Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– ¿Y eso que hace usted, qué es?

– Pan con tomate.

– ¿Y eso se come?

– Y está muy bueno.

– A mí, esto me suena a catalán.

Corroboró Carvalho la presunción e invitó a las muchachas a que lo probaran, mereciendo agradecimiento y respeto, pero no solidaridad. Llegó el dueño del merendero con un cajón lleno de peces "tuttifruti" y Carvalho le apalabró un caldero para las dos con la condición de que no abusara del mujol y lo combinara con polla de mar, araña, rata y pajel si fuera menester, porque el mujol era demasiado graso.

– Puede que sea graso, pero no hay otro como el mujol para el caldero. Ahora los señoritos se han inventado un caldero de ricos en el que se puede echar hasta langosta, pero en sus orígenes el caldero se hacía con morralla, ñoras, tomates y mucho ajo y bien bueno que estaba y bien barato.

– Hágalo como usted quiera o sepa, pero que no todo sea mujol.

– Allá usted.

Retomó Carvalho el coche, desanduvo lo andado y empezó el recorrido por los hoteles que permanecían abiertos en busca de Teresa y Archit. Por fin, en el Galúa asumieron que allí se hospedaba una señora con un acompañante japonés y que ella respondía al nombre de Teresa Marsé, pero no estaban en aquel momento en el hotel. Habían salido de mañana, muy temprano, para ver la subasta de pescado en Palos y luego, quién sabía, aunque habían pedido toallas de baño, si no con la esperanza de bañarse, sí con la de tomar el sol hacia el mediodía, porque aquí el sol pica, incluso en invierno si el día está claro.

– ¿Adónde pueden haber ido para tomar el sol?

– Vaya usted por la Manga hacia adelante hasta que deje de ver urbanizaciones y edificios altos, más allá del puente y de la casa con jardín y embarcadero que verá a su izquierda. La gente que quiere tomar el sol en solitario suele ir más allá y en esta época del año no le será difícil encontrarles. No son muchos los que se atreven. Por cierto que no es usted el primero en preguntarme por ellos.

El recepcionista no se explicó el porqué de la alarma que había aparecido en el rostro de aquel hombre.

– ¿Alguien le ha preguntado por ellos?

– Sí. Otro japonés y no hace mucho. Me ha preguntado por el señor y por la señora y le he dicho lo mismo que le he dicho a usted.

– ¿Puede describirme al que ha preguntado por ellos?

– Era un hombre fuerte, con bigote, chino o japonés desde luego, bueno también puede ser mongol porque por aquella parte todos son iguales y llevaba un sombrero negro.

– ¿Un sombrero normal?

– Sí, un sombrero de ala, normal, un sombrero, en fin.

Luego Carvalho, en la soledad de su coche zumbante entre las dunas y las urbanizaciones, se reprocharía la pregunta del sombrero. Le recordaba la que había hecho cuando había comprado la casa de Vallvidrera. Después del inventario de todo lo que entraba en la operación de venta, desde los muebles hasta el tejado, le entró una extraña angustia, una sensación de que algo faltaba y preguntó:

– ¿Y las bombillas?

– ¿Cómo dice usted?

– Las bombillas, ¿el precio también incluye las bombillas?

Aunque fue tomado como una humorada, era una pregunta cargada de ansiedad objetiva. Carvalho no dejaba respirar el pedal del acelerador. El coche se aprovechaba de la soledad de la carretera, panceaba sobre los badenes, ignoraba las señales de precaución y, aunque el instinto de conservación le incitaba a negar la posibilidad de que la sombra de "Jungle Kid" cruzara las tierras y los mares para proyectarse en aquel remanso del cabo de Palos, lo cierto es que hizo caer la tapa de la guantera y se tranquilizó cuando comprobó que allí seguía la pistola Luger. Se cumplía la descripción del paisaje hecha por el recepcionista. De pronto reaparecían las dunas, se acercaban los dos mares, se cruzaba un puente al lado de una suficiente villa con embarcadero y jardín y la soledad de la playa invitaba a detener la lógica de la máquina, a echar pie a tierra y surcar las arenas.

Les vio sobre una duna en declive, a pocos metros del vaivén de las aguas frías del Mediterráneo abierto, de espaldas a las aguas tibias del mar Menor cerrado. Ella estaba recostada en la arena, con blusa, pero sin faldas y la cabeza del hombre reposaba sobre su regazo para ser acariciada por una mano femenina al ritmo del oleaje. Pero desde la perspectiva de Carvalho se veía que no estaban solos. Hacia su duna avanzaba el corpachón poderoso e irremediable de un hombre cubierto con un sombrero. Carvalho bajó del coche, pero volvió hacia él para sacar de la guantera la pistola, quitarle el seguro y empuñarla antes de iniciar una carrera hacia la escena que se avecinaba. Vio al ralentí como el hombre del sombrero detenía su marcha y levantaba los brazos apuntando a la pareja con un fusil y Carvalho gritó el nombre de Teresa con todas sus fuerzas, un nombre que se convirtió en una piedra de palabras que descompuso el equilibrio humano del paisaje. Teresa se recogió sobre sí misma, Archit se puso de pie de un salto, el hombre del sombrero se volvió hacia Carvalho para enseñarle por un momento su rostro de "Jungle Kid" con los ojos fruncidos por la decisión y luego volverse de nuevo hacia la pareja y apuntarla. Archit abrió los brazos y cubrió con su delgado cuerpo de muchacho el de Teresa, para recibir un balazo que le hizo encogerse, doblarse hacia adelante, caer desarticulado. Carvalho disparó y la bala levantó arena de duna unos metros más allá de "Jungle Kid", que se revolvió y disparó contra Carvalho para luego echar a correr en dirección a un coche que le esperaba. Carvalho se dio a sí mismo la orden de pasarse una mano por la frente y luego la contempló llena de sangre. No le dolía, pero sabía que le habían dado. Echó a correr hacia la Piedad compuesta por una estridente Teresa Marsé que lloraba e insultaba acunando el cuerpo de Archit sobre la arena y, cuando vio llegar a Carvalho, tardó en reconocerle por encima de una barrera de odio y de temor. Carvalho estaba marcado. Se arrodilló junto a Archit, le tumbó sobre la arena, se enfrentó al espectáculo de sus ojos que divagaban por el cielo en busca de un asidero para no caer en el pozo de la muerte. Carvalho miró hacia el cielo en la esperanza de poder ayudar a Archit a encontrar el asidero, desentendidos los dos de los sabios sollozos desgarradores de la mujer. Pero en el cielo sólo había bandadas de pájaros fugitivos por los disparos de los hombres y Carvalho se creyó en la obligación de sacar de dudas a Archit.

– "Swallows". Son golondrinas.

Los labios de Archit trataron de decir algo antes de entregarse a la rigidez de la muerte. Carvalho quedó convencido de que habían tratado de repetir el nombre de los pájaros, el reconocimiento de los pájaros y, con ellos, de la gran patria de los cielos.

FIN

UN HISTORIAL DE PEPE CARVALHO

76
{"b":"100439","o":1}