– Muy bien -dijo Jeffrey. Señaló a Ethan con el pulgar-. ¿Y él?
Lena miró a Ethan, y él le devolvió la mirada por el rabillo del ojo. Lo que había ocurrido entre ellos esa noche era sólo… cosa de ellos dos.
Jeffrey insistió.
– ¿Lena?
– Supongo que se lo hizo Frank al entrar -le dijo, sin responder a la severa mirada que aquél le lanzó.
Antes de que la echaran, habían sido compañeros, y conocía a Frank lo bastante para saber que acababa de destruir esa relación. Había quebrantado el código. Tal como se sentía ahora, casi se alegraba.
Jeffrey abrió uno de los cajones superiores del tocador, echó un vistazo y, a continuación, miró fijamente a Lena. Sabía que observaba su funda tobillera, pero no había ninguna ley que impidiera guardar un cuchillo envainado en el cajón de los calcetines.
– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó Lena cuando Jeffrey cerró el cajón de golpe.
Abrió el siguiente cajón, donde Lena guardaba las bragas, y metió la mano, apartando lo que había. Sacó un tanga de algodón negro que Lena no había llevado en años y le lanzó la misma mirada penetrante antes de dejarlo otra vez en el cajón. Lena sabía que estaba buscando prendas similares a la encontrada en la habitación de Andy, tan seguro como que jamás se volvería a poner ninguna de las prendas que Jeffrey había tocado en aquel cajón.
Lena intentó no levantar la voz al preguntar:
– ¿Para qué has venido?
Jeffrey cerró el cajón con otro golpe.
– Te lo dije ayer. Hemos encontrado pruebas que te relacionan con un crimen.
Ella extendió los brazos, atónita ante su sangre fría.
– Arréstame.
Jeffrey retrocedió, como ella había supuesto que haría.
– Sólo queremos hacerte un par de preguntas, Lena.
Lena negó con la cabeza. Jeffrey no tenía pruebas suficientes para arrestarla, pues, de lo contrario, estaría sentada en el coche patrulla.
– Podemos llevárnoslo a él -dijo Jeffrey, señalando a Ethan.
– Hazlo -le desafió Ethan.
Lena susurró:
– Ethan, cállate.
– Arréstame -le dijo Ethan.
Frank lo aplastó contra la pared. Ethan tragó aire, pero no se quejó.
Jeffrey parecía pasárselo bien. Se acercó a Ethan y le puso los labios en la oreja.
– ¿Qué tal, señor Testigo Ocular? -preguntó.
Ethan forcejeó, pero Jeffrey le sacó la cartera con facilidad. Pasó unas cuantas fotos que había delante y sonrió.
– Ethan Nathaniel White -leyó.
Lena intentó no delatar su sorpresa, pero no pudo evitar que se le separaran los labios.
– Bueno, Ethan -dijo Jeffrey, poniéndole la mano en la nuca y apretándosela-. ¿Qué te parecería pasar la noche en la cárcel? Le susurró algo al oído que Lena no oyó. Ethan se puso tenso, como un animal dispuesto a atacar.
– Basta -le pidió Lena-. Déjale en paz.
Jeffrey agarró a Ethan por el cuello de la camisa y lo arrojó sobre la cama.
– Ponte los zapatos, chico -le ordenó, sacando de una patada sus botas negras de debajo del camastro.
– No tienes ningún cargo contra él -dijo Lena-. Te he dicho que me golpeé con el lavamanos.
– Le llevaremos a comisaría y veremos qué pasa. -Se volvió hacia Frank-. El chaval tiene pinta de culpable, ¿no crees?
Frank soltó una risita.
– No puedes arrestar a alguien por tener pinta de culpable -replicó Lena estúpidamente.
– Ya encontraremos algo para retenerlo.
Jeffrey le guiñó el ojo. Que Lena supiera, Frank nunca se había aprovechado de la ley hasta ese punto. Ahora se daba cuenta de que había ido hasta allí para llevársela a ella, tanto daba quién se entrometiera.
– Suéltale -pidió Lena-. Dentro de media hora empiezo a trabajar. Podemos hablar luego.
– No, Lena -negó Ethan, poniéndose en pie.
Frank le empujó contra la cama con tanta fuerza que el colchón se combó, pero Ethan volvió a incorporarse, con una de sus botas en la mano. Estaba a punto de darle con ella a Frank en la cara cuando Jeffrey se lo impidió con un puñetazo en el hígado. Ethan soltó un gruñido y se dobló, y Lena se interpuso entre los dos para evitar que aquello acabara en un baño de sangre. A Lena se le subió la manga, y Jeffrey le miró la muñeca. Lena dejó caer la mano, y les dijo a los dos:
– Basta.
Jeffrey se agachó y cogió la bota de Ethan, dándole vueltas en la mano. Parecía interesado en el dibujo de la suela.
– Resistencia a la autoridad. ¿Te parece suficiente?
– Muy bien -accedió Lena-. Te concedo una hora.
Jeffrey arrojó las dos botas contra el pecho de Ethan.
– Me concederás todo el tiempo que me salga de los cojones -le dijo a Lena.
9
Jeffrey estaba en el pasillo, ante la puerta de la sala de interrogatorios; esperaba a Frank. Venía de la zona de observación, donde había estado estudiando a Lena a través del cristal traslúcido, pero le había incomodado la manera en que ella miraba el espejo, aunque sabía que no podía verle.
Aquella mañana llevó a Frank al apartamento de Lena con la esperanza de hacerla entrar en razón. La noche anterior, Jeffrey había ensayado mentalmente cómo iría la cosa. Se sentarían y charlarían, tal vez tomarían un café, y harían cábalas acerca de los sucesos de los últimos días. El plan era perfecto… aunque no contaba con la presencia de Ethan White.
– Jefe -dijo Frank en voz baja.
Llevaba en las manos dos tazas de café, y Jeffrey cogió una, aun cuando ya llevaba suficiente cafeína en su organismo para que le temblaran las manos.
– ¿Ha llegado su informe? -preguntó Jeffrey.
Las huellas del vaso utilizado por Ethan no habían servido de gran cosa, pero su nombre y su número de carné de conducir habían sacado el premio gordo. No sólo Ethan White tenía antecedentes, sino que estaba en libertad condicional. La agente encargada de Ethan, Diane Sanders, traería su informe en persona.
– Le he dicho a Marla que la mande aquí -dijo Frank, bebiendo un sorbo de café-. ¿Sara ha descubierto algo en la autopsia del chico?
– No -contestó Jeffrey.
Sara practicó la autopsia de Andy Rosen en cuanto acabó la de Ellen Schaffer. Ninguna revelación importante y, exceptuando las sospechas de Sara y Jeffrey, nada apuntaba a que se tratara de asesinato.
– Lo de Schaffer es sin duda un homicidio -le dijo a Frank-.Es imposible que no exista relación entre los dos casos. Sólo que no sabemos cuál es.
– ¿Y Tessa?
Jeffrey se encogió de hombros, y su mente empezó a buscar alguna relación que fuera verosímil. Había tenido a Sara despierta casi toda la noche haciendo cábalas acerca de qué relación podían guardar las tres víctimas. Transcurrieron diez minutos antes de que se diera cuenta de que Sara se había quedado dormida en la mesa de la cocina.
Frank miró por la ventanilla de la puerta de la sala de interrogatorios, observando a Lena.
– ¿Ha dicho algo?
– Todavía no lo he intentado -dijo Jeffrey.
Y lo cierto es que no sabía qué preguntarle. Jeffrey se había quedado atónito al encontrar a Ethan en la habitación de Lena cuando irrumpieron en la estancia, y se había asustado al ver que Lena no salía del baño. Durante una fracción de segundo, llegó a pensar que estaba muerta. No olvidaría el pánico experimentado cuando Lena salió, ni su horror al darse cuenta de que el chico la había golpeado y ella le estaba encubriendo.
– No me parece algo propio de Lena -dijo Frank.
– Algo pasa -asintió Jeffrey.
– ¿Crees que ese cabrón la golpeó? -preguntó Frank.
Jeffrey dio un sorbo a su café, pensando en lo único que no quería ni plantearse.
– ¿Le has visto la muñeca?
– Tiene muy mala pinta -dijo Frank.
– Nada de esto me gusta un pelo.
– Ahí está Diane -informó Frank.
Diane Sanders era de estatura y complexión mediana, y tenía el cabello gris más bonito que Jeffrey había visto nunca. A primera vista no había nada que destacara en ella, pero bajo su apariencia anodina latía una sexualidad salvaje que siempre pillaba a Jeffrey por sorpresa. Era muy buena en su especialidad y, a pesar de que siempre iba a tope de trabajo, estaba al tanto de todos casos de libertad condicional que le encargaban.