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— No sé. No hablamos de eso. A Sartorius le llama la atención el horario de los « visitantes »; llegan siempre cuando uno se despierta. Parece que el océano se interesara principalmente por nuestras horas de sueño y extrajera entonces de nosotros modelos y fórmulas. Ahora Sartorius quisiera enviarle nuestro « estado de vigilia ». Nuestros pensamientos conscientes ¿entiendes? — ¿Por correo?

— Ahórrate las bromas. La idea es modular los rayos mediante un electroencefalograma tomado de uno de nosotros.

— Ah. — Yo empezaba a entender. — Uno de nosotros, soy yo.

— Sí, Sartorius ha pensado en ti.

— Qué generoso.

—¿Entonces?

Yo callaba. Snaut le echó una ojeada a Harey, que leía con aire absorto; en seguida, volvió a mirarme. Yo sentí que me ponía pálido.

—¿Entonces? — repitió Snaut.

Me encogí de hombros.

— La idea de utilizar rayos X para transmitir algún sermón sobre la grandeza del hombre me parece ri-dícula.

—¿De veras?

— Sí.

— Muy bien — dijo sonriendo como si yo hubiese coincidido con él—. Entonces, ¿estás en contra del proyecto de Sartorius?

Ignoraba cómo había ocurrido, pero veía ahora que Snaut me había llevado por las narices.

— Muy bien — prosiguió—. Hay un segundo proyecto: construir un aparato Roche.

—¿Un desintegrador?

— Sí. Sartorius, ya ha hecho los primeros cálculos. Es posible, y ni siquiera requiere mucho gasto de energía. El aparato generará un campo magnético negativo las veinticuatro horas del día, durante un tiempo ilimitado.

—¿Y los efectos?

— Ningún problema. Campos negativos de neutri-nos. La materia común no sufrirá ningún cambio. La desintegración alcanzará sólo las estructuras de neu-trinos, ¿entiendes?

Snaut sonreía, satisfecho. Yo lo miraba, con la boca abierta, y él dejó de sonreír. Frunció el ceño, me observó con atención, y esperó un momento antes de hablar.

— Bueno, dejamos de lado la operación « Pensamiento ». Sartorius está trabajando ya en el segundo plan. Lo llagaremos « Liberación ».

Cerré un instante los ojos. De pronto., me decidí, Snaut no era físico. Sartorius había desconectado o destruido el videófono. Perfecto.

— Yo llamaría « Operación Masacre » a este segundo proyecto — dije.

— Tú sabrás por qué. No me niegues que has practicado bastante últimamente. Pero esta vez hay una diferencia radical. No más « visitantes », no más creaciones F… Se desintegrarán tan pronto como aparezcan.

Yo meneé la cabeza, y esbocé una sonrisa que quería parecer natural.

— Hay un malentendido. No te hablo de escrúpulos morales, sino de supervivencia. Mi querido Snaut, yo no quiero morir.

—¿Cómo?

Snaut me miraba con desconfianza.

Saqué de mi bolsillo una hoja cubierta de fórmulas.

— Yo también consideré la posibilidad de ese « experimento ». ¿Te extraña? Sin embargo, fui yo quien formuló la hipótesis de los neutrinos ¿no? Mira. Sí, es posible generar campos negativos, que serían inofensivos para la materia ordinaria. Pero en el momento de la desintegración, cuando la estructura de neutrinos se derrumbe, liberaremos un considerable excedente de energía. Si admitimos por kilogramo de sustancia en reposo 108 ergos, para una creación F habrá que multiplicar 57 por 108. ¿Sabes lo que eso significa?… Una pequeña bomba de uranio estallando dentro de la Estación.

—¿Pero tú piensas que Sartorius no lo ha tenido en cuenta?

Esbocé una sonrisa maliciosa.

— No necesariamente. Te das cuenta, Sartorius pertenece a la escuela de Frazer y Cajolla. Según ellos, en el momento de la desintegración, toda la energía latente es liberada como radiación luminosa, intensa, pero no destructiva. Sin embargo, hay otras hipótesis, otras teorías acerca de los campos de neutrinos. Según Cayatte, según Awalow, según Sion, el alcance de la emisión es mucho más vasto; al llegar al máximo, la energía se transforma en una poderosa emisión de rayos gamma. Sartorius confía en sus maestros y en sus teorías, magnífico; pero hay otros maestros y otras teorías. Ya sabes, Snaut — proseguí, viendo que mis palabras lo habían impresionado—, también es preciso tener en cuenta al Océano. Para realizar esas creaciones, ha aplicado sin duda un método óptimo. En otras palabras, los procedimientos del océano dan la razón a esas otras teorías, y no a Sartorius.

— Pásame ese papel, Kelvin…

Le di la hoja. Snaut inclinó la cabeza y trató de descifrar mis garabatos.

Señaló una línea de ecuaciones.

—¿Qué es esto?

Tomé de nuevo la hoja.

—¿Esto? El tensor de transmutación del campo magnético.

— Me llevaré el papel.

—¿Para qué?

Yo sabía lo que iba a contestarme.

— Tengo que mostrarle estos cálculos a Sartorius.

— Como quieras… — Me encogí de hombros. — Puedes llevarte la hoja, por supuesto, pero no olvides que nadie ha verificado aún estas teorías. No conocíamos aún semejantes estructuras. Sartorius confía en Frazer y yo he seguido la teoría de Sion. Sartorius te dirá que yo no soy físico, que tampoco lo es Sion. No al menos según su punto de vista. Discutirá. No me meteré en una discusión que me llevaría a retractarme, para mayor gloria de Sartorius. A ti, puede convencerte. No me siento con fuerza para convencer a Sartorius, y no quiero intentarlo.

— Entonces ¿qué quieres hacer? El se ha puesto a trabajar…

Snaut hablaba con una voz monótona. La animación inicial había desaparecido. Yo no sabía si confiaba en mí, y no me importaba demasiado.

—¿Qué quiero hacer? — respondí en voz baja—. Lo que hace un hombre cuando su vida corre peligro.

— Trataré de hablarle. Quizá pueda desarrollar un dispositivo de seguridad — gruñó Snaut, y. alzó la cabeza—. Escucha. ¿Y el otro proyecto? ¿Aceptarías? Sartorius estaría de acuerdo. En todo caso, vale la pena probar.

—¿Te parece?

— No — dijo Snaut en seguida—, ¿pero qué podemos perder?

Yo no quería aceptar demasiado pronto. Necesitaba ganar tiempo y Snaut podía ayudarme a prolongar el plazo.

— Lo pensaré.

— Bueno, me voy. — Se puso de pie, y le crujieron los huesos. — Habrá que preparar el encefalograma — dijo frotándose el delantal, como si quisiera borrar alguna mancha.

Sin despedirse de Harey, fue hacia la puerta. Con el libro apoyado en las rodillas, Harey lo miró salir. Cuando la puerta se cerró, me incorporé. Desarrugué la hoja de papel que aún tenía en la mano. Yo no había falsificado las fórmulas. ¿Pero habría aprobado Sion mis conclusiones? Probablemente no.

Me sobresalté; Harey se había acercado y me había tocado el hombro.

—¡Kris!

—¿Qué, mi querida?

—¿Quién era?

— El doctor Snaut, ya te lo dije.

—¿Qué clase de hombre es?

— Lo conozco poco… ¿por qué?

— Me miraba de un modo tan raro…

— Eres una mujer atractiva.

Harey sacudió la cabeza.

— No, me miraba de otro modo… como si… — Se estremeció, alzó hacia mí los ojos un momento, y los bajó otra vez. — Volvamos a la cabina.

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