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– Estaba diciendo que ella era basura.

– Sí. De nuevo una afirmación. Si se estaba desembarazando de un cadáver, podría haberlo puesto en cualquier sitio de ese callejón, pero escogió un vertedero abierto. Inconscientemente o no, estaba haciendo una afirmación sobre ella. Y para hacer una afirmación así sobre una persona, tenía que haberla conocido en cierto grado. Haber sabido de ella. Saber que era una prostituta. Saber lo suficiente para juzgarla.

Irving volvió a aparecer en la mente de Bosch, pero Harry no dijo nada.

– Bueno -dijo en cambio-, ¿no podría haber sido una afirmación sobre todas las mujeres? ¿Podría haber sido un loco cabrón (disculpe), algún chiflado que odiaba a todas las mujeres y que pensaba que todas las mujeres eran basura? De ese modo no sería preciso que la conociera. Quizá fue alguien que sólo quería matar a una prostituta, a cualquier prostituta, para hacer una declaración sobre ellas.

– Sí, es una posibilidad, pero yo también trabajo con porcentajes. La clase de loco cabrón de la que está hablando (la cual, incidentalmente, en psicocháchara llamamos sociópata) es un individuo mucho más raro que aquel que se centra en objetivos específicos, en mujeres específicas.

Bosch negó con la cabeza desdeñosamente y miró por la ventana.

– ¿Qué pasa?

– Resulta frustrante. No había mucho en el expediente de asesinato acerca de que ellos investigaran a fondo a nadie de su círculo, de sus vecinos, nada de eso. Hacerlo ahora es imposible.

Pensó en Meredith Roman. Podía acudir a ella y preguntarle por los conocidos y clientes de su madre, pero no sabía si tenía derecho a despertar de nuevo esa parte de su vida,

– Tiene que recordar -dijo Hinojos- que en mil novecientos sesenta y uno un caso como éste podría haber parecido imposible de resolver. Ni siquiera habrían sabido por dónde empezar. Simplemente no ocurría con tanta frecuencia como ahora.

– Hoy también son casi imposibles de resolver.

Se quedaron unos momentos en silencio. Bosch pensó en la posibilidad de que el asesino fuera un chiflado que pasaba por allí, actuó y huyó. Un asesino en serie que se había perdido hacía mucho en la oscuridad del tiempo. Si ése era el caso, entonces su investigación privada había terminado. Era un fracaso.

– ¿Alguna cosa más de las fotos?

– Es todo lo que tengo…, no, espere. Hay otra cosa, Y puede que ya la conozca. -Hinojos cogió el sobre y lo abrió. Buscó en el interior y empezó a extraer una foto.

– No quiero mirar eso -dijo Bosch con rapidez.

– No es una foto de ella. De hecho, es de su ropa, dispuesta en una mesa. ¿Puede mirar eso?

Hinojos hizo una pausa, manteniendo la foto medio dentro y medio fue del sobre. Bosch le indicó que siguiera adelante con un gesto de la mano.

– Ya he visto la ropa.

– Entonces probablemente ya habrá considerado esto.

La psiquiatra deslizó la foto al borde del escritorio y Bosch se inclinó para estudiarla. Era una imagen en color que había amarilleado por el paso del tiempo, incluso en el interior del sobre. Las mismas prendas de ropa que había encontrado en la caja de pruebas estaban extendidas en la mesa en una formación que delineaba un cuerpo, de la forma en que una mujer podría extenderlas en la cama antes de vestirse para salir. A Bosch le recordó los recortables de muñecas de papel. Incluso el cinturón con la hebilla de concha estaba allí, pero se hallaba entre la blusa y la falda negra, no en el imaginario cuello.

– Vale -dijo ella-. Lo que he encontrado extraño aquí es el cinturón.

– La supuesta arma homicida.

– Sí. Mire, tiene la concha grande plateada en la hebilla y conchas plateadas más pequeñas como ornamentación. Es bastante llamativo.

– Sí.

– Pero los botones de la blusa son dorados. Además, en las fotos del cadáver se ve que llevaba pendientes de lágrimas dorados y una cadena de cuello dorada. Y también un brazalete.

– Sí, eso lo sabía. También estaban en la caja de pruebas. Bosch no entendía adónde quería ir a parar Hinojosa.

– Harry, esto no es una regla universal ni nada por el estilo, por eso dudaba en comentárselo. Pero normalmente la gente (las mujeres) no combina el dorado y el plateado. Y mí me parece que su madre estaba bien vestida para esa velada. Que llevaba joyas que combinaban con los botones de la blusa. Iba conjuntada y tenía estilo. Lo que estoy diciendo es que no creo que ella hubiera llevado ese cinturón con el resto de elementos. Era plateado y extravagante.

Bosch no dijo nada. Algo estaba abriéndose camino en su mente y su punta era afilada.

– Y por último, estos botones de la falda en la cadera. Es un estilo que sigue vigente e incluso yo tengo algo similar. Lo que lo hace tan funcional es que a causa de la cinturilla amplia puede llevarse con o sin cinturón. No hay presillas.

Bosch miró la foto.

– No hay presillas.

– Exacto.

– Entonces lo que está diciendo es…

– Que éste podría no haber sido su cinturón. Podría haber…

– Pero era suyo. Yo lo recuerdo. El cinturón de la concha marina. Se lo regalé por su cumpleaños. Lo identifiqué para los detectives, para McKittrick, el día que vino a decírmelo.

– Bueno…, entonces eso derrumba todo lo que iba a decir. Supuse que cuando llegó a su apartamento el asesino ya la estaba esperando con él.

– No, no ocurrió en su apartamento. Nunca encontraron la escena del crimen. Escuche, no importa si era su cinturón o no, ¿qué iba a decir?

– Oh, no lo sé, sólo una teoría acerca de que fuera propiedad de alguna otra mujer, quien podría haber sido el factor motivador oculto tras la acción del asesino. Se llama agresión de transferencia. Ahora no tiene sentido con lo que me dice, pero hay ejemplos de lo que iba a sugerir. Un hombre se lleva las medias de su ex novia y estrangula a otra mujer con ellas. En su mente está estrangulando a su novia. Algo así. Iba a sugerir que podría haber ocurrido en este caso con el cinturón.

Pero Bosch ya no estaba escuchando. Se volvió y miró por la ventana, pero tampoco estaba viendo nada. En su mente contemplaba cómo las piezas encajaban. La plata y el oro, el cinturón con dos de los agujeros gastados, dos amigas unidas como hermanas. Una para las dos y las dos para una.

Pero una iba a abandonar esa vida. Había encontrado un príncipe azul.

Y la otra iba a quedarse atrás.

– Harry, ¿está bien?

Miró a Hinojos.

– Creo que acaba de hacerlo.

– ¿Hacer el qué?

Bosch cogió el maletín y sacó de él la foto tomada en el baile del día de San Patricio hacía más de tres décadas. Sabía que era una posibilidad remota, pero necesitaba comprobarla.

Esta vez no miró a su madre. Miró a Meredith Roman, de pie detrás de Johnny Fox. Y por primera vez vio que llevaba el cinturón de la hebilla de concha plateada. Lo había cogido prestado.

Entonces lo entendió. Meredith Roman había ayudado a Harry a comprar el cinturón para su madre. Ella se lo había enseñado y lo había elegido no porque fuera a gustarle a su madre, sino porque le gustaba a ella y sabía que podría usarlo. Eran dos amigas que lo compartían todo.

Bosch volvió a meter la foto en el maletín y cerró éste. Se levantó.

– Tengo que irme.

El último coyote - pic_48.jpg

Bosch recurrió al mismo truco que antes para volver a entrar en el Parker Center. Al salir del ascensor en la cuarta planta, prácticamente se topó con Hirsch, que estaba esperando para bajar. Cogió al joven técnico de huellas por el brazo y lo retuvo en el pasillo mientras se cerraban las puertas del ascensor.

– ¿Vas a casa?

– Lo intentaba.

– Necesito otro favor. Te invitaré a comer. Te invitaré a cenar. Te invitaré a lo que quieras. Es importante y no tardarás mucho.

– Hirsch lo miró. Bosch se dio cuenta de que el joven estaba empezando a lamentar haberse implicado.

– ¿Cómo es el dicho, Hirsch? Si juegas un penique, juegas una libra. ¿Qué dices?

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