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En la primavera de 1990 Carvalho se concedió un respiro a sí mismo y, dejándose llevar por la mala conciencia y el sentimentalismo, dio una alegría a Charo. La pareja se fue a París durante una semana como si la ciudad fuese el único lugar inocente en el que curar las heridas de veinte años de relación. Charo se lo volvió a agradecer en carta de despedida poco tiempo después ("El laberinto griego"). En su esquizofrenia, casi en el límite del mal gusto, Carvalho se instaló con Charo en el Lutétia, en el bulevar Raspail, en uno de los corazones de la "rive gauche". Los fantasmas de Gide, Rilke, Joyce, Cohen, Beckett, libros y más libros por quemar a su vuelta a Barcelona, los acompañaron durante buena parte de aquel viaje. Carvalho dejaba hablar a Charo y de vez en cuando la ilustraba sobre este o aquel rincón de la ciudad: la place de la Contrescarpe, la rue Poulletier, la rue des Francs Bourgeois, comentarios sin pretensiones de guía turístico que la muchacha acogía con entusiasmo. París, visita inevitable a la Tour d.Argent, ausencia injustificable a la meca de la cocina de Jo6l Robochon.

Un futuro anunciado

El futuro del detective está prácticamente anunciado. Montalbán no teme la competencia de nuevas agencias Pinkerton con más posibilidades y habitualmente avanza los próximos pasos de su personaje obligándose y obligándole a darlos aunque no quiera. Un encargo de un pariente le reclama desde hace tiempo en Buenos Aires. La búsqueda de un "desaparecido residual, voluntario", que probablemente servirá a Carvalho para intentar rehacer un mundo parecido al que se le ha hundido en Barcelona.

Y todavía en la frontera del nuevo milenio, un nuevo viaje a la búsqueda de sí mismo. La verdadera vuelta al mundo de Carvalho, programada como una lucha desesperada contra el tiempo que le agota. Un viaje que promete ser un mirar atrás, el balance de una vida. Carvalho, como Phileas Fogg en su legendaria marcha de ochenta días alrededor de la tierra, iniciará con Biscuter -y quizá con Charo- un recorrido que podría ser la historia de un definitivo regreso a su infancia. "La figura cíclica de un tiempo y de un espacio cerrados sobre sí mismos" también para Carvalho, siempre "de paso entre la infancia y la vejez de un destino personal e intransferible, de una vida que nadie viviría por él, ni más, ni menos, ni mejor ni peor".

Como Fogg, quizá el detective alcance la felicidad al final de su vuelta al mundo, aunque difícilmente se llame Aouda.

Diciembre de 1996.

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