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No hay canon, ni armonía fuera de Dios. ¡Roma es culpable y nunca más volverá a ser la capital del moderno paganismo! ¡El humanismo pagano es culpable! ¡Honor al soberano que ha cortado con su espada la lengua bífida manejada por el diablo y ha impuesto la Palabra verdadera del Dios Padre, del Dios Hijo, del Dios Espíritu Santo!

Trabajosamente salta del carruaje el algo gordo y muy armado Francesc de Borja, secundado por sus lugartenientes y por fray Alonso de Santa Cruz, y esa aceleración le hace toparse con un cuerpo de tropa que lleva maniatado a un enjuto hombre de ojos brillantes y andares de cojo, pero con el espinazo enhiesto para realzar una estatura escasa, disminuida por su

condición de preso. Interpreta como insolencia, Francesc, la mirada penetrante del cautivo, y se le enfrenta.

– ¿Desde qué osadía mira este forzado?

No contesta el preso, sino el jefe de la patrulla que lo conduce.

– No le haga caso, señor, que o está loco o lo estará, porque lo reclama la Santa Inquisición por alumbrado.

– ¿Cuál es su nombre?

– Dice llamarse Íñigo unas veces, otras Ignacio y de Loyola siempre.

Por fin habla el cautivo.

– Soy "l.home del sac"

– ¿Hablas catalán?

– Sólo sé que soy "l.home del sac".

Se aleja el preso rodeado por sus vigilantes sin que retire la mirada de Francesc de Borja y sin que el duque de Gandía pueda deshacerse de aquellos ojos.

– ¿Qué es exactamente un alumbrado, fray Alonso? Un hereje, supongo.

– Equivale a "iluminado". En su justa medida nada hay de herejía en ellos, sino de extremo celo en su fe. Otra cosa es el empeño de las autoridades eclesiásticas de perseguir con más saña a los alumbrados y a las beatas que a los herejes protestantes y a los marranos falsamente conversos.

Antes de meterse en palacio aún dispensa una mirada Borja para el prisionero ya lejano, cojo saltimbanqui, pero le reclaman los escalones que le llevan a la antecámara del emperador, a través de un recorrido lleno de crespones negros que le transmiten la gravedad del ambiente. En la sala mortuoria cuatro jóvenes nobles enlutados rodean el catafalco pintado de negro sobre el que descansa el ataúd abierto donde reposan los restos carnales de la emperatriz. Carlos Quinto, de rodillas y con los brazos en cruz, amarillea a la luz de las

velas y de su propio cansancio.

Contempla Borja la presencia bella pero inquietante del cadáver y trata de acercarse al emperador, pero su hieratismo impenetrable le disuade. Toma asiento en una silla y a su lado se sitúa fray Alonso, eterno rezador del rosario, pero sin dejar de observar de reojo a Francesc. Se da cuenta Borja de la observación y la afronta. Recibe la sonrisa cómplice del religioso y una suave mano frailuna se sitúa sobre su brazo.

– Gran obra es su señoría de su santa abuela María Enríquez y así de una raíz ponzoñosa pudo hacerse un árbol. El emperador está orgulloso de su trabajo. Así en las armas como en la corte.

– ¿A qué raíz ponzoñosa se refiere?

– A la que nos lleva a Alejandro Vi.

– ¿Ha sabido distinguir, padre, entre la realidad y la leyenda?

– ¿Leyenda?

– Han pasado muchos años desde la muerte de Alejandro, de César, de Lucrecia.

– Su espíritu pagano ha morado por las estancias del Vaticano hasta el saco de Roma. Aún quedan cardenales nombrados por Alejandro Vi y hay estudios suficientes para decidir que lo que fue pecado fue pecado.

– ¿Estudios?

– El "Diarium" del jefe de protocolo, Burcardo, donde ratifica como visto u oído buena parte de las hazañas culpables de los Borja. Pero podríamos pensar: el pobre Burcardo es un alma cándida y pacata, anclada en la oscuridad medieval, que no comprende las nuevas costumbres. También ha circulado mucho la carta anónima que recibe el exilado político Savelli, acogido en la corte de Maximiliano de Austria, en la que se le informa de todas las aberraciones de los Borja. ¿Falsedades de una víctima de los Borja? Posible. Pero ahí está Guicciardini, un pensador entero, concorde con los objetivos purificadores del catolicismo, tan diferente del libérrimo Maquiavelo. Los diversos escritos del polígrafo Guicciardini, especialmente su "Storia d.Italia", condenan al concupiscente Alejandro y a sus hijos, una condena documentada, corrigen las peligrosas apologías indirectas de los Borja de su nefasto maestro Nicolás Maquiavelo. Hay que comparar el cínico aserto sobre el poder del agnóstico Maquiavelo, con el que hicieran incluso erasmistas que bordeaban la herejía, como el propio Erasmo en su "Institutio Principis Christiani" o el español Juan de Valdés. La reflexión sobre el rey Polidoro de los diálogos de Valdés pone en cuestión todos los principios del maquiavelismo y del humanismo pagano: "Veamos, ¿tú no sabes que eres pastor y no señor y que has de dar cuenta de estas ovejas al señor del ganado, que es Dios?" ¿Ha leído a Valdés? No. No se le ha perdido nada. ¿Es preciso seguir? Retengo de memoria un juicio de Guicciardini sobre Alejandro Vi: "… su acceso al papado indigno y vergonzoso, pues compró con oro tan alto cargo y su gobierno estuvo de acuerdo con tan vil fundación." ¿Sigo? Guicciardini dice que pecó contra la carne…

– Por lo poco que yo sé, Guicciardini es tan anticlerical como su amigo Maquiavelo. Son dos italianos pesimistas porque Italia y la ciudad-Estado han pasado a la Historia bajo el peso de reinos como el de España. La carne.

¿Quién no ha pecado contra la carne? Todos los papas anteriores y posteriores, con exclusión de otro Borja, Calixto Iii, pecaron contra la carne. El emperador peca contra la carne. Yo he pecado contra la carne.

– Me sorprende la pasión de la defensa y me confirma que su señoría lleva dentro el orgullo de los Borja.

– Mi familia se extiende por toda la cristiandad y más allá de la mar Océana, por las Indias Occidentales. Es lógico que haya santos y diablos, virtuosos y pecadores. Yo he puesto el orgullo de los Borja al servicio de Dios y del emperador. He luchado junto a él en Túnez y en la Provenza y no he tenido otra vida privada o pública que la que el emperador ha querido concederme.

Espera Francesc la sanción del fraile cejijunto, receloso, hasta que una sonrisa distiende su rostro.

– Nunca he creído lo contrario, señor, pero es tarea de los asesores del rey estudiar a otros asesores.

– ¿Espiarnos?

– ¿Por qué no? El emperador trata de conocer bien a quienes le rodean, y nadie conoce mejor a un ser humano que su confesor, por eso el emperador se rodea de vigilantes confesores de sus asesores. Es una medida cautelar que Dios contempla con gozo en estos tiempos de regeneración de la cristiandad, en los que tantos frutos esperamos del concilio de Trento. Los hombres deben ser vigilados por su propio bien y el emperador es muy sabio cuando justifica la Inquisición diciendo que el país necesita más el castigo que el perdón.

El condestable de Castilla cuchichea a la oreja de Francesc de Borja que el emperador requiere su consejo y hacia Carlos Quinto camina, para encontrarlo lejos ahora del cadáver de su mujer, postrado en su silla especialmente diseñada para tender las piernas maltratadas por la gota. Amarillo el emperador, brillante de sudor su rostro, una mano caediza señala su pie hinchado.

– Los excesos de marisco se han vengado de mi cuerpo en el momento en que mi alma estaba más atribulada. La última partida de marisco que me hice traer a uña de caballo desde Castro Urdiales llegó fermentada, pero pudo más la gula que la tristeza por la anunciada muerte que cercaba a mi esposa. De muerte quiero hablarte, Francisco. Quiero que la emperatriz sea enterrada en la capilla Real de los Reyes Católicos en Granada y que tú conduzcas el cortejo fúnebre.

– Pero entre Toledo y Granada hay más de diez días de viaje y el cadáver de la emperatriz…

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