El bosque es tu cuerpo y bastará con que reconozcas esta verdad para decirle: «Lo siento; ahora volveré a ocuparme de ti». La relación entre tu cuerpo y tú, entre tú y todas esas células vivas que dependen de ti, puede convertirse en la relación más bella. Tu cuerpo y todas esas células vivas son perfectas en su mitad de la relación, del mismo modo que el perro es perfecto en su mitad. La otra mitad es tu mente. Tu cuerpo se ocupa de su mitad de la relación, pero la mente es la que abusa del cuerpo y lo trata con tanta mezquindad.
Piensa únicamente en cómo tratas a tu gato o a tu perro. Si eres capaz de tratar a tu cuerpo de la misma manera, verás que todo esto sólo es una cuestión de amor. Tu cuerpo está dispuesto a recibir todo el amor de la mente, pero la mente dice: «No, no me gusta esta parte de mi cuerpo. Mira que nariz tengo; no me gusta mi nariz. Mis orejas son demasiado grandes. Mi cuerpo está demasiado gordo. Mis piernas son demasiado cortas». La mente es capaz de imaginar todo tipo de cosas sobre el cuerpo.
Tu cuerpo es perfecto tal y como es, pero todos nosotros tenemos esos falsos conceptos sobre lo que es correcto e incorrecto, bueno y malo, bonito y feo. El problema reside en que, aunque sólo se trate de unos conceptos, nos los creemos. Con esa imagen de perfección en la mente, esperamos que nuestro cuerpo tenga una determinada apariencia, que se comporte de un modo concreto. Rechazamos nuestro propio cuerpo, cuando el cuerpo nos es totalmente leal. Y aun cuando no es capaz de hacer algo, debido a sus propias limitaciones, nosotros lo empujamos, y al menos, lo intenta.
Mira lo que haces con tu cuerpo. Si tú lo rechazas, ¿qué pueden esperar de ti los demás? Si lo aceptas, serás capaz de aceptar prácticamente a todo el mundo, todas las cosas. Esta es una cuestión de suma importancia cuando se aborda el tema del arte de las relaciones. La relación que tienes contigo mismo se refleja en las relaciones con los demás. Si rechazas tu propio cuerpo, cuando compartes tu amor con tu pareja, te sientes tímido. Piensas: «Mira mi cuerpo. ¿Cómo puede amarme con un cuerpo como éste?».
Entonces te rechazas a ti mismo y supones que la otra persona te rechazará exactamente por la misma razón. Y cuando rechazas a otra persona, la rechazas por las mismas razones por las que te rechazas a ti mismo.
Para crear una relación capaz de conducirte hasta el cielo, tienes que aceptar totalmente tu cuerpo. Tienes que amarlo y permitirle ser libre para ser, libre para dar, libre para recibir, sin timidez, porque la «timidez» no es otra cosa que miedo.
Piensa en cómo ves a tu perro. Lo miras con amor y disfrutas de su belleza. Que el perro sea bonito o feo no importa en absoluto. Eres capaz de extasiarte sólo con mirar la belleza de ese perro, porque no te preocupa poseer esa belleza. La belleza es sólo un concepto que hemos aprendido.
¿Crees que las tortugas o las ranas son feas? Miras una rana y ves que es preciosa, magnífica. Miras una tortuga y es preciosa. Todo lo que existe es magnífico, todo. Pero piensas: «Oh, eso sí que es feo», porque alguien te hizo creer en su día que había cosas bonitas y cosas feas, del mismo modo que alguien te hizo creer que hay cosas buenas y cosas malas.
No existe el menor problema en ser guapo o feo, bajo o alto, delgado o grueso. No existe el menor problema en ser magnífico. Si al cruzarte con un grupo de gente alguien te dice: «Oh, eres muy guapo», puedes decirle: «Gracias, lo sé», y seguir tu camino. Eso no cambia las cosas para ti. Pero si no crees que eres guapo y alguien te dice que lo eres, entonces eso sí que te afectará. Dirás: «¿De verdad lo soy?». Esta opinión te impresionará, claro, y te convertirá en una presa fácil.
Crees que necesitas esta opinión porque piensas que no eres guapo. ¿Te acuerdas de la historia de la cocina mágica? Si tienes toda la comida que necesitas y alguien te pide que le dejes controlarte a cambio de comida, le dirás: «No, gracias». Si deseas ser guapo, pero no crees serlo y alguien te dice: «Te diré siempre lo guapo que eres si me permites controlarte», tú le responderás: «Oh, sí, por favor, dime que soy guapo». Y permitirás que eso suceda porque crees que necesitas esa opinión.
Lo que verdaderamente importa no son las opiniones que provienen de los demás, sino tus propias opiniones. Eres guapo independientemente de lo que diga la mente. Eso es un hecho. No tienes que hacer nada porque ya tienes toda la belleza que necesitas. Ser guapo no te obliga a nada con nadie. Los demás son libres de ver lo que quieran. Mientras tú seas consciente de tu propia belleza y la aceptes, la opinión y los juicios de los demás sobre si eres guapo o no, no te afectarán en absoluto.
Quizá creciste creyendo que no eras atractivo y envidias la belleza en otras personas. Entonces, a fin de justificar esa envidia, te dices a ti mismo: «No quiero ser guapo». Quizás hasta te asuste serlo. Este miedo puede tener muchos orígenes distintos, y no es el mismo para todas las personas, pero a menudo suele ser el miedo a tu propio poder. Las mujeres que son guapas tienen un poder sobre los hombres, y no sólo sobre los hombres, sino también sobre las mujeres. Es probable que otras mujeres que no sean tan guapas como tú te envidien porque atraes la atención de los hombres. Si te vistes de una manera especial y los hombres enloquecen al verte, ¿qué dirán sobre ti las mujeres?: «Oh, es una pelandusca». Acabas teniendo miedo a todos estos juicios que la gente hace sobre ti. Esto, de nuevo, no son más que falsos conceptos, se trata de falsas creencias que abren heridas en el cuerpo emocional. Y después, claro está, tenemos que cubrir esas heridas emocionales con el sistema de negaciones.
La envidia también es una creencia que puede ser fácilmente desmontada por la conciencia. Puedes aprender a enfrentarte a la envidia de otras mujeres o de otros hombres porque la verdad es que la belleza está en todos. La única diferencia entre la belleza de una persona y la belleza de otra estriba en el concepto de belleza que la gente tiene.
La belleza no es nada más que un concepto, nada más que una creencia, pero si crees en ese concepto de belleza, basarás todo tu poder en ella. El tiempo pasa y compruebas que envejeces. Según tu punto de vista, tal vez no seas tan bella como eras antes, y aparezca una mujer más joven que, ahora, es la más bella. Como creemos que nuestra belleza es nuestro poder, pensamos que, a fin de conservar ese poder, ha llegado el momento de la cirugía estética. Nuestro propio envejecimiento empieza a herirnos. «Oh, Dios mío, mi belleza está desapareciendo. ¿Me seguirá amando mi pareja si pierdo mi atractivo? Ahora se fijará en mujeres más atractivas que yo.»
Nos resistimos a envejecer; creemos que porque una mujer sea vieja ya no es bella. Esta creencia es totalmente errónea. Un recién nacido es bello. También una persona mayor es bella. El problema reside en la emoción que está tras nuestros ojos cuando percibimos qué es bello y qué no lo es. Tenemos todos esos juicios, todos esos programas que limitan nuestra propia felicidad, que nos empujan a rechazarnos a nosotros mismos y a rechazar a otras personas. ¿Eres capaz de ver de qué modo representamos ese drama, de qué modo nos preparamos para fracasar con todas esas creencias?
Envejecer es algo bello, del mismo modo que crecer es bello. Crecemos y nos transformamos de niños en adolescentes y después en hombres o en mujeres jóvenes. Es bello. Convertirse en un hombre o una mujer mayor también es bello. En la vida de los seres humanos existen unos años determinados en los que nos reproducimos activamente. Es probable que, durante esos años, queramos resultar sexualmente atractivos, porque la naturaleza nos hace de esa manera. Desde ese punto de vista, cuando somos mayores, ya no tenemos la necesidad de ser sexualmente atractivos, pero eso no significa que no seamos bellos.