Marcenda posó la mano izquierda en la palma de la mano derecha, falso, no es verdad que lo haya hecho, escrito así parecería que la mano izquierda fue capaz de obedecer una orden del cerebro e ir a posarse sobre la otra, es preciso estar presente para saber cómo lo consiguió, primero la mano derecha dio la vuelta a la izquierda, después se metió por debajo de ella, con los dedos meñique y anular sujetó la muñeca, y ahora, juntas, se acercan ambas a Ricardo Reis, cada una de ellas ofreciendo la otra, o pidiendo auxilio, o sólo resignadas a lo que no es posible evitar, Dígame si cree que puedo llegar a curarme, No lo sé, lleva así cuatro años, sin mejoría, su médico dispone de elementos de apreciación que yo no tengo, aparte de eso, repito una vez más, no es ésta mi especialidad, Debería negarme a venir a Lisboa, decirle a mi padre que me resigno, que no gaste más dinero conmigo, Por ahora, su padre tiene dos razones para venir a Lisboa, si le quita una, Tal vez encuentre valor para seguir viniendo él solo, Habrá perdido la coartada que su enfermedad representa, ahora él se ve a sí mismo sólo como un padre que quiere ver curada a su hija, lo demás es como si no fuera verdad, Entonces, qué hago, Apenas nos conocemos, no tengo derecho a darle consejos, Soy yo quien se los pide, No renuncie, siga viniendo a Lisboa, hágalo por su padre, aunque ya no crea en la curación, Ya casi no creo, Defienda lo que le queda, creer será su coartada, Para qué, Para mantener la esperanza, Cuál, La esperanza, sólo la esperanza, nada más, se llega a un punto en que no hay nada más que la esperanza, y entonces descubrimos que aún lo tenemos todo. Marcenda se apoyó en la butaca, frotó lentamente el dorso de la mano izquierda, tenía la ventana tras ella, apenas se le veía el rostro, en otra ocasión ya Salvador habría venido a encender la gran araña, orgullo del Hotel Bragança, pero ahora era como si quisiera hacer evidente su contrariedad por haber sido marginado, tan ostensiblemente de una conversación que en definitiva había sido propiciada por él, hablando de los Sampaio a Ricardo Reis, de Ricardo Reis a los Sampaio, así se lo pagaban estos dos allí de charla, cuchicheando, con la sala a oscuras, apenas acababa de pensarlo se encendió la lámpara, fue iniciativa de Ricardo Reis, alguien que entrara encontraría sospechoso que estuvieran allí un hombre y una mujer en la oscuridad, aunque él fuera médico y ella una enferma, peor es esto que el banco trasero de un taxi. Salvador apareció en aquel momento y dijo, Ahora mismo venía a encender, doctor, y sonrió, ellos sonrieron también, son gestos y actitudes que forman parte de los códigos de la civilización, con su parte de hipocresía, otra de necesidad, otra que es el disfraz de la angustia. Se retiró Salvador, hubo después un prolongado silencio, parecía menos fácil hablar con tanta luz, entonces Marcenda dijo, Si no es abuso por mi parte, puedo preguntarle por qué lleva un mes viviendo en el hotel, Aún no me he decidido a buscar casa, y no sé siquiera si me quedaré en Portugal, tal vez acabe por volver a Río de Janeiro, Vivió allá dieciséis años, dijo Salvador, por qué se decidió a regresar, Añoranza de la patria, En poco tiempo la colmó si habla ya de marcharse otra vez, No es eso exactamente, cuando decidí embarcarme hacia Lisboa me parecía que tenía razones a las que no podía escapar, cuestiones importantísimas que tratar aquí, Y ahora, Ahora, dejó en suspenso la frase, se quedó mirando al espejo colocado ante él, Ahora me veo como el elefante que ve aproximarse la hora de la muerte y empieza a andar hacia el lugar adonde lo ha de llevar su muerte, Si regresa a Brasil, y no vuelve nunca de allá, ése será también el lugar donde vaya a morir el elefante, Cuando alguien emigra, piensa en el país donde tal vez muera como país donde tendrá vida, es ésta la diferencia, Quizá cuando vuelva a Lisboa, dentro de un mes, no lo encuentre ya, Puedo haber puesto ya mi casa, organizado el consultorio, mis hábitos, O haber vuelto a Río de Janeiro, Lo sabrá en seguida, Salvador se lo dirá, Vendré, para no perder la esperanza, Aún estaré aquí, si no la hubiera perdido.
Marcenda tiene veintitrés años, no sabemos con exactitud qué estudios hizo, pero, siendo hija de notario y además de Coimbra, sin duda hizo el bachillerato y sólo por haber enfermado de manera dramática habrá abandonado sus estudios en alguna facultad, derecho o letras, preferentemente letras, pues derecho no es tan propio de mujeres, el árido estudio de los códigos, aparte de tener ya un abogado en la familia, si fuera un chico, podría continuar la dinastía notarial, pero no es ésta la cuestión, la cuestión es la confesada sorpresa de ver cómo una muchacha de este país y tiempo fue capaz de mantener tan sostenida y elevada conversación, y decimos elevada por comparación con los patrones corrientes, no fue estúpida ni una sola vez, no se mostró pretenciosa, no se las dio de sabia ni se puso a competir con el macho, con perdón de la grosera palabra, habló con naturalidad de persona, y es inteligente, quizá como compensación de su defecto, cosa que tanto puede ocurrirle a una mujer como a un hombre. Ahora se levanta, sostiene la mano izquierda a la altura del pecho y sonríe, Le agradezco mucho la paciencia que ha tenido conmigo, No me lo agradezca, para mí esta conversación fue un placer, Cena en el hotel, Sí, Entonces, nos veremos, Hasta luego, Ricardo Reis la vio alejarse, menos alta de lo que la hacía en su memoria, pero esbelta, por eso le había engañado el recuerdo, y luego la oyó decir a Salvador, Dígale a Lidia que venga a mi cuarto cuando pueda, sólo a Ricardo Reis parecerá insólita esta orden, y es porque censurables actos de promiscuidad de clases le pesan sobre la conciencia, pues qué podrá haber de más natural que el hecho de que una cliente de un hotel llame a una camarera, sobre todo si aquélla precisa ayuda para cambiarse de vestido, por tener un brazo paralítico, por ejemplo. Ricardo Reis tarda aún un poco en salir del salón, pone la radio en el momento en que están transmitiendo La Laguna Dormida, son casualidades, sólo en una novela se aprovecharía esta coincidencia para establecer forzados paralelos entre una laguna silente y una muchacha virgen, que lo es, y aún no se había dicho, y cómo se sabía si ella no lo proclama, son cuestiones muy reservadas, ni un novio, si lo tiene algún día, se atrevería a preguntarle, Eres virgen, en este medio social, por ahora, se parte del principio de que sí señor es virgen, más tarde se verá, llegada la ocasión, con escándalo si al final no lo era. Se acabó la música, vino una canción napolitana, serenata o algo así, amore mio, cuore ingrato, con te, la vita insieme, per sempre, juraba el tenor estas excelencias canoras del sentimiento cuando entraron en el salón dos huéspedes de alfiler de brillantes en la corbata y papada doble ocultándoles el nudo, se sentaron, encendieron sus puros, van a hablar de un negocio de corcho o de conservas de pescado, lo sabríamos exactamente sí no estuviera saliendo Ricardo Reis, va tan distraído que no se acuerda de saludar a Salvador, extraños casos se están dando en este hotel.
Caía la noche cuando llegó el doctor Sampaio, Ricardo Reis y Marcenda no salieron de sus habitaciones, Lidia fue vista algunas veces en las escaleras y en los pasillos, va sólo adonde la llaman, por un quítame allá esas pajas se peleó con Pimenta, y éste le respondió acorde en tono y contenido, ocurrió la querella lejos de oídos ajenos, y menos mal, ni Salvador se enteró, que le habría gustado saber qué insinuaciones eran aquellas de Pimenta sobre gente que padece de sonambulismo y que anda por los pasillos a altas horas de la noche. Daban las ocho cuando el doctor Sampaio llamó a la puerta de Ricardo Reis, que no valía la pena entrar, muchas gracias, sólo venía a invitarlo a cenar, juntos, los tres, que Marcenda le había hablado de la conversación que habían tenido, Cuánto se lo agradezco, doctor, y Ricardo Reis insistió para que se sentara un momento, No hice nada, me limité a oírla y le di el único consejo que podría dar una persona sin especial conocimiento del caso, continuar el tratamiento, no desanimarse, Es lo que siempre le digo, pero a mí ya no me hace caso, ya sabe cómo son los hijos, sí papá, no papá, pero viene a Lisboa como desanimada, y tiene que venir para que el médico pueda seguir la evolución de la enfermedad, los tratamientos los hace en Coimbra, claro, Pero en Coimbra también hay especialistas, Pocos, y lo que hay allí, y no quiero parecerle excesivamente riguroso, no me convence, por eso venimos a Lisboa, el médico que la lleva es hombre de mucha experiencia, Pero estos días de ausencia perjudicarán su trabajo, Sí, claro, a veces, pero de poco serviría un padre si se negara a hacer este pequeño sacrificio de tiempo, la conversación no quedó aquí, siguieron hablando en este tono algunas frases, parejas de intención, ocultando y mostrando a medias lo que pensaban, como es habitual en toda conversación, y en ésta, por las razones que sabemos, de una manera especial, hasta que el doctor Sampaio creyó conveniente levantarse, Entonces, a las nueve venimos a llamar a su puerta, No, no, ya iré yo, no quiero que se molesten, y así fue, llegada la hora llamó Ricardo Reis a la puerta de la habitación doscientos cinco, que sería poca delicadez llamar primero a Marcenda, ésta es otra de las sutilezas del código.