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«Querido, tengo que decirte algo, y si te lo digo tienes que prometerme que igual vendrás conmigo al cine.» «De acuerdo». Y naturalmente, después de un momento, agrego: «¿Qué es?» Calculo que será algo relacionado con… «Terminemos de una vez, pero terminemos en serio, no quiero seguir así, no porque no me gustes, pero creo que ya es demasiado evidente tanto para ti como para mí…» Un tipo de discusión que siempre puedo llevar a buen fin, como lo he hecho tantas veces, diciéndole: «Pero tratemos, oye, de ver si las cosas se arreglan poco a poco…», porque el hombre siempre puede conseguir que la mujercita ceda, ha sido hecha para ceder, la mujercita… por lo tanto espero confiado que empiece con algo por el estilo, aunque me siento lúgubre, trágico, melancólico, y el aire frío me penetra. «Te diré, la otras noche» (tarda algunos instantes en poner un poco de orden en el recuerdo de las últimas noches, se confunde; yo la ayudo a recordar, y le rodeo la cintura con el brazo; a medida que avanzamos nos vamos acercando a las frágiles luces enjoyadas de las calles Price y Columbus, esa esquina de la vieja Playa del norte, tan rara, y cada vez más rara a medida que pasa el tiempo, lo que me evoca algunos pensamientos privados, como si fueran escenas antiguas de mi vida en San Francisco; en fin, me siento casi satisfecho y complacido dentro del manto de mi persona; sea como fuere, por fin decidimos que la noche en cuestión debe de haber sido la noche del sábado, que fue justamente la noche en que me puse a llorar en la explanada de la estación; ese llanto, como ya dije, tan repentino y breve, y esa visión. Trato de interrumpirla y de contarlo todo, esforzándome al mismo tiempo en descubrir si lo que quiere decirme es que la noche del sábado ocurrió algo espantoso que yo no puedo seguir ignorando…).

«Bueno, esa noche fui al bar de Dante y no quería quedarme, quise volverme a casa, y Yuri estaba en el bar, haciendo todo lo posible por estar conmigo, y llamó a alguien, y yo estaba junto al teléfono, y le dije a Yuri que lo llamaban» (así me lo contó, con esta incoherencia) «y mientras él estaba en la cabina del teléfono yo me fui a casa, porque estaba cansada, pero imagínate que a las dos de la madrugada se me aparece y llama a la puerta…»

«¿Por qué?» «Porque no tenía dónde dormir, estaba borracho; entró casi a la fuerza… y bueno…»

«¿Qué?»

«Bueno, querido, lo hicimos juntos», esa palabra tan de hipster, al oír la cual, aunque seguía caminando y mis piernas se movían y me transportaban y mis pies seguían apoyándose firmemente en el suelo, la parte inferior de mi vientre se había desplomado dentro de mis pantalones o de mis ingles, y todo mi cuerpo era una sola sensación de algo que se fundía definitivamente, que se derramaba como una masa blanda en la nada; de pronto las calles se volvieron tan lúgubres, la gente que pasaba tan bestial, las luces tan innecesarias para iluminar este… este mundo hiriente; estábamos cruzando una calle cuando ella dijo «lo hicimos juntos», y como una locomotora me vi obligado a concentrar toda mi atención para volver a subir a la acera; no la miré; mi vista en cambio se perdió por la avenida Colum-bus, pensé irme, rápidamente, alejarme de ella, como ya había hecho en casa de Larry; pero no me fui, dije solamente: «No quiero seguir viviendo en este mundo repugnante», aunque en voz tan baja que ella apenas me oyó, y si me oyó no hizo ningún comentario; después de un rato agregó algunos detalles: «Podría contarte algunos detalles más, pero será mejor no entrar en detalles, en realidad…», tartamudeando, en voz baja, y sin embargo los dos seguíamos avanzando en dirección al cinematógrafo, donde daban Toros bravos (yo lloré al ver la pena del torero cuando supo que su mejor amigo y su novia se habían ido a la montaña con su propio automóvil, hasta lloré al ver el toro, porque sabía que estaba condenado a morir, y sabía las muertes horribles que mueren los toros en esa trampa que se llama plaza de toros); hubiera querido alejarme de Mardou, escapar. («¡Oye, viejo!», me había dicho apenas una semana antes, una vez que me puse a hablar de Adán y Eva y me referí a ella llamándola Eva, la mujer que gracias a su belleza es capaz de hacer que el hombre haga cualquier cosa por ella, «no me llames Eva».) Pero ya no importaba; seguimos caminando; en cierto momento, de la manera más irritante para mí, se detuvo de pronto sobre la acera mojada de lluvia y dijo con voz indiferente: «Necesito un pañuelo»; luego se volvió para entrar en la tienda, y también yo me volví y la seguí de mala gana, a unos diez pies de distancia, comprendiendo que en realidad no me había dado cuenta todavía de lo que me pasaba, por lo menos desde la esquina de Price y Columbus, y ya estábamos en la calle Market. Mientras ella está en la tienda, yo sigo discutiendo conmigo mismo, será mejor que te vayas enseguida, tienes las monedas para el autobús, basta que cruces la calle rápidamente y te vayas a casa; cuando ella salga verá que te has ido, comprenderá que no has mantenido la promesa de ir al cine con ella, así como no has mantenido una inmensidad de otras promesas, pero esta vez sabrá que te asistía el más perfecto derecho, en tu calidad de macho. Pero nada de esto me satisface, me siento apuñalado por Yuri, me siento abandonado y cubierto de vergüenza por Mardou, me vuelvo hacia la tienda para mirar con ojos ciegos cualquier cosa y en ese mismo momento sale ella con un pañuelo de algodón púrpura fosforescente en la cabeza (porque han empezado a caer unas gotas grandes de lluvia, y no quiere que la lluvia le desarregle el cabello que se ha peinado tan cuidadosamente para ir al cine, y ahora se gasta el poco dinero que tiene en pañuelos). Una vez en el cine, después de una espera de quince minutos por lo menos, le tomo la mano, sin la menor intención de hacerlo; no porque estuviera enojado sino porque me pareció que pensaría que era demasiada humildad de mi parte tomarle la mano en el cine en un momento semejante, como si estuviéramos enamorados; pero igual le tomé la mano, cálida, perdida; no le pregunten al mar por qué los ojos de una mujer de ojos negros son tan extraños y perdidos; por fin salimos del cinematógrafo, yo malhumorado, ella consciente de la necesidad práctica de llegar lo más pronto posible al autobús, porque hacía frío; y fue allí, en la parada del autobús, cuando se alejó de mí para llevarme a un lugar más apartado, mientras esperábamos, y (como ya dije) entonces la acusé mentalmente dé inquietud ambulatoria.

Una vez llegados a casa nos sentamos, ella en mi regazo, después de una larga y cálida conversación con John Golz, que había ido a visitarla, pero se encontró conmigo; podría haberse ido en seguida, pero dado mi nuevo estado de ánimo quise demostrarle sin tardanza que le respetaba y que me gustaba, y conversé con él, y se quedó casi dos horas; en realidad pude comprobar que Mardou se aburría inmensamente, porque el muchacho le hablaba de literatura, con un interés que ella no podía compartir, y también hablaba de cosas que ella ya sabía, pobre Mardou.

Por fin se fue; entonces le dije que se sentara en mi regazo, y empezó a hablar de la guerra que existe entre los hombres: «Están siempre en guerra, para ellos la mujer es el premio, para Yuri tu premio ahora tiene menos valor que antes, nada más.»

«Sí», le dije, triste, «pero yo hubiera debido escuchar más atentamente la advertencia del viejo morfinómano, de todos modos; ese que me dijo que amantes hay a montones: son todas iguales, muchacho, no te acostumbres a andar con una sola».

«No es cierto, no es cierto, eso es lo que quisiera Yuri, que ahora fueras al bar de Dante y los dos os pusierais a hablar de mí y reíros y llegar a la conclusión de que las mujeres sólo sirven para una cosa, y que hay demasiadas en el mundo. Yo pienso que tú eres como yo, quieres un solo amor, como si dijéramos, los hombres encuentran la esencia en la mujer, porque en ella hay una esencia» («Sí», pensé, «hay una esencia, y se encuentra en tu sexo») «y el hombre llega a tenerla entre las manos, pero la abandona para irse a construir sus inmensas construcciones». (Yo le había leído pocos días antes las primeras páginas de Finnegans Wake, y se las había explicado, y también la parte en que Finnegan está constantemente construyendo «edificio sobre edificio sobre edificio» en las orillas del Liffey… ¡estiércol!).

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