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Al día siguiente, Ricardo Reis comió en la Baixa, volvió al Irmãos Unidos, y no por una razón particular, quizá sólo atraído por el nombre del restaurante, quien nunca tuvo hermanos, y de amigos se ve privado, sufre nostalgias como ésta, y peor si el cuerpo se siente débil, que no tiemblan sólo las piernas con los efectos de la gripe, sino también el alma, como en otra ocasión quedó observado. El día está cubierto, un poco frío. Ricardo Reis sube lentamente la Rua do Carmo, va mirando los escaparates, aún es temprano para la cita, intenta recordar si ha vivido alguna vez una situación semejante, que una mujer tome la iniciativa de decirle, Esté en tal parte, a tal hora, y no recuerda nada igual, la vida está llena de sorpresas. Pero más que las sorpresas de la vida le sorprende el no estar nervioso, sería natural, el recato, el secreto, la clandestinidad, es como si lo envolviera una niebla o tuviera dificultad en concentrar la atención, en el fondo de sí mismo tal vez no crea que Marcenda aparezca. Entró en A Brasileira para descansar un poco las piernas, tomó un café, oyó hablar a unos que debían de ser literatos, echaban pestes de alguien, persona o animal, Es una bestia, y como esta conversación se cruzaba con otra, se entrometió a renglón seguido una voz autoritaria explicando, Yo recibí directamente de París, alguien comentó, Hay quien afirme lo contrario, no supo a quién se dirigía la frase, ni su significado, sería o no sería bestia, habría llegado o no de París, Ricardo Reis salió, eran las tres menos cuarto, tiempo suficiente para ir andando, atravesó la plaza donde habían colocado al poeta, todos los caminos portugueses van a dar a Camões, de cada vez mudado consonante los ojos que lo ven, en vida su brazo a las armas hecho y mente a las musas dada, ahora la espada en la vaina, cerrado el libro, los ojos ciegos, ambos, de tanto como se los pican las palomas o de las miradas indiferentes de quien pasa. Aún no son las tres cuando llega al Alto de Santa Catarina. Las palmeras parecen transidas por la brisa que viene del mar, pero las rígidas lanzas de las palmas apenas se mueven. No consigue Ricardo Reis recordar si ya estaban aquí estos árboles hace dieciséis años, cuando salió para Brasil. Lo que con seguridad no estaba era este gran bloque de piedra toscamente desbastado, que visto así parece una mera afloración de roca, y realmente es un monumento, el furioso Adamastor [11] si lo han instalado aquí no debe estar lejos el cabo de Buena Esperanza. Allá abajo, en el río, bogan fragatas, un remolcador arrastra tras sí dos barcazas, los navíos de guerra están amarrados a las boyas, con la proa apuntando a la barra, señal de que está alzando la marea. Ricardo Reis pisa la grava húmeda de las avenidas estrechas, el barro blando, no hay otros contempladores en este mirador, a no ser dos viejos, sentados en el mismo banco, callados, probablemente se conocen desde hace tanto tiempo que ya no tienen nada de qué hablar, quizás anden sólo a ver quién muere primero. Friolero, alzado el cuello de la gabardina, Ricardo Reis se aproximó a la verja que rodea la pendiente de la colina, pensar que de este río partieron, Qué nao, qué armada, qué flota puede encontrar el camino, y para dónde, pregunto yo, y cuál, Hombre, Reis, usted por aquí, espera a alguien, esta voz es la de Fernando Pessoa, ácida, irónica, se volvió Ricardo Reis hacia el hombre vestido de negro que estaba a su lado, agarrando los hierros con las manos blancas, no era esto lo que yo esperaba cuando para aquí navegué sobre las olas del mar, Espero a alguien, sí, Tiene usted muy mala cara, Tuve un principio de gripe, me dio fuerte, pasó de prisa, Pues este sitio no es el más conveniente para su convalecencia, aquí expuesto a los vientos del ancho mar, Es sólo una brisa que viene del río, no me molesta, Y es mujer ese alguien que espera, Sí, es mujer, Bravo, veo que se ha cansado de idealidades femeninas incorpóreas, cambió la Lidia etérea por una Lidia de buen palpar, que la vi en el hotel, y está aquí ahora a la espera de otra dama, hecho un don Juan a su edad, dos en tan poco tiempo, enhorabuena, para mil tres ya no le falta todo, Gracias, por lo que veo los muertos son aún peores que los viejos, cuando les da por hablar no ponen freno a la lengua, Tiene razón, será quizá por la desesperación de no haber dicho todo lo que querían cuando aún podía aprovecharles, Quedo advertido, De nada sirve estar advertido, por más que usted diga, por más que digamos todos, siempre quedará una palabra por decir, No le pregunto qué palabra es ésa, Y hace muy bien, mientras callamos las preguntas mantenemos la ilusión de que acabaremos por saber las respuestas, Mire, Fernando, no me gustaría que lo viera esa persona a quien estoy esperando, No se preocupe, lo peor que podría ocurrir es que lo viera ella de lejos hablando solo, pero en eso no va a reparar, todos los enamorados son así, No estoy enamorado, Pues lo siento mucho, mire, le voy a decir una cosa, Don Juan, al menos, era sincero, voluble, voluble pero sincero, usted es como el desierto, ni sombra hace, Quien no hace sombra es usted, Perdón, sombra sí tengo, basta que me dé la gana, lo que no puedo es verme en un espejo, Ahora que me acuerdo, se disfrazó al fin en carnaval, Pero Reis, no vio que era una broma, es que cree que me iba a disfrazar ahora de muerte, a la manera medieval, un muerto es una persona seria, ponderada, tiene conciencia del estado a que llegó, y es discreto, detesta esa desnudez absoluta que es el esqueleto, y cuando se aparece a alguien, o se comporta como yo, así, usando el traje que le pusieron para el entierro, o se envuelve en una mortaja si le da por asustar a alguien, cosa a la que yo, por otra parte, como hombre de buen gusto y respeto que creo seguir siendo, nunca haría, reconózcalo, hágame esa justicia, Esperaba una respuesta así o aproximada, y ahora, le ruego que se vaya, ahí viene la persona a quien estoy esperando, Aquella muchacha, Sí, No está nada mal, un poco flaca para mi gusto, No me haga reír, es la primera vez en la vida que le oigo hablar de mujeres, es usted un sátiro oculto, un garañón disfrazado, Adiós, mi querido Reis, hasta uno de estos días, le dejo enamorando a esa muchacha, realmente, usted me decepciona, seductor de criadas, cortejador de doncellas, lo estimaba más cuando usted veía la vida a la distancia a que está, La vida, Fernando, está siempre cerca, Pues ahí se la dejo, si es que eso es vida. Marcenda bajaba entre los canteros sin flores, Ricardo Reis subió a su encuentro, Estaba hablando solo, preguntó ella, Sí, en cierto modo, estaba recitándome unos versos escritos por un amigo mío que murió hace unos meses, quizá lo conozca, Cómo se llamaba, Fernando Pessoa, El nombre me suena vagamente, pero no recuerdo haberle leído nada, Entre lo que vivo y la vida, entre quien estoy y soy, duermo en una pendiente, pendiente por la que no voy, ésos eran los versos que estaba recitándome, Si no he entendido mal, podían haber sido hechos por mí, son tan sencillos, Tiene razón, cualquier persona los podría haber hecho, Pero tuvo que venir esa persona a hacerlos, Eso es como todas las cosas, tanto las buenas como las malas, siempre tiene que haber gente que las haga, mire el caso de Os Lusíadas, ha pensado usted que no tendríamos Lusíadas si no hubiéramos tenido Camões, es capaz de imaginar qué Portugal sería el nuestro sin Camões y sin Lusíadas, Parece un juego, una adivinanza, Nada más serio, si verdaderamente pensáramos en esto, pero hablemos antes de usted, dígame cómo va su mano, como va usted, Igual, la tengo aquí, en el bolsillo, como un pájaro muerto, No debe perder la esperanza, Creo que ya está perdida, cualquier día voy a Fátima, a ver si aún puede salvarme la fe, Tiene fe, Soy católica, Practicante, Sí, voy a misa, me confieso, comulgo, hago todo lo que los católicos hacen, No parece muy convencida, Es mi manera de hablar, no pongo mucha expresión en lo que digo. A eso no respondió Ricardo Reis, las frases, cuando se han dicho, son como puertas, quedan abiertas, casi siempre entramos, pero a veces nos quedamos del lado de fuera, a la espera de que otra puerta se abra, de que otra frase se diga, por ejemplo ésta, que puede servir, Le ruego que disculpe a mi padre, el resultado de las elecciones españolas lo ha puesto nervioso, ayer sólo habló con gente que ha venido huyendo de allá, y para colmo, va Salvador y le dice que usted ha sido reclamado por la policía, Apenas nos conocemos, su padre no me ha hecho nada por lo que tenga que disculparlo, por lo demás, no hay caso, el lunes sabré qué quieren de mí, responderé a lo que me pregunten, y ya está, Menos mal que no está preocupado, No hay motivo, no tengo nada que ver con la política, he vivido todos estos años en Brasil, allí nunca me molestaron, aquí hay menos razones todavía para que me molesten, para hablarle con franqueza, ya ni siquiera me siento portugués, Dios quiera que todo vaya bien, A Dios no le iba a gustar el saber que creemos que las cosas han ido mal porque Él no quiso que fueran mejor, Son maneras de hablar, frases que oímos y las repetimos sin pensar, decimos Dios quiera que, son palabras, probablemente nadie es capaz de representarse a Dios y la voluntad de Dios, y perdóneme esta petulancia, quién soy yo para hablar así, Es como vivir, nacemos, vemos vivir a los otros, nos ponemos a vivir también, a imitarlos, sin saber por qué ni para qué, Es tan triste lo que está diciendo, Le ruego que me disculpe, hoy no estoy en condiciones de ayudarla, he olvidado mis obligaciones de médico, tendría que haber empezado por agradecerle el haber venido aquí a darme explicaciones por la actitud de su padre, Vine principalmente porque quería verle y hablar con usted, mañana volvemos para Coimbra, tuve miedo de que no hubiera otra oportunidad, El viento ha empezado a soplar con más fuerza, cuídese, No se preocupe, fui yo quien eligió mal el lugar para vernos, debí haber recordado que estuvo enfermo, en la cama, Una gripe sin complicaciones, o ni eso siquiera, un resfriado, No volveré a Lisboa hasta dentro de un mes, como de costumbre, me voy a quedar sin saber lo que ocurra el lunes, Ya le he dicho que no tiene importancia, Incluso así, me gustaría saberlo, No veo cómo, Escríbame, le dejo mi dirección, pero no, es mejor que me escriba a lista de correos, mi padre podría estar en casa cuando llegue el cartero, Cree que vale la pena, la carta misteriosa que llega de Lisboa en secreto, No se burle, me iba a costar trabajo esperar todo un mes para saber qué ha ocurrido, basta una palabra, De acuerdo, pero si no recibe noticias mías será señal de que estoy metido en una lóbrega mazmorra o de que estoy encerrado en la más alta torre de este reino, adonde hará el favor de ir a salvarme, lejos van los agüeros, y ahora, tengo que irme, he quedado con mi padre, vamos al médico. Marcenda, con la mano derecha, ayudó a la mano izquierda a salir del bolsillo, luego tendió ambas, por qué lo habrá hecho, le bastaba la mano derecha para la despedida, en este momento están las dos en el hueco de la mano de Ricardo Reis, los viejos miran y no comprenden, Luego bajaré a cenar, pero me limitaré a saludar a su padre de lejos, no me aproximaré, así él quedará a gusto con sus nuevos amigos españoles, Eso mismo le iba a pedir, Que no me aproximase, Que cenara en el comedor, así podré verlo, Marcenda, por qué quiere verme, por qué, No lo sé. Se alejó, subió el declive, se detuvo en lo alto para acomodar mejor la mano izquierda en el bolsillo, luego continuó su camino sin volverse. Ricardo Reis miró al río, estaba entrando un barco grande, no era el Highland Brigade, a ése había tenido tiempo de conocerlo bien. Los dos viejos estaban hablando, Podría ser su padre, dijo uno, Seguro que eso es un lío, dijo el otro, Lo único que no entiendo es qué estuvo haciendo allí todo el rato aquel tipo de negro, Qué tipo, Ese que está apoyado en la verja, No veo a nadie, Necesitas gafas, Y tú estás borracho, siempre era lo mismo entre estos viejos, empezaban hablando, luego discutían, acababan sentados cada cual en su banco, luego volvían a unirse. Ricardo Reis dejó la verja, bordeó los canteros, tomó la calle por donde vino. Mirando hacia la izquierda, por casualidad, vio una casa con papeles blancos en el segundo piso. Una ráfaga de viento agitó las palmeras. Los viejos se levantaron. No parecía haber quedado nadie en el Alto de Santa Catarina.

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