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Lena respiró por la boca, intentando acostumbrarse. «Apestoso» habría resultado un apodo más apropiado.

– Hola -dijo Lena, reprimiendo las arcadas.

Scooter era distinto a los demás chicos de la fiesta. Si éstos llevaban el pelo muy corto y tejanos holgados y camiseta, Scooter tenía el pelo negro y largo, y llevaba una camiseta sin mangas azul pastel y unos shorts de un vivo naranja estilo hawaiano. En torno a su bíceps izquierdo había una goma elástica amarilla, y la parte superior del brazo le sobresalía de la compresión.

– Joder, tío -dijo Ethan, tocando la banda elástica-. Vamos. La banda elástica salió disparada del brazo de Scooter y voló por el cuarto.

– Mierda, tío -gruñó Scooter. Les obstruyó el paso, aunque no en actitud amenazante-. Esta tía es un puto policía. ¿Qué hace un poli aquí, tío? ¿Por qué traes a un poli a mi guarida?

– Muévete -dijo Ethan, empujándole suavemente hacia el interior.

– ¿Va a arrestarme? -preguntó Scooter-. Espera, tío. -Se agachó y se puso a buscar el torniquete-. Espera, deja que me acabe de meter esto.

– Levántate -dijo Ethan, tirando de la tira elástica de los shorts de Scooter-. Venga, no va a arrestarte.

– No puedo ir a la cárcel, tío.

– No va a llevarte a la cárcel -dijo Ethan, y su voz resonó en el cuarto.

– Vale, de acuerdo -dijo Scooter, permitiendo a Ethan que le ayudara a levantarse.

Scooter le puso la mano en el cuello, y Lena se dio cuenta de que llevaba una cadena amarilla muy parecida a la de Paul, el amigo de Ethan que había conocido antes. De la de Scooter no colgaba ningún chupete, y sí lo que parecía una colección de llaves, unas llaves diminutas como las que suelen tener los diarios de las chicas.

– Siéntate, tío -dijo Ethan, empujándole hasta dejarlo sobre la cama.

– Vale, entendido -contestó Scooter, como si no se diera cuenta de que ya estaba sentado.

Lena entró sin traspasar el umbral, y ahí se quedó, cerca de la puerta, respirando por la boca. En la ventana había empotrado un aparato de aire acondicionado, pero Scooter lo tenía apagado. A los adictos les gusta estar frescos para no sudar la droga demasiado rápido, pero por el olor de Scooter, Lena imaginó que tenía suficiente grasa en el cuerpo para obturar cada uno de sus poros.

La habitación se parecía mucho a las otras: más alargada que ancha, con una cama, un escritorio y un armario a cada lado. Frente a la puerta había dos ventanas grandes, con los cristales empañados de mugre. Pilas de libros y revistas cubrían el suelo, y encima había cartones de comida para llevar y latas vacías de cerveza. En medio del cuarto había una línea de cinta adhesiva azul, probablemente para dividir el espacio. Lena se preguntó cómo el compañero de Scooter podía soportar el olor.

Una pequeña nevera servía de mesilla de noche junto a la cama que ahora ocupaba Scooter. Su compañero de cuarto se había fabricado una más tradicional: plancha de contrachapado sobre dos pilas de bloques de cemento. Probablemente había robado los bloques del solar en construcción que había junto a la cafetería. Hacía dos semanas, Kevin Blake le había enviado un memorándum a Chuck para que buscara los bloques de construcción desaparecidos, pues la empresa constructora iba a cobrárselos.

– No pasa nada -dijo Ethan, haciendo una seña a Lena para que entrara-. Está totalmente colocado.

– Ya veo -contestó Lena, pero no se separó de la puerta abierta.

Scooter era más grande que Ethan en todos los aspectos: más alto y más fuerte. Lena enganchó el pulgar en el bolsillo de atrás, palpando el cuchillo.

Ethan se sentó al lado de Scooter y dijo:

– No hablará contigo si no cierras la puerta.

Lena calculó los riesgos y decidió que no había peligro. Entró y cerró la puerta sin apartar la mirada de los dos.

– No parece capaz de hablar -repuso Lena.

Se sentó en la cama delante de Scooter, pero se detuvo al recordar lo que estaba pasando en las otras habitaciones.

– No te culpo, tío -dijo Scooter, riendo a breves ladridos, como una foca.

Lena miró a su alrededor. Con los accesorios para tomar drogas que había en el cuarto se podía equipar una farmacia. Sobre un taburete colocado al lado de la cama había dos jeringuillas. A su lado, una cuchara con residuos, y una pequeña bolsa con lo que parecían grandes trozos de sal. Habían interrumpido a Scooter en el proceso de preparar ice, la forma más potente de metanfetamina. Era tan pura que ni siquiera hacía falta filtrarla.

– Maldito idiota -espetó Lena.

Ni siquiera su tío Hank, un completo colgado del speed, había tocado nunca el ice. Era demasiado peligroso.

– No sé qué hacemos aquí -le dijo a Ethan.

– Era el mejor amigo de Andy -informó Ethan.

Al oír el nombre de Andy, Scooter se echó a llorar. Lloraba como una chica, abiertamente y sin avergonzarse. Aquella reacción repugnaba y fascinaba a Lena. Y, por extraño que parezca, Ethan parecía compartir sus sentimientos.

– Vamos, Scooter, ponte derecho -dijo, apartando de sí al otro muchacho-. Hostia, ¿qué eres, un maricón?

Le lanzó una mirada a Lena, recordando en el último momento que la hermana de Lena era lesbiana. Lena miró su reloj. Había perdido toda la noche intentando hablar con ese estúpido, y no iba a abandonar ahora. Le dio una patada a la cama y el muchacho pegó un bote.

– Scooter -dijo Lena-. Escúchame.

Scooter asintió.

– ¿Eras amigo de Andy?

Volvió a asentir.

– ¿Andy estaba deprimido?

Volvió a asentir. Lena suspiró, sabiendo que no debería haberle dado una patada a la cama. Ahora el chico se sentía amenazado y no hablaría.

Lena movió la cabeza en dirección a la nevera.

– ¿Tienes algo de beber?

– Oh, sí, tía.

Scooter se puso en pie de un salto, como diciendo «¿Dónde están mis modales?». Se tambaleó antes de volver a mantener el equilibrio y abrió la pequeña nevera. Lena distinguió varias botellas de cerveza y lo que parecía una botella de plástico de litro de vodka sin marca. Entre eso y las drogas, se preguntó cómo conseguía Scooter que no lo echaran de la facultad.

Scooter comenzó:

– Tengo cerveza y algo de…

– Déjame a mí -dijo Lena, apartándole.

A lo mejor, si se tomaba otra copa, sería más dueña de sus actos.

Scooter metió la mano bajo la cama y sacó dos vasos de plástico que habían conocido días mejores. Lena los puso encima de la nevera y tomó la botella de zumo de naranja que le ofreció Ethan. Era un botellín. No habría bastante para los tres:

– Yo no quiero -dijo Ethan, estudiando a Lena como si fuera uno de sus libros de texto.

Lena no le miró mientras preparaba los combinados. Vertió la mitad del zumo de naranja en un vaso y, a continuación, le añadió un poco de vodka. Decidió que ella bebería de la botella de zumo, y rellenó el botellín con alcohol. Tapó la abertura con el pulgar y agitó el contenido para mezclarlo, percibiendo que Ethan la miraba.

Se sentó en la cama de enfrente antes de recordar que no quería sentarse, y miró fijamente a Scooter mientras éste bebía.

– Es bueno, tía -dijo Scooter-. Gracias.

Lena mantenía la botella de zumo en el regazo, no quería beber. Deseaba comprobar cuánto podía resistir. A lo mejor, después de todo, no le hacía falta. Quizá sería suficiente tenerla en la mano para que Scooter se sintiera cómodo hablando con ella. Sabía que lo primero que debes hacer en un interrogatorio es establecer cierta complicidad. Con adictos como Scooter, la manera más fácil era hacerle creer que ella también tenía un problema.

– Andy -dijo Lena por fin, consciente de que tenía la boca seca.

– Sí. -Scooter asintió lentamente-. Era un buen chaval.

Lena recordó lo que había dicho Richard Carter.

– He oído que también podía ser un gilipollas.

– Sí, bueno, quien te haya dicho eso es un cretino -le soltó Scooter.

Tenía razón, pero se guardó esa información.

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