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Intentó reflexionar acerca de la realidad. Intentó consolarse pensando que no hubiera podido llevar a efecto aquel complicado plan sin la ayuda de otras personas.

Por consiguiente, sin la colaboración de los demás, Sharon Fields no estaría en aquellos momentos en el dormitorio. Con la ayuda de los demás, podría gozar por lo menos de una parte del amor de Sharon, tal vez de la parte más grande, superior a un cuarto, porque ella sabría comprender de inmediato que de los cuatro, sólo él, Adam Malone, era digno de su amor.

Comprendería en seguida que era el que más la apreciaba, respetaba y amaba y el único que era digno de su amor. Era imposible que no reaccionara adecuadamente.

Mientras reflexionaba, Adam Malone se había ido adormeciendo poco a poco. Cerró involuntariamente los pesados párpados. En la oscuridad de sus pensamientos vio a Sharon y se vio a sí mismo desnudo dirigiéndose hacia ella, que mantenía extendidos sus brazos de alabastro y le invitaba y le llamaba con sus labios de carmín y su cuerpo de estatua.

Más tarde, mucho más tarde, alguien le rozó el hombro y se lo sacudió suavemente y Adam Malone se despertó y abrió finalmente los ojos y supo que llevaba dormido varias horas.

Leo Brunner se hallaba de pie a su lado con una mano apoyada sobre su hombro.

– Debo haberme dormido -dijo Malone con voz áspera-, estaba muy cansado. -Se incorporó esforzándose por eliminar las telarañas de su cerebro-. ¿Qué sucede, Leo?

– Ya está -le dijo Leo con apremio en la voz-. Sharon Fields. Ha cesado al efecto. Ha recobrado el conocimiento.

La noticia la recibió Malone como un chorro de agua fría en la cara. Se despertó inmediatamente y se puso en pie.

– ¿Qué hora es? -preguntó.

– Las cinco y diez -repuso Brunner.

– ¿Dices que ha recobrado completamente el conocimiento?

– Completamente.

– ¿Ha hablado alguien con ella?

– Todavía no.

– ¿Dónde están los demás?

– Esperándote -dijo Brunner-. Junto a la puerta, del dormitorio.

– Muy bien -dijo Malone asintiendo-. Creo que tenemos que hacer algo.

Entró apresuradamente y se dirigió al dormitorio principal seguido de Brunner.

Shively y Yost le estaban esperando impacientes junto a la puerta cerrada.

– Ya es hora -le dijo Shively-. Ha armado un alboroto hace cinco minutos. Ha gritado.

– ¿Qué dice? -preguntó Malone muy nervioso.

– Escucha -le dijo Shively.

Malone acercó el oído a la puerta y pudo escuchar la voz amortiguada de Sharon. Estaba gritando.

Malone se esforzó por entender las palabras, pero se lo impedía la separación de madera. Malone notó que Shively le comprimía el bíceps.

– Vamos, hermano -le estaba diciendo Shively-, ya hemos perdido bastante el tiempo. Adelante. Tú que te expresas tan bien, entra y empieza a hablar. Y hazlo bien.

Malone se libró de la presa de Shively y retrocedió. Se sentía nervioso y asustado, no sabía por qué, sólo sabía que no debiera haberle ocurrido tal cosa.

Los demás le estaban mirando desafiantes y él no se atrevía a hacer frente a la situación. Pensó que ojalá estuviera solo, pudiera entrar y verla a solas, tranquilizarla, calmarla y ganarla.

– Tal vez -empezó a decir tartamudeando-, tal vez sería mejor que entrara solo. Y después…

– Ni hablar, hermano -replicó Shively-. ¿Tú y ella solos ahí dentro? ¿Para pasar el rato con ella mientras nosotros esperamos fuera? Nada, que no. Tal como siempre has dicho, estamos juntos. Entraremos todos.

Tú serás el portavoz y pondrás en marcha la cosa. Tú haces el discurso. Tú la pones en antecedentes y después nos jugaremos a las cartas quién empieza.

Malone no podía echarse atrás.

– Muy bien -dijo vencido-, me parece que no tenemos más remedio que afrontarlo.

Giró enérgicamente la manija de la puerta. Entraron en el dormitorio principal uno a uno. Primero Malone, después Shively, después Yost y después Brunner.

Ella yacía en la cama de latón con los brazos extendidos y las muñecas atadas a los pilares de la cama como una mujer a la que hubieran crucificado horizontalmente. La almohada le mantenía la cabeza ligeramente levantada.

Al abrirse la puerta y verles entrar, Sharon enmudeció.

Les miró muy asustada, posó los ojos en cada uno de ellos y les siguió con la mirada mientras ellos ocupaban sus puestos alrededor de la cama.

Les miró aterrada como si buscara desesperadamente descubrir la clave de lo que le había sucedido y del porqué la mantenían en aquel increíble cautiverio y de lo que se proponían hacerle.

Habían ocupado sus posiciones alrededor de la cama sin pronunciar palabra. Malone había acercado torpemente una silla a la cama, se había acomodado en ella y se quedó mirando a Sharon sin decir nada.

Yost se había acomodado en el brazo de la tumbona. Brunner se había sentado en la tumbona tras vacilar unos instantes. Shively acercó otra silla al otro lado de la cama y se sentó en ella balanceándose hacia adelante y hacia atrás.

En su calidad de portavoz del grupo, Malone se sentía visiblemente incómodo y se había quedado transitoriamente sin habla, aturdido por la presencia de Sharon Fields y por la dificultad de su misión.

Brunner se mostraba muy preocupado por la enormidad de lo que habían hecho. Yost estaba aterrado. Sólo Shively aparecía tranquilo y dando muestras de curiosidad acerca de lo que pudiera ocurrir.

Todos ellos habían estado contemplando a Sharon Fields, pero, a medida que pasaba el tiempo, el silencio se iba haciendo cada vez más insoportable y Shively, Yost y Brunner concentraron toda su atención en Malone, desafiándole una vez más a que empezara.

Al ver que le miraban a él, Sharon Fields debió comprender que Malone era el jefe del grupo, porque ella también giró la cabeza en la almohada y se lo quedó mirando.

Consciente de la presión que sobre él estaban ejerciendo, Malone se esforzó por formular sus pensamientos y convertir finalmente la fantasía en realidad.

Tenía la boca y los labios secos y no hacía más que tragar saliva en un intento de hallar las palabras más adecuadas. Procuró sonreír para tranquilizarla y darle a entender que no eran unos criminales, de tal forma que se sintiera más a sus anchas.

Su gesto afable pareció ejercer en ella cierto efecto. Porque casi inmediatamente y de un modo apenas perceptible la expresión asustada de sus ojos cedió el lugar a una expresión de perplejidad. Malone tragó saliva una vez más y quiso decirle que hacía bien en no asustarse porque aquello era lo más importante, no asustarse, pero antes de que su cerebro le diera la señal correspondiente a la vocalización de las palabras, Sharon empezó a hablar.

Habló en voz baja y casi sin aliento.

– ¿Qué son ustedes? ¿Son secuestradores? Porque si son…

– No -consiguió responder Malone.

Pareció como si ella no le hubiera oído.

– Porque, si son secuestradores, han cometido un error, se han equivocado de persona. ¿Saben -creo que debe tratarse de un error-, saben quién soy?

– Usted es Sharon Fields -contestó Malone asintiendo enérgicamente con la cabeza.

Ella le miró sin comprenderle.

– Entonces será… les habrán contratado. -empezó a decir esperanzada-. Ya sé, debe ser un truco, una estratagema publicitaria.

Eso lo ha organizado Hank Lenhardt, él les ha contratado para que hagan esto y les ha dicho que lo hicieran como si fuera de verdad para que se publique en las primeras planas de los periódicos y constituya una propaganda de mi nueva película.

– No, señorita Fields, no, lo hemos hecho por nuestra cuenta -dijo Malone-. Por favor, no se asuste. Le explicaré, permítame explicarle.

Ella seguía mirándole. La expresión de perplejidad de su rostro había desaparecido y estaba dando paso a la incredulidad y de nuevo al miedo.

– ¿No es una estratagema? ¿Me han me han secuestrado de verdad? -Sacudió la cabeza-. No puedo creerlo. ¿Me están tomando el pelo, no es cierto? Es algo que han organizado. Se calló al observar que Malone apartaba la mirada.

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