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Lo sería o no, pero ganaron las izquierdas. Al día siguiente aún anunciaban los periódicos que, de acuerdo con las primeras impresiones, las derechas habían ganado en diecisiete provincias, pero, contados los votos, se vio que la izquierda había sacado más diputados que el centro y la derecha juntos. Empezaron a correr rumores de que se preparaba un golpe militar, en el que estarían implicados los generales Goded y Franco, pero los rumores fueron desmentidos y el presidente Alcalá Zamora encargó a Azaña la formación de gobierno, vamos a ver qué sale de esto, Ramón, si va a ser malo o bueno para Galicia. Aquí, andando por las calles, se ven caras tristes, otras, más raras, disimulan, si aquel brillo de ojos no es contento no sé qué podrá ser, pero al escribir esta palabra «aquí», no es toda Lisboa y mucho menos todo el país, qué sabemos nosotros lo que ocurre en el país, «aquí» son estas treinta calles entre el Muelle de Sodré y San Pedro de Alcántara, entre Rossio y Calhariz, como una ciudad interior rodeada de muros invisibles que la protegen de un invisible asedio, viviendo juntos sitiadores y sitiados, Ellos, así designados, mutuamente designados de un lado y del otro, Ellos, los diferentes, los extraños, los ajenos, todos mirándose con desconfianza, sopesando unos el poder que tienen y queriendo más, otros echando cuentas de su propia fuerza y encontrando que es poca, este aire de España qué viento traerá, qué casamiento. [7] Fernando Pessoa explicó, Es el comunismo, ya llega, después quiso por parecer irónico, Mala suerte, mi querido Reis, viene usted huyendo de Brasil buscando tranquilidad para el resto de su vida y ahora se alborota la casa del vecino, un día de estos le entrarán por la puerta, Cuántas veces voy a decirle que si volví fue por usted, Pues aún no me ha convencido, No intento convencerle, sólo le pido que se ahorre su opinión sobre este asunto, No se enfade, Viví en Brasil, ahora estoy en Portugal, en algún lugar tengo que vivir, usted, en vida, era lo bastante inteligente como para entender incluso cosas más complicadas, Ése es el drama, mi querido Reis, tener que vivir en algún lugar, comprender que no existe lugar que no sea lugar, que la vida no puede ser no vida, En fin, lo estoy reconociendo, Y a mí de qué me sirve no haber olvidado, Lo peor es que el hombre no pueda estar en el horizonte que ve, aunque, si allá estuviese, desearía estar en el horizonte en que está, El barco en el que no vamos es el barco ideal para nuestro viaje, Ah, todo el muelle, Es una nostalgia de piedra, y ahora que ya cedemos a la flaqueza sentimental de citar, dividido por dos, un verso de Alvaro de Campos que ha de ser tan célebre como merece, consuélese en los brazos de su Lidia, si es que aún dura ese amor, y piense que yo ni eso tuve, Buenas noches, Fernando, Buenas noches, Ricardo, ahí tenemos ya el carnaval, diviértase, no cuente conmigo en unos días. Se habían encontrado en un café de barrio, popular, media docena de mesas, nadie allí sabía quiénes eran. Fernando Pessoa se volvió, se sentó de nuevo, Se me acaba de ocurrir una idea, puede usted disfrazarse de domador, con botas altas y pantalón de montar, chaqueta roja con alamares, Roja, Sí, roja, es lo más propio, y yo iré de muerte, con una malla apretada y los huesos pintados en ella, usted chasqueando el látigo, yo asustando viejas, te voy a llevar, te voy a llevar, y tocando a las chicas, seguro que en un baile de máscaras ganábamos el premio, Nunca fui bailarín, Ni es necesario, la gente no iba a tener oídos más que para el zurriago y ojos sólo para los huesos, Ya no estamos en edad de frivolidades, Hable por usted, no por mí, yo he dejado de tener edad, y diciendo esto se levantó Fernando Pessoa y salió, llovía en la calle, y el camarero del mostrador dijo al cliente que se quedaba, Ese amigo suyo, sin gabardina ni paraguas, se va a empapar, Le gusta, está ya acostumbrado.

Cuando Ricardo Reis volvió al hotel sintió en el aire como una fiebre, una agitación, como si todas las abejas de una colmena se hubieran vuelto locas, y, teniendo como tenía en su conciencia aquel conocido peso, pensó de inmediato, Lo han descubierto todo. En el fondo, es un romántico, cree que el día en que se enteren de su aventura con Lidia se va a venir abajo del escándalo el Bragança, y con este miedo vive, a no ser que lo que sienta sea el deseo morboso de que tal cosa ocurra, contradicción inesperada en un hombre que se dice tan despegado del mundo, ansioso al fin de que el mundo lo atropelle, lo que no sospecha es que la historia es conocida ya, murmurada entre risitas, fue cosa de Pimenta, que no es hombre de limitarse a indirectas. Inocentes andan los culpados, y Salvador tampoco está informado aún, qué justicia decretará cuando un día de estos se lo diga un correveidile envidioso, hombre o mujer, Señor Salvador, esto es una vergüenza, Lidia y el doctor Reis, bueno sería que respondiera, repitiendo la antigua sentencia, Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra, hay gente que por honrar el nombre que les pusieron son capaces de los más nobles gestos. Entró Ricardo Reis en recepción, temeroso, estaba Salvador hablando por teléfono, a gritos, pero en seguida se comprendía que era por lo mal que se oía, Parece que lo oigo desde el fin del mundo, sí doctor Sampaio, necesito saber cuándo viene, sí, sí, ahora oigo un poco mejor, es que de repente se nos ha llenado el hotel, sí, por los españoles, por lo de España, viene mucha gente de allá, han llegado hoy, entonces el día veintiséis, después de carnaval, muy bien, quedan reservadas las dos habitaciones, no señor doctor, de ninguna manera, en primer lugar están los clientes amigos, tres años no son tres días, saludos a la señorita Marcenda, mire, señor doctor, está aquí el doctor Reis que también le envía saludos, y era verdad, Ricardo Reis, por señas y palabras que en los labios se podían leer, pero no oír, mandaba saludos, y lo hacía por dos razones, en otra ocasión habría sido la primera la de manifestarse junto a Marcenda, aunque fuera por persona interpuesta, ahora era sólo por mostrarse campechano con Salvador, igual suyo, menguándole así su autoridad, esto parece contradicción insalvable, pero no lo es, la relación entre personas no se resuelve en la mera operación de sumar y restar, en su aritmético sentido, cuántas veces creemos sumar y nos quedamos con un resto en las manos, y cuántas, al revés, creíamos disminuir, y nos salió lo contrario, ni siquiera simple adición, sino multiplicación. Salvador colgó el teléfono, triunfante, había conseguido mantener una conversación coherente y conclusiva con Coimbra, y ahora respondía a Ricardo Reis que le había preguntado, Hay novedad, Es que de repente han llegado tres familias españolas, dos de Madrid y una de Cáceres, vienen huyendo, Huyendo, Sí, porque los comunistas han ganado las elecciones, No han ganado los comunistas, han ganado las izquierdas, Es igual, Y vienen escapando, Hasta los periódicos hablan de eso, No me había dado cuenta, Pues a partir de ahora ya no podrá decirlo. Oía hablar castellano tras las puertas, y no es que se pusiera a escuchar, sino que la sonora lengua de Cervantes llega a todas partes, tiempo hubo en que alrededor del mundo fue lengua común, por nuestra parte nunca llegamos a tanto. Que era gente de dinero se vio en la cena, por el modo de vestir, por las joyas que mostraban, ellas y ellos, profusión de anillos, gemelos, alfileres de corbata, broches, pulseras, esclavas, argollas, pendientes, collares, cordones, gargantillas, mezclando el oro y los brillantes con pinceladas de rubí, esmeralda, zafiro y turquesa, y hablaban en voz alta, de mesa a mesa, en alarde de triunfal desgracia, si tiene sentido reunir palabras tan contrarias en un solo concepto. Ricardo Reis no encuentra otras para conciliar el tono imperioso y el lamento vengativo, decían, Los rojos, y torcían injuriosamente los labios, este comedor del Bragança parece más bien un escenario, no tarda mucho en entrar en escena el gracioso Clarín de Calderón para decir, Escondido, desde aquí toda la fiesta he de ver, se entiende que es la fiesta española vista desde Portugal, pues ya la muerte no me hallará, dos higas para la muerte. Los camareros, Felipe, Ramón, hay un tercero, pero ése es portugués de Guarda, andan alborozados, nerviosos, ellos que ya tanto habían visto en la vida, no es la primera vez que sirven a unos compatriotas, pero aun así, en tal número y por tales razones, jamás, y no se dan cuenta, no se dan cuenta aún, de que las familias de Cáceres y de Madrid no les hablan como a bienamados compatriotas reunidos por la desgracia, quien está aparte ve más y observa mejor, en el mismo tono en que dicen Los rojos, dirían Los gallegos, quitando odio y poniendo desprecio. Ramón ya lo ha notado, alguna mirada torva le llegó, alguna mala palabra, y como estaba sirviendo a Ricardo Reis no se contuvo, No sé a qué viene tanta joya para venir al comedor, nadie se las va a robar en las habitaciones, este hotel es una casa seria, menos mal que Ramón lo dice, no basta saber que Lidia va al cuarto del cliente para cambiar de opinión, el punto de vista moral varía mucho, los otros también, a veces por hechos mínimos, y muchas más por conmociones del amor propio, ahora herido el de Ramón y por eso más cerca de Ricardo Reis. Pero, seamos justos, al menos en lo que a nosotros corresponda, esta gente que aquí está ha venido traída por el miedo, y se vino con las joyas, con los dineros del banco, todo lo que fue posible en fuga tan repentina, de qué van a vivir si llegan de vacío, es dudoso que Ramón, instado a caridad, les diera o prestara siquiera un duro, y por qué lo iba a hacer, no está eso en los mandamientos de la ley de Cristo, y si para casos de dar y prestar tiene validez el segundo de ellos, Amarás al prójimo como a ti mismo, no bastaron dos mil años para que Ramón amara a estos prójimos de Madrid y de Cáceres, pero dice el autor de Conspiración que vamos por buen camino, a Dios gracias, capital y trabajo, probablemente para decidir quién va a empedrar la carretera se han reunido en cena de confraternidad, en las termas de Estoril, nuestros procuradores y diputados.

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