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Por encima del letrero de la parada, grabado en forma de anfiteatro, se elevaba, dividida en diversos planos, la bien conocida estructura; me encontraba todavía en la estación, sólo que en otro lugar del mismo vestíbulo gigantesco. Fui hasta el borde de la depresión geométrica — el vagón ya se había marchado — y de nuevo me quedé atónito: no estaba abajo, tal como me parecía, sino mucho más arriba, a unos cuarenta pisos sobre las cintas de las aceras vistas en las profundidades, sobre los plateados andenes en perpetuo movimiento; largos y silenciosos aparatos penetraban entre ellos. La gente salía por numerosas trampas, como si estos monstruos, estos peces de brillante cromado expulsaran a intervalos regulares porciones de hueva negras y policromas. Sobre todas estas cosas divisé, a través de la niebla de la lejanía, unas letras de oro movidas como por una vela invisible:

GLENIANA ROON, LLEGADA HOY EN UN MI-MORFICO REAL, HONRA EN UN ORATORIO LA MEMORIA DE RAPPER KERX POLITER. EL DIARIO DE LA TERMINAL INFORMA: HOY EN AM-MONLEE PETIFARQUE CONSIGUIÓ LA SISTOLIZACION DEL PRIMER ENZOM. EMITIREMOS LA VOZ DEL GRAN GRAVISTICO A LAS VEINTISIETE HORAS. VICTORIA DE ARRAKER: ARRAKER REPITIÓ SU MARCA COMO PRIMER OBLITERADOR DE LA TEMPORADA EN EL ESTADIO TRANSWAAL.

Seguí mi camino. De modo que incluso habían cambiado la medición del tiempo. El género metálico de los vestidos femeninos, al ser enfocado por la luz de los gigantescos caracteres que flotaban como hileras de funámbulos incandescentes sobre el océano de cabezas de la multitud, tembló de repente con pequeñas llamas. Yo caminaba sin darme cuenta, y algo dentro de mí seguía repitiendo: «De modo que han cambiado hasta el tiempo.» Esto era el colmo. Iba con los ojos abiertos y no veía nada. Sólo quería una cosa: salir de allí, salir de aquella maldita estación y encontrarme bajo el cielo abierto, en un espacio libre donde se pudiera sentir el viento y contemplar las estrellas.

Me atrajo una avenida de luces alargadas; en la piedra transparente del techo apareció otra inscripción; una llama puntiaguda, encerrada en alabastro, trazaba las letras: TELETRANS TELEPORT TELETHON. Por una puerta arqueada — con un arco imposible, sin goznes, parecido al negativo de un espolón de cohete — entré en una sala cubierta con fuego helado. En los nichos de la pared, centenares de cabinas. La gente entraba y salía corriendo y tiraba al suelo pedazos de papel; no, no eran telegramas sino otra cosa, con los bordes perforados; otras personas pisaban estos papeles rotos. Quise salir y entré por equivocación en una habitación oscura; se oyó un zumbido, se encendió algo parecido a un flash y de una hendidura enmarcada en metal resbaló un rollo de papel brillante. Lo tomé, lo abrí, y una cabeza humana de labios entreabiertos y un poco torcidos y delgados me miró con ojos deslumbrados: ¡era yo mismo! Volví a doblar el papel y el fantasma de plástico desapareció.

Levanté con cuidado los bordes — nada —, un poco más, y apareció de nuevo, como por arte de magia, una cabeza como seccionada del tronco, de expresión no muy inteligente, flotando sobre el papel. Contemplé mi propio rostro unos momentos; ¿qué era, una foto tridimensional? Guardé el rollo en el bolsillo y me fui. La cueva dorada parecía cerrarse sobre las cabezas de la gente, un techo de magma ardiente, irreal, pero voraz como un fuego verdadero. Nadie lo miraba. El gentío se apresuraba de una cabina a otra, letras verdes danzaban en último término, columnas de números fluían hacia abajo desde pequeños discos, más cabinas, persianas en lugar de puertas, que se enrollaban con la rapidez del rayo cuando alguien se acercaba. Por fin encontré una salida.

Un corredor con el suelo inclinado, como muchas veces en el teatro. De las paredes surgían conchas estilizadas, arriba se sucedían sin interrupción las palabras: INFOR INFOR INFOR.

Fue en la Luna donde vi por primera vez un infor, y lo tomé por una flor artificial.

Acerqué mucho la cara a la copa verde claro, la cual, aun antes de que yo abriera la boca, se inmovilizó, expectante.

— ¿Cómo puedo salir de aquí? — pregunté, no muy ingenioso.

— ¿Hacia dónde? — repuso inmediatamente una voz cálida.

— A la ciudad.

— ¿A qué barrio?

— Es igual.

— ¿A qué plano?

— Es igual. ¡ Quiero salir de la estación!

— Meridional, ráster: ciento seis, ciento diecisiete, cero ocho, cero dos. Triducto, plano AF, AG, AC, ronda del plano de los mitos, doce y dieciséis, el plano nadir conduce a todas las direcciones meridionales. Plano central; olider, local; rojo, lejano; blanco, A, B y W. Plano ulder, cercano, todas las escalas hacia arriba, a partir de la tercera… — recitó, cantarína, una voz de mujer.

Tenía deseos de arrancar el micrófono de la pared, aquel micrófono vuelto hacia mí con tanta solicitud. Me alejé. «¡Idiota! ¡Eres un idiota!», iba repitiendo a cada paso. EX, EX, EX, rezaba una inscripción que se deslizaba sobre mí, envuelta en una niebla amarilla como el limón. ¿Será tal vez exit? ¿La salida?

Una inscripción enorme: EXOTAL. Me encontré de pronto en una fuerte corriente de aire, muy cálida, que hizo aletear mis pantalones. Me hallaba bajo el cielo abierto. Pero la oscuridad nocturna, rechazada por la gran cantidad de luces, pendía muy lejos en el espacio.

Un restaurante gigantesco; me-sitas cuya superficie brillaba en diversos colores, por lo que los rostros, iluminados desde abajo, se ocultaban tras sombras profundas y misteriosas. Asientos bajos. Copas llenas de un líquido negro con espuma verdosa. Farolillos que despedían pequeñas chispas, no, parecían más bien luciérnagas. Grandes cantidades de mariposas nocturnas. Un caos de luces extinguía las estrellas. Cuando levanté la cabeza, vi solamente una vacuidad negra. No obstante, de modo sorprendente, su ciega existencia me infundió algo de valor. Me detuve y contemplé la escena.

Alguien me rozó al pasar; aspiré un perfume, fuerte y suave a la vez. Por mi lado pasó una pareja, la muchacha se volvió hacia el hombre, sus hombros y pechos desaparecieron en una nube aterciopelada, él la tomó en sus brazos. Empezaron a bailar. «Al menos bailan — pensé-; ya es algo.» La pareja dio un par de pasos, una pista de mercurio pálido los elevó junto con otras parejas y sus sombras de un rojo oscuro se movieron bajo su disco gigantesco, que giraba lentamente; la pista no se apoyaba en nada, ni siquiera tenía un eje. Giraba, colgada del aire, al son de la música.

Avancé entre las mesas. La blanda masa de plástico sobre la que caminaba, se endureció ahora como si fuera una roca. Traspasé una cortina de luces y me encontré en una gruta rocosa.

Era grande como diez o cincuenta naves de iglesias góticas, llena de estalactitas. Infiltraciones venosas de minerales como perlas rodeaban las salidas de la gruta. Había gente sentada, con las piernas colgando en él vacío, y entre sus rodillas ardían llamas trémulas, mientras debajo se extendía serenamente el espejo negro de un lago subterráneo, en el que se reflejaban las rocas.

Allí, sobre pequeñas balsas descuidadamente montadas, había más gente, y todos miraban hacia el mismo lado.

Fui hasta el borde del agua y vi una bailarina en la otra orilla, sobre la arena. Me pareció que iba desnuda, pero la blancura de su cuerpo no era natural. Con pasos pequeños e inseguros, corrió hacía el agua, y cuando su reflejo apareció en ella, abrió repentinamente los brazos e inclinó la cabeza; era el final, pero nadie aplaudió. La bailarina se mantuvo inmóvil unos segundos, y después caminó por la orilla, siguiendo su borde irregular. Estaba a unos treinta pasos de mí cuando le ocurrió algo. ¡ Vi su rostro sonriente y cansado, que de pronto se oscureció; su silueta empezó a temblar y desapareció. — ¿Un plave para el señor? — preguntó a mis espaldas una voz cortés. Me volví; nadie, sólo una mesita ovalada que se movía sobre patas cómicamente torcidas; las copas, llenas de un líquido espumoso, colocadas sobre sendas bandejas, tintineaban. Un brazo me alargó cortésmente la bebida, mientras otro agarraba el plato, que tenía una abertura para | el dedo; parecía una paleta pequeña y cóncava.

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