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Quien diga que la naturaleza se muestra indiferente a los dolores y preocupaciones de los hombres es que no sabe ni de hombres ni de naturaleza. Un disgusto, por pasajero que sea, una jaqueca, incluso de las más soportables, trastornan inmediatamente el curso de los astros, perturban la regularidad de las mareas, retrasan el nacimiento de la luna, y, sobre todo, desajustan las corrientes del aire, el sube y baja de las nubes, basta con que falte el último céntimo a los escudos reunidos para el pago de la letra, y los vientos se levantan, se abre el cielo en cataratas, es la naturaleza toda compadeciéndose del afligido deudor. Dirán los escépticos, esos que hacen profesión de dudar de todo incluso sin pruebas en contra o a favor, que la proposición es indemostrable, que una golondrina errada no hace primavera, que se equivocó de estación y nada más, pero no reparan en que de otro modo no podría entenderse el continuo mal tiempo desde hace meses, o años, que antes no estábamos nosotros aquí, los vendavales, los diluvios, las inundaciones, ya se ha hablado suficiente de la gente de esta nación como para reconocer en sus aflicciones la explicación de la irregularidad de los meteoros, pero conviene recordar a los olvidadizos la rabia de aquellos alentejanos, la viruela de Lebução y Patela, el tifus de Valbom, y, para que no todo sean enfermedades, las doscientas personas que viven en tres pisos en una casa de Miragaia, que está en Porto, sin luz para alumbrarse, durmiendo amontonados, despertando a gritos, las mujeres en cola para vaciar los orinales, el resto compóngalo la imaginación, que para algo ha de servir. Ahora bien, siendo todo como irrefutablemente queda demostrado, se entiende que esté el tiempo con este desafuero de árboles arrancados, de tejados arrastrados por el viento, de postes telegráficos derribados, Ricardo Reis va a la policía con el alma inquieta, sosteniendo el sombrero con la mano para que el tifón no se lo lleve si acaba lloviendo con la misma proporción que sopla, no lo quiera Dios. El viento desmandado viene del sur, Rua do Alecrim arriba, siempre es una beneficencia, y mejor que la de los santos, que sólo hacia abajo saben ayudar. Del itinerario tenemos ya derrotero suficiente, doblar aquí, en la iglesia de la Encarnación, sesenta pasos hasta la otra esquina, no hay pérdida, otra vez el viento, ahora soplando de frente, será él quien no le deja andar, serán los pies que se niegan al camino, pero este hombre es la puntualidad en persona, y aún no habían dado las diez y ya entra por aquella puerta, muestra el papel que de aquí le mandaron, debe comparecer y comparece, está sombrero en mano, por un instante grotescamente aliviado de que ya no le moleste el viento, lo mandaron subir al primero y al primero subió, lleva la citación como una vela, apagada, pero sin ella no sabría adonde dirigirse, dónde poner los pies, este papel es un destino que no puede ser leído, como un analfabeto a quien mandaran al verdugo llevando una orden, Córtese la cabeza al portador, y él va, tal vez cantando porque el día ha amanecido bueno, tampoco la naturaleza sabe leer, cuando el hacha separe la cabeza del cuerpo se revolucionarán los astros, demasiado tarde. Está Ricardo Reis sentado en un banco corrido, le han dicho que espere, ahora se siente desamparado porque se han quedado con la citación, hay más gente allí, si esto fuera un consultorio médico ya estarían charlando unos con otros, yo vengo por lo de los pulmones, lo mío es del hígado, o de los riñones, pero nadie sabe dónde estará el mal de estos que esperan, están callados, si hablaran dirían, De repente parece que me encuentro mejor, puedo irme, sería una pregunta, ya se ve, también el mejor alivio para los dolores de muelas es la espera en el dentista. Pasó media hora sin que vinieran a buscar a Ricardo Reis, se abrían y cerraban puertas, se oían timbres de teléfonos, dos hombres se pararon allí cerca, uno rió a carcajadas, Ni sabe lo que le espera, y luego desaparecieron ambos tras una mampara, Estarían hablando de mí, se preguntó Ricardo Reis, y sintió una crispación en el estómago, al menos ahora sabemos de qué se queja. Se llevó la mano al bolsillo del chaleco para sacar el reloj y ver qué hora era, cuánto tiempo llevaba esperando, pero dejó el gesto truncado, no quería que notaran su impaciencia. Lo llamaron al fin, no en voz alta, un hombre entreabrió la mampara, hizo un ademán con la cabeza y Ricardo Reis se precipitó, pero luego, por dignidad instintiva, si dignidad es instinto, frenó el paso, era el rechazo que estaba a su alcance, disfrazado. Siguió al hombre, que olía intensamente a cebolla, por un largo corredor, con puertas a un lado y otro, todas cerradas, el guía, al fondo, llamó con los nudillos a una de ellas, la abrió, ordenó, Entre, entró también, un hombre sentado ante una mesa escritorio le dijo, Quédate, podemos necesitarte, y, dirigiéndose a Ricardo Reis, indicando una silla, Siéntese, y Ricardo Reis se sentó, ahora con irritación nerviosa, con un malhumor desarmado, Esto lo hacen para intimidarme, pensó. El de la mesa cogió la citación, la leyó lentamente como si nunca en su vida hubiera visto un papel semejante, luego la dejó cuidadosamente sobre el secante verde, le lanzó aún la última mirada como quien, para no cometer un error, toma todas las precauciones, y, ahora sí, Su identificación, por favor, dijo, Por favor, y estas dos palabras mitigaron el nerviosismo de Ricardo Reis, bien es verdad que con buena educación se logra todo. Sacó de la cartera el carné de identidad, para entregarlo se levantó un poco de su silla, al hacer estos movimientos le cayó al suelo el sombrero, se sintió ridículo, otra vez nervioso. El hombre leyó el carné línea por línea, comparó el retrato con la cara que tenía ante él, tomó unas notas, luego colocó el documento cerrado al lado de la citación, con el mismo cuidado, Un maníaco, pensó Ricardo Reis, pero, en voz alta, respondiendo a una pregunta, Sí señor, soy médico y llegué de Río de Janeiro hace dos meses, Estuvo siempre alojado en el Hotel Bragança desde que llegó, Sí señor, En qué barco vino, En el Highland Brigade, de la Mala Real Inglesa, desembarqué en Lisboa el veintinueve de diciembre, Viajó solo o acompañado, Solo, Está casado, No señor, no estoy casado, pero les agradecería me dijeran por qué razón me han llamado, qué motivos hay para que me hagan venir a la policía, a ésta, nunca creí, Cuántos años vivió en Brasil, Salí para Río de Janeiro en mil novecientos diecinueve, las razones, me gustaría saberlas, Responda sólo a lo que le pregunto, deje las razones para mí, será la manera de que todo vaya bien entre nosotros, Sí señor, Ya que estamos hablando de razones, hubo alguna especial para que se fuera a Brasil, Emigré, nada más, En general los médicos no emigran, Pues yo emigré, Por qué, no tenía enfermos aquí, Tenía enfermos, pero quería conocer Brasil, trabajar allí, sólo eso, Y ahora ha vuelto, Sí, he vuelto, Por qué, Los emigrantes portugueses a veces vuelven, De Brasil casi nunca, Yo he vuelto, Le iba mal allí, Al contrario, tenía un buen consultorio, Y volvió, Sí, volví, Para hacer qué, si no ejerce la medicina, Cómo sabe que no ejerzo la medicina, Lo sé, Por ahora no ejerzo, pero pienso abrir un consultorio, echar raíces aquí de nuevo, éste es mi país, Quiere decir que de pronto ha sentido nostalgia, después de dieciséis años de ausencia, Así es, pero tengo que insistir en que no entiendo la razón de este interrogatorio, No es un interrogatorio, como puede comprobar sus declaraciones no son registradas, Pues lo entiendo menos aún, Sentí curiosidad, quise conocerlo, un médico portugués que se ganaba bien la vida en Brasil y que vuelve dieciséis años después, que está alojado en un hotel desde hace dos meses, que no trabaja, Ya le he explicado que pienso montar un consultorio, Dónde, Aún no lo sé, tengo que buscar un lugar conveniente, no es cosa que se pueda decidir a la ligera, Dígame otra cosa, conoció a mucha gente en Río de Janeiro, en otras ciudades brasileñas, No viajé mucho, mis amigos eran todos de Río, Qué amigos, Sus preguntas se centran en mi vida privada, no tengo obligación de responder, o, en caso contrario, exijo la presencia de mi abogado, Tiene abogado, No lo tengo, pero puedo contratar los servicios de uno, Los abogados no entran en esta casa, aparte de eso, usted, doctor, no ha sido acusado de ningún crimen, esto es sólo una conversación, Será una conversación, pero no he sido yo quien la ha buscado, y, a tenor de las preguntas que me hace, parece más una indagación que una conversación, Volvamos al asunto, quiénes eran esos amigos suyos, No respondo, Doctor Ricardo Reis, si yo estuviera en su lugar respondería, es mucho mejor así, evitaríamos complicar demasiado el caso, Portugueses, brasileños, personas que empezaron buscándome como médico, y luego vienen las relaciones que impone la vida social, de nada sirve decir aquí nombres que usted no conoce, Ése es su error, conozco muchos nombres, Pues no diré ninguno, Muy bien, tengo otras maneras de saberlo si es preciso, Como quiera, Había militares entre esos amigos suyos, políticos, Nunca me relacioné con gente de esas profesiones, Ningún militar, ningún político, No puedo asegurar que alguno no me haya ido a ver como médico, Pero de ésos no se hizo amigo, Casualmente no, De ninguno, Exactamente, de ninguno, Singular coincidencia, La vida está hecha de coincidencias, Estaba en Río de Janeiro cuando la última revuelta, Sí, estaba allí, No cree que es otra coincidencia singular el que haya regresado a Portugal inmediatamente después de una intentona revolucionaria, Tan singular como que el hotel donde me alojo esté lleno de españoles después de las elecciones celebradas en España, Ah, quiere decir entonces que ha huido de Brasil, No ha sido eso lo que he dicho, Ha comparado su caso con el de los españoles que han venido a Portugal, Ha sido sólo para mostrar que siempre hay una causa para un efecto, Y su efecto, qué causa tuvo, Ya se lo he dicho, añoraba mi país, decidí volver, Quiere decir que no regresó por miedo, Miedo, a qué, Miedo a ser molestado por las autoridades de allá, por ejemplo, Nadie me molestó ni antes ni después de la revolución, A veces las cosas exigen tiempo, también nosotros lo hemos llamado aquí cuando lleva ya dos meses en la ciudad, Y aún no sé por qué me han llamado, Dígame una cosa, si hubiesen ganado los revoltosos, habría vuelto o se habría quedado, La razón de mi regreso, como le he dicho, no tiene nada que ver con política ni con revoluciones, por otra parte, no ha sido ésa la única revolución que hubo en Brasil mientras allí viví, Es una buena respuesta, pero las revoluciones no son todas iguales ni quieren todas lo mismo, Soy médico, no sé ni quiero saber nada de revoluciones, a mí sólo me interesan los enfermos, Ahora poco, Ya volverán a interesarme, Tuvo alguna vez problemas con las autoridades durante el tiempo que residió en Brasil, Soy persona pacífica, Y, aquí, reanudó amistades a su llegada, Dieciséis años bastan para olvidar y ser olvidado, No ha respondido a mi pregunta, Estoy respondiendo, olvidé y fui olvidado, no tengo amigos aquí, Nunca pensó en nacionalizarse brasileño, No señor, Cree que el Portugal de hoy es diferente al Portugal que usted dejó, No puedo responder, no he salido aún de Lisboa, Y Lisboa, la encuentra distinta, Dieciséis años traen muchos cambios, Hay paz en las calles, Sí, me he dado cuenta, El Gobierno de la Dictadura Nacional ha puesto al país a trabajar, No lo dudo, Hay patriotismo, dedicación al bien común, todo se hace por la nación, Felizmente para los portugueses, Felizmente para usted, que es también uno de ellos, No rechazaré la parte que me corresponda en la distribución de beneficios, veo que van a crear centros para distribuir sopa a los pobres, Usted, doctor, no es pobre, Puedo serlo algún día, Muy para largo va su augurio, Gracias, pero si esto ocurre, volveré a Brasil, En Portugal no va a haber revoluciones tan pronto, la última fue hace dos años y acabó muy mal para quienes se metieron en ella, No sé de qué me habla, a partir de este momento no tengo más respuestas que darle, Es igual, ya he hecho todas las preguntas, Puedo retirarme, Puede, aquí tiene su carné de identidad, Víctor, acompañe al señor hasta la puerta, Víctor se aproximó, Venga conmigo, le salió por la boca el olor a cebolla, Cómo es posible, pensó Ricardo Reis, tan temprano y con este olor, será lo que toma para desayunar. En el pasillo, dijo Víctor, Estaba viendo que el señor doctor enfadaba al director adjunto, menos mal que lo ha cogido de buen humor, Enfadarle, cómo, Se negó a responder, estuvo impertinente, eso no es bueno, menos mal que el director adjunto es muy considerado con los médicos, Yo aún no sé por qué me han obligado a venir aquí, Ni tiene por qué saberlo, dé gracias a Dios de que todo haya acabado bien, Espero que sea así, que haya acabado de una vez para siempre, Ah, eso es lo que nunca se puede asegurar, Antunes, este señor tiene autorización para salir, buenos días, doctor, si necesita algo, ya sabe, hable conmigo, me llamo Víctor, tendió la mano, Ricardo Reis se la tocó con la punta de los dedos, pensó que iba a pegarle el olor a cebolla, le dio un vuelco el estómago, A que vomito aquí mismo, pero no, el viento le dio en la cara, lo espabiló, se disiparon las náuseas, estaba en la calle y no sabía cómo, se cerró la puerta. Antes de que Ricardo Reis llegue a la esquina de la Encarnación caerá una tromba de agua, violenta, mañana los periódicos dirán que se han sucedido los grandes chaparrones, notable pleonasmo, pues chaparrón ya es lluvia grande e intensa, cayó, decíamos, la tromba de agua, y los viandantes se recogieron en los portales, sacudiéndose como perros mojados, ahora no vienen a cuento los gatos rabiosos, que ésos doblemente huyen del agua, sólo un hombre sigue bajando por la acera del Teatro San Luis, seguro que tiene una cita y va con retraso, con el alma afligida como Ricardo Reis había ido, por eso llueve por él, que bien podía la naturaleza mostrarse solidaria de otro modo, por ejemplo, mandando un terremoto que enterrase entre escombros a Víctor y al director adjunto, dejándolos pudrirse hasta que se disipara aquel olor a cebolla, hasta que de ellos quedaran sólo los huesos limpios, si a tanto pueden llegar tales cuerpos. Cuando Ricardo Reis entró en el hotel, el sombrero chorreaba, goteaba la gabardina, era una gárgola, una figura cómica sin la menor dignidad de médico, que la de poeta no la podían adivinar Salvador y Pimenta, aparte de que la lluvia, celestial justicia, cuando cae es para todos. Fue a recepción a recoger su llave, Uy, cómo viene usted, dijo el gerente, pero el tono era de duda, debajo de lo que decía apuntaba lo que estaba pensando, En qué estado vendrás realmente, cómo te trataron allá, o, más dramáticamente, No esperaba que volvieras tan pronto, si tuteamos a Dios, aunque posponiendo o anteponiendo la mayúscula, qué confianza no nos tomaremos, in mente, con un huésped sospechoso de subversiones pasadas y futuras. Ricardo Reis apenas correspondió a lo que había oído, se limitó a murmurar, Está lloviendo a cántaros, y se lanzó escaleras arriba salpicando la estera del pasillo, Lidia no tendrá más trabajo que seguir el rastro, huella a huella, ramita rota, hierba tumbada, adonde nos llevan los devaneos, eso serían historias de sertón y selvas, aquí no hay más que un pasillo que lleva a la habitación número doscientos uno, Cómo fue, le hicieron daño, y Ricardo Reis responderá, No, qué va, todo fue bien, son gente muy educada, muy correcta, hasta nos mandan sentar, Pero por qué le obligaron a ir, Parece que es su costumbre cuando alguien llega de fuera pasados tantos años, quieren saber si estamos bien, si necesitamos algo, Está de broma, no es eso lo que mi hermano me ha dicho, Estoy de broma, realmente, pero puedes estar tranquila, todo ha ido bien, sólo querían saber por qué me vine de Brasil, qué hacía allí, cuáles son ahora mis proyectos, Entonces ellos también pueden preguntar eso, Saqué la impresión de que pueden preguntarlo todo, y ahora vete, tengo que cambiarme de ropa para la comida.

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