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Sale Ricardo Reis a la calle, a la del Alecrim, invariable, y después por cualquier otra, hacia arriba, hacia abajo hacia los lados, Ferragial, Remolares, Arsenal, Vinte e Quatro de Julho, son los primeros desdoblamientos del ovillo Boavista, Crucifixo, al fin se cansan las piernas, un hombre no puede andar por ahí sin rumbo, no sólo los ciegos precisan de bastón tanteando un palmo delante, o de perro que olfatee el peligro, incluso un hombre con sus dos ojos intactos precisa de una luz que lo preceda, aquello en que cree o a que aspira, las propias dudas sirven, a falta de cosa mejor. Ahora bien, Ricardo Reis es un espectador del espectáculo del mundo, sabio si eso es sabiduría, ajeno e indiferente por educación y actitud, pero trémulo porque una simple nube pasó, es tan fácil comprender a los antiguos griegos y romanos cuando creían que se movían entre dioses, que los dioses los asistían en todo momento y lugar, a la sombra de un árbol, junto a una fuente, en el interior denso y rumoroso de un bosquecillo, a orilla del mar o sobre las olas, en la cama con la persona amada, mujer o diosa, si quería. Le falta a Ricardo Reis un perro lazarillo, un bastoncito, una luz ante él, que este mundo y esta Lisboa son una niebla oscura donde se pierde el sur y el norte, el este y el oeste, donde el único camino abierto es hacia abajo, si uno se abandona cae al fondo, maniquí sin piernas ni cabeza. No es verdad que haya vuelto de Río de Janeiro por cobardía, o por miedo, que es más clara manera de decir y dejar explicado. No es verdad que haya regresado porque murió Fernando Pessoa, considerando que nada es posible poner en el lugar del espacio y en el lugar del tiempo de donde alguien o algo fue arrojado, Fernando fuese o Alberto, cada uno de nosotros es único e insustituible, lugar más que común es decirlo, pero cuando lo decimos no sabemos hasta qué punto, Aunque se me apareciera ahora mismo, aquí, mientras bajo por la Avenida de Liberdade, Fernando Pessoa ya no es Fernando Pessoa, y no porque esté muerto, la gravé y decisiva cuestión es que no podrá añadir nada a lo que fue y a lo que hizo, a lo que vivió o escribió, si dijo verdad el otro día, ya ni es capaz de leer, pobre hombre. Tendrá que ser Ricardo Reis quien le lea esta otra noticia publicada en una revista, con retrato oval, La muerte se llevó hace unos días a Fernando Pessoa, el poeta ilustre que vivió su corta vida casi ignorado de las multitudes, y, quizá valorando la riqueza de su obra, la ocultaba avaramente, con temor de que se la robaran, un día se hará entera justicia a su fulgurante talento, a semejanza de otros grandes genios que han muerto ya, reticencias, hijos de perra, lo peor que tienen los diarios es que quien los hace se crea autorizado a escribir sobre todo, que se atreva a poner en la cabeza de otros ideas que puedan servir en la cabeza de todos, como esta de que ocultaba Fernando Pessoa sus obras por miedo a que se las robaran, cómo es posible que se atrevan a decir tales estupideces, y Ricardo Reis golpeaba impetuoso con la contera del paraguas en las losas de la acera, podría servirle de bastón pero sólo mientras no llueva, un hombre no va menos perdido por caminar en línea recta. Entra en Rossio y es como si estuviera en una encrucijada, en un cruce de cuatro u ocho caminos, que andados o continuados irán a dar, ya se sabe, al mismo punto, o lugar, el infinito, por eso no vale la pena elegir uno, cuando llegue la hora dejemos ese cuidado al azar, que no elige, también lo sabemos se limita a empujar, a su vez lo empujan fuerzas de las que nada sabemos, y si lo supiéramos, qué sabríamos. Mejor es creer en estos letreros, tal vez fabricados en los completos talleres de Freiré Grabador, con nombres de médicos, de abogados, de notarios, gente a quien se acude en caso de necesidad y que aprendió y enseña a trazar la rosa de los vientos, quizá no coincidentes en sentido y dirección, pero eso es todavía lo que menos importa, a esta ciudad le basta saber que la rosa de los vientos existe, que nadie está obligado a partir, éste no es el lugar donde los rumbos se abren, tampoco es el punto magnífico donde los rumbos convergen, aquí precisamente cambian los rumbos de dirección y sentido el norte se llama sur, el sur norte, se paró el sol entre el este y el oeste, ciudad como una cicatriz quemada, cercada por un terremoto, lágrima que no se seca ni hay mano que la enjugue. Ricardo Reis piensa, Tengo que abrir un consultorio, ponerme la bata, oír a los enfermos, aunque sólo sea para dejarlos morir, al menos estarán haciéndome compañía mientras vivan, será la última buena acción de cada uno de ellos, ser el enfermo médico de un médico enfermo, no diremos que estos pensamientos sean los de todos los médicos, pero de éste sí, por sus particulares razones, no obstante mal entrevistas, y también, A qué me voy a dedicar, de qué montaré el consultorio, dónde y para quién, véase que tales preguntas no requieren más que respuestas, puro engaño, es con los actos como respondemos siempre, y también con los actos preguntamos.

Va Ricardo Reis bajando por la Rua dos Sapateiros cuando ve a Fernando Pessoa. Está parado en la esquina de la Rua de Santa Justa, mirándolo como quien espera, pero no impaciente. Lleva el mismo traje negro la cabeza descubierta y, detalle en el que Ricardo Reis no había reparado la primera vez, no lleva gafas, cree comprender por qué, sería absurdo y de mal gusto enterrar a alguien con las gafas puestas, pero la razón es otra, no llegaron a dárselas cuando, en el momento de morir, las pidió, Dame las gafas, dijo y se quedó sin ver, que no siempre se está a tiempo de satisfacer las últimas voluntades. Fernando Pessoa sonríe y da las buenas tardes, responde Ricardo Reis de la misma manera y siguen ambos en dirección al Terreiro do Paço. Un poco más allá empieza a llover, el paraguas los cubre a los dos, aunque a Fernando Pessoa no lo pueda mojar esta agua, fue el movimiento de alguien que aún no ha olvidado por completo la vida, o quizá sólo el gesto confortante de recurrir a un mismo y próximo techo, Péguese aquí, que cabemos los dos, a esto no se va a contestar, No lo necesito, voy bien así. Ricardo Reis tiene una curiosidad por satisfacer, Quien nos mire, a quién ve, a usted o a mí, Lo ve a usted, o mejor, ve una silueta que no es ni usted ni yo, Una suma de nosotros dividida por dos, No, más bien diría que el producto de la multiplicación del uno por el otro, Existe esa aritmética, Dos, sean los que sean, no se suman, se multiplican, Creced y multiplicaos, dice el precepto, No es ése el sentido, querido amigo, ése es el sentido más limitado biológico, e incluso con muchas excepciones, de mí, por ejemplo, no han quedado hijos, De mí tampoco van a quedar creo, Y sin embargo somos múltiples, Tengo una oda en la que digo que en nosotros viven innumerables, Que yo recuerde, ésa no es de nuestro tiempo, La escribí hará dos meses, Como ve, cada uno de nosotros, por su lado, va diciendo lo mismo, Entonces no valía la pena habernos multiplicado, Sí porque, de otro modo, no seríamos capaces de decirlo, Preciosa conversación ésta, paúlica, interseccionista, [6] por la Rua dos Sapateiros hasta más abajo de la Conceição, desde ahí, volviendo hacia la izquierda, hacia la Augusta, otra vez de frente, dice Ricardo Reis parándose, Entramos en el Café Martinho, y Fernando Pessoa, con gesto brusco, Sería imprudente, las paredes tienen ojos y buena memoria, otro día podemos ir ahí sin peligro de que me reconozcan, es cuestión de tiempo. Se detuvieron debajo de la arcada, Ricardo Reis cerró el paraguas y dijo, aunque no viniera a cuento, Ando tentado de instalarme, abrir un consultorio, Entonces ya no vuelve a Brasil, por qué, Es difícil responder, no sé siquiera si sabría encontrar una respuesta, digamos que estoy como un insomne que encontró el lugar exacto de la almohada y al fin va a poder quedarse dormido, Si vino para dormir, buena tierra es ésta, Entienda la comparación al revés, o sea, que si acepto el sueño es para poder soñar, Soñar es ausencia, es estar del lado de allá, Pero tiene la vida dos lados, Pessoa, por lo menos dos, al otro sólo por el sueño conseguimos llegar, Decirle eso a un muerto, que le puede responder, con un saber hecho de experiencia, que al otro lado de la vida no hay más que la muerte, No sé qué es la muerte, pero no creo que sea ése el otro lado de la vida de que habla, la muerte, creo yo, se limita a ser, la muerte es, no existe, es, Entonces, ser y existir no son idénticos, No, querido Reis, ser y existir sólo no son idénticos porque tenemos las dos palabras a nuestra disposición, Al contrario, precisamente porque no son idénticos, tenemos las dos palabras y las usamos. Allí debajo de aquella arcada, disputando, mientras la lluvia formaba minúsculos lagos en la plaza y luego los reunía en lagos mayores que eran charcos, tampoco esta vez iría Ricardo Reis hasta el muelle a ver batir las olas, empezaba a decirse esto a sí mismo, a recordar que había estado aquí y al mirar hacia el lado vio que Fernando Pessoa se alejaba, sólo ahora notaba que le quedaban cortos los pantalones, parecía que fuera en andas, al fin oyó su voz próxima, aunque estuviera allí delante, Continuaremos esta charla otro día, ahora tengo que irme, allá lejos, bajo la lluvia, hizo un gesto con la mano, pero no se despedía, volveré.

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