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– ¿Y las guerras artificiales?¿Y el tráfico de armas?

– No sea idiota, Carvalho. ¿Quiere usted hundir la industria armamentista? Es como querer prescindir del petróleo. El hundimiento económico sería tan catastrófico que viviríamos, entonces sí, una nueva Edad Media llena de guerreros posindustriales y de canibalismos. ¿Le duele la cabeza?

– De momento me la aguanto con las manos. Todo empezó cuando intenté saber quién había matado a un joven de buena familia que quería ser un diablo, un diablillo, mejor dicho. Ha sido una víctima de la nueva modernidad construida por mafias.

– Cuando el Estado se hunde, ¿qué haríamos sin las mafias? Todo poder ha tenido un origen espúreo, guerrero o mafioso. No pierda el tiempo con ese recuerdo.

Piense en usted mismo. Quimet le ha metido en un berenjenal, en su propio berenjenal y usted no sabe muy bien qué papel le atribuye, pero usted se lo imagina. Quimet es un hombre fiel al gobierno autonómico y si permite juegos radicales, servicios de información, conexiones internacionales es porque piensa que así lo controla todo y cuando despacha con el presidente le dice: Son muy juguetones, pero tranquilo, Jordi, tranquilo, todo está bajo control. Y en cierto sentido lo está mientras se mantenga el actual poder, pero en cuanto termine, todo está preparado para conflictos de fondo en los que jugarán un papel relevante elementos foráneos que escapan a la capacidad de control de Quimet. ¿Cómo se puede llegar al siglo xxi llamándose Quimet? Aun así ha habido que acabar con Quimet. No volverá a hacer política durante todo el próximo milenio. Entonces quedaremos Manelic y yo frente a frente. Él encabezará el frente patriótico y no es el mío. Yo juego fuerte, quiero poder, el poder de urdir y decidir. Quiero ganar por una vez en mi vida. Por una vez estoy al lado de los que ganan, seguro. Necesito que en ese momento usted esté junto a mí y a quien represento.

– ¿A quién representa?

– Al economicismo internacional. A Pérez i Ruidoms, que es mi amo y es mi esclavo y viceversa. Ése es el poder subversivo contra el que nada podrán los políticos. Satán. El propietario del castillo en el infierno.

Se había echado a reír y esperaba que Carvalho cuestionara su satanismo para demostrárselo, pero Carvalho lo contemplaba como si estuviera recitando el monólogo de Hamlet o la romanza del barítono de Los Gavilanes.

– ¿Lo duda? ¿Piensa que me ha clasificado para siempre como un sociólogo obseso y no peligroso? ¿Quiere que le enseñe la lanza ensangrentada?

Se llevó una mano al bolsillo del abrigo y sacó un sobre que entregó a Carvalho. Lo tuvo el detective entre las manos como si calculara su peso y finalmente comprobó que no estaba cerrado y de su interior sacó un puñado de fotografías. Había la suficiente luz como para a primera vista verse desnudo, ver desnuda a Yes, en el lecho, en el bosque durante el picnic pecador.

– Las hay peores.

Advirtió la voz de Anfrúns. Carvalho se las devolvió y se encogió de hombros.

– Soy huérfano. No puedo por lo tanto dar un disgusto a mis padres. No estoy casado, es decir, no puedo dar un disgusto a mi mujer. Tengo muy mala reputación, usted no puede empeorarla.

– ¿Y ella? ¿Jessica Stuart-Pedrell es huérfana? ¿Le van a gustar estas fotos a su marido? ¿A sus hijos? ¿Sabe usted desde cuándo controlamos estas relaciones? ¿No le ha hablado Yes, porque usted la llama Yes, de unos anónimos?

Carvalho golpeó con un puño el ojo más cercano de Anfrúns y trató de asirle la cabeza con un brazo para intentar achicársela o quitársela de la vista. Fue un acto pueril y condenado al fracaso, porque sólo pudo cogerlo por una coleta resbaladiza. Anfrúns dio media vuelta y le pegó una patada a Carvalho en la cadera, luego se sacó una pistola y la acercó hasta que el cañón topó con la nariz de Carvalho.

– Tranquilo. Es una advertencia. No se puede ser un outsider. No queda sitio en este mundo para los out-siders

Aunque esté llorando,

aunque esté muriendo.

¿Sabes tú por qué, mi amor?

Siento deseos de acariciarte, de acariciarte mucho, de darte un montón de besos, besos suaves, ligeros, otros apretados, húmedos, intensos, largos… pero sobre todo: muchos. ¿Sabes qué?: estoy empeñada en ti.

Nada de cuanto te he escrito tiene el objeto de cuestionarte en nada, tú has dicho en todo momento, y muy claro, que tienes tu vida y que quieres seguir teniéndola; lo de menos es qué argumentos son los tuyos, no te juzgo ni bien ni mal, seguro que tienes tus razones, entre ellas no dudo que un cariño muy especial, grande y… conveniente (y eso no lo hace, necesariamente, desdeñable, te aseguro que, en esta ocasión, lo digo sin doblez) por ti mismo o por el imaginario que tienes de ti mismo, porque dudo que sea Charo, tu Charo lo que se interponga entre tú y yo.

Sí, cada día que pasa tengo más claro que voy a quedarme sola.

Biscuter se había empeñado en hacer el primer plato siguiendo una receta de la revista Sobremesa: terrina de foie-gras de pato con verduritas de invierno y yogur al mosto. Una propuesta de cocinero joven, vasco evidentemente porque se llamaba Bixente Arrieta.

– ¿Qué edad tiene ese cocinero?

– Veintiséis años y cocina en el restaurante del Museo Guggenheim de Bilbao.

– A esa edad no se sabe comer, menos se va a saber cocinar.

– No sea racista, jefe, que es usted un racista biológico.

Le enseñó la revista de donde copiaba la receta y un ramillete de jóvenes cocineros presentados como los novísimos y junto al Arrieta salían otros que Carvalho calificó de imberbes. Charo se había comprometido a traer los turrones y Carvalho había quedado a cargo de un segundo plato, un carre de cordero deshuesado, relleno de jamón de cerdo ibérico y braseado, acompañado con una guarnición de patatas fritas en láminas aromatizadas con hojuelas de trufa blanca. Biscuter disertó ante los ingredientes señalándolos con uno de sus deditos más afortunados.-Primero se cuece el foie en grasa de pato, a fuego muy lento, unos diez minutos y se deja enfriar. He improvisado las verduras porque no tenía a mi alcance las de la receta, pero coceré espárragos, puerros, coliflor y shitakis, setas chinas. Aparte hay que tener preparadas hierbas aromáticas como cebollinos, perejil, tomillo y menta. Se hace un marinado con cebolletas, aceite de oliva, coriandro, pimienta negra, vino blanco, zumo de limón, champiñón, uvas pasas, tomate picado. Todo ha de cocer junto menos las uvas pasas que se añaden una vez colado el cocimiento. Ya sólo nos falta ir a por el yogur al mosto, que se hace reduciendo el mosto a punto de caramelo y luego desglasándolo con los yogures batidos. Se le añade nata igualmente batida y como hay partes de la receta que no entiendo porque está más mal explicada que la guerra de Kosovo, yo me lo he resuelto a mi manera. Coloco las verduras cocidas al dente, le hecho por encima las hierbas aromáticas y luego el foie salado con sal gruesa y con el yogur de mosto haré un cordón de adorno que rodeará la construcción del foie.

Se presentó Biscuter en Vallvidrera con todos los ingredientes y se apoderó de la cocina con el pretexto de que el plato de Carvalho era muy fácil y muy rápido y en cambio el suyo necesitaba parsimonia y concentración de gran chef. Carvalho le dejó hacer mientras se aplicaba a organizar la chimena a partir de la quema de El hombre y la muerte de Edgar Morin, un texto que le había angustiado casi treinta años atrás, cuando de pronto calculó qué edad tendría en el año 2000 y le pareció caer a un pozo tan sin fondo que la caída era eterna, una caída para siempre. Recordaba todas las muertes que anuncia el envejecimiento y especialmente la degradación del cerebro, el principio del fin más profundo, frente a lo que es inútil siquiera escribir cuatrocientas páginas para llegar a la conclusión de que la única forma de vencer a la muerte es integrarla en la propia vida, mientras se espera un cierto grado de amortalidad basado en envejecer largamente, hasta cumplir cien, ciento cincuenta años con obstinación y con la ayuda de la estadística. ¿Y si dejaran de luchar contra la muerte y en cambio se enfrentaran a la calidad del envejecimiento? Pero al llegar a este punto el libro ya ardía y Biscuter le expresaba su perplejidad ante la receta.

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