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La entrada en el comedor fue celebrada unánimemente con sonrisas y pequeñas inclinaciones de cabeza. Salvador, olvidando agravios o diplomáticamente fingidor, abrió de par en par las puertas acristaladas, primero pasaron Ricardo Reis y Marcenda, como debía de ser, es él el convidado, aquí no se oye la música, mucho daría que pensar el que sonara la marcha nupcial de Lohengrin, o la de Mendelssohn, o, menos célebre, quizá porque sonó antes de una desgracia, la de Lucía de Lamermoor, de Donizetti. La mesa es, claro está, la del doctor Sampaio, de la que Felipe es servidor habitual, pero Ramón no renuncia a sus derechos, y atenderá a los clientes junto con su compañero y paisano, nacieron ambos en Villagarcía de Arosa, es sino de los humanos tener itinerarios infalibles, unos vinieron de Galicia a Lisboa, éste nació en Porto, vivió un tiempo en la capital, emigró a Brasil, de donde ha vuelto ahora, los otros llevan tres años de lanzadera entre Coimbra y Lisboa, todos en busca de remedio, paciencia, dinero, paz y salud, o placer, cada cual lo suyo, por eso es tan difícil satisfacer a tanta gente necesitada. Transcurre la cena sosegadamente, Marcenda está a la derecha de su padre, Ricardo Reis a la derecha de Marcenda, la mano izquierda de la muchacha, como de costumbre, reposa al lado del plato, pero, contra lo que también es costumbre, no parece esconderse, al contrario, diríamos que se gloria mostrándose, y no protesten por lo inadecuado de la palabra, pues seguro que nunca oyeron hablar al pueblo, recordemos al menos que aquella mano estuvo entre las manos de Ricardo Reis, cómo ha de sentirse sino gloriosa, ojos más sensibles que los nuestros la verían resplandecer, y para estas cegueras sí que no hay remedio. No se habla de la enfermedad de Marcenda, que ya demasiado se mencionó la soga en casa de esta ahorcada, el doctor Sampaio está hablando de las bellezas de la Lusa Atenas, Allí vine al mundo, allí me crié, allí me formé, allí ejerzo, no acepto que haya otra ciudad como aquélla. Es potente el estilo, pero no hay peligro de que se inicie en la mesa una discusión sobre los méritos de Coimbra o de otras tierras, Porto o Villagarcía de Arosa, a Ricardo Reis lo mismo le da haber nacido aquí o allá, Felipe y Ramón jamás se atreverían a inmiscuirse en la conversación de los dos doctores, cada uno de nosotros tiene dos lugares, aquel en que nació, y el lugar donde vive, por eso oímos decir tantas veces Póngase en su lugar, y ése no es donde nacemos, claro. Era sin embargo inevitable que sabiendo el doctor Sampaio que Ricardo Reis había emigrado a Brasil por razones políticas, aunque sea muy difícil saber cómo lo averiguó, pues no se lo dijo Salvador, que tampoco lo sabe, y explícitamente no lo ha confesado Ricardo Reis, pero ciertas cosas se sospechan por medias palabras, por silencios, una mirada, bastaba que hubiera dicho, Salí para Brasil en mil novecientos diecinueve, el año en que se restauró la monarquía en el norte, bastaba haberlo dicho con cierto tono de voz, y el oído finísimo de un notario, habituado a mentiras, testamentos y confesiones, no se engañaría, era inevitable, decíamos, que se hablara de política. Por caminos indirectos, tanteando el terreno, por si había minas o trampas ocultas, Ricardo Reis se dejó llevar por la corriente porque no se sentía capaz de proponer una alternativa a la conversación, y antes del postre ya había dicho que no creía en las democracias y que aborrecía a muerte el socialismo, Pues está entre los suyos, dijo riendo el doctor Sampaio, Marcenda no parecía interesarse demasiado en la conversación, por alguna razón puso la mano izquierda en el regazo, si realmente había un resplandor, se apagó. Lo que nos salva amigo mío, en este rincón de Europa, es tener un hombre de pensamiento claro y de firme autoridad al frente del gobierno del país, estas palabras las dijo el doctor Sampaio, y continuó luego, No hay comparación posible entre el Portugal que dejó al partir y el Portugal que encuentra ahora, bien sé que ha vuelto hace poco tiempo, pero si ha andado por ahí, con los ojos abiertos, es imposible que no haya comprobado las grandes transformaciones, el aumento de riqueza nacional, la disciplina, la doctrina coherente y patriótica, el respeto de las otras naciones por la patria lusitana, su gesta, su secular historia y su imperio, No he visto mucho, respondió Ricardo Reis, pero he seguido lo que dicen los periódicos, Claro, los periódicos, hay que leerlos, pero no basta, hay que ver con los propios ojos, las carreteras, los puertos, las escuelas, las obras públicas en general, y la disciplina mi querido amigo, el sosiego de las calles y de los espíritus, una nación entera entregada al trabajo bajo la jefatura de un gran estadista, realmente una mano de hierro en guante de terciopelo, que es lo que necesitábamos, Magnífica metáfora esa, Siento que no sea mía, me quedó grabada en la memoria, imagínese, realmente una imagen puede valer por cien discursos, la leí hace dos o tres años, aquí, en la primera página de Sempre Fixe, o sería en la de Os Ridículos, allí estaba, una mano de hierro en guante de terciopelo, y tan acertado era el dibujo que, mirando de cerca, tanto se veía el terciopelo como el hierro, Un periódico de humor, La verdad, mi querido amigo, no elige el lugar, Queda por ver si el lugar lo elige siempre la verdad. El doctor Sampaio frunció levemente el entrecejo, la contradicción lo desconcertó un poco, pero la atribuyó a ser el pensamiento demasiado profundo, incluso hasta sutilmente conciliador, para ser debatido allí, entre el vino de Colares y el queso. Marcenda mordisqueaba una corteza, distraída, alzó la voz para decir que no quería dulce ni café, después empezó una frase que, concluida, quizá hubiera podido derivar la conversación hacia Tá Mar, pero su padre continuaba, estaba dando un consejo, No es que se trate de un buen libro, de esos que tienen un puesto en la literatura, pero es sin duda un libro útil, de lectura fácil, y puede abrirle los ojos a mucha gente, Qué libro es, El título es Conspiración, lo escribió un periodista patriota, nacionalista, se llama Tomé Vieira, seguro que ha oído hablar de él, No, no he oído nunca ese nombre, viviendo allá, tan lejos, El libro ha salido hace unos días, léalo, léalo, y luego me dirá, Lo leeré, seguro, ya que me lo aconseja, Ricardo Reis empezaba a arrepentirse de haberse declarado antisocialista, antidemócrata, antibolchevique por añadidura, y no porque no fuera todo eso, punto por punto, sino porque se sentía cansado del nacionalismo hiperbólico del notario, tal vez más cansado aún por no haber podido hablar con Marcenda, muchas veces ocurre, fatiga más lo que no se hace, descansar es haberlo hecho.

Finalizaba la cena, Ricardo Reis apartó la silla de Marcenda al levantarse ésta, la dejó ir delante con su padre, una vez fuera del comedor los tres dudaron si debían o no pasar al salón, hubo una indecisión general de gestos y movimientos, pero Marcenda dijo que se iba a la habitación, que le dolía la cabeza, Mañana no creo que nos veamos, nos vamos temprano, dijo ella, lo dijo también su padre y Ricardo Reis les deseó un buen viaje, Quizá esté aún aquí cuando vuelvan el mes que viene, Si no está, deje su dirección, lo dijo el doctor Sampaio. Ahora, nada más hay que decir, Marcenda se fue a su cuarto, le duele la cabeza o finge que le duele, Ricardo Reis no sabe qué hacer, el doctor Sampaio sale esta noche de nuevo.

Ricardo Reis salió también. Anduvo por ahí, entró en algún cine a ver las carteleras, vio jugar una partida de ajedrez, ganaron las blancas, llovía cuando salió del café. Fue en taxi al hotel. Cuando entró en el cuarto vio que no le habían abierto la cama y que la segunda almohada no había salido del armario, Sólo una vaga tristeza inconsecuente se detiene un momento a la puerta de mi alma y después de mirarme un poco pasa, sonriendo de nada, murmuró.

Un hombre debe leer de todo, un poco o lo que pueda, pero que no se le exija más, visto lo corto de las vidas y la prolijidad del mundo. Empezará por aquellos títulos que a nadie debieran escapar, los libros de estudio, así llamados vulgarmente, como si no lo fueran todos, y ese catálogo será variable de acuerdo con la fuente de conocimiento en la que se va a beber y la autoridad que vigila su caudal, en el caso de Ricardo Reis, alumno que fue de los jesuítas, podemos hacernos una idea aproximada, incluso siendo tan distintos nuestros maestros, los de ayer y los de hoy. Después vendrán las inclinaciones de juventud, los escritores de cabecera, las pasiones temporales, los Werther para el suicidio o para huir de él, las graves lecturas de la madurez, una vez llegados a un momento de la vida ya todos, más o menos, leemos las mismas cosas, aunque el primer punto de partida nunca acabe de perder su influjo, con aquella importantísima y general ventaja que tienen los vivos, vivos por ahora, de poder leer lo que otros, por morirse antes de tiempo, no llegaron a conocer. Por dar un solo ejemplo, ahí tenemos al pobre Alberto Caeiro, que, habiendo muerto en mil novecientos quince, no leyó Nome de Guerra, Dios sabrá la falta que le hizo, y a Fernando Pessoa y a Ricardo Reis, que tampoco estarán en este mundo cuando Almada Negreiros publique esta novela. Casi veríamos repetida aquí la graciosa historia del señor de La Palice, quien, un cuarto de hora antes de morir, aún estaba vivo, eso dirían los humoristas de mayor desenvoltura, que nunca se detuvieron un minuto a pensar en la tristeza que es no estar vivo un cuarto de hora después. Adelante. El hombre probará pues de todo, Conspiración incluida, y no le hará ningún mal descender por una vez de las alturas rarefactas en las que está instalado, para ver cómo se fabrica el pensar común, cómo éste alimenta el común pensar, que de eso viven las gentes en su cotidianeidad, no de Cicerón ni de Spinoza. Tanto más, ah, tanto más cuanto que hay una recomendación de Coimbra, un insistente consejo, Lea la Conspiración, amigo mío, que es buena doctrina la que allí viene, y disculpe las flaquezas de forma y del enredo por la bondad del mensaje, y Coimbra sabe lo que dice, ciudad sobre todas doctora, densa en licenciados. Ricardo Reis fue al día siguiente a comprar el librito, lo llevó al cuarto, lo desenvolvió, sigilosamente, pues no todas las clandestinidades son lo que parecen, a veces no pasan de avergonzar a una persona de lo que va a hacer, gozos secretos, dedo en la nariz, la caspa bien rascada, quizá no sea menos censurable esa cubierta que nos muestra una mujer de gabardina y boina, bajando por una calle, junto a una prisión, como se ve de inmediato por la ventana enrejada y la garita del centinela, puestas allí para que no haya dudas sobre lo que espera a los conspiradores. Está, pues, Ricardo Reis en su cuarto, arrellanado en la butaca, llueve en la calle y en el mundo como si el cielo fuera un mar suspenso que se vaciara sin fin por goteras innumerables, hay inundaciones por todas partes, destrucciones, hambre canina, pero este libro nos dirá cómo un alma de mujer se lanzó a la generosa cruzada de atraer a la razón y al espíritu nacionalista a alguien a quien ideas peligrosas habían perturbado, sic. Son buenas las mujeres para estas habilidades, probablemente para equilibrar las contrarias y también tan habituales en ellas, cuando les da por perturbar y perder las almas de los hombres, ingenuos desde Adán. Van ya leídos siete capítulos, a saber, En vísperas de elecciones, Una revolución sin disparos, La leyenda del amor, La fiesta de la Reina Santa, Una huelga académica, Conspiración, La hija del senador, en fin, contando el caso con detalle, un muchacho, universitario e hijo de un labrador, se metió en líos, fue detenido, encerrado en la cárcel de Aljube, y va a ser la referida hija de senador quien, por puras razones patrióticas, por apostolado lleno de abnegación, moverá cielo y tierra para sacarlo de allá, cosa que, en definitiva, no le será difícil, pues es muy estimada en las altas esferas del gobierno, con sorpresa de aquel que le dio el ser, senador que fue del partido demócrata y ahora conspirador empedernido, nunca se sabe para qué un padre cría a una hija. Ella lo dijo como Juana de Arco, salvadas las distancias, Papá, usted estuvo a punto de ser detenido hace dos días, di mi palabra de honor de que papá no huiría de sus responsabilidades, pero aseguré también que papá dejaría de inmiscuirse en negocios conspiratorios, ay este amor filial, tan conmovedor, tres veces papá en una frase tan corta, a qué extremos llegan en la vida los afectuosos lazos, y vuelve la abnegada muchacha, Puede asistir a su reunión de mañana, nada le va a ocurrir, se lo aseguro porque lo sé, y la policía sabe también que los conspiradores van a reunirse una vez más, no importa con quién. Generosa, benevolente policía ésta de Portugal, que hace como si no lo supiera, aunque podría intervenir, pues está al tanto de todo, tiene una espía en el campo enemigo, que es, quién lo diría, la hija de un antiguo senador, adversario de este régimen, traicionadas así las tradiciones familiares, pero todo acabará felizmente para las partes, si tomamos en serio al autor de la obra, oigámoslo ahora, La situación del país merece referencias entusiastas de la prensa extranjera, se cita nuestra política financiera como modelo, hay alusiones a nuestra situación financiera, que nos coloca en una situación privilegiada, en todo el país continúan realizándose obras públicas que dan empleo a miles de obreros, día tras día los periódicos publican comunicados gubernativos con providencias para superar la crisis que, por fenómenos mundiales, nos alcanzó también, el nivel económico de la nación, comparado con el de otros países, es más alentador, el nombre de Portugal y el de los estadistas que lo gobiernan aparecen citados constantemente en todo el mundo, la doctrina política establecida entre nosotros es motivo de estudio en otros países, se puede afirmar que el mundo nos contempla con simpatía y admiración, los grandes periódicos de fama internacional envían a Lisboa sus corresponsales más acreditados para descubrir el secreto de nuestros éxitos, el jefe del gobierno es arrancado así de su obstinada humildad, de su recogimiento contrario a toda propaganda, y proyectado a los titulares de la prensa de todo el mundo como figura culminante, y sus doctrinas se transforman en apostolado, Ante todo esto, que es sólo una pálida sombra de lo que podría decirse, tienes que reconocer, Carlos, que ha sido una locura irresponsable el complicarte la vida con huelgas académicas que nunca trajeron nada bueno, has pensado ya en el trabajo que me va a costar sacarte de aquí, Tienes razón, Marilia, y cuánta, pero la policía no ha encontrado nada malo contra mí, sólo el hecho de que fui yo quien desplegó la bandera roja, que ni era bandera ni nada, sólo un trapo comprado por cuatro perras, Un juego de chiquillos, dijeron ambos a coro, esta conversación tenía lugar en la cárcel, en el locutorio, así es el mundo carcelario. Allá, en su pueblo, también en el distrito de Coimbra, otro labrador, padre de la gentil muchacha con quien este Carlos acabará casándose cuando lleguemos hacia el fin de la historia, explica a un corro de subalternos que ser comunista es lo peor que se puede ser, los comunistas no quieren que haya patrones ni obreros, ni leyes ni religión, nadie se bautiza, nadie se casa, el amor no existe, la mujer es algo sin valor, todos pueden tener derecho a ella, los hijos no tienen por qué obedecer a los padres, cada uno hace lo que le da la gana. En cuatro capítulos más, y un epílogo, la dulce valquiria Marilia salva al estudiante de la cárcel y de la lepra política, regenera a su padre, que abandona definitivamente la manía conspiratoria, y proclama que dentro de la actual solución corporativa el problema se resuelve sin mentiras, sin odios y sin revueltas, se acabó la lucha de clases, sustituida por la colaboración de elementos que constituyen valores iguales, el capital y el trabajo, en conclusión, la nación ha de ser como una casa en la que hay muchos hijos y el padre tiene que imponer un orden para criarlos a todos, pero si los hijos no son lo bastante educados, si no tienen respeto al padre, todo va mal y la casa se viene abajo, por estas irrebatibles razones, los dos propietarios, padres de los novios, subsanadas algunas discrepancias menores, contribuyen a poner fin a los pequeños conflictos entre los trabajadores que se ganan su vida sirviendo a uno u otro, y, en definitiva, no le valió a Dios la pena echarnos del paraíso cuando en tan poco tiempo lo reconquistamos. Ricardo Reis cerró el libro, lo ha leído de prisa, las mejores lecciones son éstas, breves, concisas, fulminantes, Qué estupidez, con tal exclamación se venga del doctor Sampaio, ausente, odia por un momento al mundo entero, a la lluvia que no para, al hotel, al libro tirado en el suelo, al notario, a Marcenda, luego excluye a Marcenda de la condena general, no sabe bien por qué, quizá sólo por el gusto de salvar algo, como en un campo de ruinas cogemos un fragmento de madera o piedra que nos ha atraído por su forma, no tenemos ánimo para tirarlo y acabamos metiéndolo en el bolsillo, por nada, o por una vaga conciencia de responsabilidad, sin causa ni objeto.

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