Al final notó que los fríos dedos de Félix Zigman le acariciaban la barbilla.
– ¿Te has aburrido, verdad? Y, sin embargo, todo el mundo se lo ha pasado muy bien. Ahora procura descansar un poco. Te llamaré mañana.
– No me llames, Félix -dijo ella sonriendo débilmente-, ya te llamaré yo. Me quedaré en casa todo el día. Tengo que hacer muchas maletas y eso no puede hacérmelo nadie. Gracias por haberme librado de ellos. Eres un tesoro, Félix.
Y Félix se fue. Estaba sola. Escuchó el rugido del motor del último vehículo al ponerse en marcha y alejarse.
– Nellie, ¿has abierto la verja? -preguntó mirando hacia el comedor.
Nellie Wright regresó al salón con una copa de coñac en la mano.
– Ya hace mucho rato. ¿Por qué no subes a acostarte? Necesitas dormir. Me quedaré levantada hasta que todos se hayan ido. Después cerraré la verja y dejaré puesta la alarma una vez Patrick haya sacado fuera todas las botellas y la basura.
– Gracias, Nell. Qué asco de fiesta, ¿verdad?
– Pues no tanto -dijo Nellie encogiéndose de hombros-. Más o menos como siempre. Han devorado todo el pato asado y la salsa de naranja, y no han dejado ni una cucharada de arroz. Pero me alegro de que hayamos hecho eso en lugar del asado de vaca. En cuanto a la fiesta, no te preocupes ha estado bien.
– ¿Por qué lo hacemos? -preguntó Sharon. No esperaba más respuesta que la suya propia-. Supongo que por hacer algo.
– ¿Has visto al doctor Hertzel intentando hipnotizar a Joan Dever para quitarle el vicio de fumar?
– Es un imbécil -dijo Sharon dirigiéndose hacia la escalera-. Hasta mañana, Nell.
– ¿Por qué no te quedas durmiendo hasta un poco tarde?
– No, creo que no -repuso Sharon deteniéndose-. Las primeras horas de la mañana son las mejores del día. Es cuando me siento auténticamente viva y cuando me vibran todos los corpúsculos.
– Tal vez te sientas mucho más viva cuando llegues a Londres y hayas arreglado las cosas con tu señor Clay.
– Pudiera ser. Ya veremos. Tal como dicen en el enigmático Oriente, será lo que tenga que ser. En realidad, en estos momentos me siento bien, Nell. En cuanto me he visto libre del ejército de Coxey he empezado a sentirme bien, a sentirme de nuevo un ser humano y no un robot.
Sharon se quitó un zapato y después el otro y paseó descalza recorriendo un círculo y siguiendo un dibujo de la alfombra.
– Cuando estoy sola -dijo-siempre me sorprendo volviendo a descubrirme a mí misma. Siempre hemos estado de acuerdo en que es extraordinario eso de volver a descubrirte, de averiguar quién eres y qué eres realmente. Muchas personas no consiguen averiguarlo en toda su vida. Gracias a ti yo lo estoy consiguiendo, Nell.
– Yo no he tenido nada que ver con eso -dijo Nellie-. Has sido tú.
– Pero tú me has alentado. Es algo muy serio eso de descubrir el propio yo. Es como clavar una bandera en un territorio nuevo.
Ya no me hace falta la aprobación ni el amor de nadie. Qué alivio. Me bastará saber que yo me quiero, lo que soy, lo que siento, y lo que verdaderamente puedo llegar a ser como persona y no como actriz, simplemente como persona. -Se sumió brevemente en sus pensamientos-. Tal vez necesite a otra persona. Tal vez necesite todo el mundo. Tal vez no. Ya lo averiguaré. Pero no me hará falta ni esta corte ni estos adornos. Dios mío, a veces experimento el deseo de dejarlo todo, de huir irme de repente a algún lugar donde nadie sepa quién soy, donde a nadie le importe quién soy, estar sola durante algún tiempo, vivir en paz, vestirme como quiera, comer cuando me apetezca, leer o meditar o pasear entre los árboles o bien haraganear sin experimentar sentimiento alguno de culpabilidad.
Largarme a algún sitio donde no hubiera manecillas del reloj, ni calendario, ni citas anotadas en la agenda ni teléfono. Una tierra de nunca jamás sin pruebas de maquillaje, sin sesiones fotográficas, ensayos ni entrevistas. Yo sola, independiente, libre, perteneciéndome exclusivamente a mí.
– ¿Y por qué no, Sharon? ¿Por qué no lo haces algún día?
– Es posible que lo haga. Sí, es posible que pronto esté dispuesta a hacerlo.
La señorita, Thoreau viviendo en los bosques y formando una comuna con las hormigas. La señora Swami Ramakrishna en lo alto de una colina dedicada a la búsqueda interior.
Es posible que emprenda un vuelo anímico no programado y vea dónde aterrizo y qué me sucede. -Suspiró-. Pero antes tengo que ver de nuevo a Roger.
Me está esperando.
Tengo que averiguar si puede dar resultado. En caso afirmativo, estupendo. Abandonaré el papel de solista y probaré a interpretar un dúo.
Si no se produce el acuerdo, tiempo habrá para probar otro tipo de vida. -Ladeó la cabeza mirando a su secretaria-. Por lo menos pienso como es debido, ¿no?
– Desde luego.
– Soy libre de elegir. Se abren ante mí muchas opciones y alternativas. Y eso es una ventaja. La mayoría de las personas no disponen de ninguna.
Tengo buena estrella. ¿Quieres desabrocharme, Nell? Nellie se le acercó por detrás -y empezó a desabrocharle la espalda de la blusa blanca.
Sharon siguió hablando en tono nostálgico.
– ¿Te acuerdas de aquel psicoanalista que conocimos hace años, Nell? ¿Dónde fue? Ah, sí, en aquella cena de la Casa Blanca, ¿te acuerdas? El que dijo que no quería tener por pacientes a los actores y actrices.
"Te pasas el rato arrancándoles una capa tras otra esperando poder llegar al núcleo, a la auténtica persona que se oculta debajo de todas las falsas apariencias. Y cuando lo consigues, ¿qué es lo que encuentras? Nada. No hay nadie. No encuentras a una persona auténtica".
Santo cielo, esta idea me aterró durante muchos meses. Supongo que a eso se debe a mi actual tranquilidad y satisfacción.
Me he arrancado todas las capas. Y he encontrado a una persona auténtica, un ser humano, mi propia identidad, el yo que habita en mí.
Y me gusta y respeto a esta persona y he comprendido que esta persona puede ser independiente y hacer lo que le venga en gana. No está mal. Mejor dicho, está muy bien.
– Se volvió sosteniéndose la blusa desabrochada a la altura de los hombros.
– Gracias, Nell. -Abrazó fugazmente a su secretaria con un solo abrazo-. Es posible que sea independiente pero no sé qué haría sin ti. Buenas noches. Descansa tú también un poco.
Sharon Fields se dirigió a la alfombrada escalera que conducía a su alcoba del segundo piso. Mientras subía, recordó el reportaje que una revista de difusión nacional había publicado sobre su casa.
Las dos páginas centrales las habían dedicado a una enorme fotografía de su alcoba, en la que aparecía la cama de matrimonio con colcha de terciopelo y dosel. El pie de la foto decía: "Si el Despacho Ovalado de la Casa Blanca de Washington, el Kremlin de Moscú y la Casa del Estado de Pekín son las capitales políticas del mundo, este dormitorio de Bel Air es la capital sexual del mundo.
El esplendor de esta estancia, el costd de cuyo mobiliario asciende a 50.000 dólares, es el escenario en el que Sharon Fields, la diosa internacional del Estado del Amor, se olvida de todo, de la veneración y la respiración entrecortada, para dormir sola".
Se había molestado por toda aquella basura pero ahora, al recordarla, comprendió que la última parte había sido profética y sonrió. Para dormir sola.
Gracias a Dios, pensó al llegar al pasillo. Gracias, Señor Dios, pensó, y se dirigió alegremente a su alcoba.
Media hora más tarde, enfundada en un camisón rosa de encaje y con el cobertor de raso acolchado subido hasta la barbilla, Sharon Fields se hallaba tendida bajo el enorme dosel en la oscuridad de la alcoba, todavía despierta pero sumida ya en una especie de sopor.
Se había tomado el Nembutal diez minutos antes de acostarse y sabía que no le haría efecto hasta dentro de otros diez.
Cómodamente tendida y dejando vagar sus pensamientos, se percató de que llevaba varias noches sin preocuparse por el pasado -lo cual era indicio de buena salud mental-, habiéndose dedicado con preferencia a examinar el presente y a pensar en el futuro.