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Luchan las naciones unas con otras, por intereses que no son de Jack ni de Fierre ni de Hans ni de Manolo ni de Giuseppe, nombres todos puestos aquí para simplificar, pero que éstos y otros hombres toman ingenuamente como suyos, los intereses, o acabarán siéndolo a costa de un pesado pago cuando llegue la hora de liquidar la cuenta, porque lo más común es que unos luchen y otros lleven la fama, lucha la gente por lo que cree que son sus sentimientos o simples expansiones de sentidos por ahora despiertos, que es el caso de Lidia, nuestra camarera, y Ricardo Reis, para todos médico cuando decida instalar su consultorio, poeta para algunos si llega a dar a la lectura lo que laboriosamente va componiendo, luchan también por otras razones, en el fondo las mismas, poder, prestigio, odio, amor, envidia, celos, simple despecho, cotos de caza señalados y violados, competición y rivalidad aunque sea por el timo de la estampita, como acaba de ocurrir en la Mouraría, a Ricardo Reis se le pasó por alto la noticia, pero Salvador, gozoso y excitado, se puso a leérsela, con los codos apoyados en el mostrador, sobre el periódico extendido alisado cuidadosamente, Una escena sangrienta, señor doctor, la gente esa es terrible, nada vale la vida para ellos, por un quítame allá esas pajas se acuchillan sin piedad, hasta la policía les tiene miedo, aparece sólo cuando todo ha acabado, fíjese, dice aquí que un tal José Reis, alias José Tórtolo, le pegó cinco tiros en la cabeza a un tal Antonio Mesquita, conocido por Mouraría, lo mató, claro, no, no fue un asunto de faldas, dice el periódico que había entre ellos una historia por un timo de la estampita mal repartido, uno engañó al otro, y cinco tiros, ya ve, Cinco tiros, repitió Ricardo Reis por no mostrar desinterés, y luego se quedó pensativo, vio con la imaginación cinco veces el arma disparando contra el mismo blanco, una cabeza que sólo recibió erguida la primera bala y después, caído ya el cuerpo en el suelo, desvanecido, moribundo, las otras cuatro balas, supérfluas pero necesarias, segunda, tercera, cuarta, quinta, casi un cargador entero vaciado así, el odio creciendo a cada tiro, la cabeza saltando cada vez sobre las piedras de la calle, y alrededor un espanto despavorido, alaridos, las mujeres gritando en las ventanas, es dudoso que alguien agarrara por el brazo a José Tórtolo, quién iba a atreverse, probablemente se le agotaron las balas en el cargador, o de repente se le quedó petrificado el dedo en el gatillo, o ya no pudo crecer más el odio, ahora huirá el asesino, pero no irá lejos, quien vive en la Mouraría adonde va a esconderse sino allí, allí todo se hace y todo se paga. Dice Salvador, Mañana es el funeral, si no fuera por el trabajo, allá estaba yo clavado, Le gustan los funerales, preguntó Ricardo Reis, No es que me gusten, pero un entierro con gente de ésta será cosa de ver, y más habiendo crimen de por medio, Ramón vive en la Rua dos Cavaleiros y oyó contar cosas. Las cosas que había oído contar Ramón las supo Ricardo Reis a la hora de la cena, Se dice que va a ir todo el barrio, señor doctor, y hasta dicen que los amigos de José Tórtola están dispuestos a romper el ataúd, y si lo hacen, aquello va a ser la guerra, se lo digo yo, Pero si el Mouraría está ya muerto y bien muerto, qué más quieren hacerle, un hombre así no debe de ser de los que vuelven del otro mundo a acabar lo que en éste empezaron, Con gente de esa calaña nunca se sabe, odios del alma no acaban con la muerte, Estoy tentado de ir al funeral, Pues vaya, pero póngase lejos, no se acerque, y si hay jaleo métase en una escalera y cierre la puerta, que se aticen ellos.

No llegaron las cosas a este extremo, tal vez por haber sido la amenaza mero alarde fadista, tal vez porque andaban por allí de vigilancia dos policías armados, salvaguardia simbólica que de nada iba a servir si los díscolos se obstinaran en llevar adelante su necrófobo propósito, pero en fin, siempre impone la presencia de la autoridad. Ricardo Reis apareció discretamente mucho antes de la hora señalada para la salida de la comitiva, de lejos, como le habían recomendado, no quería verse mezclado en una refriega tumultuosa, y quedó estupefacto al ver una multitud, centenares de personas que llenaban la calle frente al portalón del depósito, sería como el donativo de O Século si no hubiera tantas mujeres vestidas de rojo chillón, falda, blusa y chal, y muchachos con trajes del mismo color, singular luto éste si son amigos del muerto, o arrogante provocación si eran enemigos, la escena parece más bien un cortejo de carnaval, ahora que va avanzando el coche fúnebre camino del cementerio, tirado por dos muías con penacho y gualdrapa, los dos policías uno a cada lado del ataúd, en guardia de honor al Mouraría, son las ironías del destino, quién iba a imaginarlo, allá van los guardias con el sable azotándoles la pierna y la funda de la pistola abierta, y el acompañamiento en trance de lágrimas y suspiros, tan clamantes ahora los de encarnado como los de negro, unos por el que llevaban muerto, otros por el que preso está, mucha gente descalza y cubierta de andrajos, algunas mujeres cargadas de lujo y de pulseras de oro, del brazo de sus hombres, ellos de patillas negras y cara afeitada, azul de la navaja, mirando alrededor desconfiados, algunos soltando insolencias con mucho balance de cadera, pero en todos, también, trasluciéndose, bajo los falsos o verdaderos sentimientos, una especie de alegría feroz que reunía a amigos y enemigos, la tribu de los fichados, las prostitutas, los chulos, las busconas, los timadores, los rufianes, los peristas, los gariteros, era el batallón maldito atravesando la ciudad, se abrían las ventanas para verlos desfilar, se había abierto la corte de los milagros y los ciudadanos se miraban horrorizados, quién sabe si no va ahí quien mañana nos dé el palanquetazo. Mira mamá, esto lo dicen los niños, porque para ellos todo es fiesta. Ricardo Reis acompañó el funeral hasta el Palacio de la Reina, allí se detuvo, ya había mujeres que echaban miradas furtivas a aquel señor tan majo, quién será, curiosidad femenina, natural en quien por profesión tasa a los hombres. Desapareció la comitiva por una esquina de la calle, vista la dirección que lleva, sin duda va hacia el Alto de Sao João, salvo si da la vuelta, a la izquierda un poco más allá, camino de Benfica, lo que sería una caminata, adonde sin duda no irá es a Prazeres, y es una lástima, se pierde así un edificante ejemplo de igualdad ante la muerte, el Mouraría enterrado junto a Fernando Pessoa qué conversaciones tendrían los dos a la sombra de los cipreses, viendo entrar los barcos en las tardes de calma cada uno de ellos explicando al otro cómo se juntan las palabras para darle a un primo el timo de la estampita o para hacer un poema. Por la noche, mientras servía la sopa, Ramón explicó al doctor Ricardo Reis que aquellas ropas rojas no eran ni luto ni falta de respeto al fallecido, sino costumbre del barrio, se vestían aquellos trajes en días señalados, nacimiento, casamiento y muerte, o procesión cuando las había, que de eso no se acuerda, entonces aún no había venido de Galicia, son historias que oyó contar, No sé si el señor doctor habrá visto allá en el entierro una mujer muy guapa, así, alta, de ojos negros, bien vestida, con un chal de lana merina, Había tantas, un gentío, quién es ésa, Era la amante del Mouraría, una cantante, No, si estaba no la vi, Qué mujer, qué maravilla, y tiene una voz, me gustaría saber quién va ahora a echarle el guante, Yo, desde luego, no, y creo que usted tampoco, Ramón, Quién me la diera, señor doctor, quién me la diera, pero una mujer así cuesta muchos cuartos, claro que esto es hablar por hablar, algo hay que comentar, no le parece, Claro que me parece, pero eso de las ropas encarnadas, Creo que debe de venir del tiempo de los moros, son vestidos como de satanás, cosa de cristianos no es. Ramón fue a atender a otros clientes, luego, de vuelta para cambiar el plato, le pidió a Ricardo Reis que le explicara, ahora o luego, cuando tuviera tiempo, las noticias que llegaban de España sobre las elecciones, y quién, según él, iba a ganar, No es por mí, que estoy bien aquí, es por los parientes de Galicia, que aún tengo gente allá, a pesar de que muchos han emigrado a Portugal, a todo el mundo, esto es una manera de decir, claro, pero entre hermanos, sobrinos y primos tengo toda la familia desperdigada por Cuba, Brasil y Argentina, hasta en Chile tengo un ahijado. Ricardo Reis le dijo lo que sabía por los periódicos, que la opinión más general era que ganarían las derechas, y que Gil Robles había dicho, sabe quién es Gil Robles, He oído hablar, Pues ése dijo que cuando llegue al poder pondrá fin al marxismo y ala lucha de clases e implantará la justicia social, sabe qué es el marxismo, Ramón, Yo no, Y la lucha de clases, Tampoco, Y la justicia social, Con la justicia, gracias a Dios, nunca he tenido nada, Bueno, dentro de unos días se sabrá quién ganó las elecciones, probablemente todo quede igual, Pues que no vaya a peor, que decía mi abuelo, Su abuelo tenía razón, Ramón, su abuelo era un sabio.

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