Su silencio constituía una elocuente y terrible respuesta que hizo que sus esperanzas empezaran a desvanecerse.
– ¿Qué es esto? -preguntó con voz temblorosa-. ¿Quiénes son todos ustedes? ¿Por qué me han atado de esta forma? Dígame qué sucede.
Esto es terrible, terrible. Jamás… no sé ni qué pensar ni qué decir. No sé.
Empezó a jadear y a respirar dificultosamente, muy cercana al histerismo.
En su intento por calmarla y evitar una escena, Malone sacó fuerzas de flaqueza y consiguió hablar.
– Lo comprenderá si me escucha.
Nosotros cuatro no somos criminales, no. Somos personas corrientes como las personas corrientes que usted conoce, como las personas que acuden a ver sus películas y la admiran.
Somos personas. -hizo un gesto como para incluir a sus compañeros-incapaces de hacerle daño a nadie. Nosotros cuatro somos amigos y, al irnos conociendo mejor, averiguamos que teníamos una cosa en común, una cosa que compartíamos; me refiero a un sentimiento.
Y era el hecho de considerarla a usted la mujer más hermosa y más maravillosa del mundo. Somos admiradores suyos, por eso constituimos una sociedad, un club. ¿comprende?
Ella seguía mirando a Malone demasiado confusa para poder comprender nada.
– ¿Pretende usted decir que son un verdadero club de admiradores o algo parecido?
– Un club de admiradores -dijo Malone aprovechando la frase-, sí, más o menos, pero no de los que suele usted tener, sino uno muy especial integrado por cuatro personas que han seguido su carrera y la han admirado y han visto todas sus películas.
Y eso nos indujo, nos hizo desear conocerla. Pero no somos unos criminales. No es un secuestro como esos de que se escribe. Esta mañana no nos la hemos llevado ni por dinero ni para pedir un rescate. No tenemos intención de causarle el menor daño.
Ella le interrumpió en un esfuerzo por comprender aquellas palabras incoherentes.
Hablaba con voz tensa.
– ¿Que no es un secuestro? Si no es un secuestro, ¿qué es? Mire cómo estoy atada, no puedo moverme.
– Eso no será más que durante un rato -dijo Malone rápidamente.
– No lo entiendo -prosiguió ella haciendo caso omiso de sus palabras-.
¿Saben lo que han hecho?-Recuerdo. ¿ha sido esta mañana? la camioneta de reparto. Fingieron preguntarme, entraron en mi propiedad. Me narcotizaron. Me secuestraron, me llevaron, no sé a dónde, no sé dónde estoy, me llevaron a la fuerza y me he despertado aquí con estas cuerdas. ¿Acaso no es eso un delito? ¿Por qué estoy atada de esta forma? ¿Qué sucede? O yo estoy loca o lo están ustedes. ¿Qué están haciendo? ¿Quieren decírmelo? Estoy asustada, muy asustada. No tienen derecho a hacer eso. Nadie puede hacer esas cosas.
Empezó a jadear y su voz se perdió.
– Lo sé -dijo Malone asintiendo-, sabemos que no es fácil lograr que lo comprenda pero, si me da usted la oportunidad y se tranquiliza y me escucha, sé que podré hacérselo comprender.
– Malone se esforzó por hallar las palabras más adecuadas.
Hasta entonces las palabras habían sido su punto fuerte, su cualidad más destacada, por medio de la cual siempre había conseguido ganarse la benevolencia y la compasión de los demás, pero por alguna extraña razón parecía que ahora se hubiera quedado sin ellas.
Estaba en juego el gran experimento. La fantasía convertida en realidad. Tenía que efectuar la traducción sin cometer errores-.
Señorita Fields, tal como he intentado decirle, nosotros cuatro la venerábamos, queríamos conocerla, hallar el medio de conocerla personalmente.
Es más, en cierta ocasión lo intenté por mi cuenta. Fui a…
– Cállate.
– Por primera vez había hablado uno de los demás y el comentario procedía de Shively-. Cuidado. No le cuentes nada ni de ti ni de nosotros.
Malone asintió desconcertado, mientras Sharon Fields miraba a Shively y después de nuevo a Malone con expresión consternada.
– Sea como fuere -prosiguió Malone-, lo que intentaba decirle es que las personas como nosotros, las personas corrientes, no tienen oportunidad de conocer a alguien como usted, a alguien que admiramos más que a nadie, más que a una novia o a una esposa.
Por consiguiente, nos inventamos este medio, el único medio que se nos ocurrió para poder conocerla personalmente. No es que nos guste el método que hemos utilizado, sé que es feo si no se comprenden los motivos, pero era el único medio de que disponen las personas como nosotros.
Y puesto que no teníamos intención de causarle el menor daño, estábamos seguros de que, una vez comprendiera usted nuestras intenciones y nuestros motivos, pues, bueno, acabaríamos resultándole simpáticos.
Quiero decir que, a pesar de que el medio de presentarnos a usted no haya sido muy convencional, pensamos que usted nos admiraría por nuestro arrojo y romanticismo al haber corrido semejante riesgo con el exclusivo propósito de tener la oportunidad de hablar con usted y conocerla.
Ella le escudriñó el rostro como para descubrir si se trataba de alguna farsa, pero no descubrió huella alguna de humor y volvió a mirarle con incredulidad.
– ¿Querían conocerme? Menuda manera de hacerlo. ¿Es que no puede usted entenderlo, quienquiera que sea? Las personas sensatas y normales no les hacen estas cosas a las demás personas. No secuestran y se llevan a una persona simplemente para conocerla. -Empezó a levantar la voz-. Deben de estar chiflados, completamente locos, si piensan que podrán conseguirlo.
– Ya lo hemos conseguido, señorita -le recordó serenamente Shively desde el otro lado de la cama.
Ella le miró y volvió a dirigirse a Malone.
– Sí, claro, cualquier chiflado puede agarrar a una mujer por la calle o bien sacarla de su casa y llevársela. Pero eso sólo lo hacen las mentes extraviadas. Los hombres civilizados no hacen esas cosas.
Tal vez algunos de ellos sueñen con hacerlo pero jamás lo ponen en práctica. Para eso sirven las películas y los libros, para que estos hombres se desahoguen de una forma inofensiva. Pero nadie en su sano juicio secuestraría a una persona. Eso es quebrantar la ley. Es un delito. -Respiró hondo-. Por consiguiente, si no son unos delincuentes tal como dicen, me desatarán y me dejarán libre ahora mismo. Por favor, desátenme.
Yost dejó escuchar su voz desde su posición muy próxima a los pies de la cama.
– Todavía no, señorita Fields -dijo.
– ¿Y entonces cuándo? -le preguntó ella a Yost.
Volvió a mirar a Malone-. ¿Qué quieren ustedes de mí?
Desconcertado momentáneamente ante la lógica y los implacables razonamientos de Sharon. Malone no consiguió explicarle el auténtico motivo que les había inducido a llevársela.
Ella esperaba su respuesta y decidió presionarle con mayor insistencia.
– Querían conocerme. Pues ya me han conocido. ¿Por qué no me sueltan ya? ¿Qué quieren de mí?
– Díselo -le ordenó Shively a Malone-. Deja de andarte con rodeos y díselo.
– Muy bien, muy bien, déjame hacer las cosas a mi manera -replicó Malone.
Volvió a mirar a Sharon Fields y empezó a hablar poniéndose muy serio-.
Señorita Fields, es probable que yo sepa más acerca de su personalidad, de su vida particular y de su carrera que ningún otro ser de la tierra.
Nos ha preguntado usted si éramos un club de admiradores.
Yo le he contestado que más o menos. Quería decirle que soy un club de admiradores, un club de admiradores integrado por un solo hombre.
En lo tocante a Sharon Fields, yo soy El Club de Admiradores por antonomasia. Me he dedicado a estudiar su vida desde el primer día que la vi en la pantalla.
Fue hace ocho años en "El séptimo velo". He coleccionado y leído todo lo que se ha publicado sobre usted en inglés.
Sé que nació y creció en una plantación de Virginia Occidental. Sé que su padre procedía de la aristocracia sureña de Georgia y que fue un famoso abogado defensor de los oprimidos.