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Los dedos de Beatrice se inmovilizaron y se quedó clavada en el sitio.

– ¿Lo supone? ¿Cree que puede no estar terminada la labor de investigación? ¿Qué otra cosa pueden querer? ¿No han dicho que el culpable es Percival?

– No lo sé -dijo Hester procurando dar a su voz una inflexión de indiferencia-. Supongo que es la conclusión a la que han llegado, de otro modo no lo habrían detenido, pero no podemos afirmarlo con seguridad absoluta hasta que lo hayan juzgado.

Beatrice se tensó aún más y su cuerpo se contrajo.

– Lo colgarán, ¿no es verdad?

Hester percibió su inquietud.

– Sí -asintió en voz muy baja y seguidamente se sintió incitada a insistir-. ¿Esto le preocupa?

– No debería preocuparme, ¿verdad? -Beatrice parecía sorprendida-. Él asesinó a mi hija.

– Pero aun así la preocupa, ¿verdad? -Hester no quería que quedara ningún cabo suelto-. Es algo tan terminante… Me refiero a que no deja margen al error, no permite rectificar nada.

Beatrice seguía inmóvil, tenía las manos hundidas en las sedas, gasas y blondas del cajón.

– ¿Rectificar? ¿A qué se refiere?

Hester se batió en retirada.

– No sé muy bien. Quizá podrían considerar las pruebas de otra manera, podrían comprobar si hay alguien que ha mentido o volver a rememorarlo todo con pelos y señales…

– Usted, Hester, cree que el asesino sigue aquí, ¿no es eso? Cree que está entre nosotros. -En la voz de Beatrice no había pánico, sólo un dolor frío-. Y quienquiera que sea, está observando tranquilamente a Percival caminar hacia la muerte por culpa de unas pruebas que no son tales.

Hester tragó saliva. Le resultaba difícil hablar.

– Supongo que el culpable, sea quien fuere, debe de estar muy asustado. Quizás al principio fue un accidente… me refiero a que hubo una lucha que no tenía la muerte como finalidad. ¿No le parece?

Finalmente Beatrice se volvió. Tenía las manos vacías.

– ¿Se refiere a Myles? -dijo lentamente y con voz clara-. Usted cree que fue Myles, que él fue a su habitación, lucharon, él le cogió el cuchillo que ella guardaba y la apuñaló, porque él habría perdido mucho si ella hubiera hablado contra él y contado a todo el mundo lo que había ocurrido, ¿verdad? -Inclinó la cabeza sobre el pecho-. Pues esto dicen que ocurrió, pero con Percival, ¿sabe? Sí, claro que lo sabe. Usted frecuenta más la compañía de los criados que yo. Eso dice Mary.

Bajó los ojos y se miró las manos.

– Y es lo que cree Romola. Se ha sacado un peso terrible de encima, ¿sabe? Considera que todo ha terminado. Ya nadie sospechará de nadie. Ella se figuraba que había sido Septimus, ¿comprende? Creía que Octavia había descubierto alguna cosa que lo afectaba, lo que es absurdo, porque ella siempre había estado al corriente del pasado de Septimus. -Intentó reír ante la idea, pero no le salió bien-. Ahora Romola se imagina que podemos olvidarlo todo y seguir igual que antes, que olvidaremos todo lo que sabemos de los demás y de nosotros mismos: trivialidades, autoengaños, siempre dispuestos a echarnos la culpa unos a otros cuando tenemos miedo. Cualquier cosa con tal de protegernos. Como si todo fuera igual, salvo el hecho de que Octavia ya no está con nosotros… -Sonrió con un gesto nervioso, sin calor alguno-. A veces creo que Romola es el ser más estúpido que he conocido en mi vida.

– No puede ser igual -admitió Hester, desgarrada entre el deseo de consolarla y la necesidad de captar cualquier matiz o variación de la verdad-. Pero con el tiempo por lo menos podemos perdonar e incluso olvidar ciertas cosas.

– ¿Pueden realmente olvidarse? -Beatrice volvía a mirar a través de la ventana-. ¿Podrá olvidar Minta que Myles violó a aquella pobre chica? No sé qué significa violar. ¿Qué significa violar, Hester? Si una persona cumple con su obligación dentro del matrimonio, el acto es legal y lícito. De no hacerlo, sería reprobable. ¿Qué diferencia hay cuando el mismo acto se comete fuera del matrimonio para que se convierta en crimen despreciable?

– ¿Eso ocurre? -Hester dejó que saliera al exterior algo de la indignación que la embargaba-. A mí me parece que fueron muy pocas las personas que se escandalizaron cuando el señor Kellard violó a la sirvienta. Lo que hicieron fue más bien enfurecerse con ella por haberlo dicho que con él por haberlo hecho. Todo depende de quién lo hace.

– Imagino que así es. Pero esto sirve de muy poco cuando quien lo ha hecho es tu propio marido. En la cara de mi hija veo el daño que le ha hecho. No a menudo… pero a veces, cuando está relajada, cuando piensa que nadie la está mirando, veo dolor en su actitud. -Se volvió, con el ceño fruncido, una expresión turbada que nada tenía que ver con Hester-. Y en ocasiones, creo ver también una terrible indignación.

– Pero el señor Kellard ha salido indemne -dijo Hester con voz suave, en su anhelo de consolarla y comprobando que la detención de Percival no iba a ser el inicio de ninguna curación-. Si la señora Kellard pensase en alguna violencia seguro que la dirigiría hacia su marido, ¿no? Es natural que esté furiosa, pero el tiempo irá limando las asperezas y cada vez irá pensando menos en lo ocurrido. -Casi estuvo a punto de añadir que si Myles se mostraba bastante tierno y generoso con ella incluso acabaría por dejar de importarle. Pero pensando en Myles, no podía creerlo y expresar en voz alta una esperanza tan efímera no haría sino enconar la herida. Beatrice debía verlo como mínimo con la misma claridad que Hester, que hacía tan poco tiempo que lo conocía.

– Sí -dijo Beatrice sin convicción alguna-, por supuesto que tiene razón. Y por favor, esta tarde tómese el tiempo que necesite.

– Gracias.

Cuando ya se daba la vuelta para marchar, entró Basil, que había llamado tan ligeramente que no lo oyó nadie. Pasó junto a Hester sin apenas advertir su presencia, los ojos fijos en Beatrice.

– ¡Bien! -exclamó con viveza-. Veo que hoy te has vestido. Como es natural, estás mucho mejor.

– No… -empezó a decir Beatrice.

– ¡Naturalmente que sí! -la interrumpió él. Tenía la sonrisa expeditiva propia del hombre de negocios-. Me encanta, cariño. Como no podía ser de otro modo, esta tragedia tan espantosa te ha afectado la salud, pero lo peor ya ha terminado y ahora irás recuperando las fuerzas a medida que pasen los días.

– ¿Ya ha terminado? -Ella lo miró con aire incrédulo-. ¿En serio crees que ha terminado, Basil?

– Naturalmente. -No la miró, se limitó a recorrer lentamente la habitación con la vista, echando una mirada al tocador, enderezando uno de los cuadros-. Habrá un juicio, como es lógico, pero no tienes necesidad de asistir a él.

– ¡Quiero asistir!

– Si esto te ayuda a convencerte de que el asunto está bien enfocado, me parece muy bien, aunque si quieres saber mi opinión te diré que preferiría que aceptases que yo te pusiese al corriente de los hechos.

– Esto no ha terminado, Basil. Tú te figuras que porque han detenido a Percival…

Sir Basil se volvió hacia ella, tanto los ojos como la boca denunciaban impaciencia.

– En lo que a ti concierne, Beatrice, ha terminado. Si ha de ayudarte ver que se hace justicia, asiste al juicio, de otro modo te aconsejaría que permanecieses en casa. En cualquier caso, la investigación está cerrada y no hace falta que sigas pensando en ella. Es evidente que estás mucho mejor y me encanta que sea así.

Lady Moidore advirtió que era inútil discutir y miró para otro lado, pero entretanto sus manos iban jugando con la blonda del pañuelo que se había sacado del bolsillo.

– He decidido que ayudaría a Cyprian a conseguir un escaño en el Parlamento -prosiguió Basil, satisfecho de ver terminadas sus inquietudes-. Desde hace un tiempo le interesa la política y creo que sería una ocupación excelente para él. Tengo ciertos contactos que permitirían que dispusiese de un escaño tory en las próximas elecciones generales.

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