– Es un buen hombre. Está divorciado, y es abogado.
William pidió más café. Mientras me servía el mío, volví a advertir la belleza de sus manos, de sus dedos largos y afilados.
– Unos seis meses después de la última vez que nos vimos -me dijo-, volví a la calle Saintonge. Tenía que verte, y hablar contigo. No sabía cómo localizarte, no tenía tu número y tampoco me acordaba del apellido de tu marido, así que ni siquiera podía buscarte en la guía telefónica. Creía que vivías allí. No tenía ni idea de que te habías ido.
Hizo una pausa y se pasó la mano por el pelo plateado.
– Lo leí todo sobre la redada del Vel' d'Hiv', estuve en Beaune-la-Rolande y en la calle donde se encontraba el estadio. Fui a ver a Gaspard y Nicolas Dufaure. Ellos me llevaron a ver la tumba de mi tío, en el cementerio de Orleans. ¡Qué caballeros tan amables! Pero fue una experiencia muy difícil. Me habría gustado que estuvieras allí conmigo. Nunca debí hacer todo aquello yo solo; debí aceptar cuando te ofreciste a acompañarme.
– Tal vez yo debería haber insistido -le dije.
– Y yo debería haberte escuchado. Es demasiado duro para soportarlo a solas. Después, cuando por fin fui a la calle Saintonge y aquellos desconocidos me abrieron la puerta, me sentí como si me hubieras plantado.
William agachó la mirada. Yo solté la taza de café sobre el plato, ofendida. Cómo podía pensar eso, me dije, después de todo lo que había hecho por él, después de todo este tiempo, el esfuerzo, el dolor, el vacío.
Debió de interpretar algo en mi cara, porque de inmediato me puso la mano en el brazo.
– Siento haber dicho eso -murmuró.
– Nunca te dejé plantado, William.
Mi voz sonó tensa.
– Lo sé, Julia. Lo siento.
La suya sonó grave y vibrante.
Me relajé y me las arreglé para componer una sonrisa. Nos tomamos el café en silencio. A veces nuestras rodillas se rozaban debajo de la mesa. Parecía algo natural estar con él, como si lleváramos años haciendo esto, como si no fuera la tercera vez que nos veíamos.
– ¿Tu ex marido ve bien que vivas aquí con las niñas? -me preguntó.
Me encogí de hombros. Miré a la niña, que se había quedado dormida en la sillita.
– No fue fácil, pero él lleva mucho tiempo enamorado de otra mujer, y eso ayudó. No ve mucho a las niñas. Viene aquí de cuando en cuando, y Zoë pasa las vacaciones en Francia.
– Con mi ex mujer pasa lo mismo. Ahora tiene otro hijo, un chico. Voy a Lucca siempre que tengo ocasión para ver a mis hijas. O vienen ellas aquí, aunque eso ocurre con menos frecuencia. Están bastante creciditas ya.
– ¿Cuántos años tienen?
– Stefania tiene veintiuno, y Giustina, diecinueve.
Solté un silbido.
– Debiste de tenerlas muy joven.
– Demasiado joven, quizá.
– No sé -repuse-, a veces me siento rara con esta niña. Me habría gustado tenerla antes. Hay un abismo entre su edad y la de Zoë.
– Es una niña preciosa -me dijo, y le dio un buen bocado a su tarta de queso.
– Sí, lo es. Es la niña de los ojos de su mamá.
Los dos nos echamos a reír.
– ¿No echas de menos tener un niño? -me preguntó.
– Pues no. ¿Y tú?
– Tampoco. Adoro a mis hijas. Y puede que me den algún nieto. Hemos quedado en que se llama Lucy, ¿no?
Primero lo miré a él, y después a la niña.
– No, Lucy es la jirafa -le respondí.
Hubo una pequeña pausa.
– Se llama Sarah -añadí en voz baja.
William dejó de masticar y soltó el tenedor. Sus ojos cambiaron. Me miró a la cara, y luego miró a la niña sin decir nada.
Después enterró la cara entre las manos. Se quedó así durante varios minutos. Yo no sabía qué hacer, así que le puse una mano en el hombro.
Silencio.
De nuevo me sentí culpable, como si hubiese hecho algo imperdonable, pero siempre había sabido que mi hija tenía que llamarse Sarah. En cuanto me informaron de que era una niña, en el momento en que nació, supe cuál sería su nombre.
Mi hija no podía haberse llamado de otra forma. Ella era Sarah. Mi Sarah. Un eco de la otra Sarah, la niña de la estrella amarilla que había cambiado mi vida.
Por fin apartó las manos y vi su rostro, apenado y hermoso. Su intensa tristeza, la emoción en su mirada. No intentó ocultármela ni contener las lágrimas. Era como si quisiera que yo lo viera todo, la belleza y el dolor de su vida, su gratitud, su sufrimiento.
Le cogí la mano y la apreté. Era incapaz de seguir mirándolo a la cara, así que cerré los ojos y me llevé su mano a la mejilla. Lloré con él. Sentí que sus dedos se mojaban con mis lágrimas, pero dejé su mano allí.
Nos quedamos allí sentados durante un largo rato, hasta que la multitud que nos rodeaba se redujo, hasta que el sol se escondió y la luz cambió. Hasta que nuestros ojos pudieron volver a encontrarse, ya sin lágrimas.
Gracias a:
Nicolas, Louis y Charlotte.
Andrea Stuart, Hugh Thomas, Peter Viertel.
Gracias también a:
Valérie Bertoni, Charla Carter-Halabi, Valérie Colin-Simard, Holly Dando, Cécile David-Weill, Pascale Frey, Violaine y Paul Gradvohl, Julia Harris-Voss, Sarah Hirsch, Jean de la Hosseraye, Tara Kaufman, Laetitia Lachman, Hélène Le Beau, Agnès Michaux, Emma Parry, Laure du Pavillon, Jan Pfeiffer, Catherine Rambaud, Pascaline Ryan-Schreiber, Susanna Salk, Ariel y Karine Toledano.
Por último, pero no menos importantes:
Heloïse d'Ormesson y Gilles Cohen-Solal.
T. de R.
Lucca, Italia, julio de 2002
París, mayo de 2006
Bibliografía
E Le Mémorial des enfants juifs de France, Serge Klarsfeld, Fayard.
Vichy-Auschwitz, Serge Klarsfeld, Fayard.
Le Calendrier des la persécution des Juifs de France, Serge Klarsfeld, Fayard.
Je veux revoir maman, Alain Vincenot, éditions des Syrtes. Paris, 1942, Chroniques d'un survivant, Maurice Rajfus, Editions Noesis.
La Rafle du Vel' d'Hiv' Maurice Rajfus, Que sais-je?, Presses Universtaires de France.
Journal d'un petit Parisién, 1941-1945, Dominique Jamet, Editions J'ai Lu.
Les Juifs pendant l'Occupation, André Kaspi, Points/Seuil
Paroles d'Etoiles, Mémoire d'enfants cachés, 1939-1945, Librio.
La Petite Filie du Vel' d'Hiv', Annette Muller, Denoël.
Les Guichets du Louvre, Roger Boussinot, Gaia Éditions.
Voyage à Pitchipoi, Jean-Claude Moscovici, Ecole des Loisirs.
Lettres de Drancy, un été 42, Editions Taillandier.
Sans oublier les enfants, (Les camps de Pithiviers et Beaune-la-Rolande), Eric Conan, Livre de Poche.
Beaune-la-Rolande, Cécile Wajsbrot, Editions Zulma.
Opération «Vent Printanier», La rafle du Vel' d'Hiv', Blanche Finger, William Karel, Editions La Découverte.
La rafle du Vel' d'Hiv', Le cinéma de l'Histoire, cassette vidéo, Passeport Productions/Editions Montparnasse/ la Marche du Siècle.
La Grande Rafle du Vel' d'Hiv', Claude Lévy et Paul Tillard, Editions Robert Laffont.
Les Juifs en France pendant la Seconde Guerre Mondiale, Renée Poznanski, Hachette Littératures.
Les convois de la honte, Raphaël Delpard, Editions Michel Lafon.
Nous n'irons pas à Pitchipoi, Janet Thorpe, Editions de Fallois.
J'ai pas pleuré, Ida Grinspan, Editions Robert Laffont.
Les français sous l'Occupation, Pierre Vaillaud, éditions Pygmalion/France Loisirs.
Carnets de Mémoire, Michèle Rotman, Editions Ramsay.
Convoi. Numero 6, Editions le Cherche-Midi.