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Las veces siguientes, Rasputín, decididamente inspirado por su visitante, alardea ante él, lanza sentencias absurdas y se vanagloria de su poder casi mágico sobre la pareja imperial: "No hago cumplidos con ellos (el Zar y la Zarina); si no obedecen a mi voluntad, doy un puñetazo en la mesa y me voy. ¡Entonces corren detrás de mí y me suplican que me quede!" Según él, ningún ministro osa hacerle frente: "Todos me deben su situación. ¿Cómo quieres que no me obedezcan?". El sexo femenino también está bajo su dominación viril, según pretende: "Las mujeres son peores que los hombres, ¡hay que empezar por ellas! Yo procedo así, llevando al baño a todas esas señoras. Les digo: "Ahora, desvístanse y laven al mujik". Si andan con vueltas, las convenzo rápido y… ¡el orgullo, querido mío, no dura!" Además: " La Zarina es una soberana plena de sabiduría. Es una segunda Catalina… Pero él, ¿qué es lo que entiende? ¡Es un niño de coro!" Aun reconociendo que en ciertos medios lo detestan, se proclama invencible: "¡A los que gritan contra mí les ocurrirá una desgracia! […] Los aristócratas querrían destruirme porque les obstruyo el camino. En cambio el pueblo me respeta porque, vestido con un caftán y calzando botas gruesas, he llegado a ser el consejero de los soberanos. ¡Es la voluntad de Dios! ¡Esta fuerza me la da Dios!" En cuanto a la guerra, según él, hay que detenerla lo antes posible. La obstinación de Sus Majestades es aberrante. "Él [el Zar] resiste todo el tiempo. Ella [la Zarina] tampoco quiere saber nada […] Si ordeno algo, deben hacer mi voluntad […]. Cuando hayamos terminado con esta cuestión, nombraremos regente a Alejandra durante la minoridad de su hijo. Y en lo que ñél concierne, lo enviaremos a descansar a Livadia. ¡Se sentirá muy feliz!" [26] En un momento de ebriedad, llega hasta ofrecer a Félix un puesto de ministro después que termine la guerra. Cuando hace esa proposición absurda, su rostro es el de un borracho con delirio de grandezas.

Al verlo, al escucharlo, el príncipe siente que se refuerza en él la tentación de la muerte ritual. Después de esto, la violenta requisitoria de Purichkevich contra el staretz en la Duma añade leña al fuego. Hombre de sacudones y de violencias, este diputado de extrema derecha es conocido por su culto de la monarquía, su antisemitismo visceral y su obsesión por los complots revolucionarios. Por todas partes huele intrigas y traiciones. Paladín de la guerra a ultranza, no se contenta con palabras y organiza ambulancias, puestos de socorro y cantinas para los soldados. Con sus ataques contra Rasputín ante la Asamblea Legislativa, ha eliminado los últimos escrúpulos de su joven oyente. Éste se reúne con él en su tren sanitario el 21 de noviembre de 1916. Los dos están de acuerdo en la urgencia de suprimir la "bestia inmunda". Al día siguiente, vuelven a encontrarse en el palacio Yusupov, con Sukhotin y el gran duque Dimitri. Félix expone su plan desde el principio: sugiere atraer a Rasputín a su palacio pretendiendo, para entusiasmarlo, que su mujer está deseosa de conocerlo. En realidad, la princesa Irina está pasando una temporada en Crimea con sus suegros. Pero Rasputín no lo sabe. Muy aficionado a los encuentros femeninos, responderá sin desconfianza a la invitación del príncipe. Falta decidir el medio a emplear para matarlo. Sería imprudente hacerlo a pistola porque el palacio Yusupov está situado frente a una comisaría y los disparos no dejarían de alertar a los agentes. Más que un arma blanca, el veneno representa evidentemente la mejor solución. Después se tratará de disimular el cadáver. Nada más fácil: lo sumergirán en el Neva haciendo un agujero en el hielo. Para prevenir cualquier inconveniente, deciden reclutar a una persona que tenga conocimientos de medicina y que, en caso de necesidad, pueda hacer de chofer. Purichkevich propone recurrir al médico jefe de su destacamento sanitario, el doctor Estanislao Lazovert. Este último, contactado en secreto, acepta participar en un atentado que salvará a Rusia y promete, además, proporcionar el veneno. Ahora los conjurados son cinco: Yusupov, Sukhotin, Purichkevich, el gran duque Dimitri y Lazovert. Todos patriotas dispuestos a arriesgar su reputación y su libertad en nombre del interés del Estado.

Cada vez más excitado por la inminencia del acontecimiento, Félix elige la noche del 16 al 17 de diciembre para terminar con el staretz. Todas sus veladas están tomadas de aquí hasta entonces. A fin de evitar sospechas, debe continuar viviendo como si nada ocurriera hasta la fecha fatídica. Sin embargo, no puede impedirse informar al diputado Basilio Maklakov sobre sus preparativos. Incluso le sugiere que se una a la acción. Maklakov invoca su próximo viaje a Moscú para declinar la oferta, pero declara que aprueba sin reservas esa operación de salud pública. Autoriza a su visitante a tomar de su mesa de trabajo una cachiporra de plomo de dos kilos, recubierta de caucho, que constituye un arma temible. Félix se confía igualmente al presidente de la Duma, Rodzianko, quien, como Maklakov, apoya el proyecto pero no cree posible participar en persona. La exaltación del príncipe es comparable a la de un actor antes de entrar en escena. Incapaz de contenerse, escribe a su madre y a su mujer, a Crimea, para informarlas en modo alusivo de la gran limpieza que se organiza. La princesa Irina le responde: "Querido Félix, gracias por tu carta insensata. Pude entenderla sólo a medias. Me parece que estás por cometer una locura. Por favor, ten cuidado. No te mezcles en cosas vergonzosas". [27] Por su parte, al inquieto Purichkevich le cuesta sujetar su lengua. Sabiendo que su colega Maklakov "piensa" como él, quiere hacerlo partícipe del secreto. Pero Maklakov le confiesa que ya sabe todo por Félix y que está inquieto. Y alerta a Kerenski, el líder de izquierda. Éste tiene un temor: ¿la eliminación de Rasputín no reforzará el prestigio de la monarquía? ¿Cómo prever, en efecto, la reacción del público? ¿Quién sabe si, "liquidando" al staretz, los conjurados no van a comprometer la victoria del socialismo? A los ojos de los "laboristas" de la Duma, es una carta necesaria para precipitar la caída del régimen.

Mientras tanto, Rasputín saborea por adelantado el placer de encontrarse con la mujer del "pequeño", la seductora princesa Irina, en una cita reservada. Está tan impaciente de acudir a esa velada como su asesino en prepararla. Como el palacio Yusupov está en reparaciones, Félix vive en casa de sus suegros. Pero no tiene importancia: ha elegido recibir al staretz en su vasta morada familiar, sobre el muelle del Moika. Ha hecho preparar y decorar especialmente un lugar espacioso en el subsuelo. El techo bajo tiene viejas lámparas. Dos tragaluces dan sobre el muelle. En los muros hay colgaduras rojas. En el medio, una doble arcada. A un lado, el comedor, con su chimenea de granito rosa en la que arde un fuego de leña; al otro, un lugar de descanso con un armario de ébano con incrustaciones, espejos y columnitas; sillones de respaldo alto y, en el suelo, una inmensa piel de oso blanco. Aquí y allá muebles preciosos, bibelots, un conjunto bien organizado en el que cada objeto ha sido seleccionado por el dueño de casa.

El 16 de diciembre, a las once de la noche, todo está listo. Los criados se han retirado después de haber dispuesto en la mesa el samovar, masas, botellas y vasos. Lazovert se calza guantes de goma, pulveriza los cristales de cianuro de potasio y, tomando de las bandejas unas masas rellenas de crema rosada, las corta en dos, les pone una fuerte dosis de veneno, las une borde a borde, las pone en su lugar y arroja los guantes en la chimenea, de la que se desprende un humo acre. Tosiendo y echando pestes, los cinco hombres suben la escalera de caracol que conduce al escritorio de Félix. Allí, el príncipe saca de un secreter dos frascos de cianuro líquido. Se ha convenido que Sukhotin y Purichkevich verterán el contenido en dos de los grandes vasos alineados sobre el aparador. Esto deberá hacerse veinte minutos después de la partida de Félix hacia la calle Gorokhovaia, donde Rasputín espera que vayan a buscarlo. De ese modo, el veneno no tendrá tiempo de evaporarse. Con el escenario listo en sus menores detalles, Lazovert, vestido de chofer, y Yusupov, hundido en un espeso abrigo de pieles y con la cabeza cubierta de una gorra con orejeras, salen de la casa y suben al coche.

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[26] Príncipe Félix Yusupov, Mémoires.

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[27] Citado por A. De Jonge, The Life and Times of Grigori Rasputin; repetido por Yves Ternon, ob. cit.

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