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No hubo risa, no tanto, pero sí una media y reprimida sonrisa, supe que además de sorpresa e indignación también Luisa sentía halago, yo la había seguido y la había espiado, me había tomado interés y molestias por ella, la había observado y había opinado sobre su ropa y sus compras, un elegido de Marta que ahora le hacía a ella todo el caso, cómo me alegro de esa muerte, cómo la lamento, cómo la celebro. 'Qué fácil es seducir a cualquiera o ser seducido', pensé 'con qué poco nos conformamos', y me sentí seguro y a salvo, desapareció mi rubor y mi azoramiento, y aún pensé más, pensé lo que sólo unos segundos antes no se me habría ocurrido por nada del mundo: 'Si Deán renunciara a vivir con su hijo y se lo quedara Luisa en su casa este niño podría acabar siendo casi mío si yo quisiera, y entonces yo no sería para él lo que he creído que era desde el principio, una sombra, nadie, una figura casi desconocida que lo observó unos instantes desde el umbral de su puerta sin que él se enterara ni fuera a saberlo nunca ni fuera por tanto a poder acordarse, los dos viajando hacia nuestra difuminación lentamente. No sería ya eso, el revés de su tiempo, la negra espalda. O sí lo sería pero no sólo eso sino también más cosas, la parcial sustitución de su mundo condenado y perdido, la secreta y compensatoria herencia de una noche funesta, la figura vicariamente paterna -el usurpador en suma-, los dos viajando hacia nuestra difuminación lo mismo, pero todavía mucho más lentamente y con más tarea para el olvido que aguarda. Y así quizá podré hablarle un día del que él fue esa noche.' Y aún pensé más, pensé también en la propia Luisa: Tal vez sea yo el marido brumoso que aún no ha llegado y que la ayudará a seguir mucho tiempo entre los vivos tan inconstantes, en un mundo de nombres y por tebeos y cromos y cuentos configurado (y en lo alto aviones). Más de una cosa nos une, los dos hemos atado el mismo zapato'.

– Ah, ya -dijo pensativamente y con su sonrisa ocultada-, también estabas ahí.

– La falda te sentaba bien -le dije-. Bueno, ambas cosas, pero mejor la falda. -Y yo no oculté mi sonrisa, tenía que caerle en gracia, volvía a estar soltero desde hacía algún tiempo.

– Ya, ¿y ahora qué? ¿Ahora qué hacemos? -dijo ella, y había recuperado la seriedad enteramente o había hecho prevalecer su enfado, pero seguía delatándose al emplear el plural, 'qué hacemos', en medio de su exasperación y severidad sinceras e insinceras al mismo tiempo.

– Vamos a algún sitio a hablar con tranquilidad -le contesté yo.

Ella me miró con desconfianza, pero fue pasajero, el recelo duró muy poco, o fue vencido por las otras preguntas que se iba haciendo, me hizo a mí alguna sin poder contenerse.

– ¿Y el niño? Tengo que dejarlo en casa de Marta, iba a llevarlo allí ahora. Tú conoces bien esa casa, por dentro y por fuera, ¿verdad? Te vi junto a un taxi esperando una noche, eras tú, ¿verdad?, la noche siguiente. ¿Cómo pudiste dejar solo al niño?

Aún no era para ella la casa de Eduardo ni la de Eugenio, era aún la de Marta, uno tarda en desacostumbrarse a las frases que caerán en desuso, van cayendo muy lentamente. Fue en su última pregunta en la que hubo más acritud, más bien el tono de una regañina, los labios protuberantes, no tenía mucha capacidad para encolerizarse, más sin duda para lamentarse. El niño seguía mirándome con expresión amistosa, me había reconocido y no tenía más que decirme, no tenía por qué festejarme, son los adultos los que les hacen fiestas. Me agaché hasta su altura, le puse la mano en el hombro, él me mostró una chocolatina que tenía en la suya. Pensé que diría: 'Ate'. Se estaba poniendo perdidos dedos y boca.

– El niño puede venir con nosotros, aún no es tarde, puedes decirle a él que te entretuviste en la casa. -Y señalé hacia el portal que había vigilado tan defectuosamente. Me estaba atreviendo a sugerirle a Luisa un ocultamiento, era inconcebible. No contesté a su última pregunta, sí a la penúltima. Añadí-: También puedes dejarlo en la otra casa y yo te espero abajo. Sí, fue a mí a quien viste, supongo, si eras tú quien estaba esa noche en la alcoba de Marta.

– ¿Murió sola? -preguntó rápidamente.

– No, yo estaba con ella. -Seguía agachado, contestaba sin levantar la vista.

– ¿Llegó a darse cuenta? ¿Supo que se moría?

– No, no se le pasó por la cabeza en ningún momento. A mí tampoco. Fue muy repentino. -Qué sabía yo lo que se le había pasado por la cabeza, pero lo dije, era yo quien contaba.

Luisa se quedó callada. Entonces yo saqué del bolsillo de mi chaqueta el pañuelo, le quité de las manos la chocolatina al niño con habilidad y cuidado para que no se enfadara, le limpié la boca y los dedos pringosos.

– Cómo se ha puesto -comenté.

– Ya. Se la acaba de dar mi cuñada -respondió Luisa-, para el camino. Vaya idea.

El niño inició una protesta, lo último que deseaba era provocar su llanto, tenía que caerle en gracia a su tía.

– Calla, no llores, mira lo que tengo para ti -le dije, y saqué de mi bolsa el vídeo de 101 dálmatas-. Sé que le gustan mucho los dibujos animados, tiene de Tintín, estuve con él mirándolos -le expliqué a Luisa. No podría suponer jamás que yo no había comprado intencionadamente ese vídeo, que no había pensado en modo alguno en el niño ni en nadie, un mero accidente. Me ayudaría a caerle en gracia, vería que no era un desalmado. Busqué una papelera cercana y tiré lo que quedaba de chocolatina con su envoltorio, también La Repubblica que me molestaba y mi bote de helado y la bolsa, empezaba a chorrearme todo, me manché un poco, aproveché aún el pañuelo para secarme, quedó hecho un asco. Lo tiré también a la papelera, ea; pensé: 'Qué suerte lo de 101 dálmatas.

– Se podía lavar -dijo Luisa.

– No importa.

No hablamos en el taxi que cogimos por iniciativa mía, yo volvía a tener las manos libres, abrí la puerta, el niño iba sentado en medio, un niño apacible, miraba la carátula de su vídeo una y otra vez, conocía las cintas, imaginaba lo que le aguardaba, señalaba a los dálmatas y decía:

– Erros. -Me alegró que no dijera 'guau-guaus' ni nada por el estilo, como tengo entendido que hace la mayoría de los muy niños.

Me comporté bien durante el trayecto hacia Conde de la Cimera, me di cuenta de que Luisa Téllez quería cavilar y ganar tiempo y acostumbrarse a aquella asociación inesperada, seguramente estaba reconstruyendo escenas en las que había tenido parte y en las que no había estado, mi noche con Marta y la noche siguiente, cuando Deán estaba aún en Londres y ella se quedó sola probablemente en la casa con Eugenio, en el dormitorio y la cama en que había tenido lugar la muerte y no en cambio el polvo -pero eso ella no podía saberlo-, aquella desgracia, habría cambiado las sábanas y habría aireado el cuarto, para ella habría sido una noche espantosa, de tristeza y pensamientos malos e imaginaciones. Sólo me atreví a mirarle de reojo los muslos cuando notaba que ella miraba de reojo mi rostro, lo había tenido bien a la vista durante el almuerzo pero entonces no lo había mirado apenas, ahora le estaba poniendo ese rostro mío a quien había carecido de él hasta aquel instante y no había sido nadie, un desconocido de quien tampoco habría sabido el nombre -y es Víctor Francés mi nombre, así me había presentado Téllez a Luisa y no es Ruibérriz de Torres, es Víctor Francés Sanz completo aunque nunca utilizo el segundo apellido: me han llamado Mr Sanz en Inglaterra-, ahora podía figurarse a Marta conmigo, hasta podía decidir si habíamos hecho buena pareja o si se comprendía que ella hubiera ido a morir en mis brazos. Yo también quería hacerle preguntas, no muchas, tuve paciencia, no abrí la boca más que para dirigirme al niño y confirmarle:

– Sí, perros, muchos perros con pintas. -Seguro que no conocía la palabra 'pintas'.

Me despedí de él a la puerta de su casa o de la de Marta, le acaricié la gorra, era de suponer que Deán no tardaría mucho en llegar si no había llegado ya, era más o menos la hora en que él y Luisa habían quedado en encontrarse en casa, ella le había llamado a la oficina desde el piso de la cuñada para saber hasta cuándo tenía que hacerse cargo del niño, según me dijo. Deán le habría respondido esto: 'Ve yendo ya para casa si quieres, yo voy en seguida, calculo que estaré ahí sobre las siete y media'.

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