Porque ahora deseo a Mardou; el otro día me dijo que hace seis meses la enfermedad echó profundas raíces en su alma, y ahora para siempre… ¿y acaso esto no la hace más hermosa? Pero la deseo, porque la veo de pie, con sus pantalones de terciopelo negro, las manos en los bolsillos, delgada, caída de hombros, con el cigarrillo que le cuelga de los labios, y el humo también que se enrosca, el pelo corto, negro, de su nuca descubierta, peinado lacio y suave, el color que se da a los labios, su piel morena clara, sus ojos oscuros, el juego de las sombras sobre sus pómulos salientes, la nariz, el breve y blando pasaje de la barbilla al cuello, la pequeña nuez de Adán, tan hipster, tan cool, tan hermosa, tan moderna, tan moderna, tan nueva, tan inalcanzable para este triste individuo de pantalones abolsados en su cabana de enmedio del bosque. La deseo, por la manera con que supo imitar a Jack Steen esa vez en la calle, dejándome atónito, aunque Adam Moorad contemplaba su imitación con aire solemne, como absorto tal vez en la cosa, o sencillamente escéptico; pero ella se desvinculó de los dos hombres con los cuales venía, y se adelantó unos pasos, mostrándoles el andar de Jack (entre la gente), el suave balanceo de los brazos, los largos pasos largos y atrevidos, la manera de detenerse en la esquina titubeando y levantando suavemente la cara hacia los pájaros, con ese aire como dije de filósofo vienes; pero verla hacer todo esto. una imitación perfecta en todos sus detalles (como en verdad lo había visto al atravesar el parque), el hecho de que… la amo, pero este canto se ha… quebrado; pero ahora en francés, en francés puedo cantarla y cantarla…
Nuestros pequeños placeres en casa, de noche Mardou come una naranja, hace un ruido bárbaro chupándola…
Cuando río me mira con ojitos redondos y negros que se esconden entre sus pestañas, porque ella se ríe con fuerza (contrayendo toda la cara, mostrando los dientecitos, con reflejos de luz en todas partes). (La primera vez que la vi, en casa de Larry O'Hara, en el rincón, recuerdo, yo había acercado mi cara.a la suya para hablarle de libros, y ella había vuelto la cara hacia mí, era un océano de cosas que se fundían y ahogaban, yo hubiera podido nadar en él, sentí miedo de toda esa riqueza y desvié los ojos…)
Con el pañuelo rosado que ella siempre se pone en la cabeza para los placeres del lecho, como una gitana; rosado, aunque después ha sido un pañuelo rojo; y el cabello corto que asoma negro de la púrpura fosforescente de su frente marrón como la madera…
Sus ojitos que se mueven como gatos…
Oímos discos de Gerry Mulligan, fortísimo, de noche, ella escucha y se come las uñas, moviendo la cabeza lentamente, de un lado a otro, como en profunda plegaria…
Cuando fuma eleva el cigarrillo hasta los labios y sus ojos se entrecierran.
Lee hasta el alba gris, con la cabeza apoyada sobre un brazo, Don Quijote, Proust, cualquier cosa…
Estamos acostados, mirándonos mutuamente, seriamente, sin decir nada, con las cabezas juntas sobre la almohada…
A veces cuando me habla y mi cabeza se encuentra debajo de la suya sobre la almohada, y veo su mandíbula, el hoyuelo, veo en su cuello a la mujer, la veo profunda, y comprendo que es una de las mujeres más mujer que he visto en mi vida, una negra de eternidad, incomprensiblemente hermosa y para siempre triste, profunda, calmada.
Cuando la aferró en casa, pequeña, y la aprieto, chilla, me hace unas cosquillas furiosas, yo me río, y ella ríe, sus ojos brillan, me golpea con los puños, quiere vencerme con una llave de luchador, dice que le gusto…
Estoy con ella escondido en la casa secreta de la noche…
La aurora nos encuentra místicos en nuestras mortajas, corazón junto a corazón…
«¡Mi hermana!», hubiera pensado repentinamente la primera vez que la vi…
La luz se ha apagado.
Sueño despierto a su lado, saludando, en enormes cocktails exóticos donde de algún modo se divisan resplandecientes Parises en el horizonte y también en primer plano; ella cruza los largos tablones del suelo de mi cuarto con una sonrisa.
Siempre poniéndola a prueba, por culpa de las «dudas» -dudas, realmente-; me gustaría poder acusarme de ser un canalla, aportar infames pruebas… para abreviar, puedo citar dos: la noche en que Arial Lavalina, el famoso joven escritor se presentó de pronto en el Mask y yo estaba con Carmody, que ahora también es, a su manera, un escritor famoso que acababa de llegar de África del Norte, y a la vuelta de la esquina estaba Mardou, en el bar de Dante, yendo y viniendo como era nuestra costumbre de bar en bar; a veces ella se llegaba sola hasta el bar de Dante para ver a Julien y a los demás; de pronto vi a Lavalina, le llamé por su nombre y se acercó. Cuando Mardou vino a buscarme para volver a casa yo no quise irme, insistí todo el timpo en que se trataba de un importante acontecimiento literario, el encuentro de esos dos (ya que Carmody había complotado conmigo un año antes, en el oscuro México cuando vivíamos allí pobres al estilo beat y él es morfinómano, «¿Por qué no le escribes a Ralph Lowry para que nos diga cómo puedo hacer para conocer a este Arial Lavalina tan buen mozo, viejo, mira ese retrato suyo en la contraportada de Reconocimiento de Roma, ¿no te parece formidable?», aunque mi participación en su interés era sólo personal, y por otra parte, como Bernard, también él es invertido, pero en cierto modo estaba relacionado con esa leyenda de mi gran cerebro que es mi obra, esa obra que todo lo consume, de modo que escribí la carta y todo lo demás) pero ahora de pronto (después de no haber recibido naturalmente ninguna respuesta de la dirección de Ischia y demás viñedos italianos, y por cierto que no me importaba absolutamente nada si respondía o no, por lo menos a mí) lo veo aparecer allí; le reconocí porque una noche lo había encontrado, cuando estaba en Nueva York, en el ballet del Metropolitan, con mi smoking, acompañado por mi editor también de smoking, ya que había ido para ver un poco el mundo nocturno neoyorquino deslumbrante de ingenio y literatura, y también León Danillian, de modo que le grité, «Arial Lavalina, ven aquí», y vino. Y cuando llegó Mardou le susurré con alegría, «Éste es Arial Lavalina, ¿no te parece fantástico?» «Sí, viejo, pero quiero volver a casa.» Y como en esos tiempos su amor no significaba para mí gran cosa, apenas el hecho de ser seguido a todas partes por un perro bonito y conveniente (algo así como en mis verdaderas visiones secretas mexicanas me la imaginaba siguiéndome por las oscuras calles entre ranchos de adobe en los suburbios pobres de la ciudad de México, no caminando a mi lado, sino siguiéndome, como una india), no le hice caso y le dije, «Pero… oye, tú te vas a casa y me esperas, quiero estudiar un poco a Arial y luego voy». «Pero querido, lo mismo me dijiste la otra noche y al final tardaste dos horas y no te imaginas cómo sufrí esperándote.» (¡Sufrimiento!) «Ya sé, pero escúchame», y la llevé a dar una vuelta a la manzana para convencerla, y borracho como de costumbre, en cierto momento, para demostrarle algo que quería demostrarle, me puse con la cabeza en el suelo y los pies en el aire, y unos individuos de dudoso aspecto que pasaban me vieron y dijeron: «Así debería estar siempre», y finalmente (ella se reía) la deposité en un taxi, para que se volviese a casa y me esperara; y regresé al bar en busca de Lavalina y de Carmody, pensando alegremente (y ahora solo), otra vez en mi visión nocturna adolescente y grandilocuente del mundo, con la nariz apretada contra el cristal de la ventana, «Quién lo hubiera dicho, allí están Carmody y Lavalina, el gran Arial Lavalina, que aunque no es un grandísimo escritor como yo, es sin embargo tan famoso y tan llamativo etcétera, juntos en el Mask y yo he preparado este encuentro, y todo hace juego perfectamente, el mito de la noche lluviosa, el joven Loco, la calle Salvaje, remontando a 1949 y 1950, tantas cosas grandiosas y magníficas, el Mask incrustado de historia» (así pensaba yo cuando entré); me siento con ellos y sigo bebiendo, para terminar los tres en Pater 13, un lugar donde se reúnen las lesbianas, cerca de la avenida Columbus. Carmody, que ya estaba en un estado especial, nos deja solos y entramos para divertirnos un rato y seguir bebiendo cerveza, y el horror, el horror para mí inenarrable de descubrir de pronto, en mí, una especie de humildad alcohólica, al estilo tal vez de William Blake o de Juana la Loca o en verdad de Christopher Smart, aferrando la mano de Arial y besándosela y exclamando, «Oh, Arial, querido mío llegarás a ser… eres tan famoso, escribías tan bien, te recuerdo, cuando…» y otras cosas por el estilo que ahora no podría recordar, y la borrachera; allí estoy a su lado cuando todo el mundo sabe que es un homosexual de primera, perfectamente evidente, y mi cerebro que ruge… me lleva consigo a la suite que ha tomado en algún hotel, y por la mañana me despierto en el diván, sobresaltado por el primer horrible atisbo de comprensión, «Después de todo no fui a casa de Mardou», de modo que cuando entramos en el taxi él me da… le pido medio dólar pero él me da uno entero diciéndome «Me debes un dólar», y yo me precipito a la calle y me alejo a pasos rápidos bajo el sol ardiente, con la cara toda deshecha de haber bebido y por la aflicción de Mardou, hasta llegar a su casa de Heavenly Lañe justamente en el momento en que está vistiéndose para ir a visitar al psicoanalista. ¡Ah, triste Mardou!, con sus ojitos oscuros y su mirada dolorosa, me había esperado toda la noche en una cama oscura y el borracho llega tambaleante; para decir verdad me precipité nuevamente a la calle, en seguida, para comprar dos latitas de cerveza y tratar de arreglar lo que había hecho («Para domar los temibles sabuesos de cabello», habría dicho el viejo Bull Balloon); el hecho es que mientras ella se lavaba para salir yo chillaba y hacía pruebas gimnásticas; y finalmente me eché a dormir, esperando su regreso, aunque no volvió hasta la tarde, y en el ínterin me despertaba para oír los gritos de los niños en los callejones laterales, qué horror, qué horror; de pronto decidí, «Le escribiré inmediatamente a Lavali-na», con un dólar adjunto en la carta y mis disculpas por haberme embriagado tanto y por haberme comportado de ese modo, permitiendo que se engañara sobre mis verdaderas intenciones; y Mardou regresa, sin una sola queja, por lo menos hasta varios días después, y los días que pasan y se siguen y a pesar de todo ella me perdona lo bastante, o es lo bastante humilde, en la estela de mi estrella que se precipita, para escribirme, algunas noches después, esta carta: