Te explico esta historia para que sepas que todos somos cazadores y todos somos presas. Todo lo que existe es, a la vez, cazador y presa. ¿Por qué cazamos? Cazamos a fin de satisfacer nuestras necesidades. He hablado de las necesidades del cuerpo en oposición a las necesidades de la mente. Cuando esta cree que es el cuerpo, las necesidades no son más que ilusiones y por eso es imposible satisfacerlas. Cuando intentamos cazar esas necesidades irreales de la mente, nos convertimos en predadores: intentamos atrapar algo que no necesitamos.
Los seres humanos persiguen el amor. Sentimos que necesitamos ese amor porque creemos que no tenemos amor, y eso nos pasa porque no nos amamos a nosotros mismos. Vamos en busca del amor en otros seres humanos como nosotros y esperamos recibirlo de ellos cuando, de hecho, esos seres humanos se encuentran en la misma situación que nosotros. Tampoco se aman a sí mismos, de modo que, ¿cuánto amor podemos recibir de ellos? Por lo tanto, lo único que hacemos es crear una mayor necesidad que no es real; seguimos buscando afanosamente, pero en el lugar equivocado, porque los demás seres humanos no tienen el amor que nosotros necesitamos.
Cuando Artemisa fue consciente de su caída, volvió a ser quien había sido porque todo lo que necesitaba estaba en su interior. Y lo mismo vale para todos nosotros, ya que todos somos como Artemisa tras su caída y antes de su redención. Buscamos afanosamente el amor. Perseguimos la justicia y la felicidad. Perseguimos a Dios, pero Dios está en nuestro interior.
La caza del ciervo mágico te enseña que tienes que buscar en tu interior. Es una gran historia que merece la pena recordar. Si no te olvidas de Artemisa, siempre encontrarás amor en tu interior. Los seres humanos que se persiguen afanosamente unos a otros en busca de amor nunca se sentirán satisfechos; nunca encontrarán el amor que necesitan en otros seres humanos. La mente siente la necesidad, pero no es posible satisfacerla porque no está ahí. Nunca está ahí.
El amor que necesitamos buscar es el que reside en nuestro interior, pero ese amor es difícil de apresar. Resulta muy difícil acechar en tu interior y conseguir el amor que hay en ti. Tienes que ser muy rápido, tan rápido como Hermes, porque cualquier cosa puede distraerte y apartarte de tu objetivo. Cualquier cosa que capte tu atención te distraerá y obstaculizará la consecución de tu objetivo, que es conseguir la presa que reside en tu interior: el amor. Si eres capaz de capturar la presa, verás que el amor crecerá con fuerza en tu interior y que satisfará tus necesidades. Esto es de vital importancia para tu felicidad.
Por lo general, los seres humanos inician una relación como si fuesen a cazar. Buscan lo que creen que necesitan y esperan encontrarlo en otra persona, para después descubrir que no está ahí. Por eso, cuando se inicia una relación sin esta necesidad, es otro asunto.
¿Cómo cazar en tu interior? Para capturar el amor que está en tu interior tienes que entregarte a ti mismo como el cazador y su presa. Dentro de tu mente existe un cazador y también una presa. ¿Quién es el cazador y quién es la presa? En la gente corriente, el cazador es el Parásito. El Parásito lo sabe todo de ti y lo que quiere son las emociones que provienen del miedo. El Parásito es un comedor de basura. Adora el miedo y la desdicha; adora el enfado, los celos y la envidia; adora cualquier emoción capaz de hacerte sufrir. El Parásito quiere desquitarse y quiere tener el control.
El método que adopta el Parásito para que te maltrates a ti mismo es el acoso continuo durante veinticuatro horas al día; te persigue constantemente. De este modo nos convertimos en la presa del Parásito, una presa muy fácil. El Parásito es quien te maltrata. Es más que un cazador; es un predador y te está comiendo vivo. La presa, el cuerpo emocional, es esa parte de nosotros que sufre y sufre sin cesar; es la parte de nosotros que quiere ser redimida.
En la mitología griega, también encontramos la historia de Prometeo que, encadenado a una roca, contemplaba día tras día cómo un águila le devoraba las entrañas. Pero ¿cuál es el significado de esta historia? Cuando Prometeo está despierto, tiene un cuerpo físico y emocional. El águila es el Parásito que se come sus entrañas. Por la noche, no tiene cuerpo emocional y se recupera. Vuelve a nacer para convertirse en el alimento del águila hasta que Hércules llega para liberarlo. Hércules, al igual que Cristo, Buda o Moisés, rompe la cadena del sufrimiento y le concede la libertad.
A fin de buscar en tu interior es necesario que empieces a acechar todas las reacciones que tienes. Cambia un hábito de una vez. Es una guerra para liberarte del sueño que controla tu vida. Es una guerra entre el predador y tú, en la que la verdad está situada entre los dos. En todas las tradiciones del oeste, desde Canadá hasta Argentina, nos denominamos guerreros porque el guerrero es el cazador que se acecha a sí mismo. Se trata de una gran guerra, porque es una guerra contra el Parásito. Que seas un guerrero no significa que ganes la guerra, pero al menos te rebelas y dejas de aceptar que el Parásito te devore vivo.
Convertirte en cazador es el primer paso. Cuando Hércules acudió al bosque en busca de Artemisa, vio que no tenía posibilidades de capturar al ciervo. Entonces se fue a ver a Hermes, el supremo maestro, y aprendió a ser un cazador más hábil. Necesitaba ser mejor que Artemisa a fin de darle caza. Para cazarte a ti mismo también necesitas ser mejor cazador que el Parásito.
Si el Parásito trabaja veinticuatro horas al día, tú también tienes que trabajar veinticuatro horas al día. Pero el Parásito tiene una ventaja: te conoce muy bien. Te resulta imposible esconderte de él. El Parásito es la presa más difícil. Es la parte de ti que intenta justificar tu conducta delante de los demás, pero cuando estás solo, se convierte en el peor juez. Siempre está juzgando, culpando y haciéndote sentir culpable.
En una relación normal en el infierno, el Parásito de tu pareja se alía con tu Parásito en contra de tu verdadero yo. Tienes en tu contra no sólo a tu propio Parásito, sino también al Parásito de tu pareja, que se une al tuyo para hacer que el sufrimiento sea eterno. Ahora bien, si eres consciente de esto, podrás establecer un cambio. Podrás tener una mayor compasión hacia tu pareja y permitirle enfrentarse a su propio Parásito. Te sentirás feliz cada vez que ella dé un nuevo paso hacia la libertad, y serás consciente de que, cuando esté disgustada, entristecida o celosa, no estás tratando con la persona que amas sino con el Parásito que está poseyéndola en ese momento.
Cuando sabes que el Parásito está ahí y comprendes qué es lo que le está sucediendo a tu pareja, eres capaz de ofrecerle el espacio necesario para que se enfrente a él. Y dado que tú sólo eres responsable de tu mitad de la relación, le permitirás a ella que se ocupe de su propio sueño personal. De ese modo te resultará más fácil no tomarte como algo personal lo que tu pareja haga. Esto será de gran ayuda para la relación, porque no te tomarás a mal nada de lo que haga tu pareja. Ella estará despachando su propia basura, y si tú no te lo tomas como un asunto personal, te resultará muy fácil mantener una relación maravillosa con ella.
X. Ver con los ojos del amor
Si observas tu cuerpo descubrirás billones de seres vivos que dependen de ti. Cada célula es un ser vivo que depende de ti, y eres responsable de todos, ya que para ellos, tus células, tú eres Dios. Les proporcionas lo que necesitan; puedes amarlos o bien ser mezquino con ellos.
Las células de tu cuerpo te son totalmente leales; trabajan para mantener tu armonía. Hasta se puede decir que rezan por ti. Tú eres su Dios. Esa es la verdad absoluta. Y ahora que sabes esto, ¿qué vas a hacer?
Y no lo olvides, todo el bosque estaba en perfecta armonía con Artemisa, hasta que ésta cayó y perdió el respeto por él. Entonces, cuando recobró su conciencia, fue de flor en flor diciendo: «Lo siento; ahora volveré a ocuparme de ti». Y la relación entre Artemisa y el bosque volvió a ser, de nuevo, una relación de amor.