, críticamente, observa según leyes suyas, a su vez inaccesibles al entendimiento del observado, en fin, contentémonos con lo poco que fuimos capaces de comprender de la vida de los otros, ellos nos lo agradecerán y quizá nos lo retribuyan. Salvador no es de los unos ni de los otros, lo ponen nervioso las prolongadas ausencias de su huésped, tan fuera de sus primeros hábitos, ya pensó en ir a hablarle al amigo Víctor, pero en el último instante lo contuvo un sutil recelo, verse metido en historias que, si acaban mal, podían incluso salpicarlo también o peor. Redobló sus atenciones hacia Ricardo Reis, desorientando así al personal, que no sabe ya cómo ha de comportarse, perdónenos estos triviales pormenores, de todo hay que hablar.

Son así las contradicciones de la vida. Por estos días hubo noticias de que han detenido a Luis Carlos Prestes, ojalá no venga la policía a buscar a Ricardo Reis para preguntarle si lo conoció en Brasil o si fue paciente suyo, por estos días denunció Alemania el Pacto de Locarno y ocupó Renania, tanto amenazó que acabó haciéndolo, por estos días fue inaugurada en Santa Clara una fuente, con entusiasmo delirante de los moradores, que hasta ahora no tenían más remedio que abastecerse de las bocas de riego, fue una fiesta bonita, dos criaturas inocentes, niño y niña, llenaron dos cántaros de agua, se oyeron entonces muchos aplausos, muchos vivas, noble pueblo, inmortal, por estos días llegó a Lisboa un rumano llamado Manoilesco, que dijo a su llegada, La nueva idea que se extiende ahora por Portugal me ha hecho cruzar sus fronteras con el respeto de un discípulo y la profunda alegría de un creyente por estos días proclamó Churchill que Alemania es hoy la única nación europea que no teme la guerra, por estos días fue declarado ilegal el partido fascista Falange Española, y detenido su jefe José Antonio Primo de Rivera, por estos días se publicó Desesperanza humana de Kierkegaard, por estos días, en fin, se estrenó en el Tívoli la película Bozambo que muestra el benemérito esfuerzo de los blancos por acabar con el terrible espíritu guerrero de los pueblos primitivos, por estos días, y Ricardo Reis no ha hecho otra cosa más que buscar casa día tras día. Ya empieza a perder la esperanza, hojea desalentado los periódicos, que todo lo dicen menos lo que él quiere, dicen que murió Venizelos, dicen que Ortins de Bettencourt dijo que un internacionalista no puede ser militar ni siquiera puede ser portugués, dicen que llovió ayer, dicen que crece en España la oleada roja, dicen que por siete escudos y medio se puede comprar las Cartas de la Monja Portuguesa, pero no dicen dónde está la casa que precisa. Pese a los buenos modos de Salvador, se le ha hecho irrespirable la atmósfera del Hotel Bragança, tanto más cuanto que, al marchar de allí, no va a perder a Lidia, ella se lo ha prometido, garantizando así la satisfacción de las conocidas necesidades. De Fernando Pessoa se ha acordado poco, como si su imagen se fuera desvaneciendo con el recuerdo que de él tiene, o mejor, es como un retrato expuesto a la luz que le va difuminando las facciones, o una corona mortuoria con sus flores de trapo cada vez más pálidas, él lo dijo. Nueve meses, falta saber si serán tantos. Fernando Pessoa no ha aparecido, será capricho suyo, mal humor, despecho sentimental, o porque, muerto, no puede escapar de las obligaciones de su estado, es una hipótesis, en definitiva nada sabemos de la vida del más allá, y a Ricardo Reis, que bien podía habérselo preguntado, no se le ocurrió, nosotros, los vivos, somos egoístas y duros de corazón. Van pasando los días, monótonos, cenicientos, se anuncian nuevos temporales en Ribatejo, inundaciones mortales, ganado arrastrado por la corriente, casas que se desmoronan y vuelven al barro con que fueron hechas, de los cultivos ni rastro, sobre el inmenso lago que cubre las orillas sólo apuntan algunas copas redondas de sauces llorones, las lanzas desgreñadas de los fresnos y de los chopos, en las ramas altas se prenden los matojos de heno arrancados, los cañizos, cuando bajen las aguas la gente podrá decir, la inundación llegó hasta ahí, y parecerá imposible. Ricardo Reis no es víctima ni testigo de estos desastres, lee las noticias, contempla las fotografías. Imágenes de la tragedia, es el título, y le cuesta trabajo creer en la paciente crueldad del cielo que, teniendo tantos modos de llevarnos de este mundo, tan gustosamente escoge el hierro y el fuego, y esta excesiva agua. Lo vemos aquí recostado en una butaca de la sala de estar, con la estufa encendida, en este confort de hotel, y si no tuviéramos el don de leer en los corazones no sabríamos qué dolorosos pensamientos lo ocupan, la miseria del prójimo, muy próximo, a cincuenta, ochenta kilómetros de distancia, y yo aquí, pensando en el cielo cruel y en la indiferencia de los dioses, que es todo una mismísima cosa, mientras oigo a Salvador dar orden a Pimenta para que vaya a buscar periódicos españoles, mientras reconozco los pasos ya inconfundibles de Lidia, que sube las escaleras hacia el segundo piso, y luego me distraigo, paso las páginas de anuncios, mi constante obsesión, se alquilan casas, sigo directamente la columna con el índice, cuidado, no esté Salvador acechando y me sorprenda, de repente me detengo, vivienda amueblada, Rua de Santa Catarina, traspaso, y delante de los ojos, tan nítida como las fotografías de la inundación, surge ante mí la imagen de aquella casa, el segundo piso con papeles en los balcones, aquella tarde de la cita con Marcenda, cómo pudo írseme así de la memoria, ahora mismo iré, pero tranquilo, no hay nada más natural, he acabado de leer el Diário de Notícias, lo doblo cuidadosamente, así lo he encontrado así lo dejo, no soy de esos que abandonan las hojas dispersas, y me levanto, le digo a Salvador, Voy a dar una vuelta, no llueve, qué explicación daría si me la exigieran, y cuando esto piensa descubre que su relación con el hotel, con Salvador, es una relación de dependencia, se mira a sí mismo y vuelve a verse alumno de los jesuitas, infringiendo la disciplina y la regla sin más razón que el hecho de que existan regla y disciplina, ahora peor, porque no tiene el simple valor de decir, Pst, Salvador, voy a ver una casa, si me conviene dejo el hotel, estoy harto de usted y de Pimenta y de todos, excepto de Lidia, claro, que bien merecería otra vida. No dice tanto, dice sólo, Hasta luego, y es como si pidiera disculpas, la cobardía no se declara sólo en el campo de batalla o ante una navaja abierta apuntando a las trémulas vísceras, hay gente que tiene un valor gelatinoso, no tiene culpa de eso, ha nacido así.

36
{"b":"125152","o":1}