17
Por teléfono me cité con Blanca Fanjul en «Publimagen».
Blanca estaba muy tranquila. «Otra mujer fría y elegante», pensé.
– Usted era la secretaria particular de Zabaleta, ¿verdad?
– Sí.
– ¿A qué hora le vio por última vez?
– A las siete. Dijo que no me necesitaba, cerró la puerta y siguió trabajando.
– ¿Y luego?
– Fui a comprarme un bolso. Puedo demostrarlo. Y, luego, a casa de unos amigos. Puedo darle su número de teléfono.
– No es necesario. A la policía, quizá.
De pronto me quedé sin palabras. Acababa de ver algo muy interesante: Blanca llevaba unos pendientes de brillantes. Pendientes con forma de trébol de cuatro hojas. Intenté controlar mis nervios y decir tranquilamente:
– Ha perdido un brillante, ¿sabe?
Un segundo de pánico pasó por la cara de Blanca.
– ¿Sí? A ver…
– El de la oreja derecha…
Se quitó el pendiente y lo miró con calma.
– ¡Qué pena!
Me pareció que no era muy importante para ella y que estaba muy tranquila.
18
Paco está casi siempre de buen humor pero aquel día más: pudo hablar con el Inspector Gil y la canadiense, Lulú, la del chocolate, le llamó desde París. Miguel y yo escuchábamos atentamente.
– Según el médico forense la muerte fue entre las siete y las diez.
– Ya, pero la señora Zabaleta habló con él a las nueve y media.
– Bueno, pues entre las nueve y media y las diez.
Todos los empleados de «Publimagen» tienen coartadas muy claras. Bueno, todos menos Alberto. El inspector Gil dice que lo tiene bastante mal. Todo le señala a él…
– ¡Dios mío! Tenemos que hacer algo, encontrar al verdadero culpable.
– Más cosas interesantes: Doña Ma Victoria Villaencina de Zabaleta no dice la verdad, está escondiendo algo.
– ¿Cómo? ¿No estaba en La Habana?
– Sí, en La Habana sí, en el hotel donde trabaja mi amiga Ifigenia, pero… Te dijo que estuvo viendo el espectáculo del hotel el martes ¿no?
– Sí, eso dijo. Y que después del cabaret llamó a su marido.
– Pues no hubo espectáculo en el cabaret esa noche. Hubo un problema en el sistema de sonido y no hubo espectáculo. Ifigenia trabaja en ese espectáculo.
– Estás seguro?
– Completamente seguro.
– ¡Qué raro! ¿Por qué habrá dicho eso?
– A veces cuando uno dice una mentira, necesita decir más, para decorarla, no sé… -dice Margarita la secretaria, desde su mesa-. Lo siento, la puerta está abierta y yo…
bueno, no puedo ponerme algodón en los oídos, ¿no?
– Bravo, Margarita. Es una gran ¡dea. -dijo Paco.
Feliciano la miró más enamorado que nunca y se puso a comer un inmenso bocadillo de anchoas. Feliciano se come unos doce bocadillos al día.
– No sé, no sé -dije yo-. Todavía no hay nada claro.
Les expliqué entonces lo del brillante y lo del pendiente de Blanca Fanjul.
– Pero no pudo ser ella. Blanca salió de la oficina a las siete y media y la mujer de Zabaleta habló con su marido a las nueve y media -dijo Paco.
– Sí, es verdad.
Otra vez silencio. Sólo se oía a Feliciano comer su bocadillo y una ambulancia que pasaba por la calle.
– Quiero saber más cosas de Blanca Fanjul. ¿Por qué no la seguís un poco? A mí me conoce -propuse yo.
– A tus órdenes, nena.
– No me llames «nena».
– Bueno, bueno,…
19
A las dos, mis socios. Paco y Miguel, como dos agentes secretos, leían el periódico delante de la puerta de «Publimagen».
A las dos y media, la secretaria de Ignacio Zabaleta salió de la oficina y cogió un taxi. Miguel y Paco, con mi moto, siguieron al taxi hasta el Retiro [28]. La chica bajó del taxi y entró en el parque.
Allí pasó algo raro: se sentó en un banco un momento, dejó una revista a su lado y, enseguida se levantó y se fue.
Otra mujer, una mujer elegante y vestida de negro, tomó la revista del banco y se fue hacia el otro lado.
Entonces Paco y Miguel se separaron. Cada uno siguió a una de las dos mujeres. Miguel, a la mujer de negro, y Paco, a Blanca.
Blanca, en taxi, y Paco, en mi moto, volvieron a «Publimagen». Miguel volvió a nuestra oficina: había perdido a la mujer de negro. En la puerta del Parque del Retiro sólo había un taxi.
20
Miguel me explicó la extraña escena del parque. Yo al oírlo me puse a gritar:
– ¡Ya está! ¡Ya está! Creo que ya lo entiendo todo.
Salí corriendo de mi oficina y empecé a buscar entre las revistas del corazón de Margarita, la secretaria. Tiene muchas. Por fin encontré lo que buscaba: una foto. Volví con la foto y se la enseñé a Miguel. Era una fiesta de layetset.
– ¿Es ésta la mujer de negro? Dirne, ¿es ésta? -le pregunté señalando a una mujer.
– A ver… Sí, es ella. ¿Quién es?
– Ma Victoria Villaencina de Zabaleta.
– No me digas…
– Llama enseguida al Inspector Gil. Rápido, Margarita.
21
Estaba claro que al Inspector Gil no le gustaban las mujeres detective. Y a mí tampoco me gustaba él. Tampoco le gustaba que esa jovencita, o sea yo, tuviera tantas ¡deas sobre la muerte de Zabaleta. Para él estaba muy claro: el asesino era Alberto Sanjuán.
– Mire, señorita, todo eso del pendiente y la llamada y…
Es una teoría un poco complicada, ¿no le parece?
– Inspector, detenga a Blanca Fanjul y a Ma Victoria Villaencina. Estoy segura de que lo organizaron las dos. Voy a volver a explicárselo. Lo organizaron muy bien. Ma Victoria estaba en La Habana. Estaría muy claro que era ¡nocente.
Pero tenían que preparar una coartada para Blanca: la llamada a las nueve y media, hora española. Blanca mató a Zabaleta a las siete y cuarto o entre siete y cuarto y siete y media. Después de esa hora tenía coartadas muy claras. Y la policía nunca pensaría que Zabaleta murió antes. La Sra.
Zabaleta no habló con su marido a las nueve y media. Estaba ya muerto.
– ¿Y lo del brillante en el suelo de la oficina de Zabaleta?
Eso no lo he entendido muy bien -dijo el Inspector Gil.
– Digna, la señora de la limpieza limpió muy bien la alfombra a las siete. Blanca entra después. Asesina a su jefe y ex amante pero pierde un brillante de su pendiente. Cierra la puerta para hacer pensar en un suicidio o que el culpable es Alberto.
– ¿Por qué Alberto?
– Es el único que tiene la llave. Luego sale tranquilamente. Todo el mundo la ve salir. Su jefe, teóricamente, se ha quedado solo trabajando.
– Un buen plan… -dijo Miguel.
– Sí, pero Blanca pierde un brillante y la Sra. Zabaleta dice una mentira estúpida e innecesaria: que pasó la noche en un cabaret que estaba cerrado.
– ¿Y por qué todo eso?
– Celos, dinero… Eso no lo sabemos. Inspector. Dos mujeres, pueden tener muchas razones para querer matar a un hombre. Las dos le quisieron alguna vez, las dos querían dinero… ¡Qué sé yo!
– ¿Y todo eso de Juárez, el político? La carta anónima…
– Nada: otra maniobra para distraer a la policía o para acusar a Alberto.
– ¿Y por qué se encontraron en el Retiro las dos mujeres?
Era peligroso…
– La tercera llave. Había tres llaves, ¿no? Una en el bolsillo de Zabaleta, otra la tenía Alberto y una en casa de los Zabaleta, probablemente. Esa la usó Blanca. Pero tenía que devolvérsela a Ma Victoria. Alguien podía acordarse de esa llave, Alberto o ustedes.
– Sargento Perales.
– Sí, Inspector.
– Orden de detención para Ma Victoria Villaencina y Blanca Fanjul, acusadas de homicidio con premeditación.