Media hora después se abrió la puerta. Lidia, temblando de frío tras la larga travesía por corredores y escaleras, se metió en la cama, se enroscó y preguntó, Qué, fue bonito el teatro, y él dijo la verdad, Sí, lo fue.
Marcenda y su padre no aparecieron a la hora de comer. Saber el motivo no exigió a Ricardo Reis supremos recursos tácticos, ni dialécticas de detective, se limitó a dar tiempo a Salvador y a sí mismo, habló vagamente, unas frases sueltas, con los codos en el mostrador de recepción, el aire confianzudo del huésped familiar, y así de paso, como paréntesis, o brevísima digresión oratoria, o simple esbozo de tema musical que inesperadamente surgiera del desarrollo del otro, informó que había ido al Teatro Doña María la noche anterior y que allí había visto y conocido al doctor Sampaio y a la hija, gente muy simpática y distinguida. A Salvador le pareció que le estaban dando la noticia con mucho retraso, por eso se le crispó un poco la sonrisa, pues había visto salir a los dos huéspedes, habló con ellos, y no le dijeron que la noche anterior habían encontrado al doctor Ricardo Reis en el Doña María, lo sabía ahora, es cierto, pero casi a las dos de la tarde, cómo podía ocurrir una cosa así, claro que no era de esperar que le dejaran recado por escrito para que se enterase de lo sucedido apenas entrara de servicio, Conocimos al doctor Reis, Conocí al doctor Sampaio y a su hija, sin embargo sentía como una gran injusticia que lo hubieran dejado en la ignorancia durante tantas horas, ingrato mundo, verse tratado así un gerente que tan amistoso trato tiene con sus clientes. Crisparse la sonrisa, si de él hablamos, puede ser obra de un momento y no durar más que el momento mismo, pero explicar por qué se crispó necesita tiempo, al menos para que no queden muchas dudas sobre los motivos de la inesperada y aparentemente incomprensible actitud, y es que la sensibilidad de las personas tiene espacios tan profundos y recónditos que, si nos aventuramos por ellos con ánimo de examinarlo todo hay peligro de no salir de allí tan pronto. Desde luego, Ricardo Reis no emprendió análisis tan minucioso, a él le pareció sólo que un súbito pensamiento había perturbado a Salvador, y así fue, como nosotros sabemos, aunque él se empeñara en adivinar qué pensamiento habría sido ése no lo lograría, lo que muestra cuan poco sabemos unos de otros y cuan de prisa se fatiga nuestra paciencia cuando, muy de tarde en tarde, nos empeñamos en apurar motivos, dilucidar impulsos, salvo si se trata de una auténtica investigación criminal, como lateralmente nos viene enseñando The god of the labyrinth. Venció Salvador su despecho con más rapidez que el tiempo que nos llevó contarlo, como suele decirse, y, dejándose guiar sólo por su buen carácter, mostró hasta qué punto había quedado contento, alabando al doctor Sampaio y a su hija, él un caballero, ella una joven finísima, de educación esmerada, qué pena su tristeza, con aquella tara o enfermedad, Porque, doctor Reis aquí, entre nosotros, yo no creo que su mal sea curable. No había iniciado Ricardo Reis la conversación para entrar en una disputa médica para la que, por otra parte, ya se había declarado incompetente, por eso cortó la charla y fue a lo que más le importaba, o le importaba sin saber cuánto y hasta qué punto, No han venido a comer, y de repente cayendo en esa posibilidad, Habrán regresado a Coimbra, pero Salvador, que al menos de esto sí lo sabía todo, respondió, No, se van mañana, hoy comían en la Baixa porque la señorita Marcenda tenía hora con el médico, y luego iban a dar una vuelta, de compras, Pero cenarán, Ah, eso seguro. Ricardo Reis se aparto del mostrador, dio dos pasos, retrocedió luego, Bueno, creo que voy a dar una vuelta, parece que el tiempo está seguro, y entonces Salvador, con el tono de quien se limita a dar una información de menor importancia, desdeñable, La señorita Marcenda dijo que volvería después de la comida, que no acompañaría a su padre en los asuntos que él tenía que tratar esta tarde, ahora tendrá Ricardo Reis que dar lo dicho por no dicho, fue hasta la sala de estar, miró por la ventana como quien valora el trabajo de los meteoros, volvió, Pensándolo mejor, me voy a quedar a leer los periódicos, no llueve pero debe de hacer frío, y Salvador, reforzando con su diligencia el nuevo proyecto, Voy a decir que pongan una estufa en la sala, tocó dos veces la campanilla, apareció una camarera que no era Lidia, como primero se vio y luego se confirmó, Oye, Carlota, enciende una estufa y ponía ahí en la sala. Si tales pormenores son o no son indispensables para el mejor entendimiento del relato es juicio que cada uno de nosotros hará por sí mismo, y no siempre idéntico, depende de la atención que se ponga, del humor, de la manera de ser de cada uno, hay quien valora sobre todo las ideas generales, los planos de conjunto, los panoramas, los frescos históricos, hay quien estima mucho más las afinidades y contrastes de los tonos contiguos, bien sabemos que no es posible gustar a todo el mundo, pero, en este caso, se trataba sólo de dar tiempo a que los sentimientos, cualesquiera que fuesen, abrieran y dilatasen camino entre y dentro de las personas, mientras Carlota va y viene, mientras Salvador anda con la prueba del nueve de una cuenta que se le resiste, mientras Ricardo Reis se pregunta si tan súbita mudanza de intención no habrá resultado sospechosa, primero dijo Voy a salir, y al final se queda.
Dieron las dos, las dos y media, fueron leídos y releídos esos exangües periódicos de Lisboa, desde las noticias de la primera página, Eduardo VIII será el nuevo rey de Inglaterra, el ministro del Interior fue felicitado por el historiador Costa Brochado, descienden los lobos a los poblados, la idea del Anschluss, que es, para quien no lo sepa, la unión de Alemania y Austria, fue repudiada por el Frente Patriótico Austríaco, el gobierno francés presentó la dimisión, las divergencias entre Gil Robles y Calvo Sotelo pueden poner en peligro el bloque electoral de las derechas españolas, hasta los anuncios, Pargil es el mejor elixir para la boca, mañana debuta en el Arcadia la famosa bailarina Marujita Fontán, vea los nuevos modelos de automóviles Studebaker, el President, el Dictador, si el anuncio de Freiré Grabador era el universo, éste es el resumen perfecto del mundo en los días que vivimos, un automóvil llamado Dictador, clara señal de los tiempos y los gustos. Algunas veces zumbó el timbre de la entrada, gente que salía, gente que llegaba, un huésped nuevo, campanillazo seco de Salvador, Pimenta que carga con las maletas, luego un silencio prolongado, denso, la tarde se vuelve sombría, pasa de las tres y media. Ricardo Reis se levanta del sofá, se arrastra hasta la recepción, Salvador lo mira con simpatía, si no es piedad lo que se ve en su cara, Qué, ya ha leído todos los periódicos, no tuvo tiempo Ricardo Reis de responder, todo ahora sucede con rapidez, el timbre de nuevo, una voz en el fondo de la escalera, Oiga, Pimenta, por favor, ayúdeme a llevar estos paquetes al cuarto, baja Pimenta, sube, Marcenda viene con él, y Ricardo Reis no sabe qué hacer, si quedarse donde está, si volver a sentarse, fingir que lee o dormita al suave calor, pero, si lo hace, qué pensará Salvador, astuto espía, de modo que su ánimo fluctúa a medio camino entre estas posibilidades cuando Marcenda entra en la recepción, dice, Buenas tardes, y se sorprende, Está aquí doctor, Estoy leyendo los periódicos, responde él, pero inmediatamente añade, He acabado ya, son frases terribles, demasiado conclusivas, si estoy leyendo los periódicos, no quiero hablar, si he acabado, me voy en seguida, entonces añade, sintiéndose otra vez infinitamente ridículo, Se está muy bien aquí calentito, se aflige ante la vulgaridad de la expresión, pero incluso así no se decide, no vuelve a sentarse, no volverá porque si se sienta, ella creerá que quiere quedarse solo, si espera a que ella suba al cuarto teme que crea que él se fue después, el movimiento ha de hacerse en el momento exacto para que Marcenda piense que él se sienta para esperarla, no fue necesario, Marcenda dijo simplemente, Voy a dejar esto en la habitación y bajo luego para hablar un poco con usted, si tiene paciencia para soportarme y no tiene otras cosas más importantes que hacer. No nos sorprenda la sonrisa de Salvador, a él le gusta que sus clientes hagan amistades, todo redunda en beneficio del hotel, se crea un buen ambiente, y aunque nos sorprendiéramos, de nada iba a servir, con relación al relato, el hablar por extenso de lo que, habiendo surgido, desapareció en seguida por no tener por qué durar más. Ricardo Reis sonrió también, con una sonrisa más prolongada, y dijo, Con mucho gusto, o cualquier frase de este tipo, que abundan, igualmente triviales, cotidianas, aunque sería lamentable perder el tiempo analizándolas, hoy están vacías ya, gastadas, sin brillo ni color, recordemos sólo cómo habrían sido dichas y oídas en sus primeros días, Será un placer, Estoy a su disposición, pequeñas declaraciones que por su osadía harían vacilar a quien las decía, y que harían estremecerse de temor y esperanza a quien las oyera, era entonces un tiempo en que las palabras eran nuevas y los sentimientos comenzaban.