Литмир - Электронная Библиотека
A
A

En el comedor, el maître Afonso, Afonso es su nombre, lo acompañó hasta la mesa, retrasándose medio paso más de los que es pragmática y costumbre, pero Ramón, que en los últimos días lo había servido también como de lejos, y se apartaba de inmediato para servir a otros huéspedes menos tiñosos, se entretuvo un poco vertiendo el cucharón de caldo de gallina, Un olorcito capaz de despertar a un muerto, señor doctor, y realmente sería así, tras aquel olor de cebolla todo olor es perfume, Hay una teoría de los olores aún por definir, pensó Ricardo Reis, qué olor tenemos nosotros en cada instante y para quién, para Salvador aún apesto, Ramón me soporta ya, para Lidia, oh engaño suyo y mal olfato, estoy ungido de rosas. Al llegar había cambiado un saludo con don Lorenzo y don Alonso, y también con don Camilo, llegado hacía tres días, a pesar de las tentativas de abordaje se han refugiado en una discreta reserva, lo que va sabiendo de la situación en España es lo que allí oye, de mesa a mesa, o lo que dicen los periódicos, felicísimas siembras de cizaña, con alusiones explícitas a la oleada de propaganda comunista, anarquista y sindicalista de que son víctimas en todas partes la clase obrera, los soldados y los marineros, ahora entendemos mejor por qué fue llamado Ricardo Reis a la sede de la Policía de Vigilancia y Defensa del Estado, y en este momento quiso él recordar el rostro del director adjunto que lo interrogó, pero no lo consigue, sólo ve un anillo de piedra negra en el meñique de la mano izquierda, y, con esfuerzo, entre la niebla, una cara redonda y pálida como una hogaza que estuvo en el horno menos tiempo del debido, no logra distinguirle los ojos, quizá no los tuviera, quizá estuvo hablando con un ciego. Salvador aparece en la puerta, discretamente, para ver cómo funciona el servicio, pues el hotel es ahora internacional, y durante el rápido examen tropezaron sus ojos con los de Ricardo Reis, sonrió de lejos al cliente, sonrisa diplomática, lo que él quiere saber es qué ha pasado en la policía. Don Lorenzo está leyéndole a don Alonso una noticia del diario Le Jour, francés de París, en la que se llama al jefe del gobierno portugués, Oliveira Salazar, hombre enérgico y sencillo, cuya clarividencia y sensatez han dado a su país prosperidad y un sentimiento de orgullo nacional, Algo así necesitaríamos nosotros, comenta don Camilo, y levanta el vaso de vino tinto, inclina la cabeza en dirección a Ricardo Reis, que agradece con una inclinación semejante, aunque orgullosa, para no desmentir a Le Jour y a causa de Aljubarrota que Dios guarde. Salvador se retira confortado, con gran paz de espíritu, más tarde, o mañana, le dirá el doctor Ricardo Reis qué pasó en la Rua Antonio María Cardoso, y, si no le dice nada, o le parece que no lo dice todo, no faltarán otras vías para llegar a la buena fuente, un conocido suyo que trabaja allí, un tal Víctor. Y si las noticias son tranquilizadoras, si Ricardo Reis está exento de culpa o limpio de sospechas, volverán los días felices, sólo tendrá que sugerirle, con delicadeza y tacto, la máxima discreción en este asunto de Lidia, por el buen nombre, doctor, sólo por el buen nombre, eso le dirá. Aún más justo juicio haríamos de la magnanimidad de Salvador si pensáramos en lo bien que le iría que quedara vacío el cuarto doscientos uno, donde cabría una familia entera de Sevilla, un grande de España, por ejemplo el duque de Alba, y sólo al pensarlo siente un escalofrío en la columna vertebral. Ricardo Reis acabó de almorzar, saludó y dos veces correspondió al saludo, los exiliados estaban aún saboreando el queso de la sierra, salió, hizo un gesto a Salvador, dejándolo transido de esperanzas, con ojos húmedos de perro implorativo, y subió al cuarto con prisa por escribir a Marcenda, lista de correos, Coimbra.

Llueve fuera, en el vasto mundo, con tan denso rumor es imposible que, a esta misma hora, no esté lloviendo por la tierra entera, va el globo vertiendo aguas por el espacio, como peonza zumbadora, Y el oscuro ruido de la lluvia es constante en mi pensamiento, mi ser es la invisible curva trazada por el son del viento, que sopla desaforado, caballo sin freno y suelto, de invisibles cascos que baten por esas puertas y ventanas, mientras dentro de este cuarto, donde sólo oscilan, levemente, los visillos, un hombre rodeado de oscuros y altos muebles escribe una carta, componiendo y adecuando su relato para que lo absurdo logre parecer lógico, la incoherencia rectitud perfecta, la flaqueza fuerza, la humillación dignidad, el temor satisfacción, que tanto vale lo que fuimos como lo que desearíamos haber sido, ojalá nos hubiéramos mostrado así nosotros cuando fuimos llamados, que saberlo es haber hecho ya la mitad del camino, basta que recordemos esto y que no nos falten las fuerzas cuando sea preciso andar la otra mitad. Vaciló Ricardo Reis sobre el vocativo que debía emplear, una carta, en definitiva, es un acto delicadísimo, la fórmula escrita no admite medios términos, distancia o proximidad afectivas tienden a una determinación radical que, en un caso u otro, acentuará el carácter, ceremonioso o cómplice, de la relación que dicha carta establezca y que acaba por ser, siempre, y en cierta decisiva manera, un modo de relación paralelo a la relación real, divergentes. Hay equívocos sentimentales que justamente se iniciaron así. Claro está que Ricardo Reis no admitió siquiera la hipótesis de tratar a Marcenda de muy señora mía, o distinguida señorita, que a tanto no llegaban sus escrúpulos de etiqueta, pero, tras eliminar esta fácil impersonalidad, se encontró sin léxico que no fuera peligrosamente familiar, íntimo, por ejemplo mi querida Marcenda, por qué suya, querida, por qué, es cierto que también podría escribir, mi pequeña Marcenda, o mi cara Marcenda, y lo intentó, pero lo de pequeña le pareció ridículo, y lo de cara aún más, y después de romper algunas hojas se encontró con el simple nombre, por él nos debíamos tratar todos, llamaos los unos a los otros, para eso mismo nos fue dado nombre y lo conservamos. Entonces escribió, Marcenda, conforme me pidió y le prometí, le doy noticia, habiendo escrito estas pocas palabras se detuvo a pensar, luego continuó, dio las noticias, ya fue dicho cómo, componiendo y adecuando, uniendo partes, llenando vacíos, si no dijo la verdad, y mucho menos toda, dijo una verdad, lo que importa por encima de todo es que esta verdad haga felices a quien escribe y a quien lea, que ambos se reconozcan y confirmen en la imagen dada y recibida, imagen ideal, imagen que por otra parte quizá sea la única, pues en la policía no quedó auto de las declaraciones capaz de dar fe en juicio, fue sólo una conversación, como tuvo a bien aclarar el director adjunto. Verdad es que estuvo presente Víctor, que fue testigo, pero ése ya no lo recuerda todo, y mañana recordará menos aún, tiene otros asuntos que tratar, y más importantes. Si un día llega a ser contada la historia de este caso, no se encontrará más testimonio, sólo la carta de Ricardo Reis, si entretanto no se pierde, que es lo más probable, pues hay papeles que mejor es no guardarlos. Otras fuentes venideras serán más dudosas, por apócrifas, aunque verosímiles, y desde luego no coincidentes entre sí, y todas con la verdad de los hechos, que ignoramos, quién sabe si, faltándonos todo, no tendremos que inventar una verdad, un diálogo de cierta coherencia, un Víctor, un director adjunto, una mañana de lluvia y viento, una naturaleza compasiva, falso todo, y verdadero. Acabó Ricardo Reis su carta con palabras de respetuosa estima, sinceros votos de buena salud, debilidad de estilo que se le perdona, y, en posdata, tras momentánea vacilación, le advirtió de que quizá no lo encontrara aquí en su próxima visita a Lisboa, porque empezaba a sentirse incómodo en este hotel, a cansarse de esta rutina, y que necesitaba tener casa suya, abrir consultorio, ya es hora de saber hasta dónde pueden profundizar mis nuevas raíces, todas ellas, estuvo a punto de subrayar estas dos últimas palabras pero prefirió dejarlas así, con la transparencia de su ambigüedad, si realmente dejo el hotel le escribiré a la misma dirección, lista de correos, Coimbra. Releyó, dobló y cerró la carta, luego la escondió entre los libros, mañana la llevará al correo, hoy, con este temporal, felices quienes tienen un techo, aunque sólo sea el del Hotel Bragança. Se acercó Ricardo Reis a la ventana, apartó las cortinas, apenas distinguía lo que había fuera, la lluvia seguía cayendo violentamente en medio de una nube de agua, luego ni eso, se empañaban los cristales con el vaho, entonces, bajo el resguardo de las persianas, abrió la ventana, ya se está inundando el Muelle de Sodré, el quiosco de tabaco y aguardiente es una isla, el mundo se soltó del muelle, partió a la deriva. Abrigados en la puerta de una taberna, al otro lado de la calle, fuman dos hombres, habrían bebido ya, lían sus pitillos de mataquintos, lentamente, pausados, mientras hablan de sabe Dios qué metafísicas, tal vez de la lluvia que no los deja ir al Tajo, al cabo de un rato se metieron de nuevo en la taberna, si tenían que esperar, aprovecharían al menos el tiempo bebiendo un vaso más. Otro hombre, vestido de negro y sin sombrero, se asomó a valorar los astros y luego desapareció también, ahora debe de estar en el mostrador, Llene, dijo, entiéndase el vaso, no un astro, el tabernero no tuvo dudas. Ricardo Reis cerró la ventana, apagó la luz, se sentó en la butaca, con una manta tendida sobre las rodillas, oyendo el oscuro y monótono ruido de la lluvia, este ruido es verdaderamente oscuro, tenía razón quien lo dijo. No se durmió, tiene los ojos muy abiertos, envuelto en la penumbra como un gusano de seda en su capullo, Estás solo, nadie lo sabe, calla y finge, murmuró estas palabras, en otro tiempo escritas, y las despreció porque no expresaban la soledad, sólo el decirlas, también al silencio y al fingimiento, por no ser capaces más que de decir, porque ellas no son, las palabras, aquello que declaran, estar solo, querido señor, es mucho más que conseguir decirlo y haberlo dicho. Al caer la tarde bajó al primer piso, quería, conscientemente, ofrecer a Salvador la oportunidad que ansiaba, tarde o temprano tendrían que hablar de este asunto, más vale que sea yo quien decida cuándo y cómo, No, señor Salvador, no, todo fue perfectamente, estuvieron muy amables, la pregunta se la hizo con toda delicadeza, Señor doctor, y cómo fue al fin lo de esta mañana, lo molestaron mucho, No, qué va, todo fue perfectamente, estuvieron muy amables, sólo querían unos certificados de nuestro consulado en Río de Janeiro, tendrían que habérmelos dado, ya sabe qué es eso, cosas de la burocracia. Salvador pareció aceptar la explicación por buena, ya lo veremos, en su fuero interno dudaba aún, escéptico como quien mucho ha visto en el hotel y en la vida, mañana saldrá de dudas, le preguntará a su amigo Víctor, o conocido, Comprende, Víctor, tengo que saber a quién tengo en el hotel, y Víctor responderá cauteloso, Amigo Salvador, ojo con ése, nuestro director adjunto me dijo después de interrogarle, Este doctor Reis no es lo que parece, aquí hay un misterio, hay que tenerle el ojo encima, no, sospechas concretas no tenemos, es sólo, por ahora, una impresión, fíjate si recibe correspondencia, Por ahora, ni una carta, Hasta eso es extraño, tendremos que dar una vuelta por lista de correos, y encuentros, los tiene, En el hotel, con nadie, En fin, si le parece que hay moros en la costa, avíseme. Por culpa de esta conversación secreta volverá al día siguiente a cargarse la atmósfera, todo empleado del hotel ajusta la mirada por el fusil que Salvador apunta, en una atención tan constante que con sobrada justificación llamaríamos vigilancia, hasta las buenas tardes de Ramón se han enfriado, y Felipe rezonga, claro que hay una excepción, ya se sabe, pero ésa, pobrecilla, no puede hacer más que inquietarse, y mucho, pues Pimenta dijo hoy, y se reía el muy ruin, que esta historia aún va a dar mucho qué hablar, que quien viva verá, Cuénteme lo que pasa, por favor, yo guardaré secreto, No pasa nada, todo eso son sólo disparates de quien no tiene más que hacer que meter las narices en las vidas ajenas, Serán disparates, serán, pero nos van a amargar la vida, digo la suya, no la nuestra, No te preocupes, cuando deje el hotel se acaban las historias, Se va, no me había dicho nada, Más tarde o más temprano tenía que ser, no iba a quedarme aquí el resto de mi vida, Y nunca lo volveré a ver, y Lidia, que apoyaba la cabeza en el hombro de Ricardo Reis, dejó caer una lágrima, la notó él, No llores, la vida es así, nos encontramos, nos separamos, quizá mañana te cases, Casarme yo, ya me ha pasado la edad, y para dónde va, Pondré casa, tengo que encontrar una que me sirva, Si quiere, Si quiero qué, Puedo ir a verle los días de salida, no tengo nada más en la vida, Lidia, por qué, por qué me quieres así, No sé, quizá por lo que acabo de decir, porque no tengo nada más en la vida, Tienes a tu madre, a tu hermano, seguro que has tenido novios, volverás a tenerlos, más de uno, eres guapa, y un día te casarás, tendrás hijos, Quizá sí, pero hoy, todo lo que tengo es esto, Eres una buena chica, No ha respondido a lo que le pregunté, Qué fue, Si quiere que vaya a su casa en mis días de salida, Lo quieres tú, Sí, lo quiero, Entonces vendrás, hasta que, Hasta que encuentre a alguien de su educación, No era eso lo que iba a decir, Pues cuando eso pase, dígame Lidia, no vuelvas más a mi casa, y no volveré, A veces no sé bien quién eres, Soy una camarera de hotel, Pero te llamas Lidia y dices las cosas de una manera, Cuando una se pone a hablar, así, con la cabeza apoyada en su hombro, como estoy ahora, las palabras salen diferentes, hasta yo me doy cuenta, Me gustaría que encontraras un día un buen marido, También a mí me gustaría, pero cuando oigo a las otras mujeres, a las que dicen que tienen buenos maridos, me da qué pensar, Crees que no son buenos maridos, Para mí, no, Qué es entonces para ti un buen marido, No sé, Eres difícil de contentar, Qué va, me basta con lo que tengo ahora, estar aquí acostada, sin ningún futuro, Seré siempre tu amigo, Nunca sabemos qué va a pasar mañana, No crees que serás siempre mi amiga, Oh, yo, es otra cosa, Explícate mejor, No sé explicarlo, si supiera explicar esto lo sabría explicar todo, Explicas mucho más de lo que crees, Pero si soy una analfabeta, Sabes leer y escribir, Mal, leer todavía, pero escribiendo hago muchas faltas. Ricardo Reis la estrechó contra él, ella lo abrazó, la conversación los había ido aproximando lentamente con una indefinible conmoción, casi un dolor, por eso fue tan delicadamente hecho lo que hicieron después, todos sabemos qué.

35
{"b":"125152","o":1}