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Ya es demasiado. Empezando, como dije, con el incidente del carrito -la noche que bebimos vino tinto en el bar de Dante porque teníamos ganas de emborracharnos, tan malhumorados estábamos-; Yuri había venido con nosotros, también estaba Ross Wallenstein, y, tal vez para llamar la atención de Mardou, Yuri se portó como una criatura toda la noche; todo el tiempo golpeaba a Wallenstein en la nuca con las puntas de los dedos, como si estuviera haciéndose el tonto en un bar, pero Wallenstein (que siempre recibe las palizas de los tipos de mal vivir justamente por eso) se volvió y le dirigió una rígida mirada de calavera, con esos ojos enormes suyos detrás de los cristales de las gafas, y sus mejillas azules de Cristo sin afeitar; le miró rígidamente como si le hubiera podido derribar con la mirada sola allí mismo, sin pronunciar una palabra durante un buen rato, y diciéndole finalmente, «Oye, deja de fastidiar»; luego se dio vuelta para seguir su conversación con los amigos. Yuri vuelve a golpearle en la nuca, con las puntas de los dedos, y Ross le mira nuevamente, con esa especie de pacífica defensa india a lo Mahatma Gandhi, despiadada, terrible, subterránea (que era lo que yo me había imaginado la primera vez que se dirigió a mí para decirme: «¿Eres pederasta?, hablas como un pederasta», una observación tan absurda por lo inflamable, viniendo de él, ya que después de todo yo peso casi noventa kilos y él apenas setenta o sesenta y cinco, válgame Dios, lo que me hizo pensar en secreto: «No, no es posible pelearse con este hombre porque se limitará a gritar y a chillar y a llamar a la policía y a dejarse golpear todas las veces que quieras, y luego se aparecerá en sueños, todavía no se ha descubierto la manera de poner fuera de combate a un subterráneo o, para ser más exacto, la manera de ponerlos fuera de combate a todos ellos, son las personas más invencibles de este mundo y de la nueva cultura»); finalmente Wallenstein se va al lavabo a mear y Yuri me dice, mientras Mardou está en el mostrador haciéndose servir tres copas más para nosotros: «Vamos al excusado y le rompemos el alma», y yo me levanto para seguir a Yuri pero no con la intención de romperle el alma a Ross sino más bien para impedir que suceda algo desagradable allí dentro, ya que a su manera, mucho más real que la mía, Yuri ha sido una persona de malos antecedentes, y ha estado preso en Soledad por haberse defendido en una gran pelea a muerte que hubo en el reformatorio; pero cuando estamos a punto de -llegar a la puerta del fondo Mardou nos corta el paso y nos dice «Dios mío, si yo no lo hubiera impedido (riendo con esa risita suya de incomodidad y su resoplido habitual) habríais sido capaces de entrar»; habiendo sido en otro tiempos amante de Ross, aunque ahora la letrina sin fondo que es las posición de Ross en la escala de sus sentimientos, habrá de ser, supongo, comparable a la mía, ¡oh!, al diablo con estos aleteos espinosos…

De allí fuimos al Mask como de costumbre, bebimos cerveza, cada vez más borrachos, y luego salimos para volver a casa a pie; como Yuri acaba de llegar de Oregón y no tiene dónde dormir nos pregunta si puede venir a dormir con nosotros, yo por mi parte dejo que Mardou responda porque la casa es suya, aunque débilmente murmuro tal vez «bueno», en medio de la confusión, y Yuri se viene a casa con nosotros; por el camino encuentra un carrito de mano, y dice: «Subid, haré de taxista y os llevaré a casa colina arriba». Muy bien, subimos y nos acostamos en el carrito, borrachos como sólo es posible emborracharse con el vino tinto, y Yuri nos empuja desde la Playa a casa, pasando por ese parque fatal (donde habíamos estado aquella triste tarde de domingo de mi sueño y mis presentimientos), y nos dejamos llevar en el carrito de la eternidad, el ángel Yuri nos empuja, veo solamente las estrellas y de vez en cuando el techo de algunas casas; ausente de nuestras mentes toda idea (salvo a ratos en la mía, y tal vez en las de los demás) del pecado que cometemos, de la pérdida que esta broma representa para el pobre proletario italiano que ha perdido su carrito; y luego seguimos por Broadway hasta llegar a casa de Mardou, siempre en el carro; en cierto momento yo los empujo y ellos se dejan llevar, Mardou y yo cantamos un poco de bop y también la melodía ¿Han salido las estrellas esta noche? al estilo bop, perfectamente borrachos, para terminar abandonando estúpidamente el carrito delante de la casa de Adam y luego subir corriendo y haciendo mucho ruido. Al día siguiente, después de haber dormido en el suelo, mientras Yuri ronca sobre el sofá, esperamos que llegue Adam, como si fuéramos a darle una gran alegría con nuestra hazaña; por fin vuelve Adam del trabajo, con cara lúgubre y dice: «Realmente no imagináis el sufrimiento que estáis causando a algún pobre viejo trapero armenio, esas cosas no se os pasan nunca por la imaginación, lo único que sabéis hacer es comprometer mi domicilio dejando ese carro delante de la puerta, suponed que la policía lo encuentra y, ¿qué pasa entonces?» Y Carmody que me dice: «Leo, pienso que has sido tú el que ha perpetrado esta obra maestra», o «Esta brillante idea proviene sin duda de tu cerebro genial», o algo así, aunque no había sido yo en realidad; y, nos pasamos el día entero subiendo y bajando las escaleras para ir a ver el carrito que ni sueña con ser descubierto por la policía, sino que está siempre en el mismo lugar; pero ahora con el encargado de la casa de Adam, preocupado, yendo y viniendo delante del objeto, esperando para ver quién viene a reclamarlo, oliéndose alguna complicación inesperada, y encima el pobre bolso de Mardou que se ha quedado en el carro, donde lo hemos olvidado por culpa de la borrachera, y el encargado de la casa finalmente lo confisca y se queda esperando para ver qué sucede ahora (con lo que Mardou se despide de unos cuantos dólares y de su único bolso). «Lo único que puede ocurrir, Adam, es que la policía descubra el carrito, que vean el bolso, y dentro la dirección, y se lo lleven a Mardou, pero lo único que debe decir es "¡Oh, finalmente han encontrado mi bolso!" y se acabó, y no pasará nada.» Pero Adam me grita: «Mira, incluso si no pasa nada has puesto en peligro la seguridad de mi domicilio, entras haciendo ruido, me dejas un vehículo provisto de su patente reglamentaria delante de la puerta de la calle, y luego me dices que no ha sucedido nada.» Pero como ya me había imaginado que se enojaría, estoy preparado y le digo: «Al diablo, Adam, puedes levantarles la voz a éstos, pero no puedes levantarme la voz a mí, no te lo permitiré; ha sido sencillamente una broma de borrachos», agrego, y Adam dice: «Ésta es mi casa y cuando estoy en mi casa puedo cabrearme con quien…» Por lo tanto me levanto y le arrojo las llaves (las llaves que él me había hecho hacer para que yo pudiera entrar y salir cuando me diera la gana), pero están endiabladamente enredadas con la cadenita del llavero de mi madre, y durante unos segundos forcejeamos seriamente con los dos grupos mezclados de llaves, que ahora han caído al suelo, tratando de separarlos, y él por fin recoge las suyas y yo digo: «No, ésa no, ésa es mía», y se la mete en el bolsillo, y así quedan las cosas. Siento deseos de levantarme y salir corriendo, como en casa de Larry. Mardou está presente, viendo cómo me da el ataque, en vez de ayudarla a evitar los ataques que le dan a ella (una vez me preguntó: «Si me da el ataque, ¿qué harás, me ayudarás? Suponte que yo esté convencida de que te has propuesto hacerme daño, ¿qué harías?» «Querida», le contesto, «haré lo posible, te aseguro que te haré comprender que no estoy tratando de hacerte ningún daño, y así recobrarás la lucidez, te protegeré», con el aplomo del hombre adulto, pero en realidad el ataque me da a mí más a menudo que a ella). Siento vastas oleadas de oscura hostilidad, más bien odio, malignidad y destructividad, que emanan de Adam sentado en un rincón, apenas si puedo quedarme sentado bajo esa desoladora oleada telepática, y por si fuera poco todo el equipaje de Carmody por el cuarto, una cantidad de maletas, es demasiado para mí (por otra parte es una pura comedia; en eso estamos de acuerdo, que luego nos parecerá todo una comedia), hablamos de otra cosa, de pronto Adam me arroja la llave disputada, que aterriza sobre mi pierna, y en vez de dejarla pender ostentosamente del dedo (como si estuviera reflexionando, como un astuto canadiense que calcula el pro y el contra) me levanto como una criatura de un salto y me meto la llave en el bolsillo, con una risita, para que Adam se sienta más a sus anchas, y también para hacer ver a Mardou qué «buen muchacho» soy, aunque ella ni se dio cuenta, en ese momento estaba mirando hacia otro lado; de modo que ahora, restablecida la paz, digo: «Y en todo caso la culpa fue de Yuri, y no se trata, como dice Frank, de una prueba de ingenio de mi parte» (el carrito de mano, la oscuridad, exactamente como cuando Adam en el sueño profético bajaba los escalones de madera para ir a ver al «patriarca ruso», también allí había un carrito de mano). Por lo tanto, en la carta que escribo para contestar la hermosura que me ha mandado Mardou, ya citada, inserto afirmaciones estúpidas y airadas pero «simulando ecuanimidad», «calma, profundidad, poesía», como por ejemplo: «Si me enfurecí y le devolví las llaves de mal modo a Adam, fue porque "la amistad, la admiración, la poesía reposan en el misterio respetuoso", y el mundo invisible es demasiado beatífico para arrastrarlo ante el tribunal de las realidades sociales», o algún trabalenguas por el estilo, que Mardou habrá sin duda leído con un solo ojo; la carta, inspirada por la pretensión de retribuir el calor de la suya, su obra maestra de ensimismamiento otoñal, empezaba con esta confesión, que si algo es, es sencillamente estúpida: «La última vez que escribí una misiva de amor resultó ser todo un error (refiriéndome a un amorío que tuve con Arlene Wohlstetter a principios del año) y me alegro de que seas franca» o «de que tengas ojos tan francos», decía la frase siguiente; la intención de mi carta era que llegara el sábado por la mañana, para que así pudiera sentir mi cálida presencia, mientras yo acompañaba a mi madre (que bien se lo merece trabajando como trabaja) de compras por la calle Market y después al cine, como hacemos cada seis meses (ya que tratándose de una anciana obrera canadiense desconoce completamente el confuso trazado de las calles de San Francisco), pero en cambio llegó bastante después, cuando ya nos habíamos visto; la leyó estando yo presente, y la encontró aburrida no desde el punto de vista literario, pero algo en ella debió desagradar a Mardou, la injusticia y la estupidez en lo que se refería a mi ataque contra Adam («Viejo, no tenías ningún derecho a gritarle así, realmente, es su apartamento, tenía derecho»), ya que la carta era una larga defensa de este «derecho a levantar la voz delante de Adam», y de ningún modo era una respuesta a su misiva amorosa…

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